miércoles, 29 de noviembre de 2006

Las mentiras

Cuentan que un padre de familia fue a un parque de diversiones con

sus dos hijos, uno de 3 años de edad y el otro de 6 años. La

entrada tenía un costo de 5 dólares para los niños menores de 5 años

y de 10 dólares para los niños mayores de 5 años. Cuando se acercó

a la taquilla donde vendían los boletos, el taquillero le preguntó:

- ¿Cuál es la edad de los niños?

El hombre le respondió:

- 3 y 6 años.

El taquillero le replicó:

- ¿Es usted tonto? Me ha podido decir que tienen 3 y 5 años y

pagar sólo la tarifa de 5 dólares. Ahora que me dijo la verdadera

edad de sus hijos, tendré que cobrarle más. ¿Acaso cree que alguien

se hubiera dado cuenta?

El padre le respondió:

- Sí, mis hijos.

Autor desconocido

martes, 28 de noviembre de 2006

Cambiando el mundo

Ciertas noches mi abuelito tenia en los ojos esa melancolía dulce de
las cosas y la vida . Me abrazaba al verme observarlo con curiosidad,
como tratando de adivinar sus pensamientos . Su voz era suave y profunda, calma, y sus ojos engendraban una ternura especial, reservada tan solo para mi.

Ciertas noches mi abuelito me miraba como si regresara de un viaje
largo y a su regreso me hubiera encontrado crecidO, distintO, listO
para comenzar mi propia vida.

Una de esas noches, allí sentadO en su rodilla, mientras me ayudaba a
secar un par de libros que se habían mojado mientras yo corría a casa
huyéndole a la lluvia, me dijo en voz muy baja , como para que le
prestara toda mi atención:

"Las cosas pertenecen a quien las vuelve
mejores".

Y entonces prosiguió a contarme sus historias:

Ese de mi
muñeco Mario, que había perdido su sombrero, y la historia del
elefante azul que venia a tomarse la sopa que yo dejaba en mi plato,
la historia de un niño que se iba de viaje por la vida y descubría
muchos países, países con gentes que hablaban al revés, países con
personas que construían palacios sobre la tierra, países de gentes de
todo el mundo ...

El país mas importante me dijo el abuelo, es sin embargo el país del
corazón. Hay personas que son como los trenes y que van toda su vida
sobre el mismo riel, otras que son como tranvías , que siguen las
lineas eléctricas, y tu mi muchachito que serás tu?

Su mirada jamás fue tan dulce y risueña que cuando le respondí :
-Yo abuelito, yo iré a pie.

Si supiera que lo he cumplido al pie de la letra.

Germán Berdiales



lunes, 27 de noviembre de 2006

Rosas rojas

Rosas rojas eran sus favoritas, su nombre también era Rosa, y cada año su esposo se las enviaba, adornadas con un precioso lazo.

Cada año, su esposo le enviaba rosas, y la nota siempre decía: "Te amo aún más este año, que el año pasado en este día. Mi amor por ti siempre crecerá, con el pasar de los años."

El año que su esposo murió, las rosas también fueron puestas en su puerta. La tarjeta decía: "Quiero decirte que te amo, como todos los años anteriores."

Ella sabia que esta era la ultima vez que aparecerían las rosas.

Pensó que su esposo había ordenado las rosas por adelantado mucho antes de este día, ya que su amado esposo no sabía que iba a fallecer. A él siempre le gustó hacer las cosas con anticipación, bastante antes de la fecha, para que si él estuviera demasiado ocupado, todas las cosas funcionarían bien.

Recortó los tallos, y colocó las rosas en una florero especial, luego puso el mismo junto a un retrato de su esposo sonriendo. Podría haber estado sentada durante horas, en el

sofá favorito de su esposo mientras contemplaba su fotografía, y las rosas allí, al lado...

Un año después, aún era difícil vivir sin su pareja. Se sentía muy sola y prácticamente aislada...

Ese había sido su destino.

Entonces, como el año anterior, a la misma hora, el timbre de la puerta sonó y al abrir encontró que alguien había dejado rosas en la puerta de su casa.

Recogió las rosas, después de mirarlas entro en shock y decidió llamar a la florería. El propietario respondió y ella le preguntó, si podría explicarle por qué alguien tuvo que hacerle esto, causándole tremendo dolor...

"Yo se que su esposo murió, hace mas de un año", dijo el propietario, "Yo sabia que usted iba a llamar, porque él quería saberlo...

