martes, 28 de febrero de 2006

El desafío

Estábamos bebiendo cerveza, como todos los sábados, cuando en la puerta del "Río Bar" apareció Leonidas; de inmediato notamos en su cara que ocurría algo.- ¿Qué pasa? - preguntó León.Leonidas arrastró una silla y se sentó junto a nosotros.- Me muero de sed.Le serví un vaso hasta el borde y la espuma rebalsó sobre la mesa. Leonidas sopló lentamente y se quedó mirando, pensativo, cómo estallaban las burbujas. Luego bebió de un trago hasta la última gota.- Justo va a pelear esta noche - dijo, con una voz rara.Quedamos callados un momento. León bebió, Briceño encendió un cigarrillo.- Me encargó que les avisara - agregó Leonidas. - Quiere que vayan.Finalmente, Briceño preguntó:- ¿Cómo fue?- Se encontraron esta tarde en Catacaos. - Leonidas limpió su frente con la mano y fustigó el aire: unas gotas de sudor resbalaron de sus dedos al suelo. - Ya se imaginan lo demás...- Bueno - dijo León. Si tenían que pelear, mejor que sea así, con todas las de ley. No hay que alterarse tampoco. Justo sabe lo que hace.- Si - repitió Leonidas, con un aire ido.- Tal vez es mejor que sea así.Las botellas habían quedado vacías. Corría brisa y, unos momentos antes, habíamos dejado de escuchar a la banda del cuartel Grau que tocaba en la plaza. El puente estaba cubierto por la gente que regresaba de la retreta y las parejas que habían buscado la penumbra del malecón comenzaban, también, a abandonar sus escondites. Por la puerta del "Río Bar" pasaba mucha gente. Algunos entraban. Pronto, la terraza estuvo llena de hombres y mujeres que hablaban en voz alta y reían.- Son casi las nueve - dijo León.- Mejor nos vamos.Salimos.- Bueno, muchachos - dijo Leonidas. - Gracias por la cerveza.- ¿Va a ser en "La Balsa", ¿no? - preguntó Briceño. - Sí. A las once. Justo los esperará a las diez y media, aquí mismo.El viejo hizo un gesto de despedida y se alejó por la avenida Castilla. Vivía en las afueras, al comienzo del arenal, en un rancho solitario, que parecía custodiar la ciudad. Caminamos hacia la plaza. Estaba casi desierta. Junto al Hotel de Turistas, unos jóvenes discutían a gritos. Al pasar por su lado, descubrimos en medio de ellos a una muchacha que escuchaba sonriendo. Era bonita y parecía divertirse.- El Cojo lo va a matar - dijo, de pronto, Briceño.- Cállate - dijo León.- Nos separamos en la esquina de la iglesia. Caminé rápidamente hasta mi casa. No había nadie. Me puse un overol y dos chompas y oculté la navaja en el bolsillo trasero del pantalón, envuelta en el pañuelo. Cuando salía, encontré a mi mujer que llegaba.- ¿Otra vez a la calle? - dijo ella.- Sí. Tengo que arreglar un asunto.El chico estaba dormido, en sus brazos, y tuve la impresión que se había muerto.- Tienes que levantarte temprano - insistió ella - ¿Te has olvidado que trabajas los domingos?- No te preocupes - dije. - Regreso en unos minutosCaminé de vuelta hacia el "Río Bar" y me senté al mostrador. Pedí una cerveza y un sándwich, que no terminé: había perdido el apetito. Alguien me tocó el hombro. Era Moisés, el dueño del local.- ¿Es cierto lo de la pelea?- Sí. Va ser en la "Balsa". Mejor te callas.- No necesito que me adviertas - dijo. - Lo supe hace rato. Lo siento por Justo pero, en realidad, se lo ha estado buscando hace tiempo. Y el Cojo no tiene mucha paciencia, ya sabemos.- El Cojo es un asco de hombre.- Era tu amigo antes... - comenzó a decir Moisés, pero se contuvo.Alguien llamó desde la terraza y se alejó, pero a los pocos minutos estaba de nuevo a mi lado.- ¿Quieres que yo vaya? - me preguntó.- No. Con nosotros basta, gracias.- Bueno. Avísame si puedo ayudar en algo. Justo es también mi amigo. - Tomó un trago de mi cerveza, sin pedirme permiso. - Anoche estuvo aquí el Cojo con su grupo. No hacía sino hablar de Justo y juraba que lo iba a hacer añicos. Estuve rezando porque no se les ocurriera a ustedes darse una vuelta por acá. - Hubiera querido verlo al Cojo - dije. - Cuando está furioso su cara es muy chistosa.Moisés se río.- Anoche parecía el diablo. Y es tan feo, este tipo. Uno no puede mirarlo mucho sin sentir náuseas.Acabé la cerveza y salí a caminar por el malecón, pero regresé pronto. Desde la puerta del "Río Bar" vi a Justo, solo, sentado en la terraza. Tenía unas zapatillas de jebe y una chompa descolorida que le subía por el cuello hasta las orejas. Visto de perfil, contra la oscuridad de afuera, parecía un niño, una mujer: de ese lado, sus facciones eran delicadas, dulces. Al escuchar mis pasos se volvió, descubriendo a mis ojos la mancha morada que hería la otra mitad de su rostro, desde la comisura de los labios hasta la frente. (Algunos decían que había sido un golpe, recibido de chico, en una pelea, pero Leonidas aseguraba que había nacido en el día de la inundación, y que esa mancha era el susto de la madre al ver avanzar el agua hasta la misma puerta de su casa).- Acabo de llegar - dijo. - ¿Qué es de los otros?- Ya vienen. Deben estar en camino.Justo me miró de frente. Pareció que iba a sonreír, pero se puso muy serio y volvió la cabeza.- ¿Cómo fue lo de esta tarde?Encogió los hombros e hizo un ademán vago.- Nos encontramos en el "Carro Hundido". Yo que entraba a tomar un trago y me topo cara a cara con el Cojo y su gente. ¿Te das cuenta? Si no pasa el cura, ahí mismo me degüellan. Se me echaron encima como perros. Como perros rabiosos. Nos separó el cura.- ¿Eres muy hombre? - gritó el Cojo.- Más que tú - gritó Justo.- Quietos, bestias - decía el cura.- ¿En "La Balsa" esta noche entonces? - gritó el Cojo.- Bueno - dijo Justo. - Eso fue todo.La gente que estaba en el "Río Bar" había disminuido. Quedaban algunas personas en el mostrador, pero en la terraza sólo estábamos nosotros.- He traído esto - dije, alcanzándole el pañuelo.Justo abrió la navaja y la midió. La hoja tenía exactamente la dimensión de su mano, de la muñeca a las uñas. Luego sacó otra navaja de su bolsillo y comparó.- Son iguales - dijo. - Me quedaré con la mía, nomás.Pidió una cerveza y la bebimos sin hablar, fumando.No tengo hora - dijo Justo - Pero deben ser más de las diez. Vamos a alcanzarlos.A la altura del puente nos encontramos con Briceño y León. Saludaron a Justo, le estrecharon la mano.- Hermanito - dijo León - Usted lo va a hacer trizas.- De eso ni hablar - dijo Briceño. - El Cojo no tiene nada que hacer contigo.Los dos tenían la misma ropa que antes, y parecían haberse puesto de acuerdo para mostrar delante de Justo seguridad e, incluso cierta alegría.- Bajemos por aquí - dijo León - Es más corto.- No - dijo Justo. - Demos la vuelta. No tengo ganas de quebrarme una pierna, ahora.Era extraño ese temor, porque siempre habíamos bajado al cause del río, descolgándonos por el tejido de hierros que sostiene el puente. Avanzamos una cuadra por la avenida, luego doblamos a la derecha y caminamos un buen rato en silencio. Al descender por el minúsculo camino hacia el lecho del río, Briceño tropezó y lanzó una maldición. La arena estaba tibia y nuestros pies se Hundían, como si andáramos sobre un mar de algodones. León miró detenidamente el cielo.- Hay muchas nubes - dijo; - la luna no va a servir de mucho esta noche.- Haremos fogatas - dijo Justo.- ¿Estas loco? - dije. - ¿Quieres que venga la policía?- Se puede arreglar - dijo Briceño sin convicción.-Se podría postergar el asunto hasta mañana. No van a pelear a oscuras.Nadie contestó y Briceño no volvió a insistir.- Ahí está "La Balsa" - dijo León.En un tiempo, nadie sabía cuándo, había caído sobre el lecho del río un tronco de algarrobo tan enorme que cubría las tres cuartas partes del ancho del cause. Era muy pesado y, cuando bajaba, el agua no conseguía levantarlo, sino arrastrarlo solamente unos metros, de modo que cada año, "La Balsa" se alejaba más de la ciudad. Nadie sabía tampoco quién le puso el nombre de "La Balsa", pero así lo designaban todos.- Ellos ya están ahí - dijo León.Nos detuvimos a unos cinco metros de "La Balsa. En el débil resplandor nocturno no distinguíamos las caras de quienes nos esperaban, sólo sus siluetas. Eran cinco. Las conté, tratando inútilmente de descubrir al Cojo.- Anda tú - dijo Justo.Avancé despacio hacia el tronco, procurando que mi rostro conservara una expresión serena.- ¡Quieto! - gritó alguien. - ¿Quién es?- Julián - grité - Julián Huertas. ¿Están ciegos?A mi encuentro salió un pequeño bulto. Era el Chalupas.- Ya nos íbamos - dijo. - Pensábamos que Justito había ido a la comisaría a pedir que lo cuidaran.- Quiero entenderme con un hombre - grité, sin responderle - No con este muñeco.- ¿Eres muy valiente? - preguntó el Chalupas, con voz descompuesta.- ¡Silencio! - dijo el Cojo. Se habían aproximado todos ellos y el Cojo se adelantó hacia mí. Era alto, mucho más que todos los presentes. En la penumbra, yo no podía ver; sólo imaginar su rostro acorazado por los granos, el color aceituna profundo de su piel lampiña, los agujeros diminutos de sus ojos, hundidos y breves como dos puntos dentro de esa masa de carne, interrumpida por los bultos oblongos de sus pómulos, y sus labios gruesos como dedos, colgando de su barbilla triangular de iguana. El Cojo rengueaba del pie izquierdo; decían que en esa pierna tenía una cicatriz en forma de cruz, recuerdo de un chancho que lo mordió cuando dormía pero nadie se la había visto.- ¿Por qué has traído a Leonidas? - dijo el Cojo, con voz ronca.- ¿A Leonidas? ¿Quién ha traído al Leonidas?El cojo señaló con su dedo a un costado. El viejo había estado unos metros más allá, sobre la arena, y al oír que lo nombraban se acercó.- ¡Qué pasa conmigo! - dijo. Mirando al Cojo fijamente. - No necesito que me traigan, He venido solo, con mis pies, porque me dio la gana. Si estas buscando pretextos para no pelear, dijo.El Cojo vaciló antes de responder. Pensé que iba a insultarlo y, rápido, llevé mi mano al bolsillo trasero.- No se meta, viejo - dijo el cojo amablemente. - No voy a pelearme con usted.- No creas que estoy tan viejo - dijo Leonidas. - He revolcado a muchos que eran mejores que tú.- Está bien, viejo - dijo el Cojo. - Le creo. - Se dirigió a mí: - ¿Están listos?- Sí. Di a tus amigos que no se metan. Si lo hacen, peor para ellos.El Cojo se rió.- Tú bien sabes, Julián, que no necesito refuerzos. Sobre todo hoy. No te preocupes.Uno de los que estaban detrás del Cojo, se rió también. El Cojo me extendió algo. Estiré la mano: la hoja de la navaja estaba al aire y yo la había tomado del filo; sentí un pequeño rasguño en la palma y un estremecimiento, el metal parecía un trozo se hielo.- ¿Tienes fósforos, viejo?Leonidas prendió un fósforo y lo sostuvo entre sus dedos hasta que la candela le lamió las uñas. A la frágil luz de la llama examiné minuciosamente la navaja, la medí a lo ancho y a lo largo, comprobé su filo y su peso. - Está bien - dije.- Chunga caminó entre Leonidas y yo. Cuando llegamos entre los otros. Briceño estaba fumando y a cada chupada que daba resplandecerían instantáneamente los rostros de Justo, impasible, con los labios apretados; de León, que masticaba algo, tal vez una brizna de hierba, y del propio Briceño, que sudaba.- ¿Quién le dijo a usted que viniera? - preguntó Justo, severamente.- Nadie me dijo. - afirmó Leonidas, en voz alta. - Vine porque quise. ¿Va usted a tomarme cuentas?Justo no contestó. Le hice una señal y le mostré a Chunga, que había quedado un poco retrasado. Justo sacó su navaja y la arrojó. El arma cayó en algún lugar del cuerpo de Chunga y éste se encogió.- Perdón - dije, palpando la arena en busca de la navaja. - Se me escapó. Aquí está.Las gracias se te van a quitar pronto - dijo Chunga.Luego, como había hecho yo, al resplandor de un fósforo pasó sus dedos sobre la hoja, nos la devolvió sin decir nada, y regresó caminando a trancos largos hacia "La Balsa". Estuvimos unos minutos en silencio, aspirando el perfume de los algodonales cercanos, que una brisa cálida arrastraba en dirección al puente. Detrás de nosotros, a los dos costados del cause, se veían las luces vacilantes de la ciudad. El silencio era casi absoluto; a veces, lo quebraban bruscamente ladridos o rebuznos.