lunes, 31 de marzo de 2008

Advenimiento V

El camino transitado
Samir entró a la casa del anciano dificultosamente, a paso lento y casi en silencio. Lo único que se escuchaba de tanto en tanto era la respiración esporádica del rottweiller.
El perro miró a Samir con sus ojos cansados y soltó un leve gañido.
-Gracias joven por acompañarme y sobre todo por cargar a Zimba –dijo el viejo abriendo la puerta de su casa-.
-No es nada señor –dijo Samir con un dejo de vergüenza-, ¿dónde quiere que deje al perro?
-Tiene una canasta que le compró hace mucho mi hijo... es grande no te preocupes, el perro cabe ahí –dijo el anciano y continuación el hizo un ademán a Samir para que lo siguiera.
Entraron a un enorme comedor repleto de cuadros, dibujos y adornos. A la izquierda había dos estanterías llenas de lo que parecían ser souvenirs y fotografías; a la derecha, la pared era dominada por una inmensa biblioteca.
Luego giraron a la derecha y junto al lavabo, había una canasta de mimbre de tamaño grande.
Samir se acuclilló con gran esfuerzo y colocó al perro dentro de ella, como si estuviera instalando una mina terrestre: con suma delicadeza y cuidado.
Ambos se quedaron de pie junto al perro para ver si emitía alguna señal de mejoría, pero un estruendoso ronquido les dio a entender que el animal estaba en el séptimo sueño.
-Muchas gracias por todo –repitió el anciano, colocando la mano en el hombro de Samir-.
-No es nada señor –dijo el muchacho y caminó hacia la puerta de salida acompañando al viejo-.
-Estaba pensando... hijo ¿no me acompañarías con un café? –dijo el anciano y añadió-: afuera está lloviendo, tómalo como una retribución por lo que has hecho –agregó con una sonrisa.
-Si, cómo no señor, será un placer –respondió Samir.
Caminaron nuevamente hacia la gran sala. Samir se detuvo un momento a observar lo que había a su alrededor. Parecían estar mezclados recuerdos familiares de todo tipo, con adornos traídos de otros países, cuadros de varios pintores y libros de muchísimo autores.
Pero al muchacho enseguida le llamó la atención un papel viejo y amarillento que estaba enmarcado y colgado en la pared como si fuera un cuadro de un pintor importante, ya que éste estaba colocado en la pared central de la sala sobre la chimenea y muy bien iluminado.
El anciano volvió lentamente hacia donde se encontraba Samir.
-No eres la primera persona que se queda mirando el mejor de mis cuadros –dijo el viejo.
-¿Qué es lo que tiene enmarcado? –preguntó Samir.
-Es lo último que escribió mi hijo antes de desaparecer –dijo el viejo.
Samir se ruborizó enseguida.
-Disculpe no sabía...
-No hay problema hijo –dijo el anciano con un ademán-, ya te dije que no eres el primero, y creo que no serás el último que pregunte por ésa nota –volvió a decir.
Samir se acercó un poco más, y trató de leer lo que decía el viejo papel, pero lo que estuviese escrito no se podía leer a simple vista.
El anciano miró a Samir expectante, el joven se acercó un poco más y luego retrocedió unos cuantos pasos y miró al hombre.
-Disculpe señor... ¿Pero...?
-Si así es hijo... es sólo eso –respondió el viejo, interrumpiendo la conclusión de Samir-.
-¿Soy impertinente si le pregunto que le sucedió a su hijo? –interrogó Samir al anciano que estaba mirando el papel enmarcado-.
-No hijo... no eres impertinente para nada, ven conmigo, te contaré lo que sucedió –dijo el hombre, mientras que tomaba a Samir suavemente del hombro-.
Se sentaron a una gran mesa que estaba en una habitación contigua a la sala, parecía ser un estudio donde el viejo pasaba sus horas escribiendo, ya que había papeles con notas diseminados por todos lados y una vieja máquina de escribir sobre un escritorio de roble.
El anciano se retiró y volvió con dos tazas de café humeante. Por el ventanal del estudio se podía ver la lluvia acompañada de un fortísimo viento.
El anciano empezó a hablar sin rodeos...
-Mi hijo un día simplemente desapareció sin dejar rastros, era un niño aun, tenía diez años, y se llamaba Alberto, lo buscamos incesantemente durante semanas enteras después del día de su desaparición.
-¿Cuándo sucedió esto que me cuenta? –preguntó Samir.
-Hace diez años atrás, en el año 76’ –respondió el anciano tomando un sorbo de café-.
-Hace mucho tiempo –dijo Samir levantando la taza de café con sus dos manos-.
-Si... luego de que él desapareció, un gran vacío había quedado en mi alma y en mi corazón, mi esposa Karina, se resintió conmigo por abandonar la búsqueda exactamente a un año. Traté de explicarle que lo que había hecho por buscarlo ya era más que suficiente. Habíamos agotado todos los recursos: contactos, dinero, hasta llegamos a visitar a un parasicólogo que supuestamente nos diría donde se hallaba nuestro hijo o en su defecto su cuerpo, pero las respuestas que tuvimos por parte de él fueron vagas, casi rozando lo fantástico. La pérdida de nuestro único hijo fue demasiado para Karina, y nuestra evidente pobreza en ése entonces hizo que nuestro matrimonio empezara a deteriorarse cada vez más... Una mañana solamente partió de aquí sin decir palabra alguna, y nunca más la volví a ver –agregó el hombre mirando fijamente su máquina de escribir, una vieja Olivetti con la pintura descascarada-.
-¿O sea que usted quedó solo en ésta casa? –preguntó Samir.
-Si... mi único compañero es Zimba, el perro que tú ya conoces –explicó. Ése perro se lo había regalado su mejor amigo de entonces, un niño de nombre Esteban, pero cuando Alberto desapareció, jamás lo volví a ver por aquí. O sea que el único recuerdo que tengo de mi hijo es Zimba, ésa nota que viste enmarcada en la sala y nada más –agregó el viejo-.
Bajó su cabeza unos instantes, parecía como si el hombre hubiera caído en un profundo pozo de nostalgia, o como si en cualquier momento por sus ojos saldría un mar de lágrimas.
Pero irguió su cabeza rápidamente y miró a Samir con sus profundos ojos verdes y sonrió.
-Aún recuerdo cuando Alberto llegó a la casa con su perro a cuestas –dijo el viejo. Sonreía como si tuviera en sus brazos un enorme lingote de oro puro. El perro le lamía el rostro una y otra vez sin cesar. Parecían un dúo digno de una historieta, ya que a medida que pasaba el tiempo, parecían entenderse con sólo mirarse; el perro lo seguía a todos lados y él también seguía al perro...
-Cuando le pregunté con que nombre lo iba a bautizar, me miró y me dijo-: No lo sé... Zimba, dijo simplemente; pareció, como si el nombre de su perro ya lo hubiera estado madurando durante un largo tiempo o tal vez se le ocurrió en ése momento, jamás lo sabré. Pero lo cierto es que el cachorro se identificó enseguida con el nombre –dijo el viejo y se puso de pie mirando la lluvia por el ventanal-.
-¿Tienes esperanzas hijo? –preguntó el anciano sin mirar a Samir.
-Si... creo que si –respondió el joven.
-¿Qué clases de esperanzas tienes...?
-De todo tipo señor... –respondió Samir.
-¿Me puedes decir aunque sea sólo una? –preguntó el viejo abriendo el cajón de su escritorio.
-No se... ser feliz
-¿Ser feliz? –preguntó el viejo.
-Si, ser feliz –asintió Samir.
-¿Sabes lo que es ser feliz? –preguntó el viejo encendiendo un cigarrillo.
-Estar en paz con uno mismo –respondió el muchacho mirando como el viejo exhalaba un poco de humo.
-Buena respuesta hijo, pero no estoy seguro que sea sólo eso –dijo el anciano-, creo que la felicidad va con uno siempre... pero háblame de lo que crees que es la esperanza –dijo el anciano.
-Sueños... la esperanza que tengo es alcanzar mis sueños, o aunque sea cumplir una parte de ellos –respondió Samir.
-Yo también he tenido grandes esperanzas y sueños, y el único que quiero cumplir, es algún día encontrar a mi hijo... vivo o no... no lo sé, tal vez encontrarlo solamente, y creo que ese sueño es lo que me mantuvo cuerdo todo éste tiempo –respondió el hombre-. Pero no necesariamente el camino que he transitado estuvo lleno de felicidad –agregó.
-¿Y que sueño vive dentro de tu esperanza? –preguntó el anciano bebiendo un poco de café-.
-Algún día saber para que he venido a éste mundo –respondió Samir.
El anciano lo miró impasible y sonrió.
-¿No eres demasiado joven aún para pensar en esas cosas? –preguntó el viejo-.
-Tal vez señor... pero mi vida no está necesariamente llena de sueños que he cumplido, y mi esperanza me mueve a hacerlos realidad, uno a uno... –respondió el muchacho.
-Hijo... muchas veces en mi vida, y aún cuando era tan joven como tú, me preguntaba para que había venido a éste mundo, y mi respuesta fue variando mediante fue pasando el tiempo –dijo el hombre sentándose nuevamente-. Cuando era pequeño mi mundo era ser el mejor trepador de árboles del barrio; cuando fui un adolescente mi mundo era tratar de conquistar la mayor cantidad de mujeres. Luego, mi mundo pasó a tratar de ser el mejor novio, esposo y padre... pero ya ves, la vida tenía otros planes para mí. Y ahora mi mundo solamente es vivir con esperanza, y el único sueño que habita dentro de ella es encontrar algún día a mi hijo Alberto... eso es lo que me mantuvo con vida hasta ahora, y tal vez... esa esperanza será la que me vea morir.
-Mi mundo es hallar alguna respuesta que me diga que camino tomar de ahora en más –dijo Samir.
-¿Y cual es el camino que piensas que debes tomar? –le preguntó el viejo exhalando humo de su Gold Leaf-.
-Creo que el único camino que me queda por transitar es el de mi conocimiento interior –respondió Samir.
-¿Conocimiento interior...? lo que dices es un poco confuso para mí hijo –dijo el anciano.
-Sé que estoy predestinado para hacer algo, cumplir algo, importante o no, pero no sé de que se trata –dijo Samir.
-Todos estamos predestinados para algo... para vivir hijo –dijo el viejo-, pero lo demás lo pones tú.
-No entiendo señor –dijo Samir.
-Muchas veces, innumerable cantidad de veces, a todos se nos presentan bifurcaciones en nuestro camino, tanto es así, que no sabemos que hacer, ni hacia dónde ir. Algunos toman un camino y lo recorren sin mayores problemas; otros en cambio, transitan el camino, vuelven a empezar, toman un atajo o se pierden en el intento... pero lo que nos une a todos es la línea de partida. Algunos nacerán ricos y luego serán pobres, otros nacerán pobres y luego ricos, algunos nacerán nobles y se volverán necios, otros dejarán de ver y comenzarán a mirar, algunos se volverán ciegos por voluntad propia y otros aceptarán lo que se les dará de primera mano sin escatimar los resultados o sin importar a quien dejen en el camino. Otros vivirán para siempre con sueños, otros en cambio harán realidad hasta sus sueños más osados...
-Sigo sin entender señor –dijo Samir.
-La diferencia, hijo, es lo que pongas de tu parte para que tu sueño se haga realidad. Hijo... la esperanza y la felicidad son inherentes a la vida, van con ella a todas partes, al igual que el amor y el odio, al igual que la razón y la ignorancia. Pero... lo que tú hagas con éstos sentimientos es lo que te hace diferente a los demás. He visto gente que vive con esperanza eterna, tal vez infinita, y se pierde en ella y empieza a vivir en un mundo ajeno a éste; he visto personas con esperanzas, mientras que hacen algo por cumplir los sueños que habitan dentro de ella –dijo el anciano y se puso de pie nuevamente-.
-Hijo... un hombre que navega por el mar en plena tormenta tiene el sueño de llegar a puerto y la esperanza le dice que no naufragará... pero la esperanza siempre le dice que no naufragará, mientras que sus sueños van cambiando a medida que guía el timón de su barco: llegar a buen puerto, llenar sus redes de peces, volver a ver a su familia, y muchas cosas más, pero la esperanza siempre viajará con él vaya donde vaya. Pero hay personas que pierden su esperanza muy rápidamente, y sus sueños viven en un ambiente débil y lleno de conflictos, y cuando las oportunidades se presentan no las reconocen porque antes de empezar a transitar su camino, ya se imaginan como perdedores, donde todo es imposible y donde no merecen ser felices, y ésa es su vida y su destino.
-Si... es verdad –fue lo único que dijo Samir.
-Mi esperanza está intacta, mi sueño va con ella, y espero algún día encontrar a mi hijo vivo. Mi esposa perdió sus esperanzas demasiado pronto y se dejó arrastrar por la desesperación. Yo jamás dejaré de buscar a mi hijo, pero sé también que no puedo vivir de un sueño, fue por eso que continué con mi vida a pesar de todo.
El anciano miró a Samir y sonrió.
-¿Que cree que tengo que hacer yo? –preguntó Samir.
-Hijo... creo que debes buscar la mejor manera de cumplir tu sueño pero subido a tu barco, como yo estoy subido al mío... y si las tormentas nos azotan ¿Qué importa...? lo verdadero es que estamos arriba y no estamos soñando con irnos a navegar algún día; solamente, estamos piloteando nuestras barcos lo mejor que podemos y llevamos nuestras virtudes y miserias como cargamento.
-¿Me está diciendo que deje de soñar? –preguntó Samir.
-Hijo... te digo que sueñes, pero no olvides que los sentimientos que nacen con nosotros son nuestros barcos, y los sentimientos que generamos a partir de ellos, nuestro cargamento... jamás olvides eso.
-Hijo todo vive en ti: el amor jamás muere, pero sí los amores, el odio no muere, pero sí los desacuerdos. La razón jamás morirá, pero sí la claridad de pensamiento, la ignorancia jamás desaparecerá, pero si la intolerancia que lleva a practicarla... la esperanza jamás morirá pero sí morirán algunos de tus sueños. Trata por todos los medios que tu esperanza no se llene de sueños muertos, porque en ese caso, tu barco se hundirá para siempre y jamás llegarás a buen puerto.
-¿Usted mantiene su sueño vivo? –preguntó Samir.
-Si hijo, mi sueño vive como el primer día porque mi esperanza aún no naufragó, cuando ése día llegue lo sabré, y tú también sabrás cuando habrá llegado la hora de dejar que tu barco naufrague.
-¿El día de mi muerte? –interrogó Samir al viejo un poco preocupado-.
-Tal vez hijo, tal vez no, pero lo sabrás –dijo el anciano.
Escucharon un sonido extraño que venía del lavabo, ambos se pusieron de pie y caminaron a paso rápido hasta el lugar.
Entraron y vieron al perro que se mantenía en pie, dando pasos cortos y cansinos, pero de pie.
El perro miró al anciano y movió el rabo animosamente. Enseguida el viejo sonrió y le acercó una pequeña fuente con agua. Parecía que el perro estaba mejorando, no porque hubiera tomado agua, sino porque su mirada apuntó directamente a una caja de galletas que estaba sobre una mesa.
Samir tomo la caja, sacó una galleta y se la dio al perro; éste, la devoró en un segundo y ladró suavemente pidiendo otra.
El perro terminó con la caja de galletas al momento que dejaba de llover.
-Creo que está mejorando –dijo el anciano.
-Si eso veo –dijo Samir-. Creo que dejó de llover, disculpe pero tengo que regresar –agregó.
-Está bien hijo, no hay problema, te acompaño –dijo el anciano.
-Disculpa... hemos estado hablando y ni siquiera pregunté tu nombre –le dijo el viejo abriendo la puerta principal.
-Samir, señor –respondió el joven.
-Samir, he disfrutado la charla, muchas gracias –dijo el viejo-, y muchas gracias por haber traído a Zimba.
-Gracias a usted por el café y por la charla –respondió Samir.
Se despidieron con un fuerte apretón de manos.
Samir empezó a caminar lentamente hacia la plaza de Ituzaingó. El anciano cerró la puerta, enseguida notó que Zimba estaba caminando lentamente hacia la sala y se sentaba esperando más galletas.
Llegó hasta la sala, acarició el morro del perro suavemente y miró una vez la carta de su hijo.
-Papá: que tu barco jamás naufrague –repitió las palabras que estaban escritas y sonrió.
"Seguramente que no, hijo" pensó el viejo y caminó con Zimba a buscar más galletas.
Samir cruzó la plaza en silencio, miró el cielo que aún estaba encapotado, un trueno se escuchó a lo lejos. Parecía que iba a llover nuevamente.
"Que tu barco jamás naufrague" pensó Samir, se detuvo un instante y miró hacia atrás. Una suave brisa sopló y se sentó en un banco de la plaza. Miró la luna, miró las estrellas y una sonrisa se dibujó en su rostro.
Jesús Alejandro Godoy