Pues bien, resulta que las flores que usted recibió hoy, fueron pagadas por adelantado. Su esposo siempre planeo las cosas, y nada dejó al azar. Hay una orden pendiente que tengo en archivo aquí y que el también pagó por adelantado: Usted las recibirá cada año.

Hay también otra cosa que pienso usted debe saber. Su esposo escribió una pequeña tarjeta especial...

La hizo hace varios años.

Me dijo que, cuando yo supiera que él ya no estuviera con nosotros, entonces esa sería la tarjeta que debería enviarle a usted el próximo año."

Ella le agradeció y colgó el teléfono. Sus lagrimas ahora afluían torrencialmente. Sus dedos le temblaban mientras los acercaba lentamente para tomar la tarjeta...

Y vio que dentro de la tarjeta, efectivamente, estaba una nota escrita por su esposo.

Dentro del absoluto silencio que rodeaba al ambiente, buscó leer ávidamente esto que él había escrito...

"Hola, mi amor. Sé que ha pasado un año desde que tuve que dejarte... Espero que no haya sido tan duro para ti y puedas haberlo superado."

"Sé que debe ser muy difícil, y el dolor es muy real, porque si hubiese sido al contrario, yo sé como me hubiera sentido."

"El amor que compartimos hizo maravillosas las cosas en la vida. Yo te amo más que lo que las palabras puedan expresar. Tú fuiste la esposa perfecta, tú fuiste mi amiga y mi amante, tú llenaste cada necesidad mía."

"Yo sé que sólo ha pasado un año, pero por favor trata de no entristecerte. Quiero que tú seas feliz aún cuando derrames unas lágrimas. Por eso es que las rosas te serán enviadas por muchos años."

"Cuando recibas estas rosas, piensa en toda la felicidad que tuvimos juntos y cómo es que ambos fuimos bendecidos."

"Siempre te he amado y sé que siempre te amaré. Pero, mi amor, tu debes continuar; tú tienes vida todavía."

"Por favor, trata de encontrar felicidad mientras vivas tus días. Se que no es fácil, pero espero que encontrarás algunos caminos."

"Las rosas llegarán cada año y ellas solamente se detendrán el día que no respondas a la puerta, cuando el muchacho se detenga para tocar."

"Volverá cinco veces ese día, por si hubieras tenido que salir. Pero después de su última visita sabrá, sin duda alguna, que tiene que llevar las rosas al lugar adonde le he dado instrucciones y colocarlas donde estamos nosotros, juntos una vez mas..."

Autor desconocido

domingo, 26 de noviembre de 2006

Sueños

Tuve un sueño.

Era el atardecer y te recostabas en ese angosto marco de la ventana

que daba al universo. Las dos lunas de la palma de mis manos cubrían

tus ojos y tu preguntabas : donde?

Con mi aliento de mar te guié a ciegas y partimos, tu y yo, en la

noche, mientras el viento hacia girar en una especie de ciclón las

casas , los ventanales , las aguas muertas , todo lo que existía

inerte tomaba vida...y de repente... de repente soñé que estábamos

en Italia , esa de las playas blancas, esas de la suave sombra de

las montañas, esa Italia que no conozco, pero llevo en mi memoria como un intimo recuerdo. Y allí nos quedamos , por horas sentados en

las ventanas , con las piernas bailando en el vacío, bebiendo agua

fresca en jarrones de tierra cocida y el rojo brillante de los

campos iluminando mi fantasía. Tenías un vestido de algodón a cuadros

rojos y blancos y mi piel bronceada te buscaba.

Era verano y yo tenia 20 años . Creí descubrir la luz en tu mirada ,

pero Florencia no era nada mas que matices y colores , catedrales subyugantes

y un erotismo de corredores sombríos y secretos.

Nos bañamos con la noche en las aguas calidas de Napoli y el Vesubio

no era mas que un monstruo dormido ... En Pompeya lloramos en las

calles porque nos dimos cuenta que en realidad no conocíamos nada de

la vida , porque no podíamos con certeza hablar de las películas de

Fellini , ni podíamos imaginar netamente a Mastroianni.

Me abrazaste , y de repente estábamos en Roma tirando monedas y

deseos por un amor verdadero en la fuente de Trevi.

Sueños...deseos...viajes...en realidad no hay ninguna diferencia.

Yo solo se que estaba en tu compañía, y me sentía bien.