- ¡Listos! - exclamó una voz, del otro lado.- ¡Listos! - grité yo.En el bloque de hombres que estaba junto a "La Balsa" hubo movimientos y murmullos; luego, una sombra rengueante se deslizó hasta el centro del terreno que limitábamos los dos grupos. Allí, vi al Cojo tantear el suelo con los pies; comprobaba si había piedras, huecos. Busqué a Justo con la vista; León y Briceño habían pasado sus brazos sobre sus hombros. Justo se desprendió rápidamente. Cuando estuvo a mi lado, sonrió. Le extendí la mano. Comenzó a alejarse, pero Leonidas dio un salto y lo tomó de los hombros. El Viejo se sacó una manta que llevaba sobre la espalda. Estaba a mi lado.- No te le acerques ni un momento. - El viejo hablaba despacio, con voz levemente temblorosa. - Siempre de lejos. Báilalo hasta que se agote. Sobre todo cuidado con el estómago y la cara. Ten el brazo siempre estirado. Agáchate, pisa firme... Ya, vaya, pórtese como un hombre...Justo escuchó a Leonidas con la cabeza baja. Creí que iba a abrazarlo, pero se limitó a hacer un gesto brusco. Arrancó la manta de las manos del viejo de un tirón y se la envolvió en el brazo. Después se alejó; caminaba sobre la arena a pasos firmes, con la cabeza levantada. En su Mano derecha, mientras se distanciaba de nosotros, el breve trozo de metal despedía reflejos. Justo se detuvo a dos metros del Cojo.Quedaron unos instantes inmóviles, en silencio, diciéndose seguramente con los ojos cuánto se odiaban, observándose, los músculos tensos bajo la ropa, la mano derecha aplastada con ira en las navajas. De lejos, semiocultos por la oscuridad tibia de la noche, no parecían dos hombres que se aprestaban a pelear, sino estatuas borrosas, vaciadas en un material negro, o las sombras de dos jóvenes y macizos algarrobos de la orilla, proyectados en el aire, no en la arena. Casi simultáneamente, como respondiendo a una urgente voz de mando, comenzaron a moverse. Quizá el primero fue Justo; un segundo antes, inició sobre el sitio un balanceo lentísimo, que ascendía desde las rodillas hasta los hombros, y el Cojo lo imitó, meciéndose también, sin apartar los pies. Sus posturas eran idénticas; el brazo derecho adelante, levemente doblado con el codo hacia fuera, la mano apuntando directamente al centro del adversario, y el brazo izquierdo, envuelto por las mantas, desproporcionado, gigante, cruzado como un escudo a la altura del rostro. Al principio sólo sus cuerpos se movían, sus cabezas, sus pies y sus manos permanecían fijos. Imperceptiblemente, los dos habían ido inclinándose, extendiendo la espalda, las piernas en flexión, como para lanzarse al agua. El Cojo fue el primero en atacar; dio de pronto un salto hacia delante, su brazo describió un círculo veloz. El trazo en el vacío del arma, que rozó a Justo, sin herirlo, estaba aún inconcluso cuando éste, que era rápido, comenzaba a girar. Sin abrir la guardia, tejía un cerco en torno del otro, deslizándose suavemente sobre la arena, a un ritmo cada vez más intenso. El Cojo giraba sobre el sitio. Se había encogido más, y en tanto daba vueltas sobre sí mismo, siguiendo la dirección de su adversario, lo perseguía con la mirada todo el tiempo, como hipnotizado. De improviso, Justo se plantó; lo vimos caer sobro el otro con todo su cuerpo y regresar a su sitio en un segundo, como un muñeco de resortes.- Ya está - murmuró Briceño. - lo rasgó.- En el hombro - dijo Leonidas. - Pero apenas.Sin haber dado un grito, firme en su posición, el Cojo continuaba su danza, mientras que Justo ya no se limitaba a avanzar en redondo; a la vez, se acercaba y se alejaba del Cojo agitando la manta, abría y cerraba la guardia, ofrecía su cuerpo y lo negaba, esquivo, ágil tentando y rehuyendo a su contendor como una mujer en celo. Quería marearlo, pero el Cojo tenía experiencia y recursos. Rompió el círculo retrocediendo, siempre inclinado, obligando a Justo a detenerse y a seguirlo. Este lo perseguía a pasos muy cortos, la cabeza avanzada, el rostro resguardado por la manta que colgaba de su brazo; el Cojo huía arrastrando los pies, agachado hasta casi tocar la arena sus rodillas. Justo estiró dos veces el brazo, y las dos halló sólo el vacío. "No te acerques tanto". Dijo Leonidas, junto a mí, en voz tan baja que sólo yo podía oírlo, en el momento que el bulto, la sombra deforme y ancha que se había empequeñecido, replegándose sobre sí mismo como una oruga, recobraba brutalmente su estatura normal y, al crecer y arrojarse, nos quitaba de la vista a Justo. Uno, dos, tal vez tres segundos estuvimos sin aliento, viendo la figura desmesurada de los combatientes abrazados y escuchamos un ruido breve, el primero que oíamos durante el combate, parecido a un eructo. Un instante después surgió a un costado de la sombra gigantesca, otra, más delgada y esbelta, que de dos saltos volvió a levantar una muralla invisible entre los luchadores. Esta vez comenzó a girar el Cojo; movía su pie derecho y arrastraba el izquierdo. Yo me esforzaba en vano para que mis ojos atravesaran la penumbra y leyeran sobre la piel de Justo lo que había ocurrido en esos tres segundos, cuando los adversarios, tan juntos como dos amantes, formaban un solo cuerpo. "¡Sal de ahí!", dijo Leonidas muy despacio. "¿Por qué demonios peleas tan cerca?". Misteriosamente, como si la ligera brisa le hubiera llevado ese mensaje secreto, Justo comenzó también a brincar igual que el Cojo. Agazapados, atentos, feroces, pasaban de la defensa al ataque y luego a la defensa con la velocidad de los relámpagos, pero los amagos no sorprendían a ninguno: al movimiento rápido del brazo enemigo, estirado como para lanzar una piedra, que buscaba no herir, sino desconcertar al adversario, confundirlo un instante, quebrarle la guardia, respondía el otro, automáticamente, levantando el brazo izquierdo, sin moverse. Yo no podía ver las caras, pero cerraba los ojos y las veía, mejor que si estuviera en medio de ellos; el Cojo, transpirando, la boca cerrada, sus ojillos de cerdo incendiados, llameantes tras los párpados, su piel palpitante, las aletas de su nariz chata y del ancho de su boca agitadas, con un temblor inverosímil; y Justo con su máscara habitual de desprecio, acentuada por la cólera, y sus labios húmedos de exasperación y fatiga. Abrí los ojos a tiempo para ver a Justo abalanzarse alocado, ciegamente sobre el otro, dándole todas las ventajas, ofreciendo su rostro, descubriendo absurdamente su cuerpo. La ira y la impaciencia elevaron su cuerpo, lo mantuvieron extrañamente en el aire, recortado contra el cielo, lo estrellaron sobre su presa con violencia. La salvaje explosión debió sorprender al Cojo que, por un tiempo brevísimo, quedó indeciso y, cuando se inclinó, alargando su brazo como una flecha, ocultando a nuestra vista la brillante hoja que perseguimos alucinados, supimos que el gesto de locura de Justo no había sido inútil del todo. Con el choque, la noche que nos envolvía se pobló de rugidos desgarradores y profundos que brotaban como chispas de los combatientes. No supimos entonces, no sabremos ya cuánto tiempo estuvieron abrazados en ese poliedro convulsivo, pero, aunque sin distinguir quién era quién, sin saber de que brazo partían esos golpes, qué garganta profería esos rugidos que se sucedían como ecos, vimos muchas veces, en el aire, temblando hacia el cielo, o en medio de la sombra, abajo, a los costados, las hojas desnudas de las navajas, veloces, iluminadas, ocultarse y aparecer, hundirse o vibrar en la noche, como en un espectáculo de magia.Debimos estar anhelantes y ávidos, sin respirar, los ojos dilatados, murmurando tal vez palabras incomprensibles, hasta que la pirámide humana se dividió, cortada en el centro de golpe por una cuchillada invisible; los dos salieron despedidos, como imantados por la espalda, en el mismo momento, con la misma violencia. Quedaron a un metro de distancia, acezantes. "Hay que pararlos, dijo la voz de León. Ya basta". Pero antes que intentáramos movernos, el Cojo había abandonado su emplazamiento como un bólido. Justo no esquivó la embestida y ambos rodaron por el suelo. Se retorcían sobre la arena, revolviéndose uno sobre otro, hendiendo el aire a tajos y resuellos sordos. Esta vez la lucha fue breve. Pronto estuvieron quietos, tendidos en el lecho del río, como durmiendo. Me aprestaba a correr hacia ellos cuando, quizá adivinando mi intención, alguien se incorporó de golpe y se mantuvo de pie junto al caído, cimbreándose peor que un borracho. Era el Cojo.En el forcejeo, habían perdido hasta las mantas, que reposaban un poco más allá, semejando una piedra de muchos vértices. "Vamos", dijo León. Pero esta vez también ocurrió algo que nos mantuvo inmóviles. Justo se incorporaba, difícilmente, apoyando todo su cuerpo sobre el brazo derecho y cubriendo la cabeza con la mano libre, como si quisiera apartar de sus ojos una visión horrible. Cuando estuvo de pie, el Cojo retrocedió unos pasos. Justo se tambaleaba. No había apartado su brazo de la cara. Escuchamos entonces, una voz que todos conocíamos, pero que no hubiéramos reconocido esta vez si nos hubiera tomado de sorpresa en las tinieblas.- ¡Julián! - grito el Cojo. - ¡Dile que se rinda!Me volví a mirar a Leonidas, pero encontré atravesado el rostro de León: observaba la escena con expresión atroz. Volví a mirarlos: estaban nuevamente unidos. Azuzado por las palabras del Cojo. Justo, sin duda, apartó su brazo del rostro en el segundo que yo descuidaba la pelea, y debió arrojarse sobre el enemigo extrayendo las últimas fuerzas desde su amargura de vencido. El Cojo se libró fácilmente de esa acometida sentimental e inútil, saltando hacia atrás: - ¡Don Leonidas! - gritó de nuevo con acento furioso e implorante. - ¡Dígale que se rinda!- ¡Calla y pelea! - bramó Leonidas, sin vacilar.Justo había intentado nuevamente un asalto, pero nosotros, sobre todo Leonidas, que era viejo y había visto muchas peleas en su vida, sabíamos que no había nada que hacer ya, que su brazo no tenía vigor ni siquiera para rasguñar la piel aceitunada del Cojo. Con la angustia que nacía de lo más hondo, subía hasta la boca, resecándola, y hasta los ojos, nublándose, los vimos forcejear en cámara lenta todavía un momento, hasta que la sombra se fragmentó una vez más: alguien se desplomaba en la tierra con un ruido seco. Cuando llegamos donde yacía Justo, el Cojo se había retirado hacia los suyos y, todos juntos, comenzaron a alejarse sin hablar. Junté mi cara a su pecho, notando apenas que una sustancia caliente humedecía mi cuello y mi hombro, mientras mi mano exploraba su vientre y su espalda entre desgarraduras de tela y se hundía a ratos en el cuerpo flácido, mojado y frío, de malagua varada. Briceño y León se quitaron sus sacos lo envolvieron con cuidado y lo levantaron de los pies y de los brazos. Yo busqué la manta de Leonidas, que estaba unos pasos más allá, y con ella le cubrí la cara, a tientas, sin mirar. Luego, entre los tres lo cargamos al hombro en dos hileras, como a un ataúd, y caminamos, igualando los pasos, en dirección al sendero que escalaba la orilla del río y que nos llevaría a la ciudad. - No llore, viejo - dijo León. - No he conocido a nadie tan valiente como su hijo. Se lo digo de veras.Leonidas no contestó. Iba detrás de mí, de modo que yo no podía verlo.A la altura de los primeros ranchos de Castilla, pregunté.- ¿Lo llevamos a su casa, don Leonidas?- Sí - dijo el viejo, precipitadamente, como si no hubiera escuchado lo que le decía.
Mario Vargas Llosa

