viernes, 30 de junio de 2006

El roble y la hiedra

..Un hombre edificó su casa. Y la embelleció con un jardín interno. En el centro plantó un roble. Y el roble creció lentamente. Día a día echaba raíces y fortalecía su tallo, para convertirlo en tronco, capaz de resistir los vientos y las tormentas...Junto a la pared de su casa plantó una hiedra y la hiedra comenzó a levantarse velozmente. Todos los días extendía sus tentáculos llenos de ventosas, y se iba alzando adherida a la pared.
..Al cabo de un tiempo la hiedra caminaba sobre los tejados. El roble crecía silenciosa y lentamente.
-.. "¿Cómo estás, amigo roble?", preguntó una mañana la hiedra.
-" Bien, mi amiga" contestó el roble.
-" Eso dices porque nunca llegaste hasta esta altura ", agregó la hiedra con mucha ironía. "Desde aquí se ve todo tan distinto. A veces me da pena verte siempre allá en el fondo del patio".
-" No te burles, amiga", respondió muy humilde el roble. " Recuerda que lo importante no es crecer deprisa, sino con firmeza ".
Entonces la hiedra lanzó una carcajada burlona.
Y el tiempo siguió su marcha.El roble creció con su ritmo firme y lento.Las paredes de la casa envejecieron.Una fuerte tormenta sacudió con un ciclón la casa y su jardín. Fue una noche terrible.El roble se aferró con sus raíces para mantenerse erguido. La hiedra se aferró con sus ventosas al viejo muro para no ser derribada. La lucha fue dura y prolongada.
Al amanecer, el dueño de la casa recorrió su jardín, y vio que la hiedra había sido desprendida de la pared, y estaba enredada sobre sí misma, en el suelo, al pie del roble. Y el hombre arrancó la hiedra, y la quemó.
Mientras tanto el roble reflexionaba:
" Es mejor crecer sobre raíces propias y crear un tronco fuerte, que ganar altura con rapidez, colgados de la seguridad de otros. "
Autor desconocido

jueves, 29 de junio de 2006

Cuando aparece el burro

Una vez un gran sheikh tenía entre sus seguidores un derviche que se enorgullecía de su devoción. El sheikh instruyó al piadoso derviche que observe un período de retiro solitario. Recluido en su cuarto, el discípulo se entregó a sí mismo diligentemente al recuerdo y la contemplación hasta que un burro apareció y trastornó su concentración.
-“Reverendo Sheikh”, se quejó a su guía, “un burro me atacó en mi cuarto. Me molestó tanto que me sentí muy perturbado para seguir con mi meditación”.
-“Vuelve a tu cuarto”, le dijo el venerable Sheikh. “Si ese burro vuelve y te interfiere nuevamente, tómalo de las orejas y llámame!”.
El piadoso derviche asintió. No mucho después de haber vuelto a su cuarto y retomado sus devociones, el burro hizo su aparición nuevamente. Esta vez el discípulo tomó el animal de las orejas y gritó llamando al sheikh.El Maestro esperaba el llamado. Apenas abrió la puerta del cuarto, encontró al piadoso derviche tomándose de sus propias orejas.
A la señal de su maestro, el tonto volvió a sus cabales. Viendo el verdadero estado del asunto, el tomó conciencia que las orejas del burro que había tomado no eran otras que las suyas. Se arrojó a los pies de su Sheikh, lamentándose y humillándose mientras clamaba por una clarificación. El venerable Sheikh entonces dijo: “El burro que apareció para atacarte impidiéndote de realizar tu remembranza y meditación, era el animal formado de tu propia naturaleza interior. Su aparición indica que tú todavía no eres interiormente un ser humano”. De acuerdo a sus respectivas faltas y debilidades la gente tiene comportamientos de varios animales. Sheikh Muzaffer Ozak

miércoles, 28 de junio de 2006

El adivino

Era un campesino pobre y muy astuto apodado Escarabajo, que quería adquirir fama de adivino.
Un día robó una sábana a una mujer, la escondió en un montón de paja y se empezó a alabar diciendo que estaba en su poder el adivinarlo todo. La mujer lo oyó y vino a él pidiéndole que adivinase dónde estaba su sábana. El campesino le preguntó:
-¿Y qué me darás por mi trabajo?
-Un pud de harina y una libra de manteca.
-Está bien.
Se puso a hacer como que meditaba, y luego le indicó el sitio donde estaba escondida la sábana.
Dos o tres días después desapareció un caballo que pertenecía a uno de los más ricos propietarios del pueblo. Era Escarabajo quien lo había robado y conducido al bosque, donde lo había atado a un árbol.
El señor mandó llamar al adivino, y éste, imitando los gestos y procedimientos de un verdadero mago, le dijo:
-Envía tus criados al bosque; allí está tu caballo atado a un árbol.
Fueron al bosque, encontraron el caballo, y el contento propietario dio al campesino cien rublos. Desde entonces creció su fama, extendiéndose por todo el país.
Por desgracia, ocurrió que al zar se le perdió su anillo nupcial, y por más que lo buscaron por todas partes no lo pudieron encontrar.
Entonces el zar mandó llamar al adivino, dando orden de que lo trajesen a su palacio lo más pronto posible. Los mensajeros, llegados al pueblo, cogieron al campesino, lo sentaron en un coche y lo llevaron a la capital. Escarabajo, con gran miedo, pensaba así:
"Ha llegado la hora de mi perdición. ¿Cómo podré adivinar dónde está el anillo? Se encolerizará el zar y me expulsarán del país o mandará que me maten."
Lo llevaron ante el zar, y éste le dijo:
-¡Hola, amigo! Si adivinas dónde se halla mi anillo te recompensaré bien; pero si no haré que te corten la cabeza.
Y ordenó que lo encerrasen en una habitación separada, diciendo a sus servidores:
-Que le dejen solo para que medite toda la noche y me dé la contestación mañana temprano.
Lo llevaron a una habitación y lo dejaron allí solo.
El campesino se sentó en una silla y pensó para sus adentros: "¿Qué contestación daré al zar? Será mejor que espere la llegada de la noche y me escape; apenas los gallos canten tres veces huiré de aquí."
El anillo del zar había sido robado por tres servidores de palacio; el uno era lacayo, el otro cocinero, y el tercero cochero. Hablaron los tres entre sí, diciendo:
-¿Qué haremos? Si este adivino sabe que somos nosotros los que hemos robado el anillo, nos condenarán a muerte. Lo mejor será ir a escuchar a la puerta de su habitación; si no dice nada, tampoco lo diremos nosotros; pero si nos reconoce por ladrones, no hay más remedio que rogarle que no nos denuncie al zar.
Así lo acordaron, y el lacayo se fue a escuchar a la puerta. De pronto se oyó por primera vez el canto del gallo, y el campesino exclamó:
-¡Gracias a Dios! Ya está uno; hay que esperar a los otros dos.
Al lacayo se le paralizó el corazón de miedo. Acudió a sus compañeros, diciéndoles:
-¡Oh amigos, me ha reconocido! Apenas me acerqué a la puerta, exclamó: "Ya está uno; hay que esperar a los otros dos."
-Espera, ahora iré yo -dijo el cochero; y se fue a escuchar a la puerta.
En aquel momento los gallos cantaron por segunda vez, y el campesino dijo:
-¡Gracias a Dios! Ya están dos; hay que esperar sólo al tercero.
El cochero llegó junto a sus compañeros y les dijo:
-¡Oh amigos, también me ha reconocido!
Entonces el cocinero les propuso:
-Si me reconoce también, iremos todos, nos echaremos a sus pies y le rogaremos que no nos denuncie y no cause nuestra perdición.
Los tres se dirigieron hacia la habitación, y el cocinero se acercó a la puerta para escuchar. De pronto cantaron los gallos por tercera vez, y el campesino, persignándose, exclamó:
-¡Gracias a Dios! ¡Ya están los tres!
Y se lanzó hacia la puerta con la intención de huir del palacio; pero los ladrones salieron a su encuentro y se echaron a sus plantas, suplicándole:
-Nuestras vidas están en tus manos. No nos pierdas; no nos denuncies al zar. Aquí tienes el anillo.
-Bueno; por esta vez os perdono -contestó el adivino.
Tomó el anillo, levantó una plancha del suelo y lo escondió debajo.
Por la mañana el zar, despertándose, hizo venir al adivino y le preguntó:
-¿Has pensado bastante?
-Sí, y ya sé dónde se halla el anillo. Se te ha caído, y rodando se ha metido debajo de esta plancha.
Quitaron la plancha y sacaron de allí el anillo. El zar recompensó generosamente a nuestro adivino, ordenó que le diesen de comer y beber y se fue a dar una vuelta por el jardín.
Cuando paseaba por una vereda, vio un escarabajo, lo cogió y volvió a palacio.
-Oye -dijo al campesino-: si eres adivino, tienes que adivinar qué es lo que tengo encerrado en mi puño.
El campesino se asustó y murmuró entre dientes:
-Escarabajo, ahora sí que estás cogido por la mano poderosa del zar.
-¡Es verdad! ¡Has acertado! -exclamó el zar.
Y dándole aún más dinero le dejó irse a su casa colmado de honores.
Cuentos populares rusos

martes, 27 de junio de 2006

Amigos

Hubo una vez dos mejores amigos.Ellos eran inseparables,eran una sola alma.Por alguna razón sus caminos tomaron dos rumbos distintos y se separaron.Yo nunca volví a saber de mi amigo hasta el día de ayer,después de10 años,que caminando por la calle me encontré a su madre.La saludé y le preguntépor mi amigo. En ese momento sus ojos se llenaron de lágrimas y me miró alos ojos diciendo: murió ayer.... No supe qué decir,ella me seguía mirando ypregunté cómo había muerto.Ella me invitó a su casa, al llegar allí me ofreció sentarme en la salavieja donde pasé gran parte de mi vida, siempre jugábamos ahí mi amigo y yo.Me senté y ella comenzó a contarme la trishistoria.Hace 2 años lediagnosticaron una rara enfermedad, y su cura era recibircada mes unatransfusión de sangre durante 3 meses, pero ¿recuerdas que su sangre era muyrara?, sí, lo sé, igual que la tuya....Estuvimos buscando donadores y al fin encontramos a un señor vagabundo.Tuamigo, como te acordarás, era muy testarudo, no quiso recibir la sangre delvagabundo. Él decía que de la única persona que recibiría sangre sería deti, pero no quiso que te buscáramos, él decía todas lasnoches:no lo busquen,estoy seguro que mañana si vendrá.... Así pasaron los meses, y todas lasnoches se sentaba en esa misma silla donde estás tú sentado y rezaba paraquete acordaras de él y vinieras a la mañana siguiente.Así acabó su vida y enla última noche de su vida, estaba muy mal, y sonriendo me dijo: madre mía,yo sé que pronto mi amigo vendrá,pregúntale por quétardó tanto y dale esanota que está en mi cajón.
La señora se levantó, regresó y me entregó la nota que decía:Amigo mío, sabía que vendrías, tardaste un poco pero no importa, lomportantees que viniste. Ahora te estoy esperando en otro sitio espero que tardes enllegar, pero mientras tanto quiero decirte que todas las noches rezaré porti y desde el cielo te estaré cuidando mi querido mejor amigo. ¡Ah, porcierto, ¿te acuerdas por qué nos distanciamos? sí, fue porque no te quiseprestar mi pelota nueva, jaja, qué tiempos....éramos insoportables, bueno pues quiero decirte que te la regalo y esperoque te guste mucho. Te quiere mucho: tu amigo por siempre.
Autor desconocido

