martes, 18 de diciembre de 2007

Cuatro individuos

Había una vez cuatro individuos, TODO EL MUNDO, ALGUIEN, NADIE y

CUALQUIERA.

Había un trabajo importante para hacer, TODO EL MUNDO tenía que hacerlo, pero no se preocupaba porque estaba seguro de que ALGUIEN lo haría.

En realidad CUALQUIERA podía haberlo hecho pero finalmente NADIE lo hizo.

Cuando NADIE lo hizo, ALGUIEN se puso nervioso porque TODO EL MUNDO tenía el deber de hacerlo.

Al final de cuentas, TODO EL MUNDO le echó la culpa a ALGUIEN cuando NADIE hizo lo que CUALQUIERA podría haber hecho.

Autor desconocido

lunes, 17 de diciembre de 2007

Mi destino

Y todo parecía estar en silencio...

Los hombres se miraron. Sus ojos centelleantes, no atinaban a algo o a alguien en especial; solamente se movían sin parar, nerviosamente, como si todos estuviesen en el más profundo de los sueños.

Pero todos estaban ya desvelados.

Un temor extraño los embargó; algunos pensaron en escapar, otros, estaban muy acobardados siquiera como para moverse.

Uno de ellos parecía estar en calma, aunque sus manos temblaban sin parar, y sus pies se movían nerviosamente levantando un poco de polvo.

La luna parecía ser enorme; tal vez tenía mayor tamaño que de costumbre, como para alumbrar el lugar y el momento en que todo empezaría.

Escucharon algunos pasos que se acercaban, acompañado de un inconfundible sonido metálico.

El sólo hecho de asociar ése sonido con el destino que vendría, hizo que las rodillas de uno de los hombres se aflojaran; acto seguido, cayó pesadamente al suelo levantando una cortina de polvo.

—Vamos... levántate —dijo su compañero—, mientras lo tomaba del antebrazo y lo ayudaba a reincorporarse.

—No... no... —balbuceó el muchacho mientras trataba de reincorporarse.

—¿Qué sucede... que te sucede? —preguntó el hombre más viejo.

—No... no... quiero estar aquí —dijo susurrando el muchacho.

—Yo tampoco quiero estar aquí —replicó enseguida su compañero—. Tengo miedo... mucho miedo —el viejo suspiró entrecortadamente, hasta parecía que los latidos de su corazón se hubiesen trasladado a sus labios.

—Tengo miedo, tengo mucho miedo —repitió—. No solamente por el hecho de no saber lo que le sucederá a él; sino, que tengo miedo también porque no sé que nos sucederá a nosotros.

—No quiero morir... por favor, no quiero morir —dijo acongojado el más joven—.

—Lo sé... lo sé —respondió su compañero. Lo miró de reojo con cierta impaciencia, y guardó silencio.

Uno de los hombres caminó dos pasos hacia el hombre que se mantenía inmóvil cerca de una enorme roca.

—¿Qué hacemos ahora? —le preguntó—.

El hombre que parecía estar siendo carcomido por un inmenso nerviosismo, lo miró y le dijo—: Ahora... ahora es cuando todas las decisiones que tomamos en nuestra vida, se hacen realidad. Ahora es cuando nos hacemos cargo de nuestras elecciones y nos replanteamos una y otra vez, si hemos tomado la decisión acertada. Ahora, es cuando dejamos todo nuestro tiempo, nuestros sueños, nuestro llanto, nuestro camino, y nuestro corazón por nuestros ideales, y por nuestros valores.

Ahora amigo mío... es cuando te darás cuenta que tus pasos van marcando una señal a cada movimiento, y esos pasos van formando un camino, ése camino va formando una vida, y esa vida un destino. Y ten cuenta, que nada de lo que hagas hoy será olvidado, porque aunque tengas miedo al igual que yo lo tengo, has de caminar siempre con el sentimiento de haber escogido lo mejor a cada momento...

Un búho que estaba sobre una rama, sobrevoló la cabeza de los hombres, escapando del sofocante humo y del sonoro ruido que producían los pasos y el choque de metales.

—¿Acaso no tienes miedo? —le preguntó nuevamente el hombre.

El que hasta ése momento estaba de pie, se acuclilló lentamente, exhaló un poco de aire, y se irguió nuevamente.

—Tengo mucho miedo... mucho —respondió con la voz entrecortada por el inminente desenlace—. Más de lo que puedes imaginar —continuó diciendo—, pero mi miedo no es el miedo de ustedes —miró a cada uno de los hombres girando lentamente—, porque cada uno de ustedes lleva en sí su propio miedo interno, y cada uno de ustedes en éste mismo momento aún estando juntos, uno al lado del otro, siente individualmente su temor. Y aunque juntos, el temor ha abrigado su alma, y aunque separados, el temor acariciará su corazón de la misma manera. Y no crean que mi corazón es ajeno a sus temores, porque aún cuando mis palabras que hoy escuchan pueden hablar del miedo, el temor en sí que habita en éste momento en mi alma, no podrá ser vivido por ninguno de ustedes jamás.

—¡No es necesario que hagas esto... no hoy! —exclamó el hombre más viejo, soltando al muchacho—. Y se acercó caminando lentamente a su amigo; y se acercó caminando, como si estuviese herido de muerte.

—¡No hoy! —susurró una vez más lastimosamente—.

Pronto se dejó ver una muchedumbre que se acercaba amenazadoramente.

Algunos pájaros volaron rápidamente entre los arbustos.

—Los caminos son extraños —dijo el hombre mirando de lejos a la muchedumbre—. Pero cuando más extraños son esos caminos, más posibilidades hay de que el hombre se pierda; y yo les aseguro, que cuando un hombre se pierde en infinitos caminos, no le queda otra alternativa que conocerse a sí mismo para encontrar el camino que lo llevará de regreso a su hogar; y cuando llega a su aposento, él mismo se duerme transformado, porque se da cuenta al fin, que ése mismo día se ha encontrado, y ya no tiene miedo de salir nuevamente a recorrer las infinitas opciones que le entrega el Maestro. Nunca duden de su camino, jamás cieguen sus ojos voluntariamente a los caminos que están andando, no abandonen ésta vida sin recorrer las distintas posibilidades que se les ha entregado; porque no existe nada más cierto en ésta bendita tierra, que un ser que ha encontrado su destino andando, errando y acertando a cada instante, porque no existe nada más verdadero en ésta bendita tierra, que la sabiduría de aquel que se ha transformado conociéndose en las tribulaciones más insoportables que el alma puede llegar a vivir; y ciertamente les digo, que yo ésta noche he encontrado mi camino; ésta es mi decisión, y éste es mi destino.

La masa de hombres estaba a pocos pasos.

El hombre guardó silencio. Todos hicieron silencio.

El sonido de metales cesó y solamente se veía varias columnas de humo, que sobrevolaban las cabezas de todos, y que eran arrastradas rápidamente por el viento.

Un hombre se apartó de la muchedumbre y se acercó lentamente, miró desinteresadamente por unos instantes a los demás, y vociferó: —¡¿Quién de ustedes es El Nazareno?!

—Yo soy el que buscas —respondió el hombre con nerviosismo—.

—¡Llévenselo! —gritó el soldado blandiendo una antorcha—.

Y todo parecía estar en silencio. La luna parecía iluminar más que de costumbre; y ésa noche, un hombre al fin encontraba su destino.

Jesús Alejandro Godoy