lunes, 27 de febrero de 2006

La visita de tu vida

Un señor hacía una gira turística por Europa. Al llegar al Reino Unido, compró en el aeropuerto una especie de guía de los castillos de las islas.
Algunos tenían días de visita y otros, horarios muy estrictos. Pero el más llamativo era el que se presentaba como "La visita de tu vida". En las fotos, por lo menos, parecía un castillo ni más ni menos espectacular que otros, pero se lo recomendaba muy especialmente... Se explicaba allí que, por razones que después se comprenderían, las visitas no se pagaban por anticipado, pero era imprescindible pactar una cita; es decir, día y hora.
Intrigado por lo diferente de la propuesta, el hombre llamó desde su hotel esa misma tarde y acordó un horario. Las cosas han sido siempre iguales en el mundo: basta que uno tenga una cita importante, con hora precisa y necesidad de ser puntual, para que todo se complique. Esta no fue la excepción y diez minutos más tarde de la hora pactada, el turista llegó al palacio. Se presentó ante un hombre con falda a cuadros que lo esperaba y que le dio la bienvenida.
-"¿Los demás ya pasaron con el guía?", consultó al no ver a ningún otro visitante.
-"¿Los demás? -repreguntó el hombre- No. . . las visitas son individuales y no tenemos guías que ofrecer".
Sin hacerle mención del horario, le explicó un poco de la historia del castillo y le refirió algunos detalles sobre los que debía prestar especial atención. Las pinturas en los muros. Las armaduras del altillo. Las máquinas de guerra del salón norte, debajo de la escalera, las catacumbas y la sala de torturas en la mazmorra.
Dicho esto, le dio una cuchara y le pidió que la sostuviera en forma horizontal, con la parte cóncava hacia el techo.
-"¿Y esto?", preguntó el visitante.
-"Nosotros no cobramos un derecho de visita -aclaró el recepcionista- Para evaluar el costo de su paseo recurrimos a este mecanismo. Cada visitante lleva una cuchara como esta, llena hasta el borde de arena fina. Aquí caben exactamente 100 gramos. Después de recorrer el castillo pesamos la arena que ha quedado en la cuchara y le cobramos una libra por cada gramo que haya perdido... Una manera de evaluar el costo de la limpieza", concluyó.
-"¿Y si no pierdo ni un gramo?".
-"Ah, mi querido señor, entonces su visita al castillo será gratuita"
Entre divertido y sorprendido por la propuesta, el hombre vio cómo el anfitrión colmaba de arena la cuchara y comenzó su viaje. Confiando en su pulso, subió las escaleras muy despacio y con la vista fija en la cuchara.
Al llegar arriba, a la sala de armaduras, prefirió no entrar porque le pareció que el viento haría volar la arena y decidió bajar de manera cuidadosa.
Al pasar junto al salón que exhibía las máquinas de guerra, debajo de la escalera, se dio cuenta de que para verlas con detenimiento, era necesario inclinarse muy forzado y sostenerse de la barandilla.
No era peligroso para su integridad, pero hacerlo implicaba la certeza de derramar algo del contenido de su cuchara, así que se conformó con mirarlas desde lejos. Otro tanto, le pasó con la más que empinada escalera que conducía a las mazmorras.
Por el pasillo, de regreso al punto de partida, caminó contento hacia el hombre de la falda escocesa que lo aguardaba con una balanza. Allí vació el contenido de su cuchara y esperó el dictamen.
-"Asombroso, ha perdido menos de medio gramo -anunció- lo felicito y tal como usted predijo, esta visita le ha salido gratis".
-"Gracias...".
-"Y... ¿ha disfrutado de la visita?", preguntó el de la recepción.
El turista dudó y, por último, decidió ser sincero.
-"La verdad es que no mucho. Estaba tan ocupado en cuidar de la arena que no tuve oportunidad de mirar lo que usted me señaló".
-"Pero... ¡Qué barbaridad!... Mire, voy a hacer una excepción. Voy a llenarle otra vez la cuchara, porque es la norma, pero ahora olvídese de cuánto derrama; faltan 12 minutos para el turno del próximo visitante. Vaya y regrese antes de que él llegue".
Sin perder tiempo, el hombre tomó la cuchara, corrió hacia el altillo, al llegar allí dio una mirada rápida a lo que había, bajó más que corriendo a las mazmorras y llenó las escaleras de arena. No se quedó casi ni un momento porque los minutos pasaban y prácticamente voló hacia el pasaje debajo de la escalera. Al inclinarse para entrar, se le cayó la cuchara y derramó todo el contenido. Miró su reloj: habían pasado 11 minutos.
Dejó otra vez sin ver las máquinas y corrió hasta el hombre de la entrada a quien le entregó la cuchara vacía.
-"Bueno, esta vez sin arena, pero no se preocupe, tenemos un trato".
-"¿Qué tal? ¿Ahora, disfrutó la visita?"
Otra vez el visitante dudó unos momentos y respondió:
-"La verdad es que no; estuve tan ocupado en llegar antes que el otro, que perdí toda la arena, pero igual no disfruté nada".
El hombre de la falda, encendió su pipa y le dijo:
-"Hay quienes cuando recorren el castillo, "la visita de su vida", tratan de que no les cueste nada, no pueden disfrutarlo. Hay otros tan apurados en llegar pronto, que lo pierden todo sin disfrutarlo. Unos pocos, aprenden esta lección y se toman su tiempo para cada recorrido. Descubren y disfrutan cada rincón, cada paso. Saben que no será gratuito, pero entienden que los costos de vivir valen la pena".
Leido en "DESAYUNO CONTINENTAL"