Germán Berdiales

sábado, 25 de noviembre de 2006

¿Qué es el amor?

En una de las salas de un colegio habían varios niños.

Uno de ellos preguntó: Maestra... ¿qué es el amor?

La maestra sintió que la criatura merecía una respuesta,

que estuviese a la altura de la pregunta inteligente que había formulado.

Como ya estaban en hora de recreo,

pidió a sus alumnos que dieran una vuelta por el patio de la escuela

y trajesen lo que más despertase en ellos el sentimiento del amor.

Los chicos salieron apresurados y, cuando volvieron, la maestra les dijo:

Quiero que cada uno muestre lo que trajo consigo.

El primer alumno respondió: Yo traje esta flor, ¿no es linda?

Cuando llegó su turno, el segundo alumno dijo: Yo traje esta mariposa.

Vea el colorido de sus alas; la voy a colocar en mi colección.

El tercer alumno completó: Yo traje este pichón de pajarito

que se cayó del nido, hermano: ¿no es gracioso?

Y así los chicos, uno a uno,

fueron colocando lo que habían recogido en el patio.

Terminada la exposición, la maestra notó

que una de las niñas no había traído nada

y que había permanecido quieta durante todo el tiempo.

Se sentía avergonzada porque no había traído nada.

La maestra se dirigió a ella y le preguntó:

Muy bien: ¿y tú? ¿no has encontrado nada?

La criatura, tímidamente, respondió: Disculpe, maestra.

Vi la flor y sentí su perfume; pensé en arrancarla,

pero preferí dejarla para que exhalase su aroma por más tiempo.

Vi también la mariposa, suave, colorida,

pero parecía tan feliz que no tuve el coraje de aprisionarla.

Vi también el pichoncito caído entre las hojas,

pero... al subir al árbol, noté la mirada triste de su madre

y preferí devolverlo al nido.

Por lo tanto, maestra, traigo conmigo el perfume de la flor,

la sensación de libertad de la mariposa

y la gratitud que observé en los ojos de la madre del pajarito.

¿Cómo puedo mostrar lo que traje?

La maestra agradeció a la alumna y le dio la nota máxima,

considerando que había sido la única que logró percibir

que sólo podemos traer el amor en el corazón.

Autor desconocido

miércoles, 22 de noviembre de 2006

El portal de oro

En una ciudad nacieron dos hombres, el mismo día, a la misma hora en el mismo lugar. Sus vidas se desarrollaron y cada uno vivió muchas experiencias diferentes.

Al final de sus vidas ambos murieron el mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar. De acuerdo a la leyenda se dice que al morir tenemos que pasar por un gran portal de oro puro, donde allí un guardián, nos hace ciertas preguntas para permitirnos pasar.

El primer hombre llegó y el guardián le pregunta: Qué fue de tu vida? El responde: "conocí muchos lugares, tuve muchos amigos, hice negocios que produjeron grandes riquezas, mi familia tuvo lo mejor y trabaje duro".

el guardián le pregunta:

Qué traes contigo? El responde: "todo ha quedado allí, no traigo nada", ante esto el guardián responde: Lo siento no puedes pasar debido a que no traes nada contigo".

Al escuchar estas palabras el hombre llorando y con gran pena en su corazón se sienta a un lado a sufrir el dolor de no poder entrar. . . . .

El segundo hombre llegó y el guardián le pregunta:

-Qué fue de tu vida?

El responde:

-desde el momento en que nací, fui un caminante, no tuve riquezas, solo busque el amor en los corazones de todos los hombres, mi familia me abandono y en realidad nunca tuve nada. . . .

El guardián le pregunta: -Encontraste lo que buscabas?

-Si, ha sido mi único alimento desde que lo encontré. . . . .

-Muy bien puedes pasar! . . .

Pero ante esta respuesta el hombre responde:

"El Amor que he encontrado es tan grande que lo quiero compartir con este hombre sentado al lado del portal, sufriendo por su fortuna. . .

Dice la leyenda que su amor era tan grande que fue suficiente para que ambos pasaran por el portal.

Historia sufi

martes, 21 de noviembre de 2006

Historia sufi

Hace mucho tiempo, en una comunidad Mevlevi (tekke), había cierto murid del

Maestro Jelal cuyo deber era recolectar madera del bosque para el fuego de

la cocina.