domingo, 30 de marzo de 2008

Advenimiento IV

Oportunidades
Samir se quedó inmóvil en el banco de la plaza, el recuerdo de la niña que lo había saludado desde la ventana del automóvil, era como una caricia para su corazón cansado.
La luna volvió a desaparecer bajo una gran nube negra.
Le dolía inmensamente la rodilla. Miró nuevamente la iglesia San Judas Tadeo, giró su vista hacia el reloj que se encontraba emplazado en la esquina de ésta.
Eran las 03:30 de la madrugada.
Los maullidos de dos gatos apareándose cerca de ahí, le causó la suficiente gracia como para practicar una sonrisa fingida y amarga.
Se tocó la rodilla una vez más.
“Tengo que hacer algo” pensó; ya que ahora, no solamente le dolía la articulación, sino también la pierna hasta la altura de la vejiga.
-Dios mío... no entiendo más nada –murmuró.
Cuando hubo terminado de decir esas palabras, un rayo cayó a lo lejos, y se escuchó un trueno... parecía como si el mismísimo Dios le estuviese respondiendo.
“Pero sé que no es así” pensó.
La plaza de Ituzaingó estaba desierta; hacía mucho frío y Samir con sus ropas mojadas sentía como latigazos en su piel cada vez que ése viento helado lo envolvía; y hasta parecía que las ráfagas solamente lo molestaban a él.
La luna reapareció y un murciélago perdido en la noche pasó volando rápidamente sobre su cabeza, chillando como si estuviera herido de muerte.
Las copas de los árboles se balanceaban al compás del viento; una fina lluvia llegó y mojó todo nuevamente.
Samir bajó su cabeza y empezó a llorar.
-¿Qué es lo que tengo que hacer Señor para que me escuches? –dijo el muchacho mirando la luna que se ocultaba nuevamente detrás de una nube negra-.
En la esquina contraria en donde él se hallaba, un perro solitario se acercó a beber el agua de una canaleta de la plaza.
“Ser libre como ése perro” pensó Samir.
-Tal vez me iría mejor si fuera libre al fin, libre de todo –dijo por lo bajo, sin dejar de mirar al perro-.
Las ideas de suicidio, volvieron a rondar por su mente.
“¿Cuál sería la mejor forma de morir?” se preguntó.
-Tal vez en las vías debajo del tren Sarmiento, quizá de un disparo en la sien, o sino... ahorcado en un árbol, o saltando al vacío desde algún alto edificio –dijo, mirando un viejo árbol cuyas ramas bailaban sobre su cabeza-.
Una gotas de agua mojaron sus ojos y le empañaron la vista por un momento.
Se enjugó sus ojos con su camisa que estaba bastante húmeda, pero sirvió lo suficiente como para que volviera a ver el contorno de las cosas.
Cuando alzó la vista nuevamente, vio al perro que segundos antes estaba bebiendo agua, sentado a escasos diez metros de donde él se encontraba.
El perro, parecía ser de raza Rottweiller, tenía el pelaje veteado con colores negro y marrón muy lustrosos.
“Que extraño... parece ser un perro costoso, tal vez el dueño esté por aquí cerca” se dijo Samir mirando al perro, el cual lo miraba fijamente.
El perro caminó dos pasos hacia Samir y se detuvo, retrocedió los pasos que había caminado y se volvió a sentar.
En un momento, el can se paró en sus dos patas traseras y pareció hacerle una seña a Samir con una de sus patas.
Samir sonrió por lo bajo.
“Parece ser el perro de un circo” pensó.
El perro volvió a mirar a Samir fijamente e hizo el acto nuevamente.
-Realmente me está haciendo señas con una de sus patas –dijo Samir, mientras que miraba estupefacto al simpático animal.
Samir amagó ponerse de pie, pero el dolor de su pierna lo atravesó como una espada filosa y se dejó caer pesadamente en el banco de la plaza.
El perro ladró lastimosamente, e hizo un gorgojeo con sus ladridos como si le estuviese hablando al muchacho.
Samir miró al perro, y se sintió apenado por no poder ponerse de pie e ir en su dirección.
El perro zapateó con sus patas las baldosas de la plaza y ladró nuevamente, caminó dos pasos hacia donde se encontraba Samir y retrocedió nuevamente; a la vez que hacía esto, Samir notó que el perro tiraba tarascones al aire, como si estuviera atrapando pequeñas moscas invisibles con sus fauces.
Enseguida otro trueno se dejó escuchar y la débil llovizna, se transformó en un aguacero infernal en unos instantes.
“Por Dios... otra vez no” pensó Samir.
A diferencia de lo que creía el muchacho, el perro se mantuvo en su posición sin moverse siquiera.
Tanto Samir como el perro estaban empapados, y parecía que ambos también, no podían moverse.
Esa cuestión le causo gracia.
Trató de ponerse de pie nuevamente. Saltó en uno de sus pies como una rana. Cuando miró al perro, éste estaba haciendo lo mismo que él. Samir rió inmediatamente, pero trastabillo, y cayó pesadamente de costado, junto a un árbol.
El perro, imitando los movimientos de Samir se dejó caer y rodó por las baldosas de la plaza, se detuvo y se quedó echado.
Samir, levantó la vista mientras que tocaba su rodilla. El dolor era insoportable, la bola que se le había formado en la articulación, había tomado el tamaño de un pequeño globo, y su color ya había pasado de morado a gris oscuro donde un pequeño relieve en la piel asomaba como una pústula infectada.
Tocó suavemente el pequeño saliente de la rodilla, y nuevamente el un dolor intenso se presentó.
Giró un poco la pierna, y miró el costado de su rodilla...
Parecía que dentro de la piel se movía un líquido blancuzco y espeso a punto de hacer estallar la piel en mil pedazos...
No había dudas... la rodilla le latía fuertemente... estaba infectada.
Miró al perro que se encontraba echado bajo la lluvia igual que él y sonrió.
Al lado de su pie brilló un pequeño vidrio convexo que sobresalía de la tierra, y un poco más allá una botella de vino resquebrajada.
Se imaginó poniéndose de pie y caminando hacia el perro, se imaginó venciendo su temor y castigando las fuerzas del Dios que lo tenían aprisionado en el suelo, se imaginó venciendo.
Su mano temblorosa se acercó a la botella rota, y la asió temblorosamente.
Dentro de ella, había un par de moscas y arañas muertas, “Seguramente se ahogaron con el agua de lluvia” pensó.
Giró la botella y el agua cayó sobre la gran raíz del árbol, arrastrando con ella a todos los insectos muertos.
Miró su pierna temblorosa, miró la luna que se ocultaba de vez en cuando, miró las nubes que pasaban velozmente por el cielo...
Cerró los ojos y pensó en su madre, en su padre que ya había muerto; en su hermana, en sus amigos, en su Dios, en ése Dios que se había olvidado de él y lo había dejado solo y desamparado.
Pensó en su primera novia que lo había dejado para irse a vivir amoríos a Europa, pensó en sus amigos que lo habían traicionado y lo habían dejado solo y ebrio por algunas calles de la capital federal. Recordó las charlas con su padre y los sueños recurrentes que tenía con él, se preguntó que habría más allá del cielo. Recordó cuando era pequeño y su madre aún lo aceptaba y no lo miraba desconsideradamente como lo hacía en la actualidad.
Acercaba lentamente el vidrio hacia su cuerpo...
Recordó nuevamente la primera vez que había tenido sexo con una mujer... rió con ése recuerdo.
Recordó cuando había visto por primera vez un río, un barco, un eclipse de sol, un eclipse de luna, nieve, arena, lodo, rocas, el mar, un arroyo...
Volvió a sentir las caricias de sus antiguos amores y los golpes de su madre, volvió a sentir las palabras de aliento que le daba uno de sus mejores amigos, y las palabras de desaprobación de su madre, volvió a escuchar el sonido de las olas cuando rompen en la playa, volvió a escuchar la caída del granizo, el canto de un pájaro, la caída de agua de una pequeña cascada, una suave melodía, un silbido tenue, el ladrido de un pequeño perro, las voces... el amor... la esperanza... la traición... el olvido... Dios... la nada... oscuridad.
En un movimiento violento, hizo trizas la botella contra el suelo y tomó un trozo de vidrio.
Suspiró y apretó los labios. El mar...
El vértice del puntiagudo vidrio, ya se había perdido dentro de la muñeca de Samir...
La sangre corría espesamente por su camisa, y dejaba una marca sobre sus bermudas, y el agua de lluvia se encargaba de lavarla antes de llegar a tocar el suelo.
El muchacho estaba llorando, antes de que sus ojos se cerraran completamente.
Un perro... la silueta de un perro, eso nada más, lo último que vería, nunca se hubiera imaginado que iba a morir así, pero era lógico... El Buen Dios se había olvidado de él, y Dios no aceptaba fracasados en “Su” cielo, era por eso que debía irse con aquel que lo acogiera como uno más, se tendría que ir con aquel que también había sido olvidado como él, se tendría que ir con aquel que vagaba eternamente en la oscuridad y no había sido aceptado por Dios...
“...Cumple con tu destino Samir...”
“Cumple con tu destino Samir” dijo una voz casi susurrando.
“Cumple con tu destino Samir” dijo una voz cercana.
“¡Cumple con tu destino Samir!” dijo una voz enorme y recta.
-¿Señor... señor...? –preguntó un anciano tocando el hombro del muchacho que estaba durmiendo en el banco de la plaza.
Samir se sobresaltó y casi salió disparado de su asiento.
Estaba perdido...
-¿Señor...? ¿Se encuentra usted bien...? –preguntó nuevamente el anciano que se había alejado varios pasos de muchacho debido a su reacción.
Samir no hablaba
Se miró la muñeca, y la rodilla, miró el cielo, miró a su alrededor.
Todo era distinto...
“¿Estuve soñando?” se preguntó.
El cielo estaba semidespejado, era de mañana, su rodilla estaba un poco inflamada pero el dolor había desaparecido por completo, su muñeca estaba ilesa... pero las sensaciones seguían ahí
-¿Qué hora es señor...? –le preguntó Samir al anciano cruzándose de brazos y tratando de cubrirse un poco del intenso frío.
-Son exactamente las... –el hombre miró su reloj de pulsera- las seis y media de la mañana joven-.
Samir miró el cielo nuevamente, un tímido sol de invierno se asomaba.
-Gracias señor –dijo Samir, tanteando ponerse de pie-.
-De nada joven –dijo el anciano mientras que seguía su camino.
Cuando Samir se puso de pie lentamente, dio sus primeros pasos sin dolor alguno, y se atrevió a caminar normalmente. Se detuvo un instante, e hizo presión con el peso de todo su cuerpo en la pierna lastimada.
“Muy biennn” se felicitó mentalmente con una sonrisa, y dio un paso.
Un perro apareció caminando gravemente, como si hubiera sido víctima de un accidente o algo parecido.
-Vamos Zimba... vamos Zimba un paso más -dijo el anciano con gesto doloroso-.
Samir se volteó para mirar al viejo que había vuelto tras sus pasos para esperar a su perro.
Samir miró al perro que venía caminando con un andar cansino y gravemente afectado por una evidente dolencia... pero... era el mismo perro que había visto por la madrugada...
“Estoy más que seguro que es el mismo” pensó.
El perro pasó al lado de Samir, regalándole una mirada desprovista de vida, como si sus ojos estuviesen perdidos dentro de tanto dolor.
El perro trastabilló y cayó pesadamente al suelo golpeándose el morro contra una piedra.
El anciano se acercó a paso lento hacia el perro y trató de levantarlo pero por el gesto que hizo en su intento, se evidenció que no tenía las suficientes fuerzas para realizar la tarea.
-Deje que lo ayude buen hombre –dijo Samir, mientras que se ponía de cuclillas delante del perro-.
-Gracias joven, se lo voy a agradecer –dijo el viejo con una tristeza evidente.
-¿Qué le pasó a su perro? –preguntó Samir.
-Sinceramente no lo sé joven... ayer Zimba estaba muy bien y gozaba de plena salud, pero hoy a la madrugada, amaneció con una de sus patas delanteras cortada con algo filoso y con una de sus patas traseras hinchada –dijo el anciano-, mire –volvió a decir mientras que le señalaba las vendas que le había colocado al perro, y que Samir había obviado a simple vista-.
El muchacho se quedó perplejo y recordó su sueño...
Tomó el cuerpo del animal entre sus manos y lo alzó; el animal, jadeó ligeramente como si se quejara por el movimiento pero se mantuvo casi inerte.
El can volvió a mirar a Samir con sus ojos apagados, y lamió su mano suavemente, como agradeciendo el gesto del muchacho.
-No sé que le pueda pasar a Zimba... es el único recuerdo que tengo de mi hijo muerto –dijo el anciano, mientras que unas brillantes lágrimas le asomaban por sus ojos claros y emocionados-.
Samir bajó la vista y pensó en su destino... deseaba haber sido un perro, si que lo deseaba... pero no quería causar ése mal... a ése pobre viejo, tal vez solitario.
Se sintió abrumado y asqueado de sí mismo, pero no dijo palabra alguna.
El anciano camino lentamente hacia su perro y le acarició las orejas, el perro esta vez gimió levemente.
-Tranquilo Zimba... tranquilo... ya tendrás oportunidades para correr como antes –le dijo el anciano en la oreja al can.
El hombre alzó la vista.
-Vamos joven... pronto lloverá –dijo el anciano mirando el cielo que se estaba encapotando-.
-Si como no señor... yo lo sigo –dijo Samir dando los primeros pasos y pensando en las oportunidades que tenía por delante.
Los dos hombres caminaron lentamente, bajaron a la acera y cruzaron la calle.
Jesús Alejandro Godoy