domingo, 26 de febrero de 2006

Haciendo limpieza

Recibí la noticia de que vendrá mi prima de vacaciones a pasar unos días en casa; inmediatamente empecé los preparativos para recibirla como merece....
Según yo, siempre tengo la casa limpia y me admiro cuando llego a una casa y está sin barrer; mis hijos ya saben que si al llegar yo a casa encuentro algo fuera de su lugar, explotó inmediatamente....Bueno volvamos a lo de la limpieza de casa, a pesar de que aparentemente tengo la casa limpia decidí hacer aseo general.....
Y cual fue mi sorpresa al ver que tenía basura acumulada, cosas inservibles, polvo en los rincones, papeles sin importancia ocupando espacio, etc....
Y entonces se me vino a la mente que si así tenía mi casa, a la mejor así tenía mi alma y conciencia, según yo aparentemente tranquila y limpia; sin perder mas tiempo también me he propuesto hacer limpieza general y profunda......
Empiezo por revisar cuidadosamente cada espacio de mi interior, para encontrar todo aquello que es inservible y nocivo.
Inmediatamente tomé el plumero para sacudir todos los rincones que estaban cubiertos con polvo de olvido y frustraciones.....
Luego paso a revisar los cajones de mi corazón que sirven para guardar recuerdos; tiré todos las experiencias amargas, todo rescoldo de aquel resentimiento que aún se encontraba por ahí....
Descubrí algunas manchitas en mi alma, producidas por sentimientos negativos como el odio y el orgullo, las lave con delicadeza y empeño; utlizando jabón de perdón y enjuagando con abuandante agua de humildad.....
Vi que en mi corazón había algunas grietas causadas por las desilusiones, entonces también decidí darle una resanadita con una mezcla de ilusiones y esperanzas......
Luego me puse a barrer minuciosamente, cuidando de no dejar ni la más mínima mancha de polvo; era necesario para que quedará mi alma limpia de toda mezquindad....
Planché con sumo cuidado mi alma, por si había quedado alguna arruguita provocada por la duda o desconfianza, la deje impecable....
Me quede asombrada al final de mi tarea:
-Cuánta basura tenía dentro de mi!......viejos resentimientos, amarguras, frustraciones, cosas que según yo había olvidado y seguían ahí ocupando espacio, impidiendome llenarme de amor........
Hoy me siento mas liviana, mas libre, en mi mente y corazón hay mas espacio para el amor....
Y como no quiero mi alma ensuciar tomaré algunas precauciones:
Me vacunaré contra todo sentimiento mezquino; con una buena dosis de esperanza, ilusión, confianza, humildad y sobretodo de amor...
Sembraré en mi corazón un jardín de flores de amistad, solidaridad, ternura, impidiendo así que crezca la mala yerba...
La tarea mas ardua que tendré es aprender a dominar mi carácter, que ha sido el causante de que tuviera tanta basura en mi interior..... Se que lo podré amansar, pues a pesar de ser como un fuerte toro, tengo a mi mejor entrenador para lograrlo: DIOS.......
Autor desconocido

El científico y el ego

Había una vez un científico que descubrió el arte de reproducirse a sí mismo de manera tan perfecta, que resultaba imposible distinguir el original de la reproducción. Un día, se enteró de que lo andaba buscando el ángel de la muerte, entonces decidió hacer doce copias de sí mismo.
Al llegar a la tierra, el ángel no pudo identificar cuál de los trece ejemplares que tenía ante sí era el científico, de modo que los dejó a todos en paz y regresó al cielo, pero no por mucho tiempo. Como era un experto en la naturaleza humana, se le ocurrió una ingeniosa estrategia para identificarlo.
Regresó de nuevo a la tierra y dijo:- "Debe de ser usted un genio señor, para haber elaborado tan perfectas reproducciones de sí mismo. Sin embargo, hedescubierto que su obra tiene un defecto, un único y minúsculo defecto".El científico pegó un salto y gritó:- "¡Imposible! ¿Dónde está el defecto?".- "Justamente aquí", respondió el ángel mientras tomaba al científico de entre sus reproducciones y se lo llevaba consigo.
Autor desconocido

viernes, 24 de febrero de 2006

La arquitecta

Alli estaba ella, sentada en el suelo , en camiseta ynada. Su último proyecto desparramado al frente, comoun mundo pequeño ... Mapas, fotografias, dibujos,planos . Todo. Todo lo que quería construir,inventar o crear y yo creyendo en todos sus sueñoscomo siempre lo había hecho, aún después de losfracasos y mas aún ese día.Terminé mi taza de té mientras la observaba desde elliving . Cuanto daría por leer su pensamiento, porexplorar ese mundo donde edificios y galaxias sereunían.Sigilosamente , como un fantasma cauteloso , meacerqué hacia ella quien oblivia a mi presencia, seconcentraba en un cuadrito de sol que se posaba en supie derecho. Era como una niña , siempre fascinada porla geometria de la luz . Pisé levemente, las reglasy el papel azul de sus bosquejos para acurrucarme trasella. Su pensamiento estaba en otra parte, porque no sintióel roce de mi piel cuando mi bata se abrió y mi pechoacarició su espalda desnuda . Abrí mis brazos encerrando su torso aprisionando esos brazos que eran mi debilidad. Mis dedos buscaban elcirculo marron de sus pechos y el lento palpitar de su corazón . Mi oido pegado a su espalda ...escuchando. Que dilema . Yo sin querer interrumpir sutrabajo , pero siendo incapaz de controlar mis manosque viajaban al sur, buscando el limite entre la piely el material de la camiseta. Arrancado con ternura,una vez mas, de mi propio control , por la manera como mi piel crecia involuntariamente hacia la curvatemblorosa de la palma de su mano , hacia la luz demi deseo. Era como si yo hubiera plantado esa dulceraíz y mis labios tuvieran ya el eco de su forma . Nolo pude evitar ,mi boca se escapó hacia su cuellodespertándola de su ensueño y definitivamentealejándola de su trabajo , robándome las lineasangulares de sus pensamientos y capturándolas en eselugar sin forma donde solo yo sabría llevarla.Alli, sobre los puentes del hueso, mas allá de lasfronteras de la piel , escalando el mundo de su cuerpo, suslaberintos de peldaños y escaleras... la amé , comola primera vez , con la misma medida de expectativa ,de miedo y de ansias, sumergiéndola conmigo en lasuave geometria de la carne , del mundo antes de lasaceras y las ciudades , antes de sus resplandecientescúpulas ...Asi, secuestrándola del mundo que lareclamaba , a ese otro mundo que el no podríaconstruir sin mí.
German Berdiales

jueves, 23 de febrero de 2006

La pieza que falta

...Narra la historia de una rueda a la que le faltaba un pedazo, pues habían cortado de ella un trozo triangular. La rueda quería estar completa, sin que le faltara nada, así que se fue a buscar la pieza que había perdido...
Pero como estaba incompleta y sólo podía rodar muy despacio, reparó en las bellas flores que había en el camino; charló con los gusanos y disfrutó de los rayos del sol. Encontró montones de piezas, pero ninguna era la que le faltaba, así que prosiguió su búsqueda.
Un día halló una pieza que le venía perfectamente. Entonces se puso muy contenta, pues ya estaba completa, sin que nada le faltara. Se colocó el fragmento en el cuerpo y empezó a rodar. Volvió a ser una rueda perfecta que podía rodar con mucha rapidez. Tan rápidamente, que no veía las flores ni charlaba con los gusanos . Cuando se dio cuenta de lo diferente que parecía el mundo cuando rodaba tan a prisa, se detuvo, dejó en la orilla del camino el pedazo que había encontrado y se alejó rodando lentamente.
Aunto desconocido

miércoles, 22 de febrero de 2006

El tiempo

Un hombre decidió pasar un tiempo en un monasterio de Nepal. Cierta tarde entró al templo y encontró a un monje sentado, sonriendo.
Le preguntó por qué sonreía.
"Porque entiendo el significado de los plátanos". fue su respuesta. Dicho esto, abrió la bolsa que llevaba. extrayendo de ella un plátano podrido.
"Esta es la vida que pasó y no fue aprovechada en el omento adecuado; ahora es demasiado tarde."
Seguidamente, sacó un plátano aún verde, lo mostró y volvió a guardarlo.
"Esta es la vida que aún no sucedió, es necesario esperar el momento adecuado."
Finalmente tomó un plátano maduro, lo peló y lo compartió con él.
"Esta es la vida en el momento presente.
Aliméntate con ella y vívela sin miedos y sin culpas."
Paolo Coelho

El atardecer de la vida

El sol se despedía del Imperio Tré. El vasallo caminaba junto a la anciana del molino amarillo. Iban conversando sobre la vida. - ¿Qué cosa es lo que más te gusta de la vida, anciana?
La viejecilla del molino amarillo se entretenía en lanzar los ojos hacia el ocaso. - Los atardeceres -respondió.
El vasallo preguntó, confundido: - ¿No te gustan más los amaneceres? Mira que no he visto cosa más hermosa que el nacimiento del sol allá, detrás de las verdes colinas de Tré. Y reafirmándose, exclamó: - ¿Sabes? Yo prefiero los amaneceres.
La anciana dejó sobre el piso la canastilla de espigas que sus arrugadas manos llevaban. Dirigiéndose hacia el vasallo, con tono de voz dulce y conciliador, dijo: - Los amaneceres son bellos, sí. Pero las puestas de sol me dicen más. Son momentos en los que me gusta reflexionar y pensar mucho. Son momentos que me dicen cosas de mí misma. - ¿Cosas? ¿De ti misma...? - inquirió el vasallo. No sabía a qué se refería la viejecilla con aquella frase.
Antes de cerrar la puerta del molino amarillo, la anciana añadió: - Claro. La vida es como un amanecer para los jóvenes como tú. Para los ancianos, como yo, es un bello atardecer. Lo que al inicio el precioso, al final llega a ser plenamente hermoso. Por eso prefiero los atardeceres... - ¡mira!
La anciana apuntó con su mano hacia el horizonte. El sol se ocultó y un cálido color rosado se extendió por todo el cielo del Imperio Tré. El vasallo guardó silencio. Quedó absorto ante tanta belleza.
La vida es un instante que pasa y no vuelve. Comienza con un fresco amanecer; y como un atardecer sereno se nos va. De nosotros depende que el sol de nuestra vida, cuando se despida del cielo llamado "historia", coloreé con hermosos colores su despedida. Colores que sean los recuerdos bonitos que guarden de nosotros las personas que vivieron a nuestro lado.
Autor desconocido

El roble

Había un viejo roble en el medio de una gran floresta. Hace algunos años, una enorme tempestad lo dejó partido y feo. Jamás había conseguido enderezarse, como los demás árboles.Cuando llegaba la primavera, se adornaba con flores nuevas y verdes que el otoño se encargaba de pintarlas todas de color rojiza.Pero en invierno los inclementes vientos soplaban y se llevaban todas sus hojas y nada podía esconder su fealdad. El árbol fue sintiéndose olvidado, abandonado, sin utilidad. Y un enorme vacío se apoderó de él. Cuando el viento del otoño pasó por allí, él viejo roble se lamentó: "nadie más me quiere. No sirvo para nada. Soy un viejo inútil."Transcurrieron días y, ya despuntando el invierno, un pájaro carpintero se posó en su tronco y empezó a picarlo en forma insistente.Tanto picó en el tronco hueco del roble que consiguió hacer un pequeño agujero, una puertita de entrada para su residencia de invierno.El carpintero arregló todo con muy buen gusto. Es decir, tenia todo prácticamente arreglado. Las paredes eran calentitas, placenteras y había muchos insectos que podrían alimentarlo como también a sus pichones.- ¡Estoy muy feliz en haber encontrado este árbol hueco! Será la salvación para mí y para mi familia en el frío que se acerca.Poco tiempo después, una ardilla se acercó y corrió por el tronco envejecido, hasta encontrar un agujero redondo, que sería la ventanita de su casa.La forró por dentro con musgo y llevó pilas y pilas de nueces que la alimentarían durante toda la estación de vientos helados.- Estoy muy agradecida, dijo la ardilla, por haber encontrado este árbol hueco.El roble empezó a sentir algunas cosas extrañas. Las alas de los pajaritos rozando en su intimidad. El corazón alegre de la ardilla, sus pequeñitas patas palpando el tronco diariamente hicieron que el árbol se sintiera feliz. Sus ramas pasaron a cantar felicidad. Cuando llegó la época de las lluvias, se dejó mojar, permitiendo que las gotas escurrieran por sus ramas, lentamente. Aceptó la nieve que lo envolvió en su manto muchas semanas, agradeció los rayos del sol y la luz de las estrellas.Todo era motivo de felicidad. El viejo árbol había vuelto a descubrir la alegría de servir.(El Libro de las Virtudes II - pág. 33 - El Árbol Solitario)