Cada mañana entraba en el bosque y regresaba con los brazos llenos de madera

que había recogido – largas, cortas, dobladas, retorcidas, espesas,

delgadas. El tiempo pasó, y cada día él llevaba a cabo su tarea asignada con

dedicación y con las Palabras Santas en sus labios.

Un día, el Sheik de la tekke llamó al murid desde la ventana donde había

visto al estudiante derviche haciendo su trabajo. "¡Mehmet!", gritó el

Sheik, "¿Qué estás llevando?" le preguntó. "Estoy trayendo madera para el

fuego de la cocina", contestó.

El Sheik le pidió entonces que se acercara: "Permíteme ver la madera", dijo,

y el murid le mostró el trabajo de esa mañana. "Estas ramas están torcidas y

deformadas", dijo el Sheik, "¡Nosotros sólo precisamos madera recta y fuerte

para el fuego de nuestra cocina. De hoy en adelante cuando recojas la

madera, debes asegurarte que cada pedazo de madera sea recto y no torcido

como estos!".

"¡Eyvallah!" contestó el murid, y siguió adelante con su trabajo. Desde ese

día, sólo trajo madera recta para ser usada en el fuego de la cocina”.

Un día le preguntaron a un Sheikh: “¿Cuál es el significado de “Eyvallah”?"

"Un Eyvallah es un il'Allah", contestó.

Los años pasaron, y el murid creció en el Camino, siempre llevando a cabo

sus deberes en la tekke con buen corazón. Su barba había empezado a ponerse

gris y su paso era más lento. Un día el Sheik lo llamó a su habitación: "Tu

trabajo aquí ha terminado”, le dijo, "debes irte ahora y encontrar tu camino

en el mundo. Quiera Allah guiar tus pasos". "¡Eyvallah!" contestó el murid,

y besando la mano del Sheik se despidió.

Un día, luego de varios años, el murid regresó a la tekke. Llevaba ropas

viejas, su pelo enredado y su espalda algo encorvada. Llegó a la puerta del

jardín del Sheik, y al encontrarlo abierto, entró en el pequeño patio.

Golpeó la puerta, y la esposa del Sheik salió a saludarlo. "¡Allah! ¡Cómo

has cambiado!", exclamó. "¡Apenas te reconozco!". "Ha sido muy difícil",

dijo él, "pero ahora debo ver a mi Sheik”. "Él ha salido hace un rato, pero

no tardará mucho. Ahora casi no ve y camina con dificultad con un bastón”.

El murid pidió permiso para sentarse en el sol y descansar hasta el regreso

del Sheik, luego se recostó y se durmió.

Un rato después, cojeando y tomándose de su bastón, el Sheik entró en su

patio. Su bastón golpeó al murid que dormía y el Sheik preguntó: "¿Quién es,

quién es?". El murid abrió los ojos y se tiró al suelo besando los pies de

su Sheik, clamando con lágrimas y dolor, "¡O mi Sheikh, mi Maestro, soy yo,

tu murid a quien enviaste lejos hace muchos años!".

El Sheik ayudó al murid a ponerse de pie, besó sus mejillas y dijo, "Ah, mi

hijo, ven, siéntate aquí y cuéntame". El murid estalló en lágrimas y le

dijo: "Estos años han sido infelices, estoy quebrado, no hay para mí ningún

lugar en este mundo. Dios se ha llevado mi voz, no pude ganar para vivir, y

ahora soy viejo y no tengo ningún lugar a donde ir. ¡Por favor, le ruego me

permita regresar de nuevo a la tekke para que pueda quedarme aquí y pasar

mis últimos días en paz!"

"Ah, mi hijo, mi hijo", contestó el Sheik. "Ahora tu trabajo ha terminado, y

tu puedes irte. Allah abrirá tu camino".

Y el murid salió de nuevo, pero ahora su voz regresó. Con el tiempo se

convirtió en una de los grandes predicadores de la Santa Palabra de Allah y

vivió en la Luz durante muchos años.

Autor desconocido

lunes, 20 de noviembre de 2006

El peso del rencor

El tema del día era el resentimiento, y el maestro nos
había pedido que lleváramos papas y una bolsa de
plástico. Ya en clase elegimos una papa por cada
persona a la que guardábamos resentimiento. Escribimos
su nombre en ella y la pusimos dentro de la bolsa.
Algunas bolsas eran realmente pesadas. El ejercicio
consistía en que durante una semana lleváramos con
nosotros a todos lados esa bolsa de papas.