lunes, 26 de junio de 2006

No es imaginable una historia así

La decisión de suicidarse ya estaba tomada hacía bastante tiempo. Lo que le hacía dudar era determinar cuántas víctimas se llevaría consigo. Y ella, no cabe duda, era una. La idea de matarse cruzó muchas veces por su cabeza. Y lo que más lo deterioraba era ese pensamiento obsesivo y no el suicidio en sí.Pues, ¿que había de original en esa propuesta? si desde que tiene memoria creyó que la muerte lo solucionaría todo. Y esto se remonta a mucho antes de conocerla, durante y ahora.A cada paso que dió ¿no fué acaso cortándose la piel en tiras finas, y dejándosela cortar en tenaz autodestrucción?¿ También por ello debe culpar al matrimonio o a ella?Si él mismo se encargó de afilar la navaja y ponerla en su mano.Por supuesto que no la hubiese elegido si no hubiese percibido ssu predisposición a destruirlo, destruyéndose.El sufrimiento lo ha colmado.Morirá esta noche.Se encerró en el cuarto del hotel y vació un frasco de barbitúricos.Comienza a dormirse y entre sueños siente que se abre una puerta, entra su hijo mayor y, tocándole la cabeza le dice:-¡ Papá ! .... ¿ Y ahora que va a pasarnos a nosotros?Se incorpora de un salto y con la ayuda de todo su organismo, que se niega a morir, vomita hasta quedar vacío.Toma una ducha helada, se viste y conduce el auto hasta la puerta de su casa.Es muy tarde para llamar.Se adormace en el asiento hasta que la luz de la mañana lo despierta; silenciosamente se va como ha llegado.Siente que ya no es necesario decir nada.
Autor desconocido

domingo, 25 de junio de 2006

Pantalones mojados

El niño de 8 años entró en el salón de clase para hacer su examen final. El se encontraba muy nervioso acerca de tal examen, su angustia creció tanto que sin poderse controlar se orinó en sus pantalones. Miró hacia abajo y vio como gotas caían suavemente al piso.
Para su sorpresa cuando levanta su vista y ve a su profesora nota que ella lo llama a su escritorio. Cómo podría moverse sin dejar al descubierto su situación? La profesora al notar que el niño esta como paralizado y no va hacia ella, lentamente se viene al pupitre del niño. Oh no!!, piensa él. Qué hacer? Ahora será avergonzado y sus compañeros se reirán de él.
En ese momento una niña compañera de clase viene hacia él con una pecera y al pasar frente a él se tropieza y derrama el agua de la pecera sobre la ropa de él, mojándole totalmente….La Maestra apresuradamente toma al niño y lo lleva al baño para ayudarlo a cercarse su ropa, mientras el internamente decía: Gracias Dios,, Gracias Dios. Si hay un Dios en el cielo. Que gran regalo me diste.
Para ocultar aún mas lo que vivió le grito a la niña.. "NO sabes donde caminas?..Idiota"
En el tiempo de receso ningún compañerito se quiso acercar a esta niña y ella estaba sola. Todos la miraban con menosprecio por haber mojado al compañero. Cuando terminó la clase, la niña iba caminando solita hacia su casa, ya que ninguno quiso estar con ella y el niño se acercó y le pregunto: Realmente te tropezaste? Fue un accidente? Y ella lo miró y le dijo. No, yo vi lo que te paso, vi que te orinaste y la profesora venia a ti, por eso corrí y tome la pecera para hacer que me tropezaba... porque no quería que fueras avergonzado. Ahora el niño estaba más paralizado de lo que se sintió en clase.
No puedo olvidar como Dios también muchas veces ha derramado la pecera sobre mi para protejerme. También yo muchas veces me he orinado en los pantalones… pero él con amor y cariño ha creado una situación que no he entendido en el momento….pero luego tengo que agradecerle por haberme mojado con la pecera de su amor.
Autor desconocido

sábado, 24 de junio de 2006

La imaginación

Cuenta una antigua leyenda que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad el verdadero autor era una persona muy influyente del reino y por eso desde el primer momento se procuró un chivo expiatorio para encubrir al culpable. EL hombre fue llevado a juicio ya conociendo que tendría escasas o nulas oportunidades de escapar al terrible veredicto... ¡ la horca ! El juez, cuidó no obstante de dar todo el aspecto de un juicio justo, por ello dijo al acusado: "Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor vamos a dejar en manos de él tu destino." Vamos a escribir en dos papeles separados las palabras culpable e inocente, tú escogerás y será la mano de ;Dios la que decida tu destino'. Por supuesto el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda 'CULPABLE', y la pobre víctima aún sin conocer los detalles, se daba cuenta que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria. El juez conminó al hombre a tomar uno de los papeles doblados. Éste respiro profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse abrió los ojos, y con una extraña sonrisa hizo su elección, tomó uno de los papeles y llevándolo a su boca... se lo tragó rápidamente. Sorprendidos e indignados los presentes reprocharon airadamente: "¿Pero qué hizo?, ¿y ahora?, ¿cómo vamosa saber el veredicto?" -"Es muy sencillo"- respondió el hombre. "Es cuestión de leer el papel que queda y sabremos lo que decía el que yo elegí". Con rezongos y enojo mal disimulado debieron liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo.
Autor desconocido

viernes, 23 de junio de 2006

Historia de la golondrina

Escucha discípulo la historia que voy a relatarte...
"Una vez... Hace mucho tiempo, una joven golondrina se hallaba demasiado cansada como para emigrar... el crudo frio invernal se la echaba encima y la pobre moriria de frio si nadie lo remediaba
Entonces, paso por alli una enorme vaca, que apiadandose de la pobre golondrina, decidio hacer algo para salvarla...La vaca depositó unas enormes heces (* excremento)sobre la golondrina, y siguió su camino satisfecha por haberla ayudado.
Al encontrarse calentita y a gusto, la golondrina comenzo a trinar (cantar)con todas sus fuerzas
Un viejo gato que se hallaba no muy lejos escucho el trino de la golondrina, se acerco, la desenterro y se la comio"
fin de la historia.
Autor desconocido

miércoles, 21 de junio de 2006

Los tres leones

En la selva vivían 3 leones. Un día el mono, el representanteelecto por los animales, convocó a una reunión para pedirles una toma dedecisión:
Todos nosotros sabemos que el león es el rey de los animales, pero para una gran duda en la selva: existen 3 leones y los 3 son muyfuertes.
¿A cuál de ellos debemos rendir obediencia? ¿Cuál de ellos deberá ser nuestro Rey?
Los leones supieron de la reunión y comentaron entre si: Es verdad, la preocupación de los animales tiene mucho sentido. Una selva nopuede tener 3 reyes.
Luchar entre nosotros no queremos ya que somos muy amigos...Necesitamos saber cual será el elegido, pero, ¿Cómo descubrir?Otra vez los animales se reunieron y después de mucho deliberar, llegaron a una decisión y se a comunicaron a los 3 leones:
Encontramos una solución muy simple para el problema, y decidimos que Uds.3 van a escalar la Montaña Difícil.
El que llegue primero a la cima será consagrado nuestro Rey.La Montaña Difícil era la mas alta de toda la selva. El desafío fue aceptado y todos los animales se reunieron para asistir la granescalada.
El primer león intentó escalar y no pudo llegar.El segundo empezó con todas ganas, pero, también fue derrotado.El tercer león tampoco lo pudo conseguir y bajó derrotado.Los animales estaban impacientes y curiosos; si los 3 fueron derrotados,
¿Cómo elegirían un rey?En este momento, un águila, grande en edad y en sabiduría, pidió la palabra:¡Yo sé quien debe ser el rey!
Todos los animales hicieron silencio y la miraron con gran expectativa.
¿Cómo? Preguntaron todos.Es simple... dijo el águila. Yo estaba volando bien cerca de ellosy cuando volvían derrotados en su escalada por la Montaña Difícil, escuché lo que cada uno dijo a la Montaña.
El primer león dijo: - ¡Montaña, me has vencido!El segundo león dijo: - ¡Montaña, me has vencido!El tercer león dijo: - ¡Montaña, me has vencido, por ahora! Pero ya llegaste a tu tamaño final y yo todavía estoy creciendo !!!!
La diferencia, completó el águila, es que el tercer león tuvo una actitud de vencedor cuando sintió la derrota en aquel momento, pero no desistió y quien piensa así, su persona es mas grande que su problema: él es el rey de si mismo, está preparado para ser rey de los demás.
Los animales aplaudieron entusiasmadamente al tercer león que fue coronado El Rey de los animales.
Autor desconocido

martes, 20 de junio de 2006

Lenny

La empresa Robots y Hombres Mecánicos de Estados Unidos tenía un problema. El problema era la gente.
Peter Bogert, jefe de matemática, se dirigía a la sala de montaje cuando se topó con Alfred Lanning, director de investigaciones. Lanning, apoyado en el pasamanos, miraba a la sala de ordenadores enarcando sus enérgicas cejas blancas.
En el piso de abajo, un grupo de humanos de ambos sexos y diversas edades miraba en torno con curiosidad, mientras un guía entonaba un discurso preestablecido sobre informática robótica:
—Este ordenador que ven es el mayor de su tipo en el mundo. Contiene cinco millones trescientos mil criotrones y es capaz de manipular simultáneamente más de cien mil variables. Con su ayuda, nuestra empresa puede diseñar con precisión el cerebro positrónico de los modelos nuevos. Los requisitos se consignan en una cinta que se perfora mediante la acción de este teclado, algo similar a una máquina de escribir o una linotipia muy complicada, excepto que no maneja letras, sino conceptos. Las proposiciones se descomponen en sus equivalentes lógico-simbólicos y éstos a su vez son convertidos en patrones de perforación. En menos de una hora, el ordenador puede presentar a nuestros científicos el diseño de un cerebro que ofrecerá todas las sendas positrónicas necesarias para fabricar un robot...
Alfred Lanning reparó en la presencia del otro.
—Ah, Peter.
Bogert se alisó el cabello negro y lustroso con ambas manos, aunque lo tenía impecable.
—No pareces muy entusiasmado con esto, Alfred.
Lanning gruñó. La idea de realizar visitas turísticas por toda la empresa era reciente y se suponía cumplía una doble función. Por una parte, según se afirmaba, permitía que la gente viera a los robots de cerca y acallara así su temor casi instintivo hacia los objetos mecánicos mediante una creciente familiaridad. Por otra parte, se suponía que las visitas lograrían generar un interés para que algunas personas se dedicaran a las investigaciones robóticas.
—Sabes que no lo estoy. Una vez por semana, nuestra tarea se complica. Considerando las horas-hombre que se pierden, la retribución es insuficiente.
—Entonces, ¿no han subido aún las solicitudes de empleo?
—Un poco, pero sólo en las categorías donde esa necesidad no es vital. Necesitamos investigadores, ya lo sabes. Pero, como los robots están prohibidos en la Tierra, el trabajo de robotista no es muy popular, que digamos.
—El maldito complejo de Frankenstein —comentó Bogert, repitiendo a sabiendas una de las frases favoritas de Lanning.
Lanning pasó por alto esa burla afectuosa.
—Debería acostumbrarme, pero no lo consigo. Todo ser humano de la Tierra tendría que saber ya que las Tres Leyes constituyen una salvaguardia perfecta, que los robots no son peligrosos. Fíjate en ese grupo. —Miró hacia abajo—. Obsérvalos. La mayoría recorren la sala de montaje de robots por la excitación del miedo, como si subieran en una montaña rusa. Y cuando entran en la sala del modelo MEC..., demonios, Peter, un modelo MEC que es incapaz de hacer otra cosa que avanzar dos pasos, decir «mucho gusto en conocerle», dar la mano y retroceder dos pasos; y, sin embargo, todos se intimidan y las madres abrazan a sus hijos. ¿Cómo vamos a obtener trabajadores que piensen a partir de esos idiotas?
Bogert no tenía respuesta. Miraron una vez más a los visitantes, que estaban pasando de la sala de informática al sector de montaje de cerebros positrónicos. Luego, se marcharon. No vieron a Mortimer W. Jacobson, de dieciséis años, quien, para ser justos, no tenía la intención de causar el menor daño.