El águila

Es Una antigua leyenda india cuenta que uno de sus valientesEncontró un día un huevo de águila y lo depositóEn el nido de una "gallina en un gallinero".
El aguilucho nace y vive día a día en medioDe los polluelos así va creciendo con ellos.
Toda su vida el águila hizo lo que una gallina de gallinerohace normalmente.Buscó en la tierra insectos y comida.Aprendió a cantar de la misma forma que una gallina . Y cuando volaba, lo hacía en una nube de plumasy sólo algunos metros.
Después de todo, es así como se supone que las gallinas vuelan.
Los años pasaron. Y el águila llega a la vejez.Un día, ve unpájaro espléndido planear en un esplendido cielo,sin nubes.Que se elevaba con gracia, aprovechandolas corrientes ascendentes, Volaba con libertadapenas movía sus espléndidas alas doradas.
"Qué pájaro espléndido!" dijo nuestra águila a sus vecinos. "Qué es?"
"Es un Águila, el rey de los pájaros," responde su vecino.
"Pero de nada sirve pensarlo dos veces, nunca serás un águila."
Así el águila lo hizo, nunca pensó dos veces.
Se murió pensando que era una gallina de gallinero.
Autor desconocido

martes, 21 de febrero de 2006

Hoy soñé con un amigo

Hace unos 7 años vivía yo en Chinchón, un bonito pueblo al sur de Madrid, cerca de Aranjuez. Volvía un día de regreso de Madrid a una hora avanzada (serían las doce y media de la noche) y en la carretera, en un paraje descampado me encontré a alguien haciendo autostop. Era completamente de noche y estaba oscuro; resultó ser un señor polaco que venía de un cursillo que estaba haciendo para entrenador de fútbol. Enseguida conectamos y sentimos mutua simpatía y fuimos hablando animadamente hasta su casa, en un pueblo cerca de Chinchón. A pesar de la hora, me invitó a su casa y conocí a su mujer y su hija y sentí su hospitalidad y la nobleza de su corazón.Quedamos unas cuántas veces más y nunca olvidaré su manera de comportarse con la gente, hablaba con todo el mundo; a cada persona que encontraba en su camino le dedicaba unas palabras. Parecía que su única misión fuera ir enseñando la humildad y la nobleza. También tenía la costumbre de beber, quizás en exceso y en su mente tenía muchos proyectos pero yo ya intuía que el alcohol sería un problema. Yo me fuí de Chinchón y perdí el contacto pero un día en una estación de autobuses de Madrid, nos encontramos otra vez; hablamos un rato y seguí intuyendo la sombra anterior y mi incapacidad para ayudarlo. Nos dimos un gran abrazo a petición mía, sabiendo que pasaría mucho tiempo antes de que volviésemos a vernos, si eso sucedía ¿Qué había en aquel abrazo? Profundo amor incondicional, gratitud por haberme dado la oportunidad de aprender tanto en tan poco tiempo, tristeza y quizás cierta culpabilidad.Pasó el tiempo y de vez en cuando volvía a mi mente y me preguntaba qué sería de su vida y alguna vez recé por él...Y hoy soñé contigo, amigo mío. Fue un sueño inquieto, estabas en una situación desesperada y yo te ayudaba como podía. Cuando te ví me costó reconocerte, ya no eras tan guapo como entonces.Con estas letras quisiera honrar tu nobleza, la grandeza de tu corazón y el amor que ponías en todo y que ese ejemplo llegue no sólo a las personas con las que te encuentras diariamente sino a mucha otra gente, de muy variados lugares....
Delanfin

lunes, 20 de febrero de 2006

Leyenda del lago de Lanós

En el Canigó, el fantástico monte del Pirineo Oriental, existe, entre otros, el lago de Lanós, que tiene su leyenda. Los naturales del país aseguran que en el fondo de este lago se esconden hermosos palacios habitados por las hadas, "las buenas mujeres del Pirineo", que velan por sus moradores y los libran de los malos espíritus.
Cuenta la leyenda que la reina de las hadas, que habita uno de los más bellos palacios del lago Lanós, salió una tarde a pasear por el Canigó.
Sentado a la entrada del bosque, vio a un joven pastor, de muy agradable figura.
La reina de las hadas quedó embelesada contemplando al apuesto muchacho. Para acercarse a él, el hada tomó la apariencia de una joven pastora y así consiguió enamorarle. Se casaron y la reina de las hadas le reveló la verdad y le llevó con ella a su palacio del fondo del lago. Por espacio de varios años vivieron felices ocultos allí. Pero llegó un día en que el pastor sintió la nostalgia del sol, de los bosques y de los prados.
Y cuentan que la reina de las hadas, comprendiendo los sentimientos de su amado, le colmó de riquezas y le dejó marchar a la superficie de la Tierra.
El apuesto muchacho pasó el resto de sus días en el Canigó y fue siempre fiel a la reina de las hadas

viernes, 17 de febrero de 2006

Los dientes del sultán

En un país muy lejano, al oriente del gran desierto, vivía un viejo Sultán, dueño de una inmensa fortuna. El Sultán era un hombre muy temperamental además de supersticioso. Una noche soñó que había perdido todos los dientes Inmediatamente después de despertar, mandó llamar a uno de los sabios de su corte para pedirle urgentemente que interpretase su sueño.
¡Qué desgracia mi señor! -Exclamó el sabio- Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad. ¡Qué insolencia! -gritó el Sultán enfurecido- ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí! Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos por ser el pájaro de mal agüero.
Más tarde ordenó que le trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado Este, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo:
¡Excelso señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que vuestra merced tendrá una larga vida y sobrevivirá a todos sus parientes
Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran 100 monedas de oro. Cuando éste salía del Palacio, uno de los consejeros reales le dijo admirado:
¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños del Sultán es la misma que la del primer sabio. No entiendo por qué al primero le castigó con cien azotes, mientras que a vos os premia con cien monedas de oro.
Recuerda bien amigo mío -dijo el segundo sabio- que todo depende de la forma en que se dicen las cosas. La verdad puede compararse con una piedra preciosa, si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la enchapamos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado.
No olvides querido amigo -continuó el sabio- que puedes comunicar una misma verdad de dos formas: la pesimista que sólo recalcará el lado negativo de esa verdad; o la optimista, que sabrá encontrarle siempre el lado positivo a la misma verdad.
Autor desconocido

miércoles, 15 de febrero de 2006

Un clavo

Hubo una vez un hombre que pensaba en cómo sacar un clavo de una tabla gruesa de madera, pues no tenía tenazas, sólo un mazo con otros clavos. Pasó mucho rato tratando de pensar la manera de sacarlo y cuando iba a desistir se le ocurrió una idea.
Tomó otro clavo y lo clavó sobre la punta del que quería sacar y de esta forma el primer clavo salió del otro lado de la tabla.
A veces tenemos un odio, un dolor, un resentimiento que hemos estado tratando de sacar de nuestros corazones y no hemos podido por lo arraigado que se encuentra. Existen otros clavos que podemos usar para sacar esos primeros que nos lastiman tanto:
El Rencor con el Perdón...
El Odio con el Amor...
La Tristeza con la Alegría...
La Inseguridad con la Confianza...
La Ira con la Paz...
La Auto lástima con la Aceptación...
¿Cuál es el "clavo" que no has podido sacar? No importa cuál sea, ¡debes saber que tú no tienes por qué tenerlo clavado!...
Autor Desconocido

martes, 14 de febrero de 2006

El eco

Un hijo y su padre estaban caminando en las montañas. De repente, el hijo se cayó, se lastimó y gritó: "AAAhhhhhhhhhhhhhhh !"Para su sorpresa, oyó una voz repitiendo, en algún lugar en la montaña:"AAAhhhhhhhhhhhhhhh !"Con curiosidad, el niño gritó: "¿Quién eres tú?",recibió de respuesta:"¿Quién eres tú?"Enojado con la contestación, gritó: "Cobarde!"Recibió de respuesta:"Cobarde!"Miró a su padre y le preguntó: "¿Qué sucede?"El padre sonrió y dijo:"Hijo mío, presta atención." Y entonces el padre gritó a la montaña:"Te admiro!"La voz respondió:"Te admiro!"De nuevo el hombre gritó:"Eres un campeón!"La voz respondió:"Eres un campeón!"El niño estaba asombrado, pero no entendía.Luego el padre explicó:"La gente lo llama ECO, pero en realidad es la VIDA...Te devuelve todo lo que dices o haces...Nuestra vida es simplemente reflejo de nuestras acciones...Si deseas más amor en el mundo, crea mas amor a tu alrededor...Si deseas mas competitividad en tu grupo, ejercita tu competencia...Esta relación se aplica a todos los aspectos de la vida...La vida te dará de regreso exactamente aquello que tu le has dado."
Autor desconocido

Los zapatos del otro

Nos cuenta Plutarco en una de sus historias, que en aquellos tiempos de la antigüedad había un romano que decidió separarse de su mujer abandonándola.Sus amigos le recriminaron por ello, pues no veían claros los motivos de aquel divorcio:-¿No es hermosa?-preguntaban.-Sí. Lo es. Y mucho.-¿No es, acaso, casta y honrada?-Sí. También lo es.Extrañados, insistían en conocer el motivo que había llevado a su amigo a tomar una decisión tan extrema. El romano, entonces, se quitó un zapato y mostrándolo a sus amigos, preguntó:-¿Es bonito?-Sí. Lo es-dijeron ellos.-¿Está bien construído?-Sí. Eso parece-todos aprobaron.Y entonces él, volviéndoselo a calzar, les aseguró:-Pero ninguno de ustedes puede decir dónde me aprieta.De ahí viene la típica frase que hemos oído alguna vez: "¿Dónde me aprieta el zapato?" Nadie puede saberlo sino el mismo que lo usa.Nadie más que uno mismo puede estar en sus propios zapatos.

El sueño de la oruga

Un pequeño gusanito caminaba un día en dirección al sol. Muy cerca del camino se encontraba un saltamontes:
- ¿Hacia dónde te diriges?, le preguntó.
Sin dejar de caminar, la oruga contestó:
- Tuve un sueño anoche; soñé que desde la punta de la gran montaña yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo.
Sorprendido, el saltamontes dijo, mientras su amigo se alejaba:
- ¡Debes estar loco!, ¿Cómo podrías llegar hasta aquel lugar?
- ¡Tú, una simple oruga!. Una piedra será para ti una montaña, un pequeño charco un mar y cualquier tronco una barrera infranqueable.
Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó. Sus diminutos pies no dejaron de moverse.
La oruga continuó su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros.
Del mismo modo, la araña, el topo, la rana y la flor aconsejaron a nuestro amigo a desistir de su sueño!
-¡No lo lograrás jamás! - le dijeron -, pero en su interior había un impulso que lo obligaba a seguir.
Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su último esfuerzo un lugar donde pernoctar:
- Estaré mejor, fue lo último que dijo, y murió.
Todos los animales del valle por días fueron a mirar sus restos. Ahí estaba el animal mas loco del pueblo.
Había construido como su tumba un monumento a la insensatez. Ahí estaba un duro refugio, digno de uno que murió "por querer realizar un sueño irrealizable".
Una mañana en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una ADVERTENCIA PARA LOS ATREVIDOS. De pronto quedaron atónitos.
Aquella concha dura comenzó a quebrarse y con asombro vieron unos ojos y una antena que no podía ser la de la oruga que creían muerta. Poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas arco iris de aquel impresionante ser que tenían frente a ellos: UNA MARIPOSA.
No hubo nada que decir, todos sabían lo que haría: se iría volando hasta la gran montaña y realizaría un sueño; el sueño por el que había vivido, por el que había muerto y por el que había vuelto a vivir.
Autor desconocido

Angeles entre nosotros

Dios estaba en el cielo mirando como actuaban los hombres en la tierra. Entreellos la desolación reinaba. ¿Más de 5 millones de seres humanos son pocos para alcanzar la magnificencia divina del amor?. Suspiró el Señor.
El Padre vio a tantos hermanos en guerra, esposos y esposas que no completaban sus carencias, y ricos y pobres apartados, sanos y enfermos distantes, libres y esclavos separados, que un buen día reunió a un ejército de ángeles y les dijo:
¿Veis a los seres humanos? ¡Necesitan ayuda! Tendréis que bajar vosotros a la tierra.
¿Nosotros?, dijeron los ángeles ilusionados, asustados y emocionados, perollenos de fe.
Si vosotros sois los indicados. Nadie más podría cumplir esta tarea. ¡Escuchad!, cuando creé al hombre lo hice a imagen y semejanza mía, pero con talentos especiales para cada uno. Permití diferencias entre ellos para que juntos formasen el reino. Así lo planeé.
Unos alcanzarían riquezas para compartir con los pobres. Otros gozarían de buena salud para cuidar a los enfermos. Unos serian sabios y otros, muy simples para procurar entre ellos sentimientos de amor, admiración y respeto. Los buenos tendrían que rezar por los que actuaran como si fueran malos. El paciente toleraría al neurótico.
En fin, mis planes deben cumplirse para que el hombre goce desde la tierra, lafelicidad eterna. ¡Y para hacerlo vosotros bajareis con ellos! Como los hombres se han olvidado de que los hice distintos para que se complementasen unos a otros y así formaren el cuerpo de mi hijo amado; como parece que no se dan cuenta que los quiero diferentes; para lograr la perfección bajaran ustedes con francas distinciones.
Y dio a cada uno su tarea. Tú tendrás memoria y concentración de excelencia. Serás ciego.
Tú serás elocuente con tu cuerpo y muy creativo para expresarte: serás sordomudo.
Tú tendrás pensamientos profundos, y aunque no escribirás libros, serás poeta: tendrás parálisis cerebral.
A ti te daré el don del amor, serás su persona, habrá muchos otros como tú enla tierra y no habrá distinción de raza porque tendrás la cara, los ojos, las manos y el cuerpo, como si fueran hermanos de sangre. Tendrás Síndrome deDown.
Tú serás muy bajo de estatura y tu simpatía y sentido del humor llegaran hasta el cielo: serás gente pequeña.
Tú disfrutaras de la creación tal como la planee para los hombres: tendrás discapacidad intelectual y mientras otros se preocupan por los avances científicos y tecnológicos, tú disfrutaras mirando una hormiga, una flor; serás feliz muy feliz porque amaras a todos y no harás juicio de ninguno.
Tú vivirás en la tierra pero tu mente se mantendrá en el cielo; preferirás escuchar mi voz a la de los hombre: tendrás autismo.
Tú serás hábil como ninguno, te faltaran los brazos y harás todo con las piernas y la boca.
Al último ángel le dijo. Te quitaré las alas antes de llegar a la tierra y bajarás con la espalda ahuecada; los hombres repararán tu cuerpo, pero tendrás que ingeniártela para triunfar. Tendrás mielomeningocele que significa "miel que vino del cielo".
Los ángeles se sintieron felices por la distinción del Señor, pero les causabaenorme pena tener que apartarse del cielo para cumplir su misión.
¿Cuánto tiempo viviremos sin verte?, ¿cuánto tiempo lejos de ti? No os preocupéis, estaré con vosotros todos los días. Además esto durarasólo entre 60 y 80 años terrenos.
Esta bien Padre, será como dices, 80 años son sólo un instante en el reloj eterno.
Aquí nos vemos "al ratito", dijeron los ángeles al unísono y bajaron a la tierra emocionados.
Cada uno llego al vientre de una madre. Ahí se formaron durante nueve meses.
Al nacer, fueron recibidos con profundo dolor, causaron miedo y angustia.
Algunos padres rehusaron la tarea; otros, la asumieron enojados; otros se echaron culpas hasta disolver su matrimonio y otros mas lloraron con amor y aceptaron el deber.
Sea cual fuere el caso, como los ángeles saben su misión, y sus virtudes son la fe, la esperanza y la caridad, además de otras, todas gobernadas por el amor, ellos han sabido perdonar y con paciencia pasan la vida iluminando a todo aquel que lo ha querido amar.
Siguen bajando ángeles a la tierra con espíritus superiores en cuerpos limitados y seguirán llegando mientras haya humanidad en el planeta. Dios quiere que estén entre nosotros para darnos la oportunidad de trabajar por ellos, para aprender de ellos. Y trabajar es servir, servir es vivir y vivir es amar, porque la vida se nos dio para eso.
El que no vive para servir, no sirve para vivir.
"Maestro, ¿Quién tiene la culpa que este naciera ciego? ¿El o sus padres? Ni el ni sus padres, nació así para que en el se vieran las obras de Dios."Juan 9,1.
Y las obras de Dios también se hacen a través de los hombres. Estas obras son la de misericordia, especialmente con aquellos que no nos necesitan. Ven porque tantas diferencias?
Fray Fernando Rodríguez, O.F.M
Autor desconocido