Naturalmente la condición de las papas se iba
deteriorando con el tiempo. El fastidio de acarrear
esa bolsa en todo momento me mostró claramente el peso
espiritual que cargaba a diario y como mientras ponía
mi atención en ella para no olvidarla en ningún lado,
desatendía cosas que eran mas importantes para mi.

Autor desconocido

domingo, 19 de noviembre de 2006

Amigos telefónicos

BUSCANDO a un amigo de la zona sur del G.BB.AA., me dio equivocado. A veces con-
Testan malhumorados, otros tranquilos y en este caso una persona que sin duda
Necesita un diálogo y hablamos 45 minutos...yo con 80 él con 60, rememorando
Notas pintorescas y personales de antaño, el empleo, barrios, antiguos bares,
Calles que cambiaron de nombre...y me pidió que cuando pueda lo llame...
Así hay amigos telefónicos...un hecho grato para el día de hoy...

Gregorio José

sábado, 18 de noviembre de 2006

Los dos lobos

Un viejo cacique de una tribu estaba teniendo una charla, con sus nietos, acerca de la vida. Los niños querían saber sobre muchas cosas; como ser buenas personas, por qué había personas malas, por qué tenían intenciones no muy buenas, etc.

Él les dijo:

"Una gran pelea esta ocurriendo dentro de mi; es entre dos lobos.

Uno de los lobos es maldad, temor, ira, envidia, dolor, rencor, avaricia, arrogancia, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras, orgullo, competencia, superioridad, egolatría.

El otro es bondad, alegría, paz, amor, esperanza, serenidad, humildad, dulzura, generosidad, benevolencia, amistad, empatía, verdad, compasión, y fe.

Esta misma pelea está ocurriendo dentro de ustedes también, y dentro de casi todos los seres de la tierra."

Lo pensaron por un minuto, y uno de los niños le preguntó a su abuelo:

"¿Cuál de los lobos ganará?"

Y el viejo cacique respondió, simplemente..."EL QUE ALIMENTES."

Autor desconocido

viernes, 17 de noviembre de 2006

Me lo tengo bien merecido

He llegado a vuestro lugar secreto con un santo y seña que alguien dejó olvidado, y sin pedir permiso, atravesé el portal.

Al entrar me quedé pasmado... sólo vi cajas viejas de zapatos y en su interior, algunos papeles para leer.

Abrí una caja, tomé un papel de aquellos y lo leí... no supo mal...

Como tenía hambre, otra caja abrí y otro papel leí.

Con cada papel que leía, una historia recordaba... y poco a poco, sin poderlo evitar, todas mis historias se agolparon en mi interior como un huracán: el primer beso, la soledad del que viaja sin compañía, el primer sabor incomprensible, el primer viaje juntos... y recordé lo salado de la
lágrima, lo dulce de la sonrisa, la plenitud de un suspiro.

No se cuando ni como, me quedé dormido... tal era el sopor que me embargaba...

Ya era de madrugada cuando desperté, en mi habitación, y todo me parecía un sueño. Sin embargo, el sabor en mi alma me decía que era verdad... y esta historia se me apareció como un fogonazo delante de mí.

Una vuelta, y otra, y otra, no me puedo dormir... al lugar secreto debo ir.

Al entrar de nuevo, el lugar estaba cambiado... las modestas cajas de zapatos son ahora cofres de oro, cubiertos de joyas, con vuestros nombres inscritos en cada uno de ellos... y dentro, preciosos papeles conteniendo vuestros tesoros, vuestras historias, vuestros viajes,

Poco tuve que buscar para encontrar uno con mi nombre... en el que he depositado este humilde papel.

Otras historias vendrán, pero como esta ninguna... como la primera,
ninguna.
Me lo tengo bien merecido.



Un abrazo,


Ender

jueves, 16 de noviembre de 2006

Una enseñanza acelerada

Matajuro Yagyu, hijo de un célebre Maestro del sable, fue renegado por su padre quien creía que el trabajo de su hijo era demasiado mediocre para poder hacer de él un Maestro. Matajuro, que a pesar de todo había decidido convertirse en Maestro de sable, partió hacia el monte Futara para encontrar al célebre Maestro Banzo. Pero Banzo confirmó el juicio de su padre:

- No reúnes las condiciones.

- ¿Cuántos años me costará llegar a ser Maestro si trabajo duro? - insistió el joven.