En realidad, ni siquiera podría decirse que la culpa fuera de Mortimer. Todos los trabajadores sabían en qué día de la semana se realizaban las visitas. Todos los aparatos debían estar neutralizados o cerrados, pues no era razonable esperar que los seres humanos resistieran la tentación de mover interruptores, llaves y manivelas y de pulsar botones. Además, el guía debía vigilar atentamente a quienes sucumbieran a esa tentación.
Pero en ese momento el guía había entrado en la sala contigua y Mortimer iba al final de la fila. Pasó ante el teclado mediante el cual se introducían datos en el ordenador. No tenía modo de saber que en aquel instante se estaban introduciendo los planos para un nuevo diseño robótico; de lo contrario, siendo como era un buen chico, habría evitado tocar el teclado. No tenía modo de saber que -en un acto de negligencia casi criminal- un técnico se había olvidado de desactivar el teclado.
Así que Mortimer tocó las teclas al azar, como si se tratara de un instrumento musical.
No notó que un trozo de la cinta perforada se salía de un aparato que había en otra parte de la sala, silenciosa e inadvertidamente.
Y el técnico, cuando volvió, tampoco notó ninguna intromisión. Le llamó la atención que el teclado estuviera activado, pero no se molestó en verificarlo. Al cabo de unos minutos, incluso esa leve inquietud se le había pasado, y continuó introduciendo datos en el ordenador.
En cuanto a Mortimer, nunca supo lo que había hecho.

El nuevo modelo LNE estaba diseñado para extraer boro en las minas del cinturón de asteroides. Los hidruros de boro cobraban cada vez más valor como detonantes para las micropilas protónicas que generaban potencia a bordo de las naves espaciales, y la magra provisión existente en la Tierra se estaba agotando.
Eso significaba que los robots LNE tendrían que estar equipados con ojos sensibles a esas líneas prominentes en el análisis espectroscópico de los filones de boro y con un tipo de extremidades útiles para transformar el mineral en el producto terminado. Como de costumbre, sin embargo, el equipamiento mental constituía el mayor problema.
El primer cerebro positrónico LNE ya estaba terminado. Era el prototipo y pasaría a integrar la colección de prototipos de la compañía. Cuando lo hubieran probado, fabricarían otros para alquilarlos (nunca venderlos) a empresas mineras.
El prototipo LNE estaba terminado. Alto, erguido y reluciente, parecía por fuera como muchos otros robots no especializados.
Los técnicos, guiándose por las instrucciones del Manual de Robótica, debían preguntar: «¿Cómo estás?»
La respuesta correspondiente era: «Estoy bien y dispuesto a activar mis funciones. Confío en que tú también estés bien», o alguna otra ligera variante.
Ese primer diálogo sólo servía para indicar que el robot oía, comprendía una pregunta rutinaria y daba una respuesta rutinaria congruente con lo que uno esperaría de una mentalidad robótica. A partir de ahí era posible pasar a asuntos más complejos, que pondrían a prueba las tres Leyes y su interacción con el conocimiento especializado de cada modelo.
Así que el técnico preguntó «¿cómo estás?» y, de inmediato, se sobresaltó ante la voz del prototipo LNE. Era distinta de todas las voces de robot que conocía (y había oído muchas). Formaba sílabas semejantes a los tañidos de una celesta de baja modulación.
Tan sorprendente era la voz que el técnico sólo oyó retrospectivamente, al cabo de unos segundos, las sílabas que había formado esa voz maravillosa:
—Da, da, da, gu.
El robot permanecía alto y erguido, pero alzó la mano derecha y se metió un dedo en la boca.
El técnico lo miró horrorizado y echó a correr. Cerró la puerta con llave y, desde otra sala, hizo una llamada de emergencia a la doctora Susan Calvin.

La doctora Susan Calvin era la única robopsicóloga de la compañía (y prácticamente de toda la humanidad). No tuvo que avanzar mucho en sus análisis del prototipo LNE para pedir perentoriamente una transcripción de los planos del cerebro positrónico dibujados por ordenador y las instrucciones que los habían guiado. Tras estudiarlos mandó a buscar a Bogert.
La doctora tenía el cabello gris peinado severamente hacia atrás; y su rostro frío, con fuertes arrugas verticales interrumpidas por el corte horizontal de una pálida boca de labios finos, se volvió enérgicamente hacia Bogert.
—¿Qué es esto, Peter?
Bogert estudió con creciente estupefacción los pasajes que ella señalaba.
—Por Dios, Susan, no tiene sentido.
—Claro que no. ¿Cómo se llegó a estas instrucciones?
Llamaron al técnico encargado y él juró con toda sinceridad que no era obra suya y que no podía explicarlo. El ordenador dio una respuesta negativa a todos los intentos de búsqueda de fallos.
—El cerebro positrónico no tiene remedio —comentó pensativamente Susan Calvin—. Estas instrucciones insensatas han cancelado tantas funciones superiores que el resultado se asemeja a un bebé humano. —Bogert manifestó asombro, y Susan Calvin adoptó la actitud glacial que siempre adoptaba ante la menor insinuación de duda de su palabra—. Nos esforzamos en lograr que un robot se parezca mentalmente a un hombre. Si eliminamos lo que denominamos funciones adultas, lo que queda, como es lógico, es un bebé humano, mentalmente hablando. ¿Por qué estás tan sorprendido, Peter?
El prototipo LNE, que no parecía darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor, se sentó y empezó a examinarse los pies.
Bogert lo miró fijamente.
—Es una lástima desmantelar a esa criatura. Es un bonito trabajo.
—¿Desmantelarla? —bramó la robopsicóloga.
—Desde luego, Susan. ¿De qué sirve esa cosa? Santo cielo, si existe un objeto totalmente inútil es un robot que no puede realizar ninguna tarea. No pretenderás que esta cosa pueda hacer algo, ¿verdad?
—No, claro que no.
—¿Entonces?
—Quiero realizar más análisis —dijo tercamente Susan Calvin.
Bogert la miró con impaciencia, pero se encogió de hombros. Si había una persona en toda la empresa con quien no tenía sentido discutir, ésa era Susan Calvin. Los robots eran su pasión, y se hubiera dicho que una tan larga asociación con ellos la había privado de toda apariencia de humanidad.
Era imposible disuadirla de una decisión, así como era imposible disuadir a una micropila activada de que funcionara.
—¡Qué más da! —murmuró, y añadió en voz alta—: ¿Nos informarás cuando hayas terminado los análisis?
—Lo haré. Ven, Lenny.
(LNE, pensó Bogert. Inevitablemente, las siglas se habían transformado en Lenny.)
Susan Calvin tendió la mano, pero el robot se limitó a mirarla. Con ternura, la robopsicóloga tomó la mano del robot. Lenny se puso de pie (al menos su coordinación mecánica funcionaba bien) y salieron juntos, el robot y esa mujer a quien superaba en medio metro. Muchos ojos los siguieron con curiosidad por los largos corredores.
Una pared del laboratorio de Susan Calvin, la que daba directamente a su despacho privado, estaba cubierta con la reproducción ampliada de un diagrama de sendas positrónicas. Hacía casi un mes que Susan Calvin la estudiaba concentradamente.
Estaba examinando atentamente en ese momento los vericuetos de esas sendas atrofiadas. Lenny, sentado en el suelo, movía las piernas y balbuceaba sílabas ininteligibles con una voz tan bella que era posible escucharlas con embeleso aun sin entenderlas.
Susan Calvin se volvió hacia el robot.
—Lenny... Lenny...
Repitió el nombre, con paciencia, hasta que Lenny irguió la cabeza y emitió un sonido inquisitivo. La robopsicóloga sonrió complacida. Cada vez necesitaba menos tiempo para atraer la atención del robot.
—Alza la mano, Lenny. Mano... arriba. Mano... arriba.
La doctora levantó su propia mano una y otra vez.
Lenny siguió el movimiento con los ojos. Arriba, abajo, arriba, abajo. Luego, movió la mano espasmódicamente y balbuceó.
—Muy bien, Lenny —dijo gravemente Susan Calvin—. Inténtalo de nuevo. Mano... arriba.
Muy suavemente, extendió su mano, tomó la del robot, la levantó y la bajó.
—Mano... arriba. Mano... arriba.
Una voz la llamó desde el despacho:
—¿Susan?
Calvin apretó los labios.
—¿Qué ocurre, Alfred?
El director de investigaciones entró, miró al diagrama de la pared y, luego, al robot.
—¿Sigues con ello?
—Estoy trabajando, sí.
—Bien, ya sabes, Susan... —Sacó un puro y lo miró, disponiéndose a morder la punta. Cuando se encontró con la severa y reprobatoria mirada de la mujer, guardó el puro y comenzó de nuevo—: Bien, ya sabes, Susan, que el modelo LNE está en producción.
—Eso he oído. ¿Hay algo en que yo pueda colaborar?
—No. Pero el mero hecho de que esté en producción y funcione bien significa que es inútil insistir con este espécimen deteriorado. ¿No deberíamos desarmarlo?
—En pocas palabras, Alfred, te fastidia que yo pierda mi valioso tiempo. Tranquilízate. No estoy perdiendo el tiempo. Estoy trabajando con este robot.
—Pero ese trabajo no tiene sentido.
—Yo seré quien lo juzgue, Alfred —replicó la doctora en un tono amenazador, y Lanning consideró que sería más prudente cambiar de enfoque.
—¿Puedes explicarme qué significa? ¿Qué estás haciendo ahora, por ejemplo?
—Trato de lograr que levante la mano cuando se lo ordeno. Intento conseguir que imite el sonido de la palabra.
Como si estuviera pendiente de ella, Lenny balbuceó y alzó la mano torpemente. Lanning sacudió la cabeza.
—Esa voz es asombrosa. ¿Cómo se ha logrado?
—No lo sé. El transmisor es normal. Estoy segura de que podría hablar normalmente, pero no lo hace. Habla así como consecuencia de algo que hay en las sendas positrónicas, y aún no lo he localizado.
—Bien, pues localízalo, por Dios. Esa voz podría ser útil.
—Oh, entonces, ¿mis estudios sobre Lenny pueden servir de algo?
Lanning se encogió de hombros, avergonzado.
—Bueno, se trata de un elemento menor.
—Lamento que no veas los elementos mayores, que son mucho más importantes, pero no es culpa mía. Ahora, Alfred, ¿quieres irte y dejarme trabajar?

Lanning encendió el puro en el despacho de Bogert.
—Esa mujer está cada día más rara —comentó con resentimiento.
Bogert le entendió perfectamente. En Robots y Hombres Mecánicos existía una sola «esa mujer».
—¿Todavía sigue atareada con ese seudorobot, con ese Lenny?
—Trata de hacerle hablar, lo juro. Bogert se encogió de hombros.
—Ese es el problema de esta empresa. Me refiero a lo de conseguir investigadores capacitados. Si tuviéramos otros robopsicólogos, podríamos jubilar a Susan. A propósito, supongo que la reunión dé directores programada para mañana tiene que ver con el problema de la contratación de personal.
Lanning asintió con la cabeza y miró su puro, disgustado.
—Sí. Pero el problema es la calidad, no la cantidad. Hemos subido tanto los sueldos que hay muchos solicitantes; pero la mayoría se interesan sólo por el dinero. El truco está en conseguir a los que se interesan por la robótica; gente como Susan Calvin.
—No, diablos, como ella no.
—Iguales no, de acuerdo. Pero tendrás que admitir, Peter, que es una apasionada de los robots. No tiene otro interés en la vida.
—Lo sé. Precisamente por eso es tan insoportable. Lanning asintió en silencio. Había perdido la cuenta de las veces que habría deseado despedir a Susan Calvin. También había perdido la cuenta de la cantidad de millones de dólares que ella le había ahorrado a la empresa. Era indispensable y seguiría siéndolo hasta su muerte, o hasta que pudieran solucionar el problema de encontrar gente del mismo calibre y que se interesara en las investigaciones sobre robótica.
—Creo que vamos a limitar esas visitas turísticas. Peter se encogió de hombros.
—Si tú lo dices... Pero entre tanto, en serio, ¿qué hacemos con Susan? Es capaz de apegarse indefinidamente a Lenny. Ya sabes cómo es cuando se encuentra con lo que considera un problema interesante.
—¿Qué podemos hacer? Si demostramos demasiada ansiedad por interrumpirla, insistirá en ello por puro empecinamiento femenino. En última instancia, no podemos obligarla a hacer nada.
El matemático sonrió.
—Yo no aplicaría el adjetivo «femenino» a ninguna parte de ella.
—Está bien —rezongó Lanning—. Al menos, ese robot no le hará daño a nadie.
En eso se equivocaba.