lunes, 13 de febrero de 2006

Compartiendo la semilla

Un hombre tenía un sembrado de flores estupendas; cada día salían de su cultivocentenares de paquetes a vender a la ciudad con las flores más bellas yfragantes que nadie pudiera conocer.
Este señor año por año ganaba el premio a las flores más grandes y de mejorcalidad y como era de esperarse era la admiración de todos en la región; un díase acercó un periodista de un canal de televisión a preguntarle el secreto desu éxito, a lo que el hombre contesto:
- Mi éxito se lo debo a que de cada cultivo saco las mejores semillas y lascomparto con mis vecinos, para que ellos también las siembren.
- ¿Cómo?- respondió el periodista- pero eso es una locura, acaso no teme quesus vecinos se hagan famosos como usted y le quiten su importancia?
El hombre dijo: - Yo lo hago porque al tener ellos buenos sembrados el vientome va a devolver a mi cultivo buenas semillas y la cosecha va a ser mayor; sino lo hiciera así ellos sembrarían semillas de mala calidad que el vientotraería a mi cultiva y cruzaría las semillas, haciendo que mis flores sean demala calidad.
Autor desconocido

jueves, 9 de febrero de 2006

Vale la pena

...Cuentan que una bella princesa estaba buscando esposo. Aristócratas y adinerados señores habían llegado de todas partes para ofrecer sus maravillosos regalos: joyas, tierras, ejércitos y tronos conformaban los obsequios para conquistar a tan especial criatura. Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo, que no tenia mas riqueza que amor y perseverancia. Cuando le llego el momento de hablar, dijo: "Princesa, te he amado toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin mas alimentos que la lluvia y sin mas ropas que las que llevo puestas. Esa es mi dote”... La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar: "Tendrás tu oportunidad: Si pasas la prueba, me desposaras" Así pasaron las horas y los días. El pretendiente estuvo sentado, soportando los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente vasallo siguió firme en su empeño, sin desfallecer un momento. De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble gesto y una sonrisa, aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos optimistas habían comenzado a planear los festejos. Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de zona habían salido a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la joven princesa, se levanto y sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar. Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño lo alcanzo y le preguntó ¿Qué fue lo que te ocurrió? ...Estabas a un paso de lograr la meta... ¿Por qué perdiste esa oportunidad?...¿Por qué te retiraste?... Con profunda consternación y algunas lagrimas mal disimuladas, contestó en voz baja: "Si ella no me ahorro un día de sufrimiento... Ni siquiera una hora, es porque no merecía mi amor".
Autor Desconocido

miércoles, 8 de febrero de 2006

La campana de la dicha

Cuenta una antigua leyenda que poco antes de morir el rey de un lejano país, hizo llamar a su hijo y le dijo:
-Hijo, voy a dejar el mundo. Durante mi largo reinado sólo pensé en hacer feliz a mi pueblo, y he llegado a saber que un rey no puede ser dichoso. El hombre que gobierna vive atormentado y esclavo de su pueblo. No conoce tranquilidad ni paz. Hijo, un rey puede sentirse dichoso si al morir lo hace con dulzura.El príncipe heredero oyó estas palabras sin creerlas y le parecieron muy pesimistas. Así que contestó:-Ni cargas ni deberes de Estado me abrumarán y me volverán triste. La vida de un rey debe ser siempre largamente dichosa..., si la suerte me acompaña demostraré al mundo entero y a mi Corte en qué consiste la verdadera dicha. Terminado el luto el joven monarca ordenó que instalasen una campana de plata en la torre más alta del palacio. Una cadena de fino alambre la ponía en comunicación con todas las habitaciones. El nuevo rey dijo a su pueblo: - Cada vez que me sienta dichoso tocaré la campana de plata. Y esperaba hacerlo con mucha frecuencia y desvanecer la impresión de tristeza que su padre había dejado. Y pasaron los años y nunca los súbditos oyeron el sonido de la campana que debía pregonar la dicha de su rey. Los cabellos del soberano se habían vuelto de plata; vacilaba su vista y se inclinaban sus hombros. Estaba llegando al final de su vida y jamás había tocado la campana que debía pregonar su dicha. Cuando a veces estaba a punto de hacerlo, sugería una revuelta, o una guerra, o pasaban los enemigos a través del pequeño país destrozando todo. Y el rey envejecía lentamente sin que el pueblo hubiera oído los dulces sones de la campana alegrando al país pregonando que era dichoso. Y también llegó para él la hora de la muerte. Cuando el pueblo supo que su rey se moría se amontonó frente al palacio, invadió los cercados jardines y los callados parques. Este pueblo, laborioso y sufrido, sabía, de siempre, amar a sus reyes. Ahora gemía y su clamor de sollozos llegó a la cámara del monarca, que se incorporó en el lecho. -¿Qué sonido tan triste es ese que oigo? –preguntó a su fiel ayudante. -Son los gitanos, que lloran su miseria –le contestó. Pero el rey no se dejó engañar e insistió: -¡No es eso! Dime la verdad...¿Quién causa esos sollozos que oigo? -Es nuestro pueblo, que llora porque se muere su rey –contestó vacilante. -¿Así que me muero? -¡Sí, Majestad! Nadie se atrevía a decírselo –murmuró temblando. -¿Y por eso está triste mi pueblo? ¿Qué es lo que quieren? -¡Os quiere a vos, Señor! Cada uno de ellos daría su vida por la de Vuestra Majestad.Al oír estas palabras el rey se incorporó por segunda vez en su lecho.-¿Es cierto eso que dices? ¿Es cierto, Dios mío?Y su voz débil sonaba llena de esperanza y brillaba en sus ojos una dicha desacostumbrada. -¡Majestad, es tan cierto como que el cielo existe y Dios en él! El rostro del soberano se iluminó y se llenó de una gran alegría. Alzó la vieja mano temblorosa y tomó el rojo alambre de cobre, que estaba desde siempre a la cabecera de su lecho. Y por fin sonó la campana de la dicha. El rey se desplomó sobre sus almohadas, cerró los ojos y con dichosa sonrisa penetró en el Paraíso, donde conoció la dicha verdadera.
Adriano Carmenati

martes, 7 de febrero de 2006

El espejo desatendido

La miro desde un rincón de la habitación. Pasa indiferente ante mí. Nunca me ha hecho excesivo caso, salvo cuando me necesita. La veo contenta, feliz. Se está vistiendo, tomando la ropa que previamente había puesto encima de la cama. Es una mujer atractiva, de treinta años. Está feliz porque ha quedado con su amante. Lo sé, lo he visto más de una vez en esta misma habitación.Justo en este momento aparece la niña. Es la única de la casa que me hace caso. Pero es normal. Es una niña solitaria. Como yo, está acostumbrada a la indiferencia de los demás. Mientras su madre termina de acicalarse, ella juega con sus zapatos. Se muestra ante mí, coqueta, como antes su madre. Como siempre, viene a saludarme con su inseparable conejito de lana. Muerde y babea una esquina de una de sus orejas. Las pobres están sucias. El conejito también es un personaje desatendido.Permanezco a oscuras durante un tiempo. Ahora, este que está ante mí es el padre. Es el que menos atención me presta. Nunca me ve. Siempre va a lo suyo: su trabajo, su dinero. Su cara de amargura. Otro ser solitario. Debe ser triste pagar por tener una familia a la que no ves.Hoy he amanecido desde otro ángulo. Sé que estoy en un rincón del salón. A estas horas de la mañana veo a gente extraña. La niña ya no me hace caso. Corretea por todo el salón, por todas las habitaciones siguiendo a los hombres que cargan infinidad de muebles. El interés de los humanos es muy voluble.Ahora veo pasar una jovencita. Viene tres veces a la semana, de 9 a 12. La madre siempre la recibe con mala cara, quizá sea porque es difícil reconocerla. Hoy es rubia, hace dos días era pelirroja. Nunca me ha prestado atención excepto hoy. Todos se han ido: los hombres, la niña y la madre. El padre nunca está. La joven se queda para limpiar. Repara en mí y me pregunta qué hago en mitad del salón. Inquieta, nerviosa, mira a su alrededor aunque sabe que no hay nadie. ME BESA. Veo que se acaricia, ella espera que yo la mire. Me emociona. Estamos solos. SE AMA CON MI REFLEJO. Cuando termina, sonríe y se viste, incrédula de su propia audacia.Fue triste verla quererse en solitario, pero fue hermoso ser amado.
Mariano Carmenati

lunes, 6 de febrero de 2006

Sumisa

Aquí está él hablando sobre la relación, sobre el futuro, sobre lo que quiere él. Yo le escucho atenta, sumisa a sus deseos, que en realidad son órdenes disfrazadas de corderos. Se le ve contento, ilusionado. Su felicidad es contagiosa... Hace unos minutos sería la mujer más feliz del mundo oyéndole. Hasta hace unos minutos, era arcilla en sus manos, ansiosa de que me moldeara a su imagen y semejanza. Me dio igual que pisoteara mi dignidad, yo la puse en el suelo para que lo hiciera. Dejé mi orgullo en un rincón de la casa, castigado porque hacía mal en nuestra convivencia. Y todo esto me parecía bien, hasta hace unos minutos. El amor lo puede todo. Eso pensaba. Ahora prefiero huir y poder seguir amando que seguir aquí, luchando mano a mano con este amor. Prefiero correr antes que terminar exhausta y destrozada por este pseudoamor.
Autor desconocido