- El resto de tu vida - respondió Banzo.

- No puedo esperar tanto tiempo. Estoy dispuesto a soportarlo todo para seguir su enseñanza. ¿Cuánto tiempo me llevará si trabajo como servidor suyo en cuerpo y alma?

- ¡Oh, tal vez diez años!

- Pero usted sabe que mi padre se está haciendo viejo, pronto tendré que cuidar de él. ¿Cuántos años hay que contar si trabajo más intensamente?

- ¡Oh, tal vez treinta años!

- ¡Usted se burla de mí. Antes eran diez, ahora treinta. Créame, haré todo lo que haya que hacer para dominar este arte en el menor tiempo posible!

- ¡Bien, en ese caso, se tendrá que quedar usted sesenta años conmigo! Un hombre que quiere obtener resultados tan deprisa no avanzará rápidamente - explicó Banzo.

- Muy bien - declaró Matajuro, comprendiendo por fin que le reprochaba su impaciencia - acepto ser su servidor.

El Maestro le pidió a Matajuro que no hablara más de esgrima, ni que tocara un sable, sino que lo sirviera, le preparara la comida, le arreglara su habitación, que se ocupara del jardín, y todo esto sin decir una palabra sobre el sable. Ni siquiera estaba autorizado a observar el entrenamiento de los demás alumnos.

Pasaron tres años. Matajuro trabajaba aún. A menudo pensaba en su triste suerte, él, que aún no había tenido la posibilidad de estudiar el arte al que había decidido consagrar su vida.

Sin embargo, un día, cuando hacía las faenas de la casa, rumiando sus tristes pensamientos, Banzo se deslizó detrás de él en silencio y le dio un terrible bastonazo con el sable de madera (boken). Al día siguiente, cuando Matajuro preparaba el arroz, el Maestro le atacó de nuevo de una manera completamente inesperada. A partir de ese día, Matajuro tuvo que defenderse, día y noche, contra los ataques por sorpresa de Banzo.

Debía estar en guardia a cada instante, siempre plenamente despierto, para no probar el sable del Maestro. Aprendió tan rápidamente que su concentración, su rapidez y una especie de sexto sentido, le permitieron muy pronto evitar los ataques de Banzo, el Maestro le anunció que ya no tenía nada más que enseñarle.

Autor desconocido

miércoles, 15 de noviembre de 2006

Estamos distraídos

Mi amiga Coletta solía decir, y hace ya mucho tiempo,

"Estamos entrando en la edad del nunca me había pasado".. Y es así.

Decimos: "Es curioso.Nunca me había pasado ,me agaché a recoger un

tenedor y se me trabaron cuatro vértebras de la columna".

Escuchamos: "Es notable. Nunca me había pasado.

Mordí un caramelo de limón y un premolar se me partió en ocho pedazos".

Es que, así como se habla de un Primer Mundo y de un Tercero

sin que nadie conozca a ciencia cierta cuál es el Segundo,

nosotros hemos pasado de la Primera Edad a la Tercera

sin recalar por la Segunda y el cuerpo acusa recibo de tal apresuramiento.

El tiempo mismo, incluso, ha tomado una consistencia gelatinosa, plástica, mutante.

Calculamos: - "Cuánto hace que se mudó Ricardo a su nueva casa?". Y arriesgamos:

- "Tres, cuatro años". Hasta que alguien, conocedor, nos saca de la duda: - "Catorce".

Suponemos ante el amigo encontrado ocasionalmente en la calle:

- "Tu pibe debe andar por los seis, siete años".

- "Tiene diecinueve - nos contesta el amigo

- Vení Nacho ! ". Y nos presenta a una bestia de un metro ochenta, pelo verde, un clavo

miguelito clavado en la ceja y un cardumen de granos sulfurosos en la mejilla.

Se corrobora entonces aquello que, dicen, decía John Lennon:

"El tiempo es algo que pasa mientras nosotros estamos distraídos haciendo otra cosa".

Y suerte que estamos distraídos haciendo otra cosa.

Mucho peor es aburrirse.

Es dulce rememorar ciertos momentos,

pero más me entusiasma pensar en las cosas que tengo para hacer.

Es que muchos de esos ciertos momentos son muy viejos.

Y por lo tanto vale recordar el consejo dado por Javier Villafañe

cuando alguien le preguntó cómo hacía para conservarse tan joven pasados los ochenta años.