La señal de emergencia siempre causa nerviosismo en cualquier gran instalación industrial. Esas señales habían sonado varias veces a lo largo de la historia de Robots y Hombres Mecánicos: incendios, inundaciones, disturbios e insurrecciones.
Pero una señal no había sonado nunca. Nunca había sonado la señal de «robot fuera de control». Y nadie esperaba que sonara. Estaba instalada únicamente por insistencia del Gobierno. («Al demonio con ese complejo de Frankenstein», mascullaba Lanning en las raras ocasiones en que pensaba en ello.)
Pero la estridente sirena empezó a ulular con intervalos de diez segundos, y prácticamente nadie -desde el presidente de la junta de directores hasta el más novato ayudante de ordenanza- reconoció de inmediato ese sonido insólito. Tras esa incertidumbre inicial, guardias armados y médicos convergieron masivamente en la zona de peligro, y la empresa al completo quedó paralizada.
Charles Randow, técnico en informática, fue trasladado al sector hospitalario con el brazo roto. No hubo más daños. Al menos, no hubo más daños físicos.
—¡Pero el daño moral está más allá de toda estimación! —vociferó Lanning.
Susan Calvin se enfrentó a él con calma mortal.
—No le harás nada a Lenny. Nada. ¿Entiendes?
—¿Lo entiendes tú, Susan? Esa cosa ha herido a un ser humano. Ha quebrantado la Primera Ley. ¿No conoces la Primera Ley?
—No le harás nada a Lenny.
—Por amor de Dios, Susan, ¿a ti debo explicarte la Primera Ley? Un robot no puede dañar a un ser humano ni, mediante la inacción, permitir que un ser humano sufra daños. Nuestra posición depende del estricto respeto de esa Primera Ley por parte de todos los robots de todos los tipos. Si el público se entera de que ha habido una excepción, una sola excepción, podría obligamos a cerrar la empresa. Nuestra única probabilidad de supervivencia sería anunciar de inmediato que ese robot ha sido destruido, explicar las circunstancias y rezar para que el público se convenza de que no sucederá de nuevo.
—Me gustaría averiguar qué sucedió. Yo no estaba presente en ese momento y me gustaría averiguar qué hacía Randow en mis laboratorios sin mi autorización.
—Pero lo más importante es obvio. Tu robot golpeó a Randow, ese imbécil apretó el botón de «robot fuera de control» y nos ha creado un problema. Pero tu robot lo golpeó y le causó lesiones que incluyen un brazo roto. La verdad es que tu Lenny está tan deformado que no respeta la Primera Ley y hay que destruirlo.
—Sí que respeta la Primera Ley. He estudiado sus sendas cerebrales y sé que la respeta.
—Y entonces, ¿cómo ha podido golpear a un hombre? —preguntó Lanning, con desesperado sarcasmo—. Pregúntaselo a Lenny. Sin duda ya le habrás enseñado a hablar.
Susan Calvin se ruborizó.
—Prefiero entrevistar a la víctima. Y en mi ausencia, Alfred, quiero que mis dependencias estén bien cerradas, con Lenny en el interior. No quiero que nadie se le acerque. Si sufre algún daño mientras yo no estoy, esta empresa no volverá a saber de mí en ninguna circunstancia.
—¿Aprobarás su destrucción si ha violado la Primera Ley?
—Sí, porque sé que no la ha violado.

Charles Randow estaba tendido en la cama, con el brazo en cabestrillo. Aún estaba conmocionado por ese momento en que creyó que un robot se le abalanzaba con la intención de asesinarlo. Ningún ser humano había tenido nunca razones tan contundentes para temer que un robot le causara daño. Era una experiencia singular.
Susan Calvin y Alfred Lanning estaban junto a la cama; los acompañaba Peter Bogert, que se había encontrado con ellos por el camino. No estaban presentes médicos ni enfermeras.
—¿Qué sucedió? —preguntó Susan Calvin. Randow no las tenía todas consigo.
—Esa cosa me pegó en el brazo —murmuró—. Se abalanzó sobre mí.
—Comienza desde más atrás —dijo Calvin—. ¿Qué hacías en mi laboratorio sin mi autorización?
El joven técnico en informática tragó saliva, moviendo visiblemente la nuez de la garganta. Tenía pómulos altos y estaba muy pálido.
—Todos sabíamos lo de ese robot. Se rumoreaba que trataba usted de enseñarle a hablar como si fuera un instrumento musical. Circulaban apuestas acerca de si hablaba o no. Algunos sostienen que usted puede enseñarle a hablar a un poste.
—Supongo que eso es un cumplido —comentó Susan Calvin en un tono glacial—. ¿Qué tenía que ver eso contigo?
—Yo debía entrar allí para zanjar la cuestión, para enterarme de si hablaba, ya me entiende. Robamos una llave de su laboratorio y esperamos a que usted se fuera. Echamos a suertes para ver quién entraba. Perdí yo.
—¿Y qué más?
—Intenté hacerle hablar y me pegó.
—¿Cómo intentaste hacerle hablar?
—Le..., le hice preguntas, pero no decía nada y tuve que sacudirlo, así que... le grité... y...
—¿Y?
Hubo una larga pausa. Bajo la mirada imperturbable de Susan Calvin, Randow dijo al fin:
—Traté de asustarlo para que dijera algo. Tenía que impresionarlo.
—¿Cómo intentaste asustarlo?
—Fingí que le iba a dar un golpe.
—¿Y te desvió el brazo?
—Me dio un golpe en el brazo.
—Muy bien. Eso es todo. —Calvin se volvió hacia Lanning y Bogert—. Vámonos, caballeros.
En la puerta, se giró hacia Randow.
—Puedo resolver el problema de las apuestas, si aún te interesa. Lenny articula muy bien algunas palabras.

No dijeron nada hasta llegar al despacho de Susan Calvin. Las paredes estaban revestidas de libros; algunos, de su autoría. El despacho reflejaba su personalidad fría y ordenada. Había una sola silla. Susan se sentó. Lanning y Bogert permanecieron de pie.
—Lenny se limitó a defenderse. Es la Tercera Ley: un robot debe proteger su propia existencia.
—Excepto —objetó Lanning— cuando entra en conflicto con la Primera o con la Segunda Ley. ¡Completa el enunciado! Lenny no tenía derecho a defenderse causando un daño, por ínfimo que fuera, a un ser humano.
—No lo hizo a sabiendas —replicó Calvin—. Lenny tiene un cerebro fallido. No tenía modo de conocer su propia fuerza ni la debilidad de los humanos. Al apartar el brazo amenazador de un ser humano, no podía saber que el hueso se rompería. Humanamente, no se puede achacar culpa moral a un individuo que no sabe diferenciar entre el bien y el mal.
Bogert intervino en tono tranquilizador:
—Vamos, Susan, nosotros no achacamos culpas. Nosotros comprendemos que Lenny es el equivalente de un bebé, humanamente hablando, y no lo culpamos. Pero el público sí lo hará. Nos cerrarán la empresa.
—Todo lo contrario. Si tuvieras el cerebro de una pulga, Peter, verías que ésta es la oportunidad que la compañía esperaba. Esto resolverá sus problemas.
Lanning frunció sus cejas blancas.
—¿Qué problemas, Susan?
—¿Acaso la empresa no desea mantener a nuestro personal de investigación en lo que considera, Dios nos guarde, su avanzado nivel actual?
—Por supuesto.
—Bien, y ¿qué ofreces a tus futuros investigadores? ¿Diversión? ¿Novedad? ¿La emoción de explorar lo desconocido? No. Les ofreces sueldos y la garantía de que no habrá problemas.
—¿Qué quieres decir? — se interesó Bogert.
—¿Hay problemas? —prosiguió Susan Calvin—. ¿Qué clase de robots producimos? Robots plenamente desarrollados, aptos para sus tareas. Una industria nos explica qué necesita; un ordenador diseña el cerebro; las máquinas dan forma al robot; y ya está, listo y terminado. Peter, hace un tiempo me preguntaste cuál era la utilidad de Lenny. Preguntas que de qué sirve un robot que no está diseñado para ninguna tarea. Ahora te pregunto yo que ¿de qué sirve un robot diseñado para una sola tarea? Comienza y termina en el mismo lugar. Los modelos LNE extraen boro; si se necesita berilio, son inútiles; si la tecnología del boro entra en una nueva fase, se vuelven obsoletos. Un ser humano diseñado de ese modo sería un subhumano. Un robot diseñado de ese modo es un subrobot.
—¿Quieres un robot versátil? —preguntó incrédulamente Lanning.
—¿Por qué no? ¿Por qué no? He estado trabajando con un robot cuyo cerebro estaba casi totalmente idiotizado. Le estaba enseñando y tú, Alfred, me preguntaste que para qué servía. Para muy poco, tal vez, en b concerniente a Lenny, pues nunca superará el nivel de un niño humano de cinco años. ¿Pero cuál es la utilidad general? Enorme, si abordas el asunto como un estudio del problema abstracto de aprender a enseñar a los robots. Yo he aprendido modos de poner ciertas sendas en cortocircuito para crear sendas nuevas. Los nuevos estudios ofrecerán técnicas mejores, más sutiles y más eficientes para hacer lo mismo.
—¿Y bien?
—Supongamos que tomas un cerebro positrónico donde estuvieran trazadas las sendas básicas, pero no las secundarias. Supongamos que luego creas las secundarias. Podrías vender robots básicos diseñados para ser instruidos, robots capaces de adaptarse a diversas tareas. Los robots serían tan versátiles como los seres humanos. ¡Los robots podrían aprender! —La miraron de hito en hito. La robopsicóloga se impacientó—: Aún no lo entendéis, ¿verdad?
—Entiendo lo que dices —dijo Lanning.
—¿No entendéis que ante un campo de investigación totalmente nuevo, unas técnicas totalmente nuevas a desarrollar, un área totalmente nueva y desconocida para explorar, los jóvenes sentirán mayor entusiasmo por la robótica? Intentadlo y ya veréis.
—¿Puedo señalar que esto es peligroso?—intervino Bogert—. Comenzar con robots ignorantes como Lenny significará que nunca podremos confiar en la Primera Ley, tal como ha ocurrido en el caso de Lenny.
—Exacto. Haz público ese dato.
—¿Hacerlo público?
—Desde luego. Haz conocer el peligro. Explica que instalarás un nuevo Instituto de investigaciones en la Luna, si la población terrícola prefiere que estos trabajos no se realicen en la Tierra, pero haz hincapié en el peligro que correrían los posibles candidatos.
—¿Por qué, por amor de Dios? —quiso saber Lanning.
—Porque el conocimiento del peligro le añadirá un nuevo atractivo al asunto. ¿Crees que la tecnología nuclear no implica peligro, que la espacionáutica no entraña riesgos? ¿Tu oferta de absoluta seguridad te ha servido de algo? ¿Te ha ayudado a enfrentarte a ese complejo de Frankenstein que tanto desprecias? Pues prueba otra cosa, algo que haya funcionado en otras áreas.
Sonó un ruido al otro lado de la puerta que conducía a los laboratorios personales de Calvin. Era el sonido de campanas de la voz de Lenny. La robopsicóloga guardó silencio y escuchó:
—Excusadme —dijo—. Creo que Lenny me llama.
—¿Puede llamarte? —se sorprendió Lanning.
—Ya os he dicho que logré enseñarle algunas palabras. —Se dirigió hacia la puerta, con cierto nerviosismo—. Si queréis esperarme...
Los dos hombres la miraron mientras salía y se quedaron callados durante un rato.
—¿Crees que tiene razón, Peter? —preguntó finalmente Lanning.
—Es posible, Alfred, es posible. La suficiente como para que planteemos el asunto en la reunión de directores y veamos qué opinan. A fin de cuentas, la cosa ya no tiene remedio. Un robot ha dañado a un ser humano y es de público conocimiento. Como dice Susan, podríamos tratar de volcar el asunto a nuestro favor. Pero desconfío de los motivos de ella.
—¿En qué sentido?
—Aunque haya dicho la verdad, en su caso es una mera racionalización. Su motivación es su deseo de no abandonar a ese robot. Si insistiéramos, pretextaría que desea continuar aprendiendo técnicas para enseñar a los robots; pero creo que ha hallado otra utilidad para Lenny, una utilidad tan singular que no congeniaría con otra mujer que no fuera ella.
—No te entiendo.
—¿No oíste cómo la llamó el robot?
—Pues no... —murmuró Lanning, y entonces la puerta se abrió de golpe y ambos se callaron.
Susan Calvin entró y miró a su alrededor con incertidumbre.
—¿Habéis visto...? Estoy segura de que estaba por aquí... Oh, ahí está.
Corrió hacia el extremo de un anaquel y cogió un objeto hueco y de malla metálica, con forma de pesa de gimnasia. La malla metálica contenía piezas de metal de diversas formas.
Las piezas de metal se entrechocaron con un grato campanilleo. Lanning pensó que el objeto parecía una versión robótica de un sonajero para bebés.
Cuando Susan Calvin abrió la puerta para salir, Lenny la llamó de nuevo. Esa vez, Lanning oyó claramente las palabras que Susan Calvin le había enseñado. Con melodiosa voz de celesta, repetía:
—Mami, te quiero. Mami, te quiero.
Y se oyeron los pasos de Susan Calvin apresurándose por el laboratorio para ir a atender a la única clase de niño que ella podía tener y amar.
Isaac Asimov