martes, 18 de marzo de 2008

Advenimiento III

El cruce
¿Dónde van esos sueños que nunca se cumplen?
¿Dónde van esos momentos que añoramos, pero que indefectiblemente los vemos tan lejanos y que jamás viviremos?
¿Dónde van las plegarias al Buen Dios, que nunca fueron respondidas?
¿Dónde van las promesas incumplidas?
Samir salió de la iglesia, caminando como si estuviera herido de muerte.
Su paso era lento y complicado, parecía un anciano atacado por una fuerte enfermedad.
Sus caídas dentro de la iglesia, instantes antes, habían sido lo bastante violentos como para dejarlo convaleciente, pero él, siguió caminando muy despacio.
El gran reloj emplazado en una de las esquinas, marcó exactamente las diez de la noche.
Las calles estaban desiertas, salvo por algunos gatos que afinaban sus cuerdas vocales, y otros, los más afortunados, que se emparejaban con las gatas que instantes antes trataban de seducir.
El joven dio un paso en falso, y se tomó fuertemente de un poste haciendo tambalear la luz de neón varios metros arriba.
Involuntariamente su rodilla lastimada golpeó contra el poste haciendo un ruido sonoro, parecido a un campaneo apagado y vago.
Su gesto de dolor fue más que instantáneo.
Era tanto el dolor que sentía, que sus lágrimas saltaron de sus ojos como si fuera uno de esos trucos que usan los payasos, cuando los golpean con uno de esos mazos de goma.
Un pequeño hilo de baba cayó por la comisura de sus labios.
"Si intento sentarme, jamás me levantaré" pensó.
La plaza de Ituzaingó estaba desierta, ni siquiera estaban las parejas habituales que se prometían amor eterno, o las que se besaban por primera vez.
Por el cielo, corrían grandes nubes grises, que eran iluminadas de vez en cuando por una inmensa luna llena.
Trató de dar un paso más, pero el dolor era impresionante.
Se miró un segundo la rodilla, ésta, estaba hinchada como un pequeño globo, y se había tomado en un color rojo grisáceo.
Samir alzó la vista, y vio que cruzando la calle, podía sentarse en uno de los bancos de cemento de la plaza.
Seguramente sería como bailar sobre brazas incandescentes.
Estaba abrazado al poste, como si éste fuera la mujer de sus sueños.
Estaba reacio a soltarse, pero sabía que tendría que empezar con ese movimiento, si quería llegar al otro lado de la calle.
Trató de imaginarse caminando paso a paso, y llegando al banco de la plaza como si fuera un atleta.
En ese momento deseó tener alas, no para surcar los cielos como un halcón; sino, para que ellas levantaran su cuerpo, aunque sea varios centímetros del suelo y no tener que dar esos pasos que eran casi como una tortura.
Una pequeña ventisca movió su cabello azabache, y deslizó un par de lágrimas por su rostro.
Sus manos estaban temblorosas.
La temperatura de su cuerpo aún se mantenía estable, pero parecía como si el viento lo hubiera mirado directamente a los ojos y le hubiese planteado un desafío; porque en ese momento la ventisca se transformó en un viento más potente.
Una de sus manos soltó lentamente el poste, mientras que algunas pequeñas hojas de los árboles circundantes, rodaban por el asfalto.
El viento amainó un poco.
Su otra mano se soltó vacilante del poste, y quedó de pie unos instantes como si estuviera haciendo equilibrio sobre un cable a varios metros de altura.
Dio un paso y se tambaleó.
En ese momento un relámpago iluminó todo el cielo como si fuera un reflector gigante, y un enorme trueno lo siguió como si el mazo de Thor golpeara la tierra.
Samir dio otro paso pero no pudo mantenerse. Su cuerpo osciló como un péndulo.
La tempestad llegó.
Una pared enorme de viento, golpeó de lleno al muchacho. Samir se agarró fuertemente otra vez del poste. Hasta éste bailaba con el viento, y por ende, hacía que su cuerpo se moviera como si fuera una extensión del delgado caño.
Samir alzó la vista.
―Señor, aunque me lo impidas, cruzaré igual ―dijo.
Ya que él sentía que Dios, se ocupaba individualmente de complicar sus planes.
Samir, no había alcanzado de arreglar los sentimientos que venían intermitentemente a su tortuoso corazón, cuando, las primeras gotas de lluvia cayeron en el asfalto.
Ajeno a lo que sucedía levantó su mano, y con sus dedos atrapó algunas frías gotas de llovizna; luego contó los pasos que tendría que dar para cruzar la calle y llegar al banco de la plaza.
―Uno, dos, tres... -contó.
Contó los pasos dos veces más, y ahora estaba más que seguro: eran veinte pasos en total.
―No es demasiado ―se dijo a sí mismo.
El viento sopló una vez más, como advirtiendo que estaría ahí cuando Samir tratara de cruzar la calle y buscar apoyo en el banco de la plaza.
Se soltó nuevamente del poste.
En ese momento una cortina de agua cayó sobre él. Eso, le hizo recordar al hombre sin suerte, ése que es perseguido por una nube negra y relampagueante, y ésta va donde el hombre va, y lo moja solamente a él.
Por un momento rió, pero su risa no era de satisfacción, era más bien de frustración.
―¡Adonde estás cuando te necesito! ―gritó mirando al negro cielo―.
―¿No era, que me darías una oportunidad? ―gritó nuevamente alzando sus dos manos
―¿Dónde van mis plegarias...? Mis oraciones, mis plegarias, todo lo que te pido... ¿Adonde va...? -gritó y quedó en suspenso, tambaleándose a merced del viento y de la lluvia-.
―Señor... ¿Por qué no me escuchas? ―dijo mirando al cielo, con una profunda tristeza.
Sin darse cuenta, se había alejado del poste, pero no lo suficiente. Estiró su brazo, y vio que aún podía tomarse de él, por si acaso.
Pero... había dado solamente cinco pasos...
Retrocedió en sus pasos, y vio que daba pasos cortos, pasos convalecientes, pasos de una persona enferma.
Lo embargó una profunda tristeza nuevamente.
Se tomó del poste una vez más, y contó con sus dedos la cantidad de pasos.
Esta vez, estaba seguro que para llegar a su asiento, tendría que dar el doble de pasos, o sea cuarenta.
―¡Por Dios...! ja, ja, ja, ja, ja... ―rió con amargura―.
Se secó un poco su rostro con la manga de su camisa, pero ya estaba casi todo empapado, no importaba.
―¿Dios...? ¿Que hay que tener en el alma, en el corazón, para ganar en esta vida?, ―pregunto a los cielos.
En ese momento un relámpago cruzó el cielo como una serpiente blanca, y un trueno menos sonoro que el anterior, se dejó escuchar.
―Señor... ¿Dónde van mis sueños, eso que jamás se cumplieron, y esos que jamás se cumplirán? ―preguntó Samir mirando al cielo mientras que las gotas de lluvia rebotaban en sus párpados cansados.
―Señor, sé que no soy del todo valiente para afrontar mis retos, pues cada día tengo miedo. Tengo miedo de perder, tengo miedo de fracasar, tengo miedo de no poder llegar... a ningún lado ―dijo.
Se colocó paralelo al poste como si fuese su sombra, y con una mano se empujó hacia delante. El agua corría por las cunetas de la calle, como si fueran los rápidos de Mendoza, pero en miniatura. Restos pequeños de basura, bailaban con el agua y se perdían a lo lejos.
Su camisa, su bermuda de jean y su ropa interior, ya habían absorbido toda el agua que cabía. Se sintió pesado, como si la carga que lo hizo caer dentro de la iglesia, hiciera su presencia nuevamente.
Sus piernas tambalearon. No quería caer nuevamente, porque estaba más que seguro, que se caería al lado del cordón de la calle y que jamás se levantaría.
El agua de lluvia, había aliviado un poco el dolor de su rodilla, pero ésta, le latía como si tuviera un pequeño corazón dentro.
Samir dio un paso más hacia su meta.
Pero en un momento, su imaginación le jugó una mala pasada.
Se vio a sí mismo cayendo en la mitad de la calle, mientras que un automóvil, conducido por un hombre ebrio, le pasaba por encima y huía a toda velocidad.
Su miedo fue perturbador.
Miró hacia atrás.
El poste ya no estaba a su alcance.
Estaba perdido...
―¿Señor Dios...? Ayúdame por favor ―dijo.