domingo, 5 de febrero de 2006

Camila

- ¡Mariano!, tienen tu nombre.- ¡Qué linda que estás!- Mariano, ¡por favor!, tenía que advertirte, ¿entendés? Aprovechá ahora, antes que se ponga el sol.- Te entiendo, ¡Camila!, te leo cristalina… Estás en la hacienda, buscándome, rompiendo esa barrera… ¡qué linda que sos!- Mariano, este no es el momento...- Decímelo en palabras tiernas y sonoras, Camila, quiero oírlo de tu boca húmeda, quiero verlo en tus ojos tiernos, bajo la amplitud de tu frente amplia, decímelo y después me voy; después de saber qué soy yo para vos…- No me vengás con eso ahora, no hay tiempo que perder y además, estoy brava con vos, con tu intelectualismo liberal, con la supuesta ilustración.- Camila, ya no importa nada… decímelo en voz baja, ahora que estamos solos, decímelo.- ¿Qué?- Lo que en esta hora es importante… y después me voy.- Mariano, que lo que te importa a vos no me importa a mí, al diablo con tus ideas afrancesadas, llevás sangre francesa, Pallais, ¿verdad?- Se pronuncia Palé y soy español, Camila, todo lo hice por España.- Pues más bien parecés francés.- ¡Oye!, el Rey tiene sangre francesa, más que yo.- El es España.- España sos vos, soy yo, somos todos.- El es soberano.- Soberano somos nosotros, los españoles. Esas ideas absolutistas no dejan de ser francesas, del tiempo del Rey Sol, rancias, atrasadas si querés, pero francesas.- No cuestionés a mi Rey.- Camila, si fuera más moderado, si reconociera la Constitución de Cádiz que legislamos en su nombre para liderar la resistencia mientras el bordaba y danzaba en Valençay como un cobarde, nosotros, los que mantuvimos el espíritu de España bajo el dominio Francés, los que apoyamos al ejercito y la guerrilla mientras el cedía y pactaba con Napoleón, nada de esto estaría pasando.- No vengás con tus discursos, no me vas a confundir, al diablo con tus ideas liberales, no las puedo aceptar porque están en contra de la Iglesia, porque son ateas y porque quieren cambiar lo que ha funcionado por 300 años.- Ese es el punto.- ¿Qué?- Eso, que has venido a pesar de mis ideas; por mí…- ¡Mariano!- Esta claro, a pesar de mis ideas y traicionando a tu padre, por encima de la Iglesia, por encima de tu Rey, has venido a ayudarme, as venido por mí, porque te soy más importante que todos ellos...- No me vas a confundir.- Camila, ahora que todo se derrumba y precisamente porque todo lo perdemos, estamos libres de todas esas cosas... ¿entendés? libres, solos, vos y yo..., Camila, en medio de toda esta desgracia, te tengo a vos, que sos mi única verdad...- Mariano, no querrás aprovecharte de las circunstancias para salirte con la tuya.- No tenemos que seguir rechazando nuestros sentimientos de amor como si amar fuera perverso, tenés derecho de amar lo que ya estás amando... Te esperaría todo el tiempo del mundo con paciencia hasta que comprendás que tenés derecho de volverte a casar, ¡pero nos han quitado el tiempo!… y sólo tenemos un par de horas, Camila, y después... ya no te voy a volver a ver. ¿Comprendés? Al menos dejame fijarme en vos, para aferrarme a esta España que voy a perder, a nuestra América española, y después, Camila, después me voy.- ¿Y qué vas a hacer después? ¿Adónde vas?- Camila, me derrito por oírte.- ¿Por que me preguntás lo que sabés?- Por que te quiero, Camila, porque me fascina oírte, palparte, respirarte, sentirte mía otra vez...- Bueno, sí.
- Si ¿qué?- Mariano, no me siento bien hablando de estas cosas.- Decilo, Camila, decímelo de frente, quiero verlo en tu mirada...- ¿Y cómo vas a ver mi mirada?- ¡Camila!- ¡Pues sí! Entendiste liberal, que sí, eso, ya te lo dije, ¡uf!, que alivio.- ¿Cuánto?- Mariano, ¿acaso no se nota? Perdoname si trato de mantenerme fuerte, pero es que a veces creo que todos lo notan… Mi marido decía que te quiero a vos, que cosas… ¿no?- Sí, Camila, lo noto, ¡claro que lo noto!, siempre lo he notado y también lo siento... en tu mirada lo siento, en tu acento lo siento y por eso, Camila, ahora que todos me abandonan, vos sos mi razón en esta vida. - ¿Y tus ideas liberales, esos sueños de representación, la Constitución?- Las dejé ir, Camila, hoy, hace un par de horas, las dejé ir. Hubiera pensado que me iba a costar más, después de todo lo dejé todo por ir a la península, por esas ideas... - ¿Y tus ideales?- ¡Qué lindo sería ese mundo en democracia! pero hoy comprendí que esas ideas son también de otros, ¡de muchos!, conmigo, sin mí, ¡que más da!; pero vos, Camila, vos sólo me tenés a mí... Quizás por eso, y porque estoy tan joven, y porque no te he amado… se me hace tan difícil dejarte otra vez...Mariano agarró las manos de Camila, sus manos suaves, esas manos dulces que absorto había estrechado en su adolescencia..., esas manos que tanta falta le habían hecho… y ahora las tenía completas, ¡ambas manos! quietas, entregadas entre sus mano, otra vez, y sintió la calma..., esa paz, sí, la paz de Camila, ella era su hogar... Entrelazó sus dedos entre sus dedos, de esa forma que hacen los amantes, las manos de Camila entre sus manos, sus dedos entre sus dedos, el calor de las manos de Camila entre sus manos... Perdió el habla, se quedó en silencio... Sintió otra vez esa sensación de estar completo, de regresar a su tierra después de haber estado en la mar, esa sensación del hijo prodigo que regresa y lo abrazan en su hogar... de que el tiempo no había pasado, como si fuera hace seis años…- Ahora andate Mariano, por mí, por favor, andate; no quiero que te hagan daño.- ¿Y cómo me voy a ir ahora?...- Tenemos que ser realistas...- Soñaba con vos Camila, todo este tiempo el mismo sueño una y otra vez, estábamos juntos, me dabas esta misma sensación de paz, de armonía, y después despertaba a la angustia de no tenerte... era como perderte de nuevo… Sabés, eso hacían los franceses con los paisanos, los ahogaban para revivirlos y así poder volverlos a matar… No, no puedo dejarte ahora... - Pero te están buscando.- Nuestro amor era un río, las circunstancias lo frenaron, pero no secaron el manantial, tan sólo lo represaron… ¡y ahora es un mar! Y yo necesito entregare todo este cariño que he llevado por tantos años… sin derecho a la nostalgia, sin lograrte enternecer… Sí, al menos una vez necesito abrir las compuertas, unirme a vos, amarte como me habías prometido, y después me voy, después…Camila estaba aturdida, había soñado toda la vida con este momento, las manos de Mariano desabotonándola… su marido nunca la desnudaba, sabía que Mariano era mucho más romántico, como ella, y siempre quiso saber como era entregarse enamorada, por amor, sentirse así de enamorada y a la vez apasionada… fundirse en encanto y en él, en ambos a la vez... Sentir las manos de Mariano desabotonando cada botón de su blusa, uno por uno por encima de su piel, sus manos en su pecho, suavemente; le parecía recordarlo cuando posaba sus manos y la acariciaba poco a poco hasta sacar su pecho y besarlo mientras ella miraba su gesto de admiración, de deseo, de encanto, y sentía el calor de sus manos trémulas de emoción encima de ella... Pero tenía miedo, mucho miedo, era más fácil soñar, y temía no tener el valor…
- He dedicado mi vida a Dios, Mariano, yo no podría, además...- Además me amás...- Además, ¿qué pensará Dios?- Camila, ser demócrata no significa ser ateo. Soy demócrata pero amo a Dios con todas mis fuerzas...- Pero no obedecés a la Iglesia.- No estoy en contra de la Iglesia, aunque estoy a favor de la democracia.- Eso es el desorden, anarquía, el ateismo de los Estados Unidos…- Ya no me importa la política, Camila, si Dios te dio este amor, tu verdadero amor, Él lo bendice.- ¿Y el mal? No podemos negar que existe.- No, claro que existe, es el hambre, la corrupción, la ira. El mal es la falta de amor.- ¿Aja?- El amor, cuando es puro, es el amor de Dios.- Pero no estamos casados...- Cuando hay amor, Camila, verdadero amor, es el amor de Dios...- Te he llevado siempre adentro, en el alma, en el corazón. Me cuesta decir esto y a la vez me da tanto miedo... Tengo un nudo en el estomago, no sé si de emoción, o de miedo...- Yo tengo nudos en todos lados, de emoción, de encanto, de amor…- Tuve miedo que no regresaras de la guerra, no me has contado, ¿estuviste en peligro?- Una vez, cuando supe de tu boda acepté una misión peligrosa para rescatar al Rey, en Bayona, sólo yo hablaba francés sin acento. - ¡Qué idiota!, no te lo hubiera perdonado…- No fue bien planeado, pasó y creo que tu imagen me rescató del peligro, corrí más que los demás y como hablaba francés, me escondieron.-¿En Francia?- Entre Bayona y San Fermín, el mismo Rey nos delató, no vio viable el plan o tuvo miedo, es un cobarde. Cuando huía sólo miraba tu imagen, el primer beso... tu cariño…- Y yo aquí, soñando con vos; he soñado con vos, no es pecado soñar, ¿verdad? No hay voluntad…- El amor nunca es pecado.- Me despertaba agitada, caliente, ya sabés adonde...- Te siento igual que antes, Camila, como si nunca nos hubiéramos separado, como si nunca me hubiera ido...- Pero no sólo dormida, Mariano, no sólo dormida he soñado con vos, te he imaginado a mi lado, he sentido tus besos, hasta los que no me llegaste a dar y me he dejado amar...- ¡Qué linda, Camila!- Y cuando mi marido me toca, que Dios me perdone, he imaginado que estoy con vos... Fue un error, Mariano, estaba sola, conocí este hombre que pasó por Corinto, en tres meses nos casamos, no sé ni cuando le di el sí...- No tiene importancia.- No me casé enamorada…- Mi pobre Camila… y yo amándote desde España…- Imaginate como fue para mí, todos los domingo me encontraba con tu hermana en misa, le preguntaba por vos.- Ella siempre te quiso como una hermana.- Me informaba de todo, desde que supieron de vos, todo…- Camila, recuerdo todo lo que hemos hecho juntos, todo...- Yo también recuerdo cada cosa...- La última vez que nos vimos, lo que me ofreciste…- Claro. Vos por respetarme, ¿no?- Ya sabía que me iba a la península, no podía decirte, ni quería dejarte así... ¡Qué tonto que fui!- Tonto no, noble.- Tonto.- Puro, bello, enamorado.- Y vos casada, ¡sin amor!, tantas veces me he arrepentido, al menos debí explicarte …- ¿Por que no me propusiste?- Creí que estaba claro, es decir, que desde que regresara...- Ni siquiera me dijiste que te ibas.- No, si ahora está todo claro.- La vida nos jugó sucio.- Fue culpa mía, Camila. Debí encontrar la manera de decirte, además, debí aceptar tu oferta...- ¡Hubiera sido una despedida!- Y vos, al dejarme de ver, me hubieras odiado…- Quedé confundida. ¡Nadie sabía donde estabas!, nunca regresabas…, pensé que ya no me querías, pero siempre sentí que me respetabas, te adoré más...- Fue duro, no despedirme... ¡No tenés idea!- No, es mas duro que te abandonen y después de ofrecerme, no sabía ni que pensar...- Al menos estabas con los tuyos, para mí todo era nuevo, peligro, ¡y la responsabilidad!- Al menos vos estabas en un lugar nuevo, aquí todo me hablaba de vos.
- Nos miraban de menos en el congreso, vos sabés, aunque éramos españoles, no éramos peninsulares... - Si al menos hubiera tenido tus notas, algo tuyo... Me obligaron a quemarlas.- ¿Celos?- Tal vez sabiduría.- ¡Cómo!- Todo el tiempo decía que no te he olvidado, bueno, hasta el final, el presentía.- ¿Dónde cree que estás?...- No dije, pero sabe... Tiene que saber.- Te quiero Camila, te quiero.- Te amo… Con todo el amor de Dios, te adoro.Mariano se acercó a Camila un poco más, mirándola de frente, cara a cara, como hacían antes, a pocos centímetros de distancia, casi besándola, pero más bien dejando que la energía fluyera a través de la mirada y en el aliento que a esa distancia de ella respiraba… Camila sintió su aliento, ese aliento que por tanto tiempo quiso respirar, sintió que desfallecía en delicia, pero tuvo temor…- ¿Porque te fuiste a la península?- Por España, pero eso ya pasó…- Pudieron ir otros- Sí- ¿Entonces?- Eran tiempos difíciles, estábamos ocupados por el ejercito invasor, no se sabía donde radicaba la autoridad, el Rey apoyaba la ocupación, el pueblo la rechazaba en el nombre del Rey, se hablaba de representación y de lealtad al rey, todo era confuso, todo estaba en juego, se requería gente con ideas claras, por eso, sí, por las ideas.- ¿Y por eso me perdiste? Eras mi vida y ni siquiera me propusiste...- Me arrepiento Camila. No tenés idea la cantidad de veces que me he arrepentido. La cantidad de veces que soñé que la vida me daba otra oportunidad. En el sueño estábamos vos, el yo de entonces y el yo de hoy y se repetía todo, igual, mientras el yo de hoy miraba con tristeza, con tanto pesar que volvía el sueño a comenzar, otra vez a ese momento cuando todavía podía quedarme... Y siempre volvía a irme, mientras el yo de ahora miraba con claridad el error que estaba cometiendo, sin podérselo comunicar, hasta que al final lograba comunicarle al yo de antes del grave error que significaba dejarte y entonces me quedaba… Sabés, no creo que nunca en mi vida haya tenido una sensación más completa de deleite, de encanto, de euforia, como la sensación de cuando lograba regresar el tiempo atrás y me quedaba…
- ¿Camila, desde cuándo sabés que me querés así?- No sé, no quiero averiguar, me da miedo saber.- ¿Antes de separarte?- No quiero saber…- ¿Antes de casarte?- Creo.- Desde que vinieron de España.- Me parece, no sé. Siempre me gustaste, me atraías, me inquietabas, un no sé qué desde que te vi por primera vez a los doce años. ¿Eso es querer?- Te quiero Camila.- Contestame, ¿eso es querer?- Depende.- ¿De qué? - De si me das un beso.- No te burlés de mí, contestame.- Y ahora sos vos la intelectual, todo lo querés poner en palabras, ¿cómo es que me decís? filósofo…- Sí, para entenderte mejor, quiero entender como sentís y como pensás. Quiero pensarlo todo, como vos lo pensás, quiero vivir las cosas de todos tus ángulos, como vos las vivís. ¿Cómo es que vos me decís? Quiero abrazarte con el pensamiento…- Eso es amor.- Te amo.- ¿Con toda tu fuerza?- Con toda mi fuerza y más, con todo lo que soy...- Qué linda!- Así es como te quiero.- ¿Vas a ser mía? Tu promesa, ¿te acordás?- Ya soy.- Contestame.- Te quiero.- No sé que entender.- Te quiero.- ¿Más que a España?- Más.- Te creo.- Te quiero.- ¡Qué linda como siento tu mirada!Camila sentía su sangre hirviendo, mientras la invadía una sensación de humedad y una punzada entre las piernas … una necesidad más fuerte que ella de entregarse… no podía razonar con claridad, ni siquiera estaba segura de estar pisando el suelo… de estar en un lugar determinado, sentía difundirse, esparcirse en el espacio, o no estar en el espacio; le costaba mantener la conversación, mientras sentía hacerse uno con Mariano… Pero tenía miedo, miedo por Mariano, miedo de romper la moral que con tanto sacrificio había mantenido…- Mariano, tenés que irte ya, por favor, no tomés riesgos, no me importa no verte más, pero no quiero que te maten. Andate, por favor, ya pasó la hora, andate que si te ahorcan sólo habrá dolor en mi camino, apiadate de mí, por favor, andate ya.- Ya no me pueden ahorcar.- No bromées con eso, todo lo que vos querrás, Mariano, ¡todo!… pero que no te maten.- Son uno o dos segundos en el aire, revivís tu vida, eso es todo...- No hablés de eso, por favor…- Sólo dejame decirte, Camila, que en ese instante, cuando caés al vacío, mientras recorrés tu vida, en ese instante, sólo estás vos... tu mirada, tu aliento, el roce de tu mano, esa imagen de amor incondicional, vos… en ese momento cúlmine, te entra una paz… y entonces todo lo dejás ir... tus ideales, el futuro que no tuviste, el dolor de no haber vivido más, todo, y sólo te queda espacio para una imagen, y esa imagen sos vos que sos eterna y regresas a la inmensidad...- Te quiero, poeta, te quiero.Camila posó sus labios carnosos tiernamente sobre los labios de Mariano, tiernamente y a duras penas encima… sus labios humedecidos con ese sabor salado de la hora del dolor, con ese sabor dulce de la hora del placer, y Mariano pensó que después de haber tomado de sus labios húmedos, cualquier cosa podía ahora enfrentar. Ya nada importaba, estaba en paz...- Andate, poeta, mi amor, amor de mi vida, mi amor, andate, no puedo ser tan egoísta en retenerte, no te arriesgués, te doy permiso de irte a los Estados Unidos, con esos liberales alejados de la Iglesia, pero que no te maten.- Camila, mis contactos me dicen que tengo al menos siete horas, hasta las cinco de la mañana antes que los peninsulares crucen estos campos, estamos protegidos por los coloniales, ¿sabías?- Está bien, quedate, pero una hora nada más, sólo una hora, o dos, quedate aquí conmigo, en este amor de Dios y después te vas y hacés lo que tengás que hacer para escaparte, que yo ahora voy a hacer lo que tengo que hacer. Sí, mi amor, síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, lo que debí haber hecho desde siempre…- Toda mi vida esperé este momento…- Sí, Camila, y ahora que sólo vos importás, decime, ¿cómo sos en el amor?- Mariano, otra vez de intelectual.- No, Camila, esto no tiene nada de intelectual, es cuestión de quererte de todas las formas y maneras, por completo y eso incluye la conciencia de tu goce... tus ideas, tus palabras, tus pensamiento. Camila, yo también quiero abrazarte con mi pensamiento, quiero entrar en ideas adentro de vos, quiero fundirme en tu cuerpo, en tu mente y en tu alma; y quiero marcarte, como los animales salvajes; quiero marcarte con mi forma de amar… completo: místico, intelectual y sensual, todos en su totalidad y todos a la vez… Cuando me haya ido, quiero dejarte mi presencia y quedarme con vos...- Pero no tenés que preguntarme esas cosas tan embarazosas.- Bueno, dejame que te lo pregunte de otra forma, ¿qué es lo que más te gusta en la vida?- Me estás abochornando.
- Y a mí, Camila, me estás dando toda la felicidad, porque ya lo dijiste, lo que te parece indecible, ya me lo dijiste... ahora decirlo en palabras, vamos, que quiero oírlo de tu aliento...- ¿Qué querés oír?- ¿Qué es lo que más te gusta en la vida?- ¿A mí? vos.- Sos más inteligente que yo, Camila, me desarmaste, y además, te tengo que decir, que a mí también, Camila, vos. Tenés razón, Camila, sos vos.- Sí, sos vos.- ¿Y que te gusta de mí?- No Mariano, vos sos el intelectual, te toca a vos, ¿qué te gusta de mí?- Todo, Camila, todo.- Bueno, vas a tener que ser más específico, ¿cómo es que vos decís? Más sabroso, vamos poeta, decímelo al oído, mojame más.- Me dejás sin palabras… me derrito en encanto…- Vamos poeta, decime.- El idioma no tiene las palabras para expresar todo lo que me gusta de vos.- Sí que las tiene, el español es un idioma poético, vos siempre lo dijiste.- Vení y te lo digo en besos...- Primero decime y después me besas adonde esté más húmeda…- ¡Que reto!- Vamos, que quiero sentir tus labios…- Si pudiera decirlo no sería tan misterioso, ¿no crees?- Vos podés decir más que eso, por eso sos mi poeta, ¿no crees?- Eso, eso es lo que me encanta de vos.- ¿Qué?- Eso, tu cabeza dura, eso, que nunca te rendís.- Podés excitarme más, mucho más… Tratá.- Lo que más, más me gusta de vos es que sos especial, única, que amás la vida, que gozás, que sos atrevida, que sos segura de vos misma, que te admiro, que me excitás, que me mirás a los ojos, así, directa, con seguridad, que me querés, eso, todo, y, sí, que sos apasionada…- Eso lo tendrías que averiguar.- Siempre lo he sabido...- De toda forma, eso es muy amplio, pensá, ¿qué es lo que más te gusta de mí?- Sabés, es algo místico, inefable, es sentirte incondicional, es sentirte completa, entregada, ¡toda!… como sólo vos me podés amar… es cierta llave que algún día te di, cuando eras todo, y todo lo encontraba en vos… Es sentir que sos todo en mi vida, que soy tuyo… que cuando te veo me derrito en esta presencia que me hace flotar… Es saber que sos el amor de mi vida, mi todo y que al mismo tiempo con vos tengo todo…- Me dejás sin palabras… Entre tus besos y tus palabras me tenés húmeda, empapada, casi desde que llegué, me tenés excitada, necesito sentirte; necesito tenerte y saberte adentro de mí… Ver tu cara de amor cuando te hacés placer…- Te quiero.- Y vos, poeta, ¿cómo sos en el amor?- Camila, el amor, como la poesía cuando la recito, me transforman, me arrebatan, y creo que el cuerpo existe mayormente para amar, ¿y vos?- Tu mujer, poeta, es apasionada, vehemente, aunque le da miedo ser así.- Así lo sentía, Camila, aunque no lo supiera, lo sabía. Toda tu vibración, todo tu encanto, siempre me hablaron de una diosa, de un sueño, de algo inmortal...- No, poeta, esa vibración no la sentís porque yo sea especial, aunque lo soy, sino porque nunca pude esconder lo que sentía cuando estaba cerca de vos. Cuando te miraba, Mariano, me impactabas, tu sola presencia despertaba todo tipo de sensaciones; aun cuando vos no me habías visto, el sentirte cerca me inquieta, por todos lados, ¿entendés?, por todos lados…- Sí, lo sabía, algo así como una realidad en medio de otra realidad, yo te sentía mojada en medio de la gente... Como un sueño en medio de la realidad, yo te sentía soñar en medio de lo material...- Y yo con miedo que se me notara...- Siempre lo supe, o lo noté, ya no sé…- Sabés, me gusta estar en control, pero con vos, me pareció que no tendría control. Tenía miedo de mis propias reacciones. Además, esta lo otro, que me hace sentir culpable de quererte, pues quise desde siempre... y me odiaba por eso.- Sí, sabía, lo podía leer, lo presentía…-Pero ahora soy tuya. Como me hubiera gustado establecer esta relación abierta y sincera desde antes con vos… Mariano, ¡como me hubiera gustado!- Celebremos lo que tenemos, Camila, que es mucho y la verdad, me parece todo…Mariano se quedó con Camila, quien ya había perdido el temor por seis horas más, hasta las cuatro de la mañana cuando se despidió de Camila para irse con un grupo de criollos que lo estaban esperando. Se montó en su caballo y antes que saliera la luz del sol salió en dirección a la playa de Corinto, donde le había dicho a Camila que lo esperaba una embarcación. Todo estaba arreglado y Camila se despidió de Mariano sonriendo mientras lloraba.Mientras esperaba que se hiciera de día Camila organizó algunas cartas que Mariano había dejado para su familia, había una para su madre, otra para su padre y una carta para ella donde se excusaba por no haber podido envejecer a su lado...A eso de las cinco y treinta de la mañana llegó el gobernador del departamento de Nicaragua, el peninsular Don Samuel, padre de Camila.- Camila, te hemos buscado por todos lados, .- Se fue Papá, huyó.- Ojalá así fuera, Camila, lo atrapamos ayer en Corinto como a las tres.- No puede ser, si...- Que Dios me perdone, Camila, tampoco sabía...- ¿Donde está?- Lo siento…- ¿Cuándo?- Ayer, un poco antes de ponerse el sol.
Mariano Puño Rivarola