lunes, 19 de junio de 2006

Amar la vida

Un profesor fue invitado a dar una conferencia en una base militar, y en el aeropuerto lo recibio un soldado llamado Ralph.
Mientras se encaminaban a recoger el equipaje, Ralph se separo del visitante en tres ocasiones: primero para ayudar a una anciana con su maleta; luego para cargar a dos pequeños a fin de que pudieran ver a Santa Claus, y despues para orientar a una persona. Cada vez regresaba con una sonrisa en el rostro.
-"¿Donde aprendio a comportarse asi?", le pregunto el profesor.
- "En la guerra", contesto Ralph.
Entonces le conto su experiencia en Vietnam. Alla su mision habia sido limpiar campos minados. Durante ese tiempo habia visto como varios amigos suyos, uno tras otro, encontraban una muerte prematura.
-"Me acostumbre a vivir paso a paso" -explico. "Nunca sabia si el siguiente iba a ser el ultimo; por eso tenia que sacar el mayor provecho posible del momento que transcurria entre alzar un pie y volver a apoyarlo en el suelo. Me parecia que cada paso era toda una vida".
Nadie puede saber lo que habra de suceder mañana. Que triste seria el mundo si lo supieramos. Toda la emocion de vivir se perderia, nuestra vida seria como una pelicula que ya vimos.
Ninguna sorpresa, ninguna emocion. Pienso que lo que se requiere es ver la vida como lo que es: una gran aventura.
Autor desconocido

domingo, 18 de junio de 2006

Encantado de conocerme

Y soy un sapo encantado – les avisaba Jacinto a quienes lo burlaban. Desde chiquito, sólo le habían contado un cuento, el del “Principe Encantado”. Era el único que la mamá de Jacinto había aprendido, una tarde en que papaba moscas debajo de un banco de plaza, donde una señora se lo leía a su hija.
Es verdad, que a Jacinto le aburría hacer competencias de saltos junto a los demás sapos del estanque. Y él se daba cuenta que su fino croar no retumbaba en la noche como el del resto. Pero Jacinto se tranquilizaba pensando que todas sus diferencias eran parte de ese “encantamiento”, del que su mamá siempre le había hablado.
La madre de Jacinto había visto que los juegos de su hijo no se parecían a los de los otros sapitos. A decir verdad, Jacinto disfrutaba mucho más jugando como lo hacían sus amigas, las ranitas. Entonces, su mamá decidió ayudarlo: una vez, le armó una fiesta de cumpleaños fantástica. Alquiló el mejor charco de barro del parque e invitó a todo el “saperío” de la zona. Pero mientras los sapos chapoteaban y se embadurnaban con la tierra mojada, Jacinto se divertía mirándolos limpito, desde la orilla, junto con sus amiguitas.
Preocupada, la mamá de Jacinto fue a pedirle consejos al doctor Escuerzo. El doctor le dio unas hojas de ortiga para que frotase sobre el cuerpo de su hijo:
-Va a tener que soportar el ardor de esta planta sobre su espalda –le recetaba el especialista-, hasta que poco a poco el pellejo de su hijo se haga más grueso y rugoso. Y al final verá que él ya no sentirá nada.
Jacinto lloraba cada vez que su madre lo sometía a la receta de ortiga.
-Hijo, tené paciencia- le respondía ella-, después de un tiempo vas a poder tener la piel fuerte y áspera como la de tu padre.
Y Jacinto quería mucho a su papá, aunque mil veces prefería la piel suave de su mamá. Por eso, todos los días después de soportar el ardor de la ortiga, Jacinto se iba debajo del jazmín, para que sus pétalos volviesen a suavizararlo.
Fue cuando la mamá de Jacinto vió que nada lograba cambiar a su hijo, que comenzó a contarle el cuento del Príncipe Encantado todas las noches:
- El príncipe sapo necesitaba encontrar una futura reina para casarse con ella y gobernar juntos el castillo de musgo de su padre. Pero un enemigo del rey había embrujado a su hijo, el príncipe. Y desde ese entonces, este conjuro le impedía ver la belleza de las ranas, por eso el príncipe no prestaba atención ni se interesaba por las princesas de los castillos vecinos. La única forma de romper el hechizo era si la rana más linda de los alrededores le daba un beso mientras él dormía.
Y vos Jacinto, tenés un príncipe dormido dentro tuyo–le aseguraba su mamá-. Cuando sientas el beso de una linda ranita, ese príncipe se va despertar y todos podremos verlo.
Jacinto deseaba que eso realmente sucediese para no tener que explicar nunca más por qué él prefería las limpias fuentes antes que las cañerías, o por qué se perdía de comer muchas moscas al distraerse mirando los hermosos colores de una mariposa.
Él mismo le pidió a todas sus ranas amigas que lo besasen para desencantarlo. Pero ninguno de esos besos lo transformó.
Triste por no poder conformar a su mamá, Jacinto decidió irse de su casa. Anduvo solitario muchos días. Y por las noches, cuando se iba a dormir, él solito se contaba el cuento del Príncipe Encantado. Porque Jacinto en verdad sentía que había algo escondido debajo de su piel, pero no sabía bien qué era.
Una tarde, cuando se refrescaba junto a un regador, y se le acercó un sapo muy viejito: -¿Qué haces aquí tan solo?- le preguntó el verde anciano.
Hacía tiempo que Jacinto no hablaba con nadie, y aprovechó para contarle la razón de su soledad:
-Me fui de casa para buscar alguien que pueda descubrir al príncipe que llevo bajo la piel. Pero creo que me equivoqué, no hay ningún encantamiento en mí.
-Eso no puede ser –le respondió el viejo sapo-. Todos nacemos encantados, cada uno con un encanto único. La magia está en reconocer cuál es nuestro encanto. Y como bien debes saber, la magia sólo funciona si creemos en ella. Para que tu encanto comience a croar, primero tienes que creer en él.
-¿Y los besos de alguien podrían ayudarme?
- Sí, pero vos tendrás que decidir si será de una rana o de un sapo el beso que pueda despertarte. No olvides esto: el mejor beso y el más poderoso para conocer tu encanto, será el beso que vos mismo te des.
Liza Porcelli Piussi

sábado, 17 de junio de 2006

Olvidar

Caminando por el campo al atardecer; mientras caminaban, oraban y reflexionaban.
Un poco antes de acercarse a un río que tenían que cruzar, el cual no tenía puente para hacerlo, se les acercó una mujer de baja estatura, pidiéndoles que le ayudaran a cruzar el río. Uno de ellos inmediatamente dijo que sí, mientras el otro lo veía con mirada de desaprobación.
El que se apuntó para ayudar a la pequeña mujer la subió en sus hombros y terminado el río la bajó de sus hombros, la mujer quedó muy agradecida con ese monje. Los monjes siguieron su camino y el que no aprobó la decisión empezó a reclamarle al monje que ayudó a la mujer a cruzar el río acerca de su comportamiento: ¿Porqué subiste a esa mujer a tus hombros?, ¿no sabes que en el convento nos tienen prohibido mantener contacto con mujeres?
El monje que había ayudado a la mujer no respondía a las preguntas del otro monje. Siguieron su camino y el monje insistía en sus preguntas, a lo que el otro monje no respondía. Poco antes de llegar al convento, el monje le volvió a cuestionar acerca de lo que había hecho y por fin el monje respondió:
Hace más de cuatro horas que esta mujer ya no está cerca de mi cabeza, pero sigue en la tuya. ¿Qué ganas con hacerte daño al tener en tu mente cosas del pasado?, ¿qué ganas con tener en tu mente cosas que a ti no te afectan?
Autor desconocido

viernes, 16 de junio de 2006

Para mis amigos

Cuenta una historia que dos amigos iban caminando por el desierto En algún punto del viaje comenzaron a discutir, y un amigo le dio una bofetada al otro
Lastimado, pero sin decir nada, escribió en la arena:
MI MEJOR AMIGO ME DIO HOY UNA BOFETADA.
Siguieron caminando hasta que encontraron un oasis, donde decidieron bañarse.
El amigo que había sido abofeteado comenzó a ahogarse, pero su amigo lo salvó.
Después de recuperarse, escribió en una piedra.
MI MEJOR AMIGO HOY SALVO MI VIDA.
El amigo que había abofeteado y salvado a su mejor amigo preguntó:
Cuando te lastimé escribiste en la arena y ahora lo haces en una piedra.
¿Porqué?
El otro amigo le respondió:
Cuando alguien nos lastima debemos escribirlo en la arena donde los vientos del perdón puedan borrarlo.
Pero cuando alguien hace algo bueno por nosotros, debemos grabarlo en piedra donde ningún viento pueda borrarlo.
Autor desconocido

jueves, 15 de junio de 2006

Las cosas no son siempre lo que parecen

Dos Angeles viajeros se pararon para pasar la noche en el hogar de una familia muy adinerada. La familia era ruda y no quiso permitirle a los Angeles que se quedaran en la habitación de huéspedes de la mansión. En vez de ser así, a los Angeles le dieron un espacio pequeño en el frío sótano de la casa. A medida que ellos preparaban sus camas en el duro piso, el Angel más viejo vio un hueco en la pared y lo reparó. Cuando el Angel más joven preguntó ¿por qué?, el Angel más viejo le respondió, "Las Cosas no siempre son lo que parecen."

La siguiente noche, el par de Angeles vino a descansar en la casa de un señor y una señora, muy pobres, pero el señor y su esposa eran muy hospitalarios. Después de compartir la poca comida que la familia pobre tenía, la pareja le permitió a los Angeles que durmieran en su cama donde ellos podrían tener una buena noche de descanso. Cuando amaneció, al siguiente día, los Angeles encontraron bañados en lágrimas al Señor y a su Esposa. La única vaca que tenían, cuya leche había sido su única entrada de dinero, yacía muerta en el campo. El Angel más joven estaba furioso y preguntó al Angel más viejo, ¿cómo pudiste permitir que esto hubiera pasado? El primer hombre lo tenía todo, sin embargo tú lo ayudaste; El Angel más joven le acusaba. La segunda familia tenía muy poco, pero estaba dispuesta a compartirlo todo, y tú permitiste que la vaca muriera.