Pero sus sentimientos eran encontrados. Era como una charla entre un padre, y su hijo adolescente.
Samir sabía que el Dios estaba de su lado, pero a la vez, descargaba su ira en Él, por sus continuas idas y vueltas, por sus sueños incumplidos, por sus añoranzas que fueron asesinadas antes de llegar a destino, por sus plegarias jamás escuchadas...
Su alma y su corazón estallaron en un enojo inusitado, su ira cubrió su pensamiento y se enardeció febrilmente.
―¿Diosssss...? ¿Porqué me haces esto? ―gritó Samir a los cielos con toda la fuerza de su voz―.
Dio un paso más.
―Señor, ¿Será que todo lo que vale la pena en la vida es tan difícil de conseguir?. ¿O será, que cada uno lucha por lo quiere y la suerte, la divina y sensual suerte, viene en su ayuda en el momento que la necesita?
―Pero no creo en la suerte, no creo que pueda quedarme sentado a esperar que la suerte me acompañe, porque Tú, sabes mejor que yo, que la suerte es producto de los caminos que seguimos y las decisiones que tomamos―.
―Tú sabes mejor que yo, que la suerte la obtienes, cuando nuestra mente está dispuesta a ganar, cuando nuestros labios sólo hablan de vencer, cuando nuestra mente pasa al umbral de la sabiduría―.
―Pero Señor... ¿Qué es lo que hago mal?
―No lo sé... Aún no lo sé, estoy perdido en mis emociones, y mis pensamientos que a veces creo que son claros, son meras cavilaciones de mis sentimientos―.
―Señor, ¿Cómo puedo llegar a tener éxito...? si mis sueños se pierden en la nada, mis oraciones no son escuchadas, y mis plegarias se mueren en el tiempo―.
-¿Cómo tengo que hacer para que me escuches para llegar a Ti, para que yo sepa que estás conmigo...?, No lo sé.
Un gran trueno hizo retumbar el suelo que Samir pisaba, a los lejos, se dejó ver un rayo que caía cercano a la estación de trenes de Ituzaingó.
―Señor, sé que no soy más que un hombre, un simple hombre, aún un muchacho, pero mi vida, mis sueños, mis anhelos necesitan de tus respuestas―.
―Señor, ¿Cómo puedo hacer realidad mis sueños...?
―Señor, ¿Dónde quedaron esas palabras: Pide y se te dará, Golpea y se te abrirá...? ¿Cuál es el secreto de pedir y de golpear las puertas correctas?
―¿Cómo puedo obtener sabiduría, ganar, y tener éxito?. Pero Señor, no pido dinero, ni posesiones materiales de ningún tipo, solamente pido una señal, una soga, una mano, una palabra, no más que eso, solamente eso.
―Dios, estoy buscando mi camino, estoy buscando mi poder interno, estoy buscando mi gloria. Enséñame a ganar con honor, enséñame a hablar con sabiduría, enséñame a combatir mis miedos, para alcanzar la victoria. Señor, no quiero sueños de grandeza, no quiero sentirme, ni ser todopoderoso, no quiero vivir de sueños, no quiero vivir de quimeras; Señor, solamente deseo saber, donde van mis sueños, esos sueños que jamás se cumplieron, esas plegarias que jamás fueron escuchadas.
Señor, ¿Soy yo el que no puedo?... ¿O eres Tú el que no me atiendes?
―¿Soy yo el que me pierdo en mis pensamientos y deseos, dejando de lado lo importante?, ¿O eres Tú, que me guías con tus manos para encontrar mi mejor camino y llegar al éxito?
―¿Por qué dicen que todo lo que pasa, pasa por algo...? ¿Porqué dicen que no hay mal, que por bien no venga?
―Dios ¿A todo esto que pasa...? ¿Lo elijo yo, o es puesto en mi camino para cumplir mi destino?
―Señor, sé que todo lo que vale la pena tener en la vida, es posible de conseguir, ¿Pero porqué extraña razón es tan difícil llegar a tenerlas?
―¿Porqué hay personas que luchan casi toda su vida por obtener algo, y nunca lo consiguen?, ¿Porqué hay algunos sueños que jamás se cumplirán, tantos anhelos y esperanzas que jamás se cumplirán?
―Señor, ¿Por qué se le quitará al que tiene menos y se le dará al que más tiene?. "Estoy más que seguro que no estabas hablando de posesiones materiales", pensó.
―Señor Mío, tengo fe, tengo mucha fe, pero no puedo asimilar tantas pérdidas... ¿O será que tengo que luchar siempre?
―Dios, no quiero regalos del cielo, pero tampoco quiero luchar con las olas de la vida incesantemente. Quiero ganar, quiero llegar a tener éxito―.
―Señor, ahora, en este mismo instante, imagino que estoy caminado con mis ángeles, para no caer. Ellos me cuidan, y me sostienen, pero sé que estoy solo. Porque sé que mi Fe está en mi mente, y en mi corazón, pero sé también, que no puede crear otra cosa que sueños, que tal vez se cumplan, o tal vez no.
―Señor, quiero ser un ganador, quiero aprender a tener éxito en la vida, quiero destrozar mis miedos, quiero salir al mundo y dominar mis sentimientos y ser un buen hombre―.
―Alejarme de las personas y las palabras necias, alejarme de los que dicen que no se puede y que jamás se podrá. Alejarme de los que dicen que hay que ser asustadizo y que hay que temerte para seguir tu camino―.
―Señor, no te temo, porque sé que Tú, estás dirigiendo mis pasos, y eres mi guía, no puedo temerte, pero te respeto y creo en la fuerza espiritual que me mueve a seguir―.
Un potente trueno, distrajo a Samir, y cayó en la cuenta que estaba a sólo dos pasos del banco de la plaza.
Un automóvil pasó lentamente, por la calle, donde una niña sentada en el asiento trasero y jugando con las gotas de agua a través de la ventanilla, miró al muchacho detenido al borde del banco.
Las miradas de Samir y la niña se encontraron un segundo, pero fue lo suficiente, como para que la pequeña levantara su pequeña manito y lo saludara alegremente.
Samir levantó su mano y devolvió el saludo, atravesado por una tristeza que le embargaba el alma; y vio, como el automóvil se alejaba lentamente.
En un momento deseó estar en el cálido interior del automóvil, aunque sea por un instante, para cobijarse y no tener tanto frío.
Se dejó caer sobre el duro banco.
Involuntariamente, golpeó con uno de sus manos el borde de su asiento, haciendo que sus nudillos sangraran, pero en menos de un segundo, el agua de lluvia dejó ver el pequeño raspón limpio.
Las yemas de sus dedos estaban rugosas, parecían papiros viejos y extremadamente blancos.
Palpó levemente su rostro.
Un gran árbol, lo cubría un poco del aguacero. Dobló un poco su pierna lastimada. Su bermuda, fabricada rudimentariamente con un jean cortado, pesaba el doble, y su camisa estaba completamente pegada a su cuerpo.
Cerró los ojos, y levantó la vista una vez más.
―Dios Santo... ¿Dónde van mis sueños...? Tal vez, aún están en mí corazón, esperando que los cumpla―.
―Quizá, Tú estás esperando que los cumpla, tal vez por eso, aún siento que tengo que luchar ―dijo―, y se quedó mirando un solitario carrusel, cubierto con una lona color verde.
El viento sopló una vez más, las nubes se fueron lentamente, la luna reapareció, junto a una estrella.
―Señora luna, señora estrella ―dijo Samir mirando a lo alto―. Y se quedó pensando algo, en silencio... en su asiento―.
No muy lejos de ahí, una familia se disponía a descansar. Los padres abrazaron, y saludaron a su hija; luego, colocaron levemente a su hijo en la cama, que estaba completamente dormido.
Los arroparon y les dieron las buenas noches.
―¿Qué tienes ahí Chiara? ―le preguntó su madre.
―Dibujé al señor que estaba sentado bajo la lluvia ―dijo la niña sonriente
―¿Puedo ver? ―preguntó el padre tomando el papel-. Pero aquí, dibujaste tres señores ―dijo nuevamente el hombre sonriente-.
―Si papi, pero lo que pasa, es que los otros dos señores, esos que tienen las alas extendidas, eran ángeles, que lo estaban ayudando al señor a sentarse en el banco de la plaza ―dijo la niña con un gesto dulce―.
Los padres la miraron con cariño.
―Buenas noches dulce ―dijo la madre, y seguidamente, besó a su hijo Nicolás, que se removió en la cama, balbuceando algo.
―Buenas noches mi reina Kiky ―dijo el padre, guiñándole un ojo―.
―Buenas noches ―dijo la niña.
Dejaron el dibujo sobre una pequeña repisa, apagaron la luz de la habitación y cerrando la puerta suavemente.
Jesús Alejandro Godoy