- "No me junto con viejos", respondió el maestro.

y yo quiero agregar lo que un dia dijo Jean Louis Barrault, famoso mimo frances,

¨¨la edad madura es aquella en la que todavía se es joven, pero con mucho mas esfuerzo¨¨¨

Fontanarrosa

lunes, 13 de noviembre de 2006

Segundo chance

Había un hombre muy rico que poseía muchos bienes, una gran estancia, mucho ganado, varios empleados, y un único hijo, su heredero.

Lo que más le gustaba al hijo era hacer fiestas, estar con sus amigos y ser adulado por ellos.

Su padre siempre le advertía que sus amigos solo estarían a su lado mientras él tuviese algo que ofrecerles; después, lo abandonarían.

Un día, el viejo padre, ya avanzado en edad, dijo a sus empleados que le construyan un pequeño establo.

Dentro de él, el propio padre preparó una horca y, junto a ella, una placa con algo escrito:

“PARA QUE NUNCA DESPRECIES LAS PALABRAS DE TU PADRE.”

Más tarde, llamó a su hijo, lo llevó al establo, y le dijo:

“Hijo mío, yo ya estoy viejo y, cuando yo me vaya, tú te encargarás de todo lo que es mío...

Y yo sé cual será tu futuro.

Vas a dejar la estancia en manos de los empleados y vas a gastar todo el dinero con tus amigos.

Venderás todos los bienes para sustentarte y, cuando no tengas mas nada, tus amigos se apartarán de ti.

Solo entonces te arrepentirás amargamente por no haberme escuchado.

Fue por esto que construí esta horca.”

“Quiero que me prometas que, si sucede lo que yo te dije, te ahorcarás en ella.”

El joven se rió, pensó que era un absurdo, pero, para no contradecir al padre, prometió, pensando que eso jamás podría suceder.

El tiempo pasó, el padre murió, y su hijo se encargó de todo, pero, así como su padre había previsto, el joven gastó todo, vendió los bienes, perdió sus amigos y hasta la propia dignidad.

Desesperado y afligido, comenzó a reflexionar sobre su vida y vio que había sido un tonto.

Se acordó de las palabras de su padre y comenzó a decir:

“Ah, padre mío...

Si yo hubiese escuchado tus consejos... Pero ahora es demasiado tarde.”

Apesadumbrado, el joven levantó la vista y vio el establo. Con pasos lentos, se dirigió hasta allá y entrando, vio la horca y la placa llenas de polvo, y entonces pensó:

“Yo nunca seguí las palabras de mi padre, no pude darle alegría cuando estaba vivo, pero, al menos esta vez, haré su voluntad. Voy a cumplir mi promesa. No me queda nada mas...”

Entonces, él subió los escalones, se colocó la cuerda en el cuello, y pensó:

“Ah, si yo tuviese una nueva chance...”

Entonces, se tiró desde lo alto de los escalones y, por un instante, sintió que la cuerda apretaba su garganta...

Era el fin.

Pero el brazo de la horca era hueco. Se quebró fácilmente y el joven cayó al piso.

Sobre él cayeron joyas, esmeraldas, perlas, rubíes, safiros y brillantes, muchos brillantes...

La horca estaba llena de piedras preciosas y una nota también cayó en medio de ellas.

En ella estaba escrito:

Esta es tu nueva chance.

¡Te amo hijo!

sábado, 11 de noviembre de 2006

Oír lo que no se oye

En el siglo III después de Cristo, el rey Ts'ao envió a su hijo, el príncipe T'ai, al templo a estudiar con el gran maestro Pan Ku. Debido a que el príncipe T'ai tenía que suceder a su padre como rey, Pan Ku tenía que enseñar al muchacho los principios el príncipe llegó al templo, el maestro le envió solo al bosque de Min Li. Al cabo de un año, el príncipe tenía que volver al templo para describir el sonido del bosque.

Cuando el príncipe T'ai volvió, Pan Ku le dijo que describiera todo lo que había podido oír. “Maestro –replicó el príncipe-, pude oír a los cuclillos cantar, el ruido de las hojas, el zumbido de los colibríes, el chirrido de los grillos, el rumor de la hierba, el zumbido de las abejas y el susurro y el grito del viento”. Cuando el príncipe terminó, el maestro le dijo que volviera al bosque de nuevo para escuchar que más podía oír. El príncipe se quedó perplejo por la petición del maestro. ¿No había discernido ya todos los sonidos?.