"Las Cosas no siempre son lo que parecen," le replicó el Angel más viejo. "Cuando estábamos en aquel sótano de la inmensa mansión, yo noté que había oro almacenado en aquel hueco de la pared. Debido a que el propietario estaba tan obsesionado con avaricia y no dispuesto a compartir su buena fortuna, yo sellé el hueco, de manera tal que nunca lo encontraría."

"Luego, anoche mientras dormíamos en la cama de la familia pobre, el ángel de la muerte vino en busca de la esposa del agricultor. Y yo le di a la vaca en su lugar. “Las Cosas no siempre son lo que parecen."
Autor desconocido.

miércoles, 14 de junio de 2006

El bebé y el vagabundo

Eramos la unica familia con ninos en el restaurante. Sente a Ericken una silla alta y observe que todos comian y platicabansosegadamente.
Subitamente, Erick regocijado, grito con voz aguda: "Hola, comoestas?" mientras golpeaba con sus manos regordetas la mesa desu silla alta. Sus ojos brillaban de emocion y su boca sonreiamostrando sus dientes. Se movia inquieto y reia gozoso.
Busque la causa de su alegria. Con la vista encontre a un hombreandrajoso que vestia un saco raido, sucio, grasoso y gastado.Sus pantalones le quedaban flojos con la cremallera a media astay los dedos de sus pies salian de lo que alguna vez fueronzapatos. Su camisa estaba sucia y su pelo mugriento y sinpeinar. Sus patillas eran demasiado cortas para llamarlas barba ysu nariz tenian tantas venas que parecia un mapa de carreteras.No podiamos olerlo pues estabamos suficientemente lejos de el,pero indudablemente exhalaba muy mal olor. Con sus manossaludaba a Erick agitandolas mientras decia: "!Hola bebe!" !Holamuchacho! Ya te vi, pilluelo".
Mi esposo y yo intercambiamos miradas, preguntandonos "?Quehacemos?" Erick seguia riendo y saludando al viejo. Todos loscomensales en el restaurante se habian percatado de lo queocurria y alternaban su mirada entre nosotros y el hombre. Esevagabundo estaba creando una situacion muy molesta con miprecioso bebe.
Llego la comida a nuestra mesa y el viejo comenzo a gritar de unextremo al otro de la sala: "?Sabes jugar al escondite, o hacertortillitas?
!Miren, sabe de que estoy hablando!" Nadie consideraba graciosoal viejo.
Obviamente estaba borracho. Mi esposo y yo nos sentiamossumamente abochornados.
Comimos en silencio, mas no asi Erick quien exhibia todo surepertorio al vagabundo, quien le respondia con ingeniososcomentarios. Finalmente, terminamos de comer y nos encaminamosa la salida. Mi esposo fue a pagar la cuenta y me dijo que loesperara en el parqueo.
El viejo estaba sentado justamente frente a la puerta. Ore: "Senor,permiteme salir antes que me hable a mi o a Erick". Al acercarmeal viejo le volvi la espalda tratando de pasar desapercibida y evitarel aire que este individuo respiraba. Al hacerlo, Erick subitamentese inclino hacia el viejo, echandole los brazos. Antes que yopudiera evitarlo Erick se habia zafado de mis brazos y caido en losbrazos del viejo. Repentinamente un viejo y hediondo vagabundo yun bebe muy joven consumaron su amistad.
Erick en un acto de total confianza, amor y sumision reposo sucabecita en el andrajoso hombro del viejo, cuyos ojos seentrecerraron y pude ver lagrimas asomando debajo de suspestanas. Sus avejentadas y callosas manos llenas de mugre,dolor y duro trabajo, acunaron a mi bebe con tanta ternuramientras acariciaba su espalda. Jamas dos seres se han amadotanto y tan profundamente por tan breve tiempo. Yo estabasobrecogida. El viejo mecio y acuno a Erick en sus brazos por uninstante. Luego abriendo los ojos, me miro de frente, y dijo convoz firme y con autoridad: "Cuide a este bebe". Con un nudo en lagarganta logre responder: "lo hare".
Lentamente y con dolor arranco a Erick de su pecho. Al recibir devuelta a mi bebe, el hombre dijo: "Dios la bendiga, senora. Ustedme ha dado mi regalo de Navidad". Solo pude murmurar "gracias".Con Erick en mis brazos corri al carro. Mi esposo no sabia porque yo lloraba y apretaba a Erick contra mi pecho mientras decia:"Dios mio, Dios mio, perdoname". Acababa de ser testigo delamor de Cristo manifestandose a traves de la inocencia de unpequeno nino quien no conocia el pecado, quien no juzgaba; unnino que pudo ver un alma, y una madre que todo lo que vio fue laapariencia externa. Yo era una ciega cargando a un ninoclarividente. Senti que Dios me preguntaba: "?Estas dispuesta acompartir a tu hijo por un momento?" El compartio a Su hijo connosotros por toda la eternidad. El viejo indigente, sin quererlo merecordo que "es necesario ser como ninos para entrar al reino delos cielos".
Autor desconocido

martes, 13 de junio de 2006

El bambú

Había una vez, un maravilloso jardín, situado en el centro de un campo. El dueño acostumbraba pasear por él al sol de mediodía.
Un esbelto bambú era el más bello y estimado de todos los árboles de su jardín. Este bambú crecía y se hacía cada vez más hermoso. El sabía que su Señor lo amaba y que él era su alegría.
Un día, su dueño pensativo, se aproximó a su amado bambú y, con sentimiento de profunda veneración el bambú inclinó su imponente cabeza.
El Señor le dijo: -"Querido bambú, Yo necesito de ti."
El bambú respondió: -"Señor, estoy dispuesto; haz de mí lo que quieras."
El bambú estaba feliz. Parecía haber llegado la gran hora de su vida: su dueño necesitaba de él y él iría a servirle.
Con su voz grave, el Señor le dijo: -"Bambú, sólo podré usarte podándote."
-"¿Podar? ¿Podarme a mí, Señor?...¡Por favor, no hagas eso! Deja mi bella figura. Tú vez cómo todos me admiran."
-"Mi amado bambú," -la voz del Señor se volvió más grave todavía.- "No importa que te admiren o no te admiren... si yo no te podara, no podría usarte."
En el jardín, todo quedó en silencio... el viento contuvo la respiración.
Finalmente el bello bambú se inclinó y susurró: -"Señor, si no me puedes usar sin podar, entonces haz conmigo lo que quieras."
-"Mi querido bambú, también debo cortar tus hojas..."
El sol se escondió detrás de las nubes... unas mariposas volaronasustadas...
El bambú temblando y a media voz dijo: -"Señor, córtalas..."
Dijo el Señor nuevamente: -"Todavía no es suficiente, mi querido bambú, debo además cortarte por el medio y sacarte el corazón. Si no hago esto, no podré usarte."
-"Por favor Señor" -dijo el bambú- "yo no podré vivir más... ¿Cómo podré vivir sin corazón?"
-"Debo sacarte el corazón, de lo contrario no podré usarte."
Hubo un profundo silencio... algunos sollozos y lágrimas cayeron.
Después el bambú se inclinó hasta el suelo y dijo: -"Señor, poda, corta, parte, divide, saca mi corazón... tómame por entero."
El Señor deshojó, el Señor arrancó, el Señor partió, el Señor sacó el corazón.
Después llevó al bambú y lo puso en medio de un árido campo y cerca de una fuente donde brotaba agua fresca. Ahí el Señor acostó cuidadosamente en el suelo a su querido bambú; ató una de las extremidades de su tallo a la fuente y la otra la orientó hacia el campo.
La fuente cantó dando la bienvenida al bambú. Las aguas cristalinas se precipitaron alegres a través del cuerpo despedazado del bambú... corrieron sobre los campos resecos que tanto habían suplicado por ellas. Ahí se sembró trigo, maíz, soya y se cultivó una huerta. Los días pasaron y los sembradíos brotaron, crecieron y todo se volvió verde... y vino el tiempo de cosecha.
Autor desconocido

lunes, 12 de junio de 2006

Este sexo, el femenino

Liliana se despertó a las seis, preparó a los chicos, los llevó a la escuela y volvió a casa con tiempo para darle un beso burocrático a Arturo, su marido, y de cambiar cheques, cosas habituales y reclamos.
Hizo una rápida compra en el supermercado, peleó con la mucama que le había manchado el vestido de seda, salió apurada, como siempre; le pusieron una multa por estar conduciendo con el celular en la oreja y una advertencia por estacionar en lugar prohibido, mientras iba, un minuto a sacar dinero del cajero automático.
En el camino al trabajo, golpeaba ansiosamente el volante, en un congestionamiento monstruo, y pensaba cuándo podría pintarse la uñas y hacerse la tintura en el pelo antes de transformarse en una mujer canosa.
Llegando al escritorio, casi fue atropellada por una mina escultural que, era la nueva contratada por la empresa para el cargo que ella, Liliana, hizo de todo para conseguir, pero que, a pesar del currículum excelente y de sus años de experiencia y dedicación, no pudo lograr. Pensó si un buen lomo daba puntos, pero al rato se olvidó de la mina porque en medio de una reunión llamaron del colegio de Clarita, su hija menor, diciendo que ella estaba con dolor de oído y fiebre.
Intentó, en vano, encontrar a su marido y, como no pudo, resolvió ir ella misma al colegio, después de encontrase con un nuevo cliente, que mostró ser un neurótico, aburrido, desconfiado con quien tendría que lidiar los próximos meses.
Salió ansiosa y encontró su auto con una goma pinchada. Pensó en todo lo que todavía tenía por hacer antes de cerrar los ojos y soñar como un mundo mejor.
Dejó el auto, tomó un taxi y fue por las criaturas. Cuando llegó a casa, descubrió que se había dejado el malditoportafolio con todo lo que necesitaba leer para el día siguiente. Lamó al celular de su marido con la esperanza de que él pudiese ir a buscar los papeles a la empresa, pero la mierda seguía fuera del área.
Consiguió, después de varias llamadas, que un motoquero le trajese los malditos documentos.Tomó un baño de mierda, le dió de comer a los chicos, hizo los deberes de porquería con los dispersos, y acostó a los monstruos. Arturo llegó cruzadísimo de una reunión, reclamando de todo. Comieron en silencio.
En la cama ella leyó la mitad de los documentos y comenzó a cabecear de sueño. Arturo se despertó con una erección y queriendo juguetear. Como esos momentos eran cada vez más escasos en su matrimonio, elladecidió hacer un último esfuerzo y transar. Hicieron algo medio rápido, medio más o menos, y, cuando estaba casi durmiéndose de nuevo, sintió una palmadita en su traste con el siguiente comentario: - Estás teniendo un culito blando, Lili... deja la haraganería y empieza a cuidarte...
Liliana miró una pantalla de metal y se imaginó golpeando la cabeza de Arturo hasta ver sus sesos desparramados por la almohada! Después se vió saltando sobre el tórax de él hasta fracturar todas sus costillas! Con un alicate de uñas arrancandole uno a uno todos sus dientes y después dándole una patada brutal en las bolas, que hacía volar espermatozoides para todos lados!
En seguida usó la técnica que aprendió en un libro de autoayuda: cómo controlar las emociones negativas.Respiró tres veces profundamente, mentalizando el color azul, y reflexionó. No iba a valer la pena, no estábamos en EEUU, no conseguiría una abogada feminista carísima que hiciese su defensa alegando que asesinó a su marido ciega de tensión premenstrual...
Resolvió actuar con sabiduría.Al día siguiente, no llevó a los chicos al colegio, no hizo la compra rápida del super, ni peleó con la mucama.Fue a un gimnasio y se mató dos horas. De allí fue a la peluquería para teñirse de pelirroja y se pintólas uñas de colorado. Llamó al insoportable nuevo cliente y le dijo todo lo que pensaba de él, de su mujer y de su proyecto. Y esperó los resultados de su pésima conducta, haciéndose un masaje estético que jura eliminar, en diez sesiones, la grasa localizada. Mientras se hospedaba en un spa, oyó al marido desesperado tratando de localizarla por el celular y descubrir por qué ella había desaparecido. Pacientemente no atendió. Y, como la venganza es un plato que se come frío, le dejó un mensaje lacónico en la casilla de mensajes-El culo todavía está blando. Volveré cuando se haya endurecido.Un beso de la haragana...
Patricia Travassos