martes, 11 de marzo de 2008

Advenimiento II

Donde habita el poder
Habían pasado varios años, desde que el niño tuvo conocimiento del advenimiento.

Su vida, era normal, pero un día todo cambió.

Samir, caminó serenamente hasta los escalones externos de la iglesia.

La gran puerta de madera estaba entreabierta.

La movió un poco para tantear si estaba abierta en realidad, ya que casi era la medianoche, y no sabía si aún, el guardia tendría la puerta interna de la iglesia habilitada.

Pero la puerta hizo un sonido chirriante, y se abrió un poco más, al sólo contacto con la mano del muchacho.

Se introdujo al pasillo como un fugitivo en la noche, y tanteó la puerta principal, ésta, también estaba abierta.

Sus pasos enseguida retumbaron con un pequeño eco, en todo el gran salón que estaba vacío.

Los únicos testigos, eran unos santos de yeso en sus pedestales, y un cristo doliente clavado en una cruz, que estaba suspendido con cables de acero, por arriba del atrio.

Todo estaba limpio.

Un aroma fresco a esencias de limón y lavanda, envolvía el aire, haciéndolo respirable, pero un tanto empalagoso.

El atrio, estaba metódicamente ordenado. La pesada y vieja Biblia, estaba abierta, y un señalador de tela recta y de color rojo, se movía al compás de una pequeña corriente de aire, que entraba por uno de los postigos abiertos de una puerta lateral.

Samir cayó pesadamente. El golpe de su rodilla contra el suelo, retumbó casi en todo el salón. Fue como si le hubiesen colocado una pesada carga en sus hombros.

Alzó la vista un segundo, y miró al Cristo crucificado, y por primera se preguntó, porque los hombres habrían elegido esa imagen del Cristo, para dar a entender que había vencido a la muerte. "Tal vez, para suavizar los corazones, y que tengan algún un tipo de culpa", pensó.