sábado, 4 de febrero de 2006

Final del juego

Con Leticia y Holanda íbamos a jugar a las vías del Central Argentino los días de calor, esperando que mamá y tía Ruth empezaran su siesta para escaparnos por la puerta blanca. Mamá y tía Ruth estaban siempre cansadas después de lavar la loza, sobre todo cuando Holanda y yo secábamos los platos porque entonces había discusiones, cucharitas por el suelo, frases que sólo nosotras entendíamos, y en general un ambiente en donde el olor a grasa, los maullidos de José y la oscuridad de la cocina acababan en una violentísima pelea y el consiguiente desparramo. Holanda se especializaba en armar esta clase de líos, por ejemplo dejando caer un vaso ya lavado en el tacho del agua sucia, o recordando como al pasar que en la casa de las de Loza había dos sirvientas para todo servicio. Yo usaba otros sistemas, prefería insinuarle a tía Ruth que se le iban a paspar las manos si seguía fregando cacerolas en vez de dedicarse a las copas o los platos, que era precisamente lo que le gustaba lavar a mamá , con lo cual las enfrentaba sordamente en una lucha de ventajeo por la cosa fácil. El recurso heroico, si los consejos y las largas recordaciones familiares empezaban a saturarnos, era volcar agua hirviendo en el lomo del gato. Es una gran mentira eso del gato escaldado, salvo que haya que tomar al pie de la letra la referencia al agua fría; porque de la caliente José no se alejaba nunca, y hasta parecía ofrecerse, pobre animalito, a que le volcáramos media taza de agua a cien grados o poco menos, bastante menos probablemente porque nunca se le caía el pelo. La cosa es que ardía Troya, y en la confusión coronada por el espléndido si bemol de tía Ruth y la carrera de mamá en busca del bastón de los castigos, Holanda y yo nos perdíamos en la galería cubierta, hacia las piezas vacías del fondo donde Leticia nos esperaba leyendo a Ponson du Terrail, lectura inexplicable.
Por lo regular mamá nos perseguía un buen trecho, pero las ganas de rompernos la cabeza se le pasaban con gran rapidez y al final (habíamos trancado la puerta y le pedíamos perdón con emocionantes partes teatrales) se cansaba y se iba, repitiendo la misma frase: -Acabarán en la calle, estas mal nacidas.
Donde acabábamos era en las vías del Central Argentino, cuando la casa quedaba en silencio y veíamos al gato tenderse bajo el limonero para hacer él también su siesta perfumada y zumbante de avispas. Abríamos despacio la puerta blanca, y al cerrarla otra vez era como un viento, una libertad que nos tomaba de las manos, de todo el cuerpo y nos lanzaba hacia adelante. Entonces corríamos buscando impulso para trepar de un envión al breve talud del ferrocarril, encaramadas sobre el mundo contemplábamos silenciosas nuestro reino.
Nuestro reino era así: una gran curva de las vías acababa su comba justo frente a los fondos de nuestra casa. No había más que el balasto, los durmientes y la doble vía; pasto ralo y estúpido entre los pedazos de adoquín donde la mica, el cuarzo y el feldespato que son los componentes del granito brillaban como diamantes legítimos contra el sol de las dos de la tarde. Cuando nos agachábamos a tocar las vías (sin perder tiempo porque hubiera sido peligroso quedarse mucho ahí, no tanto por los trenes como por los de casa si nos llegaban a ver) nos subía a la cara el fuego de las piedras, y al pararnos contra el viento del río era un calor mojado pegándose a las mejillas y las orejas. Nos gustaba flexionar las piernas y bajar, subir, bajar otra vez, entrando en una y otra zona de calor, estudiándonos las caras para apreciar la transpiración, con lo cual al rato éramos una sopa. Y siempre calladas, mirando al fondo de las vías, o el río al otro lado, el pedacito de río color café con leche.
Después de esta primera inspección del reino bajábamos el talud y nos metíamos en la mala sombra de los sauces pegados a la tapia de nuestra casa, donde se abría la puerta blanca. Ahí estaba la capital del reino, la ciudad silvestre y la central de nuestro juego. La primera en iniciar el juego era Leticia, la más feliz de las tres y la más privilegiada. Leticia no tenía que secar los platos ni hacer las camas, podía pasarse el día leyendo o pegando figuritas, y de noche la dejaban quedarse hasta más tarde si lo pedía, aparte de la pieza solamente para ella, el caldo de hueso y toda clase de ventajas. Poco a poco se había ido aprovechando de los privilegios, y desde el verano anterior dirigía el juego, yo creo que en realidad dirigía el reino; por lo menos se adelantaba a decir las cosas y Holanda y yo aceptábamos sin protestar, casi contentas. Es probable que las largas conferencias de mamá sobre cómo debíamos portarnos con Leticia hubieran hecho su efecto, o simplemente que la queríamos bastante y no nos molestaba que fuese la jefa. Lástima que no tenía aspecto para jefa, era la más baja de las tres, y tan flaca. Holanda era flaca, y yo nunca pesé más de cincuenta kilos, pero Leticia era la más flaca de las tres, y para peor una de esas flacuras que se ven de fuera, en el pescuezo y las orejas. Tal vez el endurecimiento de la espalda la hacía parecer más flaca, como casi no podía mover la cabeza a los lados daba la impresión de una tabla de planchar parada, de esas forradas de género blanco como había en la casa de las de Loza. Una tabla de planchar con la parte más ancha para arriba, parada contra la pared. Y nos dirigía.
La satisfacción más profunda era imaginarme que mamá o tía Ruth se enteraran un día del juego. Si llegaban a enterarse del juego se iba a armar una meresunda increíble. El si bemol y los desmayos, las inmensas protestas de devoción y sacrificio malamente recompensados, el amontonamiento de invocaciones a los castigos más célebres, para rematar con el anuncio de nuestros destinos, que consistían en que las tres terminaríamos en la calle. Esto último siempre nos había dejado perplejas, porque terminar en la calle nos parecía bastante normal.
Primero Leticia nos sorteaba. Usábamos piedritas escondidas en la mano, contar hasta veintiuno, cualquier sistema. Si usábamos el de contar hasta veintiuno, imaginábamos dos o tres chicas más y las incluíamos en la cuenta para evitar trampas. Si una de ellas salía veintiuna, la sacábamos del grupo y sorteábamos de nuevo, hasta que nos tocaba a una de nosotras. Entonces Holanda y yo levantábamos la piedra y abríamos la caja de los ornamentos. Suponiendo que Holanda hubiese ganado, Leticia y yo escogíamos los ornamentos. El juego marcaba dos formas: estatuas y actitudes. Las actitudes no requerían ornamentos pero sí mucha expresividad, para la envidia mostrar los dientes, crispar las manos y arreglárselas de modo de tener un aire amarillo. Para la caridad el ideal era un rostro angélico, con los ojos vueltos al cielo, mientras las manos ofrecían algo -un trapo, una pelota, una rama de sauce- a un pobre huerfanito invisible. La vergüenza y el miedo eran fáciles de hacer; el rencor y los celos exigían estudios más detenidos. Los ornamentos se destinaban casi todos a las estatuas, donde reinaba una libertad absoluta. Para que una estatua resultara, había que pensar bien cada detalle de la indumentaria. El juego marcaba que la elegida no podía tomar parte en la selección; las dos restantes debatían el asunto y aplicaban luego los ornamentos. La elegida debía inventar su estatua aprovechando lo que le habían puesto, y el juego era así mucho m s complicado y excitante porque a veces había alianzas contra, y la víctima se veía ataviada con ornamentos que no le iban para nada; de su viveza dependía entonces que inventara una buena estatua. Por lo general cuando el juego marcaba actitudes la elegida salía bien parada pero hubo veces en que las estatuas fueron fracasos horribles.
Lo que cuento empezó vaya a saber cuándo, pero las cosas cambiaron el día en que el primer papelito cayó del tren. Por supuesto que las actitudes y las estatuas no eran para nosotras mismas, porque nos hubiéramos cansado en seguida. El juego marcaba que la elegida debía colocarse al pie del talud, saliendo de la sombra de los sauces, y esperar el tren de las dos y ocho que venía del Tigre. A esa altura de Palermo los trenes pasan bastante rápido, y no nos daba vergüenza hacer la estatua o la actitud. Casi no veíamos a la gente de las ventanillas, pero con el tiempo llegamos a tener práctica y sabíamos que algunos pasajeros esperaban vernos. Un señor de pelo blanco y anteojos de carey sacaba la cabeza por la ventanilla y saludaba a la estatua o la actitud con el pañuelo. Los chicos que volvían del colegio sentados en los estribos gritaban cosas al pasar, pero algunos se quedaban serios mirándonos. En realidad la estatua o la actitud no veía nada, por el esfuerzo de mantenerse inmóvil, pero las otras dos bajo los sauces analizaban con gran detalle el buen éxito o la indiferencia producidos. Fue un martes cuando cayó el papelito, al pasar el segundo coche. Cayó muy cerca de Holanda, que ese día era la maledicencia, y reboto hasta mí. era un papelito muy doblado y sujeto a una tuerca. Con letra de varón y bastante mala, decía: "Muy lindas estatuas. Viajo en la tercera ventanilla del segundo coche, Ariel B." Nos pareció un poco seco, con todo ese trabajo de atarle la tuerca y tirarlo, pero nos encantó. Sorteamos para saber quién se lo quedaría, y me lo gané.. Al otro día ninguna quería jugar para poder ver cómo era Ariel B., pero temimos que interpretara mal nuestra interrupción, de manera que sorteamos y ganó Leticia. Nos alegramos mucho con Holanda porque Leticia era muy buena como estatua, pobre criatura. La parálisis no se notaba estando quieta, y ella era capaz de gestos de una enorme nobleza. Como actitudes elegía siempre la generosidad, el sacrificio y el renunciamiento. Como estatuas buscaba el estilo de Venus de la sala que tía Ruth llamaba la Venus del Nilo. Por eso le elegimos ornamentos especiales para que Ariel se llevara una buena impresión. Le pusimos un pedazo de terciopelo verde a manera de túnica, y una corona de sauce en el pelo. Como andábamos de manga corta, el efecto griego era grande. Leticia se ensayó un rato a la sombra, y decidimos que nosotras nos asomaríamos también y saludaríamos a Ariel con discreción pero muy amables. Leticia estuvo magnífica, no se le movía ni un dedo cuando llegó el tren Como no podía girar la cabeza la echaba para atrás, juntando los brazos al cuerpo casi como si le faltaran; aparte el verde de la túnica, era como mirar la Venus del Nilo. En la tercera ventanilla vimos a un muchacho de rulos rubios y ojos claros que nos hizo una gran sonrisa al descubrir que Holanda y yo lo saludábamos. El tren se lo llevó en un segundo, pero eran las cuatro y media y todavía discutíamos si vestía de oscuro, si llevaba corbata roja y si era odioso o simpático. El jueves yo hice la actitud del desaliento, y recibimos otro papelito que decía: "Las tres me gustan mucho. Ariel." Ahora él sacaba la cabeza y un brazo por la ventanilla y nos saludaba riendo. Le calculamos dieciocho años (seguras que no tenía más de dieciséis) y convinimos en que volvía diariamente de algún colegio inglés. Lo más seguro de todo era el colegio inglés, no aceptábamos un incorporado cualquiera. Se vería que Ariel era muy bien. Pasó que Holanda tuvo la suerte increíble de ganar tres días seguidos. Superándose, hizo las actitudes del desengaño y el latrocinio, y una estatua dificilísima de bailarina, sosteniéndose en un pie desde que el tren entró en la curva. Al otro día gané yo, y después de nuevo; cuando estaba haciendo la actitud del horror, recibí casi en la nariz un papelito de Ariel que al principio no entendimos: "La más linda es la más haragana." Leticia fue la última en darse cuenta, la vimos que se ponía colorada y se iba a un lado, y Holanda y yo nos miramos con un poco de rabia. Lo primero que se nos ocurrió sentenciar fue que Ariel era un idiota, pero no podíamos decirle eso a Leticia, pobre ángel, con su sensibilidad y la cruz que llevaba encima. Ella no dijo nada, pero pareció entender que el papelito era suyo y se lo guardó. Ese día volvimos bastante calladas a casa, y por la noche no jugamos juntas. En la mesa Leticia estuvo muy alegre, le brillaban los ojos, y mamá miró una o dos veces a tía Ruth como poniéndola de testigo de su propia alegría. En aquellos días estaban ensayando un nuevo tratamiento fortificante para Leticia, y por lo visto era una maravilla lo bien que le sentaba.
Antes de dormirnos, Holanda y yo hablamos del asunto. No nos molestaba el papelito de Ariel, desde un tren andando las cosas se ven como se ven, pero nos parecía que Leticia se estaba aprovechando demasiado de su ventaja sobre nosotras. Sabía que no le íbamos a decir nada, y que en una casa donde hay alguien con algún defecto físico y mucho orgullo, todos juegan a ignorarlo empezando por el enfermo, o más bien se hacen los que no saben que el otro sabe. Pero tampoco había que exagerar y la forma en que Leticia se había portado en la mesa, o su manera de guardarse el papelito, era demasiado. Esa noche yo volví a soñar mis pesadillas con trenes, anduve de madrugada por enormes playas ferroviarias cubiertas de vías llenas de empalmes, viendo a distancia las luces rojas de locomotoras que venían, calculando con angustia si el tren pasaría a mi izquierda, y a la vez amenazada por la posible llegada de un rápido a mi espalda o -lo que era peor- que a último momento Uno de los trenes tomara uno de los desvíos y se me viniera encima. Pero de mañana me olvidé porque Leticia amaneció muy dolorida y tuvimos que ayudarla a vestirse. Nos pareció que estaba un poco arrepentida de lo de ayer y fuimos muy buenas con ella, diciéndole que esto le pasaba por andar demasiado, y que tal vez lo mejor sería que se quedara leyendo en su cuarto. Ella no dijo nada pero vino a almorzar a la mesa, y a las preguntas de mamá contestó que ya estaba muy bien y que casi no le dolía la espalda. Se lo decía y nos miraba.
Esa tarde gané yo, pero en ese momento me vino un no sé qué y le dije a Leticia que le dejaba mi lugar, claro que sin darle a entender por qué. Ya que el otro la prefería, que la mirara hasta cansarse. Como el juego marcaba estatua, le elegimos cosas sencillas para no complicarle la vida, y ella inventó una especie de princesa china, con aire vergonzoso, mirando al suelo y juntando las manos como hacen las princesas chinas. Cuando pasó el tren, Holanda se puso de espaldas bajo los sauces pero yo miré y vi que Ariel no tenía ojos más que para Leticia. La siguió mirando hasta que el tren se perdió en la curva, y Leticia estaba inmóvil y o sabía que él acababa de mirarla así. Pero cuando vino a descansar bajo los sauces vimos que sí sabía, y que le hubiera gustado seguir con los ornamentos toda la tarde, toda la noche.
El miércoles sorteamos entre Holanda y yo porque Leticia nos dijo que era justo que ella se saliera. Ganó Holanda con su suerte maldita, pero la carta de Ariel cayó de mi lado. Cuando la levanté tuve el impulso de dársela a Leticia que no decía nada, pero pensé que tampoco era cosa de complacerle todos los gustos, y la abrí despacio. Ariel anunciaba que al otro día iba a bajarse en la estación vecina y que vendría por el terraplén para charlar un rato. Todo estaba terriblemente escrito, pero la frase final era hermosa: "Saludo a las tres estatuas muy atentamente. " La firma parecía un garabato aunque se notaba la personalidad.
Mientras le quitábamos los ornamentos a Holanda, Leticia me miró una o dos veces. Yo les había leído el mensaje y nadie hizo comentarios, lo que resultaba molesto porque al fin y al cabo Ariel iba a venir y había que pensar en esa novedad y decidir algo. Si en casa se enteraban, o por desgracia a alguna de las de Loza le daba por espiarnos, con lo envidiosas que eran esas enanas, seguro que se iba a armar la meresunda. Además que era muy raro quedarnos calladas con una cosa así, sin mirarnos casi mientras guardábamos los ornamentos y volvíamos por la puerta blanca.
Tía Ruth nos pidió a Holanda y a mí que bañáramos a José, se llevó a Leticia para hacerle el tratamiento, y por fin pudimos desahogarnos tranquilas. Nos parecía maravilloso que viniera Ariel, nunca habíamos tenido un amigo así, a nuestro primo Tito no lo contábamos, un tilingo que juntaba figuritas y creía en la primera comunión. Estábamos nerviosísimas con la expectativa y José pagó el pato, pobre ángel. Holanda fue más valiente y sacó el tema de Leticia. Yo no sabía que pensar, de un lado me parecía horrible que Ariel se enterara, pero también era justo que las cosas se aclararan porque nadie tiene por qué‚ perjudicarse a causa de otro. Lo que yo hubiera querido es que Leticia no sufriera, bastante cruz tenía encima y ahora con el nuevo tratamiento y tantas cosas.
A la noche mamá se extrañó de vernos tan calladas y dijo qué milagro, si nos habían comido la lengua los ratones, después miró a tía Ruth y las dos pensaron seguro que habíamos hecho alguna gorda y que nos remordía la conciencia. Leticia comió muy poco y dijo que estaba dolorida, que la dejaran ir a su cuarto a leer Rocambole. Holanda le dio el brazo aunque ella no quería mucho, y yo me puse a tejer, que es una cosa que me viene cuando estoy nerviosa. Dos veces pensé‚ ir al cuarto de Leticia, no me explicaba qué hacían esas dos ahí solas, pero Holanda volvió con aire de gran importancia y se quedó a mi lado sin hablar hasta que mamá y tía Ruth levantaron la mesa. "Ella no va a ir mañana. Escribió una carta y dijo que si él pregunta mucho, se la demos." Entornando el bolsillo de la blusa me hizo ver un sobre violeta. Después nos llamaron para secar los platos, y esa noche nos dormimos casi en seguida por todas las emociones y el cansancio de bañar a José.
Al otro día me tocó a mi salir de compras al mercado y en toda la mañana no vi a Leticia que seguía en su cuarto. Antes que llamaran a la mesa entré un momento y la encontré al lado de la ventana, con muchas almohadas y el tomo noveno de Rocambole. Se veía que estaba mal, pero se puso a reír y me contó de una abeja que no encontraba la salida y de un sueño cómico que había tenido. Yo le dije que era una lástima que no fuera a venir a los sauces, pero me parecía tan difícil decírselo bien. "Si querés podemos explicarle a Ariel que estabas descompuesta", le propuse, pero ella decía que no y se quedaba callada. Yo insistí un poco en que viniera, y al final me animé y le dije que no tuviese miedo, poniéndole como ejemplo que el verdadero cariño no conoce barreras y otras ideas preciosas que habíamos aprendido en El Tesoro de la Juventud, pero era cada vez más difícil decirle nada porque ella miraba la ventana y parecía como si fuera a ponerse a llorar. Al final me fui diciendo que mamá me precisaba. El almuerzo duró días, y Holanda se ganó un sopapo de tía Ruth por salpicar el mantel con tuco. Ni me acuerdo de cómo secamos los platos, de repente Estábamos en los sauces y las dos nos abrazábamos llenas de felicidad y nada celosas una de otra. Holanda me explicó todo lo que teníamos que decir sobre nuestros estudios para que Ariel se llevara una buena impresión, porque los del secundario desprecian a las chicas que no han hecho más que la primaria y solamente estudian corte y repujado al aceite. Cuando pasó el tren de las dos y ocho Ariel sacó los brazos con entusiasmo, y con nuestros pañuelos estampados le hicimos señas de bienvenida. Unos veinte minutos después lo vimos llegar por el terraplén, y era más alto de lo que pensábamos y todo de gris.
Bien no me acuerdo de lo que hablamos al principio, él era bastante tímido a pesar de haber venido y los papelitos, y decía cosas muy pensadas. Casi en seguida nos elogió mucho las estatuas y las actitudes y preguntó cómo nos llamábamos y por qué faltaba la tercera. Holanda explicó que Leticia no había podido venir, y él dijo que era una lástima y que Leticia le parecía un nombre precioso. Después nos contó cosas del Industrial, que por desgracia no era un colegio inglés, y quiso saber si le mostraríamos los ornamentos. Holanda levantó la piedra y le hicimos ver las cosas. A él parecían interesarle mucho, y varias veces tomó alguno de los ornamentos y dijo: "Éste lo llevaba Leticia un día", o: "Éste fue para la estatua oriental", con lo que quería decir la princesa china. Nos sentamos a la sombra de un sauce y él estaba contento pero distraído, se veía que sólo se quedaba de bien educado. Holanda me miró dos o tres veces cuando la conversación decaía, y eso nos hizo mucho mal a las dos, nos dio deseos de irnos o que Ariel no hubiese venido nunca. El preguntó otra vez si Leticia estaba enferma, y Holanda me miró y yo creí que iba a decirle, pero en cambio contestó que Leticia no había podido venir. Con una ramita Ariel dibujaba cuerpos geométricos en la tierra, y de cuando en cuando miraba la puerta blanca y nosotras sabíamos lo que estaba pasando, por eso Holanda hizo bien en sacar el sobre violeta y alcanzárselo, y él se quedó sorprendido con el sobre en la mano, después se puso muy colorado mientras le explicábamos que eso se lo mandaba Leticia, y se guardó la carta en el bolsillo de adentro del saco sin querer leerla delante de nosotras. Casi en seguida dijo que había tenido un gran placer y que estaba encantado de haber venido, pero su mano era blanda y antipática de modo que fue mejor que la visita se acabara, aunque más tarde no hicimos más que pensar en sus ojos grises y en esa manera triste que tenía de sonreír. También nos acordamos de cómo se había despedido diciendo: "Hasta siempre", una forma que nunca habíamos oído en casa y que nos pareció tan divina y poética. Todo se lo contamos a Leticia que nos estaba esperando debajo del limonero del patio, y yo hubiese querido preguntarle qué decía su carta pero me dio no sé qué porque ella había cerrado el sobre antes de confiárselo a Holanda, así que no le dije nada y solamente le contamos cómo era Ariel y cuantas veces había preguntado por ella. Esto no era nada fácil de decírselo porque era una cosa linda y mala a la vez, nos dábamos cuenta que Leticia se sentía muy feliz y al mismo tiempo estaba casi llorando, hasta que nos fuimos diciendo que tía Ruth nos precisaba y la dejamos mirando las avispas del limonero.
Cuando íbamos a dormirnos esa noche, Holanda me dijo: "Vas a ver que mañana se acaba el juego." Pero se equivocaba aunque no por mucho, y al otro día Leticia nos hizo la seña convenida en el momento del postre. Nos fuimos a lavar la loza bastante asombradas y con un poco de rabia, porque eso era una desvergüenza de Leticia y no estaba bien. Ella nos esperaba en la puerta y casi nos morimos de miedo cuando al llegar a los sauces vimos que sacaba del bolsillo el collar de perlas de mamá y todos los anillos, hasta el grande con rubí de tía Ruth. Si las de Loza espiaban y nos veían con las alhajas, seguro que mamá iba a saberlo en seguida y que nos mataría, enanas asquerosas. Pero Leticia no estaba asustada y dijo que si algo sucedía ella era la única responsable. "Quisiera que me dejaran hoy a mí", agregó sin mirarnos. Nosotras sacamos en seguida los ornamentos, de golpe queríamos ser tan buenas con Leticia, darle todos los gustos y eso que en el fondo nos quedaba un poco de encono. Como el juego marcaba estatua, le elegimos cosas preciosas que iban bien con las alhajas, muchas plumas de pavorreal para sujetar el pelo, una piel que de lejos parecía un zorro plateado, y un velo rosa que ella se puso como un turbante. La vimos que pensaba, ensayando la estatua pero sin moverse, y cuando el tren apareció en la curva fue a ponerse al pie del talud con todas las alhajas que brillaban al sol. Levantó los brazos como si en vez de una estatua fuera a hacer una actitud, y con las manos señaló el cielo mientras echaba la cabeza hacia atrás (que era lo único que podía hacer, pobre) y doblaba el cuerpo hasta darnos miedo. Nos pareció maravillosa, la estatua más regia que había hecho nunca, y entonces vimos a Ariel que la miraba, salido de la ventanilla la miraba solamente a ella, girando la cabeza y mirándola sin vernos a nosotras hasta que el tren se lo llevó de golpe. No sé por qué las dos corrimos al mismo tiempo a sostener a Leticia que estaba con lo ojos cerrados y grandes l grimas por toda la cara. Nos rechazó sin enojo, pero la ayudamos a esconder las alhajas en el bolsillo, y se fue sola a casa mientras guardábamos por última vez los ornamentos en su caja. Casi sabíamos lo que iba a suceder, pero lo mismo al otro día fuimos las dos a los sauces, después que tía Ruth nos exigió silencio absoluto para no molestar a Leticia que estaba dolorida y quería dormir. Cuando llegó el tren vimos sin ninguna sorpresa la tercera ventanilla vacía, y mientras nos sonreíamos entre aliviadas y furiosas, imaginamos a Ariel viajando del otro lado del coche, quieto en su asiento, mirando hacia el río con sus ojos grises.
Julio Cortázar