domingo, 11 de junio de 2006

Cuento

Hace mucho tiempo, un rey colocó una gran roca obstaculizando un camino. Entonces se escondió y miró para ver si alguien quitaba la tremenda roca. Algunos de los comerciantes más adinerados del rey y cortesanos vinieron y simplemente le dieron una vuelta. Muchos culparon al rey ruidosamente de no mantener los caminos despejados, pero ninguno hizo algo para sacar la piedra grande del camino.Entonces un campesino vino, llevaba una carga de verduras. Al aproximarse a la roca puso su carga en el suelo y trató de mover la roca a un lado del camino. Después de empujar y fatigarse mucho, lo logró. Mientras recogía su carga de vegetales, notó una cartera en el suelo, justo donde había estado la roca. La cartera contenía muchas monedas de oro y una nota del mismo rey indicando que el oro era para la persona que moviera la piedra del camino. El campesino aprendió lo que los otros nunca entendieron.
Autor desconocido

sábado, 10 de junio de 2006

Los nueve tesoros

Dos amigos marineros viajaban en un buque carguero por todo el mundo, y andaban todo el tiempo juntos. Así que, esperaban la llegada a cada puerto para bajar a tierra, encontrarse con mujeres, beber y divertirse. Un día llegan a una isla perdida en el Pacífico, desembarcan y se van al pueblo para aprovechar las pocas horas que iban a permanecer en tierra.
En el camino se cruzan con una mujer que está arrodillada en un pequeño río lavando ropa. Uno de ellos se detiene y le dice al otro que lo espere, que quiere conocer y conversar con esa mujer.El amigo, al verla y notar que esa mujer no es nada del otro mundo, le dice que para qué, si en el pueblo seguramente iban a encontrar chicas más lindas, más dispuestas y divertidas.
Sin embargo, sin escucharlo, el primero se acerca a la mujer y comienza a hablarle y preguntarle sobre su vida y sus costumbres. Cómo se llama, qué es lo que hace, cuantos años tiene, si puede acompañarlo a caminar por la isla. La mujer escucha cada pregunta sin responder ni dejar de lavar la ropa, hasta que finalmente le dice al marinero que las costumbres del lugar le impiden hablar con un hombre, salvo que este manifieste la intención de casarse con ella, y en ese caso debe hablar primero con su padre, que es el jefe o patriarca del pueblo.
El hombre la mira y le dice: "Está bien. Llévame ante tu padre. Quiero casarme con vos". El amigo, cuando escucha esto, no lo puede creer. Piensa que es una broma, un truco de su amigo para entablar relación con esa mujer. Y le dice: "¿Para qué tanto lío? Hay un montón de mujeres más lindas en el pueblo. ¿Para qué tomarse tanto trabajo?". El hombre le responde: "No es una broma. Me quiero casar con ella. Quiero ver a su padre para pedir su mano".
Su amigo, más sorprendido aún, siguió insistiendo con argumentos tipo: "¿Vos estás loco?", "¿Qué le viste?", "¿Qué te pasó?", "¿Seguro que no tomaste nada?" y cosas por el estilo. Pero el hombre, como si no escuchase a su amigo, siguió a la mujer hasta el encuentro con el patriarca de la aldea.
El hombre le explica que habían llegado recién a esa isla, y que le venía a manifestar su interés de casarse con una de sus hijas. El jefe de la tribu lo escucha y le dice que en esa aldea la costumbre era pagar una dote por la mujer que se elegía para casarse.
Le explica que tiene varias hijas, y que el valor de la dote varía según las bondades de cada una de ellas, por las más hermosas y más jóvenes se debía pagar 9 tesoros, las había no tan hermosas y jóvenes, pero que eran excelentes cuidando los niños, que costaban 8 tesoros, y así disminuía el valor de la dote al tener menos virtudes.
El marino le explica que entre las mujeres de la tribu había elegido a una que vió lavando ropa en un arroyo, y el jefe le dice que esa mujer, por no ser tan agraciada, le podría costar 1 tesoro. "Está bien" respondió el hombre, "me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve tesoros".
El padre de la mujer, al escucharlo, le dijo: "Ud. no entiende. La mujer que eligió cuesta un tesoro, mis otras hijas, más jóvenes, cuestan nueve tesoros".
"Entiendo muy bien", respondió nuevamente el hombre, "me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve tesoros".
Ante la insistencia del hombre, el padre, pensando que siempre aparece un loco, aceptó y de inmediato comenzaron los preparativos para la boda, que iba a realizarse lo antes posible.
El marinero amigo no lo podía creer. Pensó que el hombre había enloquecido de repente, que se había enfermado, que se había contagiado una rara fiebre tropical. No aceptaba que una amistad de tantos años se iba a terminar en unas pocas horas. Que él partiría y su mejor amigo se quedaría en una perdida islita de Pacífico.Finalmente, la ceremonia se realizó, el hombre se casó con la mujer nativa, su amigo fue testigo de la boda y a la mañana siguiente, partió en el barco, dejando en esa isla a su amigo de toda la vida.
El tiempo pasó, el marinero siguió recorriendo mares y puertos a bordo de los barcos cargueros más diversos y siempre recordaba a su amigo y se preguntaba: ¿qué estaría haciendo?, ¿cómo sería su vida?, ¿viviría aún?.
Un día, el itinerario de un viaje lo llevó al mismo puerto donde años atrás se había despedido de su amigo. Estaba ansioso por saber de él, por verlo, abrazarlo, conversar y saber de su vida.
Así es que, en cuanto el barco amarró, saltó al muelle y comenzó a caminar apurado hacia el pueblo.
¿Donde estaría su amigo?, ¿Seguiría en la isla?, ¿Se habría acostumbrado a esa vida o tal vez se habría ido en otro barco?.
De camino al pueblo, se cruzó con un grupo de gente que venía caminando por la playa, en un espectáculo magnífico. Entre todos, llevaban en alto y sentada en una silla a una mujer bellísima. Todos cantaban hermosas canciones y obsequiaban flores a la mujer y esta los retribuía con pétalos y guirnaldas. El marinero se quedó quieto, parado en el camino hasta que el cortejo se perdió de su vista. Luego, retomó su senda en busca de su amigo. Al poco tiempo, lo encontró. Se saludaron y abrazaron como lo hacen dos buenos amigos que no se ven durante mucho tiempo. El marinero no paraba de preguntar:
¿Y cómo te fue?, ¿Te acostumbraste a vivir aquí?, ¿Te gusta esta vida?, ¿No quieres volver?.
Finalmente se anima a preguntarle: ¿Y como está tu esposa? Al escuchar esa pregunta, su amigo le respondió: "Muy bien, espléndida. Es más, creo que la viste llevada en andas por un grupo de gente en la playa que festejaba su cumpleaños".El marinero, al escuchar esto y recordando a la mujer insulsa que años atrás encontraron lavando ropa, pregunto: "Entonces, ¿te separaste?, No es misma mujer que yo conocí, ¿no es cierto?. "Si" dijo su amigo, "es la misma mujer que encontramos lavando ropa hace años atrás".
"Pero, es muchísimo más hermosa, femenina y agradable, ¿cómo puede ser?", preguntó el marinero.
"Muy sencillo" respondió su amigo. "Me pidieron de dote un tesoro por ella, y ella creía que valía un tesoro. Pero yo pagué por ella nueve tesoros, ¡Todo lo que tenía!, ¡Si me hubieran pedido mas tesoros, habría ido en su busca para luego regresar por ella!, la traté y consideré siempre como una mujer por la que entregué toda mi riqueza. La amé con todo mi corazón y ella se transformó en una mujer de diez tesoros".
Autor desconocido

jueves, 8 de junio de 2006

Star Trek. The new generations

Durante una de las misiones de la nave Entreprise, encontramos flotando en el espacio una capsula del siglo XXI con varios humanos criogenizados en su interior . Despues de transportarla a la nave despertamos a sus tripulantes que habían estado congelados mas de 300 años. Despues de un rutinario control medico les permitimos que se movieran libremente por el interior de la nave. Los humanos del siglo XXI miraban asombrados la maravillosa tecnología del siglo XXIV y se felicitaban por haber despertado. Al poco rato pidieron que les llevasemos a la Tierra para hacerse cargo de sus propiedades. Uno de ellos ´parecía muy satisfecho pensando en la enorme cantidad de dinero que debía haberse acumulado en su cuenta de ahorro despues de 3 siglos de intereses bancarios.Al escuchar eso nos miramos con extrañeza, por fin uno de nosotros le dijo:--Eso va a ser imposible, en la Tierra ya no hay bancos, tampoco existe el dinero. Hace mucho tiempo que no acumulamos cosas, ya no competimos entre nosotros, no hay consumismo, todos tenemos todo lo que necesitamos, nadie sufre necesidad y nadie desea poseer mas que lo que necesita porque todos compartimos lo que tenemos.Otro de los humanos del Siglo XXI nos comentaba que volvería a su trabajo de abogado con el que había llegado a enriquecerse.De nuevo nos miramos extrañados.........--¿....abogado? Pero en la Tierra ya no hay abogados, desaparecieron a finales del siglo XXI, ya no tenemos rencillas porque sentimos una enorme estima los unos por los otros. No existen los delitos porque todo se comparte, nunca hay problemas.Los humanos del siglo XXI se sentían desgraciados.--Al menos podré regresar a mi enorme mansion a las afueras de Los Angeles?? ¿podré dar fiestas y podré invitar a toda la jet-set de la ciudad?Y otra vez nos miramos extrañados, sin poder creer lo que oíamos.--Pero en la Tierra ya no hay desigualdades sociales, ya no hay ricos y pobres. Ya no hay mansiones que hacen palidecer a infraviviendas. En la Tierra ya no hay envidias ni falsas apariencias. No hay muros que nos impidan llegar a la fruta madura de los arboles, ya no hay ciudadanos de primera y segunda clase.Los humanos del siglo XXI comenzaban a arrepentirse de haberse despertado, todavía creían dormir en su frío sueño y que todo eso no era mas que una pesadilla.--No se preocupen --les dijimos-- mañana llegaremos a la Tierra con nuestra velocidad del hiper espacio, allí serán felices. La Tierra es un paraiso desde que la gente siente de corazón que toda la humanidad puede amarse y no odiarse, desde que descubrimos que no debemos obtener beneficios los unos de los otros, desde que descubrimos que formamos una hermandad.
Autor desconocido