Pero Samir, sabía que su Dios estaba más vivo que nunca, no era, y jamás sería una estatua de yeso o de madera, que se columpiara o estuviera estática dentro de una iglesia.

Samir sabía, que su Dios lo escuchaba, fuese donde fuese, en cualquier lugar, no importaba donde él estuviera, ni en que estado.

Se puso de pie lentamente.

Y habló...

-Señor, he venido aquí, porque no sé que camino tomar, me siento tan solo y perdido, que no sé que hacer, ¿Qué debo hacer...?

-Dios, no tengo nada, y aún con mis posesiones más preciadas, no tengo nada. Por eso he venido aquí, porque estoy desnudo, aunque me vista con las prendas más costosas, o las más humillantes... -Estoy desnudo.

-Mis posesiones, están fuera, en la calle, en el mundo, y son del tiempo, le pertenecen, porque él se encarga de arruinarlas y devolverlas al polvo. Lo único infinito y perdurable que tengo, es mi alma Señor, no tengo más que eso. Y aún, mi cuerpo, le corresponde al tiempo, y se desvanece poco a poco en los días que pasan-.

-No tengo más, sólo mi palabra, lo que hago, lo que digo, y lo que digo que hago, y lo que hago y después digo, no tengo más que eso-.

-¿Y como puedo justificarme delante de ti...? -Si ni siquiera, mis justificaciones son válidas. No sé que hacer Señor, estoy destrozado, no sé que camino tomar-.

Samir iba a hablar nuevamente, pero sus piernas temblaron, y cayó nuevamente de rodillas. El golpe fue más seco que el anterior, y produjo un eco más lejano.

El gesto de dolor fue inmediato. Trató de incorporarse, pero no pudo. Tomó fuerzas nuevamente, y se puso de pie vacilantemente, como si sus dos piernas fuesen dos maderos débiles, que sostenían una gran carga.

Se palpó la rodilla, ésta, había tomado un color rojizo debido al golpe, y una pequeña magulladura se dejaba ver, por donde apenas brotaba un débil hilo de sangre.

-Señor, permíteme descansar. No quiero vivir más. Te confieso que he pensado en acabar con todo. He pensado en quitarme la vida. No quiero vivir más-.

Samir agachó la cabeza y gimoteó un poco, pero enseguida se repuso y alzó la vista nuevamente.

-¿Porqué tengo que sufrir?, ¿Por qué tengo que padecer todo esto?.

-No quiero saber más nada. Mis días son un tormento, y te confieso, que espero la noche para cerrar mis ojos, y que el sueño se apodere de mi alma. Sólo quiero silencio. Hasta el sol me molesta. Mis días pasan pesadamente, uno tras otro, y ansío cada día, la llegada de la noche. La luna y una estrella son mis compañeras. Estoy solo, y creo que solo terminaré. Miro el cielo, y no veo nada más que me interese-.

-Los hombres y las mujeres, han endurecido su corazón, y hasta parece que no tienen alma. Abren sus ojos a lo terrenal y lo persiguen como si fuese un gran premio, pero no se dan cuenta que al igual que yo, ellos, están desnudos-.

-Señor, no quiero... No quiero vivir con esto en mi corazón, quiero volver a mi casa. Señor... ¿Existe ese lugar de paz, donde yo pueda descansar?. Señor, necesito saber que hacer...

Samir se tambaleó una vez más, y cayó nuevamente. Esta vez, su rodilla golpeó y pareció rebotar en el duro piso de mármol de la iglesia.

Un hilo de sangre, corrió por las lujosas piezas de mármol, y bailó entre las uniones de cemento, hasta que se detuvo en el borde del altar.

Quiso ponerse de pie, pero sus esfuerzos no dieron resultado.

Entonces, alzó la vista nuevamente hacia el Cristo.

-Señor, me quedaré aquí. De rodillas. No quiero levantarme, aunque se destroce mi piel, y mi sangre se riegue por todo el piso. Quiero cerrar mis ojos para siempre. Cerrar mis ojos y soñar que todo está bien, soñar que soy feliz, soñar que soy especial-.

-Señor, no sé por donde empezar, y no sé dónde todo termina. Sé, realmente y sinceramente, soy consciente que nací para ser feliz, pero no lo soy, siento que no encajo en nada, siento que no soy de aquí-.

-Me gustaría convertirme en un pájaro; un ágil y veloz pájaro, y alejarme por los cielos rápidamente y nunca más volver. O tal vez, en un perro, o en una ardilla; pero, no quiero ser yo, no quiero vivir, ni ser de aquí-.

Por un instante, Samir trato de ponerse de pie nuevamente, pero fue inútil. Parecía como si un gran peso invisible lo estuviera manteniendo pegado al piso. Su carga pareció hacerse más pesada aún, pues su pecho empezó a agitarse, y su respiración se entrecortó. Sus párpados empezaron a caer lentamente.

La pierna que estaba libre, empezó a temblar descontroladamente. El dolor en su rodilla se profundizó. Su cintura pareció partirse como un frágil cristal.

Su rostro había quedado casi pegado al mármol frío.

Por sus orificios nasales, inhalaba el aroma pegajoso del perfume con que habían aseado el piso. Una lágrima rodó por su mejilla. Pensaba que sus súplicas habían sido escuchadas, pues estaba seguro que estaba muriendo lentamente.

Un horrible y zigzagueante dolor penetró por su pecho, como si fuese un relámpago que surca el cielo.

Instantáneamente, se colocó en posición fetal. Sus manos temblorosas tantearon el suelo. Trató de reincorporarse, pero fue inútil.

"No quiero morir, no quiero morir así", fue lo primero que vino a su mente.

Pero ya era tarde.

Parecía que el proceso estaba en marcha.

Y él sabía que la muerte era implacable. Sabía que la muerte no escatimaba lugares, momentos, ni personas. Sabía que la muerte se apropiaba de lo que le correspondía, y que era fútil, tratar de hacer algo al respecto.

¿Por qué ahora?, ¿Por qué así?, se preguntó Samir en sus pensamientos.

-Señor, no quiero morir así -dijo casi susurrando.

El dolor pareció menguar. Pero su carga seguía en su lugar, inmóvil, como él.

-Dame una oportunidad Señor- dijo.

Alzó la mirada, y miró al Cristo elevado.

-Señor, sé que vine a este mundo para cumplir mi destino, y crear metas. ¡¡¡Pero es tan duro seguir cada día!!!... ¿Porqué no todo es tan fácil?

-Señor, sé que puedo llegar, pero no tengo fuerzas. Sé que puedo soñar, pero mis sueños se desintegran como puñados de arena al viento. Señor, deseo, pero no obtengo nada. Pido, pero jamás me dieron. Busco y jamás encuentro-.

Tomó fuerzas y trató de ponerse de pie.

Se tambaleó como un hombre ebrio. En su rodilla se dejaba ver una profunda herida, por donde la sangre goteaba sin parar.

En un momento, hizo dos pasos hacia atrás, y dos hacia delante. Se quiso asir de algo. Tiró manotazos al aire, pero cayó nuevamente de rodillas.

El dolor fue inmediato. Una sensación le recorrió la pierna, como si mil escorpiones lo hubiesen punzado en sincronía.

Sus manos cayeron pesadamente al lado de su cuerpo. Con sus nudillos golpeó el suelo, y sus manos rebotaron como si fuesen de goma.

-Señor- dijo.

-Señor, quiero empezar una vez más. Quiero intentarlo, yo sé que puedo. ¿Pero como hacerlo?, ¿Cómo hacerlo Señor?. Ya no tengo fuerzas, pero quiero intentarlo una vez más, quiero hacerlo, quiero llegar un día aquí, y decirte que tuve éxito-.

-Sé, que tengo que buscarte individualmente. Sé, que tengo que admitir que todos estamos a prueba, y aún así, lo olvidamos-.

-Tal vez Señor, yo he olvidado mi prueba. Sé que soy dueño de mi destino, y aunque las organizaciones que lucran con tu nombre, quieran más poder, y me digan que soy un pecador perdido, yo sé quien soy, porque fui hecho a tu imagen y semejanza. Porque yo también puedo lograr lo imposible, y quiero seguir mi camino. Trataré de hacerlo Señor-.

-¿Pero... Y esos días, donde pierda mi fuerza?... ¿Qué haré?, ¿Dónde iré?, ¿A quién buscaré?

-Señor, no soy perfecto, pero trataré de alcanzar el éxito. Sé que mi éxito puede estar dado de cualquier forma. Sé, que no es verdad que no iré a tu lado si gano, porque nací para ganar. Sé que no es verdad, que no iré a tu lado, si tengo éxito, porque fui hecho para ser feliz. Y cuando yo gano, cuando todos ellos ganan Tú ríes desde lo alto, y lo sé bien, porque es así-.

-Señor, sé bien, que dicen que para seguir tu camino hay que tener culpa, y sentirse prisionero de las necesidades que crean unos cuantos hombres que desean poder, para tenerme atado a sus convicciones-.

-Pero también sé, que cuando soy como soy, soy libre... y Señor, seré libre hasta el último día, y seré libre en mis acciones y decisiones, donde el verdadero poder está disfrazado-.

-Señor, dame una oportunidad para seguir. Señor, creo en Ti, pero no puedo admitir lo que dicen aquellos, esos... cuando dicen que tengo que ser pobre, estar dolido y ser débil para ir a tu lado. Porque señor, quiero vivir y morir como Tú. Quiero enfrentar todas las palabras necias como Tú lo hiciste. Quiero ser aventurero y seguir mis instintos. Quiero que todos sepan que valgo, quiero morir por mis ideales, quiero morir defendiendo mis convicciones, quiero morir como un rebelde, y aún seguir dando lucha hasta el fin, como Tú lo hiciste-.

-¿Por qué me dicen que tengo que ser débil, obsecuente y frágil, para estar a tu lado?-.