Durante días y noches sin fin, el joven príncipe sentado a solas en el bosque escuchaba. Pero no oía más sonidos nuevos. Una mañana, cuando el príncipe estaba sentado en silencio debajo de los árboles empezó a distinguir unos sonidos débiles diferentes de los que siempre había oído. Cuanto con más atención escuchaba, más claros los percibía. Una sensación de esclarecimiento envolvía al muchacho. “Estos deben ser los sonidos que el maestro deseaba que distinguiera”, reflexionó. .

Cuando el príncipe T'ai volvió al templo, el maestro le preguntó si había oído algo más. “Maestro –respondió el príncipe reverentemente-, cuando escuché con más atención, Pude Oír Lo Que No Se Oye. El sonido de las flores al abrirse, el sonido del sol calentando la tierra y el sonido de la hierba bebiendo el rocío de la mañana”. El maestro asintió con la cabeza aprobando. “Oír lo que no se oye” – observó Pan Ku -, es una disciplina necesaria para transitar en la vida.

Autor desconocido

viernes, 10 de noviembre de 2006

El portero del prostíbulo

No había en el pueblo peor oficio que el de portero del prostíbulo. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio.

Un día, se hizo cargo del prostíbulo un joven con inquietudes, creativo y emprendedor, que decidió modernizar el negocio. Hizo cambios y citó al personal para darle nuevas instrucciones. Al portero, le dijo:

A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, va a preparar un reporte semanal donde registrará la cantidad de personas que entran y sus comentarios y recomendaciones sobre el servicio.

-Me encantaría satisfacerlo, señor - balbuceó - pero yo no sé leer ni escribir.

-¡Ah! ¡Cuánto lo siento!, entonces ya no podrá seguir trabajando aqui.

-Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida.

-Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Le vamos a dar una indemnización hasta que encuentre otra cosa. Lo siento y que tenga suerte.

Sin más, se dio vuelta y se fue. El portero sintió que el mundo se derrumbaba. ¿Qué hacer? Recordó que en el prostíbulo, cuando se rompía una silla o se arruinaba una mesa, él lograba hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que ésta podría ser una ocupación transitoria hasta conseguir un empleo. Pero sólo contaba con unos clavos oxidados y una tenaza derruída. Usaría parte del dinero de la indemnización para comprar una caja de herramientas completa. Como en el pueblo no había una ferretería, debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra.

Y emprendió la marcha. A su regreso, su vecino llamó a su puerta:

-Vengo a preguntarle si tiene un martillo para prestarme.

-Sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar. . . como me quedé sin empleo. . .

-Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano.

-Está bien.

A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta. Mire, yo todavía necesito el martillo.

-¿Por qué no me lo vende?

--No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días de mula.

-Hagamos un trato -dijo el vecino. Yo le pagaré los días de ida y vuelta más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece?.

Realmente, esto le daba trabajo por cuatro días. . . Aceptó. Volvió a montar su mula. A su regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa.

-Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo. . . Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatro días de viaje, más una pequeña ganancia; no dispongo de tiempo para el viaje.

El ex-portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue. Recordaba las palabras escuchadas:

"No dispongo de cuatro días para compras".

Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara para traer herramientas. En el viaje siguiente arriesgó un poco más de dinero trayendo más herramientas que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo en viajes. La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje. Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. Alquiló un galpón para almacenar las herramientas y algunas semanas después, con una vidriera, el galpón se transformó en la primera ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, los fabricantes le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente. Con el tiempo, las comunidades cercanas preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha. Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricarle las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por qué no? Las tenazas. . . y las pinzas. . . y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos. . .

En diez años, aquel hombre se transformó, con su trabajo, en un millonario fabricante de herramientas. Un día decidió donar una escuela a su pueblo. En ella, además de aprender a leer y escribir, se enseñarían las artes y oficios más prácticos de la época. En el acto de inauguración de la escuela, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad, lo abrazó y le dijo:

-Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primera hoja del libro de actas de esta nueva escuela.

-El honor sería para mí - dijo el hombre. Nada me gustaría más que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir; soy analfabeto.

-¿Usted? - dijo el Alcalde, que no alcanzaba a creer- ¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera sido de usted si hubiera sabido leer y escribir?

-Yo se lo puedo contestar - respondió el hombre con calma -. Si yo hubiera sabido leer y escribir...todavia sería el portero del prostíbulo! . . .

Autor desconocido