El vendedor de globos

Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gentehabía dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse enla plaza principal, en donde estaban los juegos y los puestitos deventa de cuanta cosa linda una pudiera imaginarse.Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejospopulares. Había venido de lejos todo un circo, con payasos yequilibristas, con animales amaestrados y domadores que les hacíanhacer pruebas y cabriolas. También se habían acercado hasta elpueblo toda clasede vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos yjuguetes para que los chicos gastaran allí los pesos que sus padreso padrinosles habían regalado con objeto de sus cumpleaños, opagándoles trabajitos extras.Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía detodos los colores y formas. Había algunos que se distinguían por sutamaño. Otros eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido,o extraño.Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eranoriginales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas laspersonas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedíanpara compraralgunos.Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en quetoda la gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algoextraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo soltó. Como estaballeno de airemuy liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvopor encimade todo lo que había en la plaza. El cielo estabaclarito, y el solradiante dela mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo haciael cielo,empujado lentamente hacia el oeste por el viento quieto de aquellahora. Elprimer niño gritó:-¡Mira mamá un globo!Inmediatamente fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a suschicos o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor ya habíasoltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Estohizo que prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estabahaciendo, y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magníficoespectáculo de ver como un globo perseguía al otro en su subida alcielo.Para completar la cosa, el vendedor soltó dos globos con los mejorescolores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que untropilla de niños pequeños lo rodeara, y pidiera a gritos que supapá o su mamále comprara un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo.Al gastargratuitamente algunos de sus mejores globos,consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, yque eran muchos. Porque realmente tenía globos de todas formas,tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños quese paseabancon ellos, y hasta había alguno que imitando lo que viera, habíadejado que elsuyo trepara en libertad por el aire.Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos,miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si un honda angustiase hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, sedio cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeñomovió la cabezanegativamente, y se rehusó a tomarlo.-Te lo regalo, pequeño-le dijo el hombre con cariño, insistiéndolepara que lo tomara.Pero el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandesojos tristes,hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se leestabaofreciendo. Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño que eraentonces loque lo entristecía. Y el negrito lecontestó, en forma de pregunta:-Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que subetan alto como los otros globos de colores?Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo negro, quenadie habíacomprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:-Hace vosmismo la prueba. Soltalo y verás como también tu globo sube igualque todos losdemás.Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, ysu alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmentelo mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, apalmotear, a reírse de puro contento y felicidad.Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecitaenrulada, le dijo con cariño:-Mira pequeño, lo que hace subir a los globos no es la forma ni elcolor, sino lo que tiene adentro.
Autor desconocido

miércoles, 7 de junio de 2006

La grandeza de amar

Un día, un chico hacía mucho tiempo que no se enamoraba, y conocióa una chica, y poco a poco, le volvió a suceder, no tanto por su bellezafísica que era mucha, sino por que hablando con ella, supo ver en suinterior la más linda de las tristezas. Ese chico, un día decidió colocaruna preciosa piedra tallada sobre el suelo, y se la enseñó a la chica,al verla se quedó maravillada por tanta dulzura traspasada a piedra,el chico repitió esta operación una y otra vez, creando siempre nuevasen impresionantes formas, con distintos colores. Al cabo de una ciertacantidad, el chico se aventuró a confesarle su amor a la chica, y leexplicó que esas piedras existían por ella, y que simbolizaban el amorsin mesura, infinito y eterno que él sentía por ella. Pero ella, fríapor fuera y oscura por dentro le dijo que corresponderle su amor eraimposible. Aun consciente de que tal resultado era probable, el chicovago desolado durante tres días, tres días de búsqueda interior rehaciendosu autoestima para encontrarle el sentido a su vida sin ella, pero el chico,aun que mejorando, seguía enamorado por que su amor era eterno, y no lofrenaría un no. Así que de nuevo el chico empezó a tallar bonitas piedras,dedicadas a ella, las iba colocando en el mismo montón y el siempre le decíaa ella que eran suyas, ella las miraba de reojo, a veces incluso comentabaalguna como especialmente bonita, pero ninguna alcanzaba el grado de bellezaextrema para desgarrar el alma, y hacerle cambiar de parecer a la chica.Y así, el chico talló y talló, con el tiempo talló piedras dedicadas a laamistad además de las que había dedicado al amor, y se fue creando todo unmonumento, un templo al amor puro, al amor eterno, al amor verdadero. La genteempezó a acudir para ver aquella maravilla, una montaña de preciosas piedrastalladas por amor, toda pareja que quisiera consagrarse pasaba por aquel lugarpara impregnarse simbólicamente de tanta dulzura y pureza. Hasta que un díala chica tuvo curiosidad, y se acercó al chico a preguntarle, ¿por qué no parasde tallar si sabes de sobra que nunca me tendrás?, a lo que el chico respondió,ya sé que no encontraré belleza extrema que te desgarre el alma por que bellezacon dicha cualidad, no existe, ya sé de sobra que nunca jamás te tendré. Pero esteamor es ahora mi patria, te espera por siempre por que esa es su vida, su misión,la razón su existencia, y por que para tantas y tantas personas este amor es lapureza la eternidad y la veracidad de todo amor, y detrás de quererte esa es misegunda grandeza.
Autor desconocido

martes, 6 de junio de 2006

Como el lápiz

El niñito miraba al abuelo escribir una carta. En un momento dado, le pregunto:
¿Abuelo, estás escribiendo una historia que nos pasó a los dos? ¿Es, por casualidad, una historia sobre mí? El abuelo dejó de escribir, sonrió y le dijo al nieto: Estoy escribiendo sobre ti, es cierto. Sin embargo, más importante que las palabras, es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que tú fueses como él cuando crezcas.
El nieto miró el lápiz intrigado, y no vio nada de especial en él, y preguntó:
¿Qué tiene de particular ese lápiz?
El abuelo le respondió:
Todo depende del modo en que mires las cosas. Hay en él cinco cualidades que, si consigues mantenerlas, harán siempre de ti una persona en paz con el mundo.
Primera cualidad:
Puedes hacer grandes cosas, pero no olvides nunca que existe una mano que guía tus pasos. Esta mano la llamamos Dios, y Él siempre te conducirá en dirección a su voluntad.

Segunda cualidad:
De vez en cuando necesitas dejar lo que estás escribiendo y usar el sacapuntas. Eso hace que el lápiz sufra un poco, pero al final, estará más filado. Por lo tanto, debes ser capaz de soportar algunos dolores, porque te harán mejor persona.

Tercera cualidad:
El lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar aquello que está mal. Entiende que corregir algo que hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo Importante para mantenernos en el camino de la justicia.

Cuarta cualidad:
Lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que hay dentro. Por lo tanto, cuida siempre de lo que sucede en tu interior.

Quinta cualidad:
Siempre deja una marca. De la misma manera, has de saber que todo lo que hagas en la vida, dejará trazos. Por eso intenta ser consciente de cada acción.
Autor desconocido

lunes, 5 de junio de 2006

Otra historia

En los días en que un helado costaba mucho menos, un niño de 10 años entró en un establecimiento y se sentó en una mesa. La camarera puso un vaso de agua en frente de él. "¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con almendras?" preguntó el niño. "Cincuenta centavos", respondió la camarera. El niño sacó la mano de su bolsillo y examinó un número de monedas. "¿Cuánto cuesta un helado solo?", volvió a preguntar.Algunas personas estaban esperando por una mesa y la camarera ya estaba un poco impaciente. "Treinta y cinco centavos", dijo bruscamente. El niño volvió a contar las monedas. "Quiero el helado solo", dijo el niño. La camarera le trajo el helado, puso la cuenta sobre la mesa y se fue.
El niño terminó el helado, pagó y se marchó. Cuando la camarera volvió, empezó a limpiar la mesa y entonces le costó tragar saliva al ver que allí, puesto ordenadamente junto al plato vacío, había los treinta y cinco centavos y veinticinco más... su propina.
Autor desconocido

Los pavos no vuelan

Un paisano encontró en Catamarca un huevo muy grande.Nunca había visto nada igual. Y decidió llevarlo a su casa.-¿Será de un avestruz? -preguntó a su mujer.-No. Es demasiado abultado -dijo el abuelo.-¿Y si lo rompemos? -propuso el ahijado.-Es una lástima. Perderíamos una hermosa curiosidad-respondió cuidadosa la abuela.-Ante la duda, lo voy a colocar debajo de la pava queestá empollando huevos. Tal vez con el tiempo nazcaalgo- afirmó el paisano, y así lo hizo.
Cuenta la historia que a los quince días nació unpavito oscuro, grande, nervioso, que con mucha avidezcomió todo el alimento que encontró a su alrededor.Luego miró a la madre con vivacidad y le dijoentusiasta:-Bueno, ahora vamos a volar.
La pava se sorprendió muchísimo de la proposición desu flamante cría y le explicó:-Mira, los pavos no vuelan. Te sienta mal comerdeprisa. Entonces trataron de que el pequeño comieramás despacio, el mejor alimento y en la medida justa.El pavito terminaba su almuerzo o cena, su desayuno omerienda y les decía a sus hermanos:-Vamos, muchachos ¡a volar!Todos los pavos le explicaban entonces otra vez:-Los pavos no vuelan. A ti te sienta mal la comida.El pavito empezó a hablar más de comer y menos devolar. Y creció y murió en la pavada general: ¡peroera un cóndor! Había nacido para volar hasta los 7,000metros. ¡Pero nadie volaba..!El riesgo de morir en la pavada general es muy grande.¡Como nadie vuela!
Autor desconocido

domingo, 4 de junio de 2006

Auxilio en la lluvia

Una noche, a las 11:30 p.m., una mujer afroamericana, de edad avanzada estaba parada en el acotamiento de una autopista de Alabama, tratando de soportar una fuerte tormenta.
Su coche se había estropeado y ella necesitaba desesperadamente que la llevaran. Toda mojada, decidió detener al próximo coche. Un joven blanco se detuvo a ayudarla, a pesar de todos los conflictos que habían ocurrido durante los 60. El joven la llevó a un lugar seguro, la ayudó a obtener asistencia y la puso en un taxi. Ella parecía estar bastante apurada. Anotó la dirección del joven, le agradeció la ayuda y se fue.
Siete días pasaron, cuando llamaron a la puerta de su casa. Para su sorpresa, un televisor pantalla gigante a color le fue entregado por correo. Tenía una nota especial adjunta al paquete. Esta decía: "Muchísimas gracias por ayudarme en la autopista la otra noche. La lluvia anegó no sólo mi ropa sino mi espíritu. Entonces apareció usted. Gracias a eso, pude llegar al lado de la cama de mi marido agonizante, justo antes de que muriera. Dios lo bendiga por ayudarme y por servir a otros desinteresadamente.Sinceramente: La Señora de Nat King Cole."
Autor desconocido

viernes, 2 de junio de 2006

Cortesía

..Cierta personalidad de relieve continental un día subió a un transporte público y quedó extrañado de la exquisita cortesía que demostró tener el conductor del vehículo al venderle el boleto. Su asombro fue todavía mayor cuando vio que todos los pasajeros se comportaban de la misma manera. ..Por fin, queriendo conocer el motivo que lo impulsaba a ser tan atento, se dirigió al hombre y le dijo: "Dispense mi curiosidad, pero me gustaría saber la causa por la cual usted emplea maneras tan gentiles con el público". ..El conductor le contestó: "Pues, vera usted, hace unos cinco años leí en un periódico que alguien había legado una fortuna a un extraño por el único hecho de ser cortés. Desde entonces comencé a tratar a los pasajeros de la mejor forma posible. Lo curioso es que ello me produce tanta satisfacción que ya no me importa heredar o no una fortuna".
Autor desconocido

jueves, 1 de junio de 2006

La pregunta mas importante

Durante mi segundo semestre en la escuela de enfermería, nuestro profesor nos dio un examen sorpresa. Yo era un estudiante consciente y leí rápidamente todas las preguntas, hasta que llegué a la última: "¿Cuál es el nombre de la mujer que limpia la escuela?"Seguramente esto era algún tipo de broma. Yo había visto muchas veces a la mujer que limpiaba la escuela. Ella era alta, cabello oscuro, como de cincuenta años, pero, ¿cómo iba yo a saber su nombre?Entregué mi examen, dejando la última pregunta en blanco.
Antes de que terminara la clase, alguien le preguntó al profesor si la última pregunta contaría para la nota del examen. "Absolutamente", dijo el profesor. "En sus carreras ustedes conocerán muchas personas. Todas son importantes. Ellos merecen su atención y cuidado, aunque sólo les sonrían y digan: '¡Hola!'
Nunca olvidé esa lección. También aprendí que su nombre era Dorothy. Todos somos importantes.
Autor desconocido