-Señor, quiero ser como Tú. Quiero vivir con mis ideas a flor de piel, no importa que me digan que soy raro, o que estoy deschavetado. No importa que me censuren, ni que traten de obligarme a retractarme, porque yo soy yo, y quiero vivir como Tú, porque fui hecho a tu imagen y semejanza, y en mí, en mí reside el poder, en mi corazón y en mi alma habita el poder que todo lo puede, que todo lo logra-

-¿Pero que haré Señor, cuando ya no pueda más?... ¿Qué haré?

-Señor, yo sigo mi camino, y vivo donde habita el poder que todo lo vence: en mí mismo, en mi corazón, en mi alma, en mis ojos, y en mis labios, y aunque mi piel y mis huesos sean reclamados por la tierra, lucharé, y triunfaré, trataré de llegar Señor... pero aún así.. tengo miedo.

-Tengo miedo de fracasar.

-Pero... ¿Qué es el fracaso, sino, los escalones necesarios para alcanzar el éxito?.

-Señor, seguiré tu camino. Pero mi camino no será de pobrezas, de fragilidades, remordimientos, culpas, obsecuencias, ni sometimiento-.

-Soy libre, y seguiré mi camino. Seguiré mis ideales, y moriré como un rebelde, en mi cruz. Y ése será mi signo, no será un símbolo que signifique que he vencido a la muerte, más bien, será el símbolo de que me he vencido a mí mismo, y ése será el éxito más grande de todos, porque sabré que me he vencido... -Al igual que Tú, que tuviste que vencer tus miedos, pero sin embargo con tu alma plagada de dudas y preguntas sin respuestas, marchaste al frente, y te enfrentaste a tu destino-.

-Así seré yo.

-Y no me arrepentiré jamás, no daré pasos hacia atrás, no vacilaré, tomaré mis decisiones, porque soy libre, al igual que Tú lo fuiste-.

-Y algún día, me seguirán como yo te sigo, o repetirán mis palabras, como yo repito las tuyas, o tal vez, querrán imitarme, como yo trato de imitarte. Seré un luchador y triunfaré-.

Samir escuchó un leve sonido que venía desde una puerta. En ese momento, vio como un anciano se acercaba, enfundado en un mameluco de color celeste.

El hombre se acercó lentamente al muchacho que estaba arrodillado.

-Hijo, ya cerraré las puertas de la iglesia -dijo el hombre.

Samir, comprendió que era el guardia del lugar, que también a veces oficiaba de maestranza.

-¿Que te ha sucedido hijo?- le preguntó el hombre a Samir-.

-He caído por tercera vez-le dijo el muchacho mirándolo fijamente-.

-Déjame que te ayude -le dijo el anciano, dejando un escobillón apoyado sobre uno de los bancos de madera-.

El anciano se acercó, y lo tomó por debajo de sus axilas, y lo ayudó a reincorporarse.

Samir, hizo un gesto de enorme dolor. Se puso de pie, y se tambaleó nuevamente en su lugar, pero esta vez no cayó.

El anciano tenía una mano en el hombro del muchacho, y lo sostenía

-¿Por qué has caído tres veces? –le preguntó el anciano.

-Porque he llegado aquí, a buscar respuestas –respondió Samir.

-¿Y has encontrado lo que buscabas? –le preguntó el hombre.

-Tal vez sí –le dijo Samir.

-Tal vez, he encontrado la solución más grande para continuar mi camino –dijo nuevamente.

Samir se persignó, dio media vuelta y caminó tambaleante hasta la puerta principal de la iglesia.

Giró su cabeza, y miró nuevamente al Cristo doliente.

Miró al anciano que lo había ayudado, abrió la puerta, y la cerró con un sonido chirriante tras de sí.

El anciano miró el suelo de fino mármol de la iglesia.

Enseguida notó algo extraño.

Una de las enormes baldosas del suelo se había rajado, como si algo pesado hubiera caído sobre ella. Las rajaduras eran pequeñas, pero se evidenciaba, que había sido golpeada con algo duro y pesado.

El anciano levantó sus hombros, haciendo un gesto de desinterés y caminó lentamente a buscar su trapo de piso, para secar una pequeña marca que había llegado hasta el borde del altar, y que parecía brotar de la rajadura.

A último momento, pareció arrepentirse.

Miró su reloj de pulsera, tomó su escobillón.

"Lo limpiaré mañana" pensó.

Caminó hasta la puerta de la sacristía, apagó las luces del gran salón, y todo quedó en silencio.
Jesús Alejandro Godoy

jueves, 6 de marzo de 2008

Advenimiento I

El engaño
Porque está escrito...

Samir, era uno pequeño devoto de corazón y puro de alma, de origen muy humilde, casi rozando la precariedad, pero ante todo respetuoso y estudioso.

El niño no solamente sabí­a los pasajes de la Biblia siendo aún muy pequeño, sino que también, sus familiares, sobre todo sus padres, se maravillaban escuchando al niño disertar sobre los milagros de Jesús El Cristo, o hablar sobre Moisés, Abraham, David y Goliat y otros personajes célebres en el cristianismo.

El niño era todo un prodigio, y en poco tiempo se hizo conocido en su localidad.

Los padres de la iglesia cristiana lo invitaban a leer pasajes de la Biblia en las misas dominicales, y los eruditos estudiosos de las Sagradas Escrituras, lo invitaban a sacar conclusiones entre ellos, de los varios y posibles mensajes de Dios hacia el mundo y hacia las demás religiones, a las que el niñoo no sólo admití­a, sino que también afirmaba que eran todas originadas en la fe hacia un sólo Dios.

Pero Samir, siempre hací­a hincapié en que todos, incluso él, serí­an puestos a prueba.

Todas las personas que se encontraban o hablaban con Samir, quedaban estupefactos ante los conocimientos del niño, y algunos, estaban seguros que era un "iluminado" de los cielos.

Durante los primeros tiempos, todo marchaban normalmente, pero después las cosas empezaron a cambiar.....

Una mañana de domingo, el niño estaba leyendo un pasaje de la Biblia y una anciana se desplomó inconsciente dentro de la iglesia, se causó alboroto; un médico que se encontraba en el lugar la revisó y la declaró muerta; Samir se acercó, miró a la mujer atónito, pero se arrodilló frente a ella y mientras tocaba su mano murmuró algo en voz baja...

La anciana pareció haber sido alcanzada por un rayo, porque en ese instante se convulsionó violentamente y abrió los ojos...

La prensa toda estalló; radio, televisión y periódicos, dieron una espectacular difusión al niño prodigio, y mucha gente vio en él, a un enviado, hasta algunos llegaron a especular que era el Mesías reencarnado, augurando el inconsciente colectivo que se avecinaba.

No tardaron en llegar a la ciudad de Ituzaingó en el Gran Buenos Aires, las primeras personas para conocerlo, al mes, estaba rodeado su hogar y hasta su barrio natal: Barrio Marina.

Varias organizaciones de distintas religiones y sectas de distinta í­ndole se congregaban a favor del niño, algunos pidiendo una señal del cielo, otras, milagros de todo tipo, por lo que acercaban personas lisiadas en camillas, y hasta traí­an a personas moribundas; los oportunistas de turno que se apostaron en el lugar, empezaron a ofrecer remeras con el nombre de Samir, agua bendecida por Samir, la cruz de Samir, que obviamente (según los comerciantes) daba resultado en todas las religiones, hasta ofrecÃían tours por el colegio donde el niño cursaba la primaria y por los lugares donde jugaba.

Los familiares del niño, sus primos, amigos y conocidos, eran acosados todo el tiempo por varios representantes de revistas y diarios, para que revelaran datos del niño y así, develar el secreto de sus conocimientos y poder, a cambio de jugosas sumas de dinero que aceptaban sin vueltas.

Después de éstas visitas, no solamente sacaron a la venta la remera con el rostro de Samir (que habí­an extraí­do de una fotografí­a familiar), sino que también se vendí­an pósters del niño, cuadros, carpetas colegiales, tarjetas telefónicas y todo en lo que se pudiera imprimir una imagen.

Enseguida aparecieron los debates televisivos con varios religiosos católicos mediáticos en un rincón, y pastores representantes de organizaciones de dudoso buen proceder, por el otro.

Todo era una buena oportunidad para hacer negocios.

La ola de acontecimientos habí­a superado al niño, que se mantení­a encerrado en su casa como si fuera un prisionero de guerra, ya que sus padres no querí­an exponerlo a la gran maquinaria comercial que se habí­a perpetrado.

En la humilde vivienda sólo se hablaba de una cosa, ¿Cómo hacer para detener esta vorágine?, y que los medios y todas las personas dejaran en paz a Samir y a su familia.

Todas las personas adultas que se encontraban en la casa de Samir, que contando a sus padres y su hermana de veinte años, ya habían sido tentados con fuertes sumas de dinero, casas, autos, y hasta con vacaciones en distintas partes del mundo, a cambio de entrevistas exclusivas, lo que aseguraba un alto rating al programa que obtuviera la presencia del niño.

Pero sus padres y hermana, se mantení­an ajenos a estos ofrecimientos a pedido de Samir, que decí­a que todos estaban siendo puestos a prueba, sus padres no entendí­an lo que él decía, pero respetaban su decisión.

La expectativa puesta en el niño por parte de toda la avalancha de curiosos, los medios y devotos de algunas religiones, era mucha, quizá demasiada.

La primeras noches, fueron tranquilas afuera de la vivienda y alrededor del barrio, todas las personas hacían cadenas de oraciones, rezaban pidiendo por la paz mundial, por milagros globales y milagros individuales.

Tocaban con sus manos la casa donde habitaba Samir, se persignaban constantemente arrodillados en la puerta de la casa, tiraban flores en el techo de la vivienda y hasta dejaban fotos o prendas de personas enfermas, moribundas o sin trabajo.

Pero a medida que pasaban los dí­as, la gente apostada en el lugar no veía cumplidas sus expectativas, Samir no habí­a salido ni una vez a recibirlos, todos estaban desilusionados, y como tampoco el niño habí­a dado más señales de ser un enviado, las personas empezaron a rumorear y a sacar conclusiones, se notaba que el desconcierto de la masa era grande.

Pero aún, habí­a gente que pensaba que era una señal divina el tener a un pequeño con dones, la cual no se dejaba llevar por rumores.

En el lugar y estratégicamente colocadas, varias carpas albergaban a "pastores"; éstos, reclutaban seguidores en nombre Samir, otros, aprovechaban para limpiar su nombre, ya que habí­an quedado enredados en estafas, y otros, inventaban nuevas religiones en nombre de Jesús y todo, absolutamente todo, a cambio de fuertes suma de dinero.

Enseguida se crearon varias Organizaciones no Gubernamentales (ONG's), éstas se peleaban por atraer la mayor cantidad de donaciones, para ello, todo era válido, mentir, estafar o traicionar.

No pasó mucho tiempo hasta que los polí­ticos más despiertos se acercaron al lugar, y viendo que la recaudación de dinero realizada en los lugares era cuantiosa, reclamaron lo suyo enseguida, bajo amenaza de clausurar todos los lugares.

Hasta las personas más comunes, que para conseguir un lugar en las carpas, mentí­an traicionaban, sobornaban, robaban y hasta trataban de conseguir "contactos" que los llevara al sitio indicado.

Todo era histeria, todo era bajo y sucio.

Muy poca gente se quedaba rezando en lugares apartados, y eran excluidas del lugar; y cuando pedí­an explicaciones, les decían que no habían abonado la entrada correspondiente al predio "Gran Samir", o que no estaban vestidas para la ocasión, pues tení­an que estar vestidos con la remera oficial de Samir, o con las sandalias "Walk Samir", las cuales obviamente, tendrí­an que adquirir por una generosa suma en efectivo.

El rumor entre la gente fue ganando fuerza: Si el niño no era un Mesías tení­a que ser todo lo contrario, pues un enviado del cielo se acercaría a toda la gente y daría muestra de que los amaba, pero el niño, ni siquiera habí­a parecido interesarle, el que mucha gente estuviera noches enteras en vela.

Entonces, poco días después, uno de los periódicos de mayor tirada del paí­s, editaba en su portada a todo color: "Samir... ¿El Anti Cristo?".

Los medios ahora daban cuenta que en la vivienda viví­a un enviado de Satán, la televisión enseguida brindó espacios para debates de sacerdotes religiosos, empresarios, cantantes, comerciantes y hasta oportunistas buscando su media hora de fama que incluí­a a modelos, vedettes, actores y actrices semi-famosos, dando su visión del asunto, para estar frente a las cámaras y salir del oscuro anonimato.

Se habló de hacer un reality show "El Gran Profeta", donde varios religiosos católicos, judí­os, evangélicos, testigos de Jehová y otros, tendrí­an que convivir en una casa durante varios meses, en la casa tendrí­an su "confesionario" y serí­an nominados para ser expulsados de la casa por el público televidente.

Algún rápido escritor enseguida sacó a la venta su libro "Samir Angel VS Samir Demonio", liderando las ventas en ese momento.

Los comercios registraron licencias de las zapatillas, remeras, gorros, útiles escolares y miles de artí­culos con el nombre del niño, y se compusieron varias canciones la más cantada fue "Forever Samir"; los más osados prefirieron hacer un video-clip, donde se mostraba un doble de Samir caminando por las nubes, y otra versión caminando entre llamas flameantes.

Todo estaba fuera de control.

Los detractores del niño que decí­an que era un demonio, y los que afirmaban que Samir era un enviado celestial, se enfrentaban en los medio televisivos y radiales, donde un moderador hací­a de jurado en las grandes disputas.

En los programas de chimentos aparecieron de la nada enseguida, varios hermanos no reconocidos de Samir, padres adoptivos, amigos, hasta un hombre que decí­a que venía del planeta "Xion3", para buscar a Samir y llevarlo con Dios, todos los programas, obviamente, lideraron el rating en esa época.

Mientras tanto, en la ví­a pública y sobre todo en cercanías de la casa del pequeño, los que invocaban a Jesucristo y rezaban en silencio fueron apaleados, golpeados y hasta baleados, no importaba que fueron ricos o pobres, lo que verdaderamente importaba, era que en ese lugar no eran "útiles", pues no compraban nada, no se convertí­an a ninguna religión, no hací­an donaciones, o sea, no gastaban dinero, solamente rezaban pidiendo por sus almas y la de los demás.

La casa de Samir varias veces fue a apedreada, tiroteada y hasta trataron de incendiarla con todos los habitantes en su interior, pues, todos creían haber sido engañados.

Pero de a poco, la histeria empezó a mermar, los medios se dedicaron a otros asuntos más importantes, y la gente, con el tiempo, empezó a retirarse del lugar, las carpas desaparecieron gradualmente, y los campamentos improvisados se desvanecieron.

Al término de dos meses, ya no quedaba nadie en torno a la vivienda, la policí­a del lugar, tanto como los bomberos, se vieron más relajados en sus tareas, y no sobrepasados varias veces en número como tiempo atrás.

Los padres del niño, daban gracias que la locura se hubiera terminado, pues, después de casi dos meses de ferviente devoción y posteriormente dos meses de ferviente rechazo, la vida de la familia ahora podí­a volver a la normalidad, y, además, ya podrí­an salir a comprar más víveres, ya que después de un tiempo encerrados en la casa, comí­an los alimentos que les pasaba un vecino por el patio trasero de la casa.

La primer persona en salir de la vivienda fue la hermana de Samir, que dio una vuelta alrededor de las casas lindantes, algunos comercios y las iglesias del lugar para ver si en realidad, ya no quedaban curiosos que pudieran importunar a su hermano o a sus padres; la joven retornó a la vivienda y les dijo que el panorama estaba despejado, y que no tenían de qué preocuparse.

Samir salió lentamente de su casa, y no vio a nadie extraño, los vecinos de siempre lo saludaron animosamente, y varias personas conocidas de la familia pasaban y saludaban como todas las mañanas.

El niño comenzó a caminar en dirección al centro comercial, porque querí­a ir a visitar a su mentor y guí­a espiritual de confianza, el padre Novak.

Pero antes que el niño hubiera recorrido unos pocos metros de la cuadra, divisó a los lejos a un hombre que estaba sentado en el medio de un gran descampado que serví­a a veces, como cancha de fútbol improvisada, y que el contínuo ir y venir de las caravanas habí­an arruinado por completo.

Samir, fijó la vista en el hombre que estaba sentado en una vieja silla de madera de dudosa estabilidad, el muchacho tení­a el cabello crecido hasta los hombros, era moreno, parecía no tener más de cuarenta años y su estatura (por las largas piernas que sobresalían de la pequeña silla), parecía superar largamente el metro ochenta.

El hombre levantó la vista y Samir lo reconoció al instante, caminó primero a paso rápido, pero después el pequeño corrió velozmente hacia su amigo. Se detuvo frente a él, se miraron, y se fundieron en un abrazo interminable.

-Samir -dijo el hombre con voz suave-, me alegro que estés aquí conmigo, te he echado de menos-.

-Yo también a usted -dijo el pequeño.

-¿Ya vio usted como reaccionaron todos...? pedí­an milagros, comerciaron, se agredieron y hasta se mataron entre ellos -dijo el pequeño con preocupación-.

-Si Samir, todaví­a no están listos, porque todos creyeron haber sido engañados, pero se engañan con sus propias ilusiones y olvidan la palabra -dijo el hombre poniendo suavemente una mano en el hombro del niño-.

Y continuó hablando... -Pero éste poder que te ha sido confiado, fue mi guí­a, has sido un mensajero de la palabra, y has actuado valientemente sin mostrarte ante los demás descaradamente, como hicieron algunos falsos profetas...

-Señor, sólo hice lo que usted me pidió -dijo el niño.

-Samir -dijo el hombre-. Has hecho lo correcto, y aún, no están listos para el advenimiento, porque han perdido el camino, y sólo ven lo que ellos quieren ver-.

-Se han vuelto adoradores de las expectativas y en ese juego han perdido la fe, y asesinaron la simpleza de los actos y de los pensamientos, no se dan cuenta que ven milagros todos los días, cuando sale el sol, cuando canta un pájaro o cuando llueve, ellos creen que un milagro es ver a un cuerpo muerto levantarse, dar luz a ojos ciegos, o hacer vibrar las cuerdas vocales de los que desconocen el sonido de su voz... Pero Samir, si bien los prodigios designados por la mano del Buen Dios son hechos palpables en el cielo y en la tierra, no serán usados para que crean; más bien, serán usados para que se maravillen ante la naturaleza de la fe, porque han sido puesto a prueba y pude apreciar en ellos la perdición en la que están inmersos, pero ten en cuenta, que mi venida está cerca...

El hombre abrazó de nuevo al pequeño y se desvaneció en el aire poco a poco.

La madre enseguida se acercó al pequeño...

-¿Con quien hablabas hijo? -preguntó la mujer-.

-Con un señor madre, un señor que vendrá a visitarnos dentro de poco -dijo Samir viendo como el hombre se alejaba-.

-¿A visitarnos dentro de poco? -preguntó su madre desconcertada-.

-Si madre, porque está escrito: Mateo XXIV 9-13: En aquel tiempo seréis entregados a los magistrados para ser puestos en los tormentos y os darán la muerte, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre, por ser discí­pulos mí­os; con lo que muchos padecerán entonces escándalo y se harán traición unos a otros, y se odiarán recí­procamente; y aparecerá un gran número de falsos profetas que pervertirán a mucha gente y por la inundación de los vicios, se resfriará la caridad de muchos. Mas el que persevere hasta el fin, ese se salvará. Entretanto se predicará este evangelio del reino de Dios para todas las naciones y entonces vendrá el fin.

Samir miró a su madre la tomó suavemente de la mano, y caminaron lentamente hacia el centro de la ciudad.
Jesús Alejandro Godoy