lunes, 31 de marzo de 2008

Advenimiento V

El camino transitado
Samir entró a la casa del anciano dificultosamente, a paso lento y casi en silencio. Lo único que se escuchaba de tanto en tanto era la respiración esporádica del rottweiller.
El perro miró a Samir con sus ojos cansados y soltó un leve gañido.
-Gracias joven por acompañarme y sobre todo por cargar a Zimba –dijo el viejo abriendo la puerta de su casa-.
-No es nada señor –dijo Samir con un dejo de vergüenza-, ¿dónde quiere que deje al perro?
-Tiene una canasta que le compró hace mucho mi hijo... es grande no te preocupes, el perro cabe ahí –dijo el anciano y continuación el hizo un ademán a Samir para que lo siguiera.
Entraron a un enorme comedor repleto de cuadros, dibujos y adornos. A la izquierda había dos estanterías llenas de lo que parecían ser souvenirs y fotografías; a la derecha, la pared era dominada por una inmensa biblioteca.
Luego giraron a la derecha y junto al lavabo, había una canasta de mimbre de tamaño grande.
Samir se acuclilló con gran esfuerzo y colocó al perro dentro de ella, como si estuviera instalando una mina terrestre: con suma delicadeza y cuidado.
Ambos se quedaron de pie junto al perro para ver si emitía alguna señal de mejoría, pero un estruendoso ronquido les dio a entender que el animal estaba en el séptimo sueño.
-Muchas gracias por todo –repitió el anciano, colocando la mano en el hombro de Samir-.
-No es nada señor –dijo el muchacho y caminó hacia la puerta de salida acompañando al viejo-.
-Estaba pensando... hijo ¿no me acompañarías con un café? –dijo el anciano y añadió-: afuera está lloviendo, tómalo como una retribución por lo que has hecho –agregó con una sonrisa.
-Si, cómo no señor, será un placer –respondió Samir.
Caminaron nuevamente hacia la gran sala. Samir se detuvo un momento a observar lo que había a su alrededor. Parecían estar mezclados recuerdos familiares de todo tipo, con adornos traídos de otros países, cuadros de varios pintores y libros de muchísimo autores.
Pero al muchacho enseguida le llamó la atención un papel viejo y amarillento que estaba enmarcado y colgado en la pared como si fuera un cuadro de un pintor importante, ya que éste estaba colocado en la pared central de la sala sobre la chimenea y muy bien iluminado.
El anciano volvió lentamente hacia donde se encontraba Samir.
-No eres la primera persona que se queda mirando el mejor de mis cuadros –dijo el viejo.
-¿Qué es lo que tiene enmarcado? –preguntó Samir.
-Es lo último que escribió mi hijo antes de desaparecer –dijo el viejo.
Samir se ruborizó enseguida.
-Disculpe no sabía...
-No hay problema hijo –dijo el anciano con un ademán-, ya te dije que no eres el primero, y creo que no serás el último que pregunte por ésa nota –volvió a decir.
Samir se acercó un poco más, y trató de leer lo que decía el viejo papel, pero lo que estuviese escrito no se podía leer a simple vista.
El anciano miró a Samir expectante, el joven se acercó un poco más y luego retrocedió unos cuantos pasos y miró al hombre.
-Disculpe señor... ¿Pero...?
-Si así es hijo... es sólo eso –respondió el viejo, interrumpiendo la conclusión de Samir-.
-¿Soy impertinente si le pregunto que le sucedió a su hijo? –interrogó Samir al anciano que estaba mirando el papel enmarcado-.
-No hijo... no eres impertinente para nada, ven conmigo, te contaré lo que sucedió –dijo el hombre, mientras que tomaba a Samir suavemente del hombro-.
Se sentaron a una gran mesa que estaba en una habitación contigua a la sala, parecía ser un estudio donde el viejo pasaba sus horas escribiendo, ya que había papeles con notas diseminados por todos lados y una vieja máquina de escribir sobre un escritorio de roble.
El anciano se retiró y volvió con dos tazas de café humeante. Por el ventanal del estudio se podía ver la lluvia acompañada de un fortísimo viento.
El anciano empezó a hablar sin rodeos...
-Mi hijo un día simplemente desapareció sin dejar rastros, era un niño aun, tenía diez años, y se llamaba Alberto, lo buscamos incesantemente durante semanas enteras después del día de su desaparición.
-¿Cuándo sucedió esto que me cuenta? –preguntó Samir.
-Hace diez años atrás, en el año 76’ –respondió el anciano tomando un sorbo de café-.
-Hace mucho tiempo –dijo Samir levantando la taza de café con sus dos manos-.
-Si... luego de que él desapareció, un gran vacío había quedado en mi alma y en mi corazón, mi esposa Karina, se resintió conmigo por abandonar la búsqueda exactamente a un año. Traté de explicarle que lo que había hecho por buscarlo ya era más que suficiente. Habíamos agotado todos los recursos: contactos, dinero, hasta llegamos a visitar a un parasicólogo que supuestamente nos diría donde se hallaba nuestro hijo o en su defecto su cuerpo, pero las respuestas que tuvimos por parte de él fueron vagas, casi rozando lo fantástico. La pérdida de nuestro único hijo fue demasiado para Karina, y nuestra evidente pobreza en ése entonces hizo que nuestro matrimonio empezara a deteriorarse cada vez más... Una mañana solamente partió de aquí sin decir palabra alguna, y nunca más la volví a ver –agregó el hombre mirando fijamente su máquina de escribir, una vieja Olivetti con la pintura descascarada-.
-¿O sea que usted quedó solo en ésta casa? –preguntó Samir.
-Si... mi único compañero es Zimba, el perro que tú ya conoces –explicó. Ése perro se lo había regalado su mejor amigo de entonces, un niño de nombre Esteban, pero cuando Alberto desapareció, jamás lo volví a ver por aquí. O sea que el único recuerdo que tengo de mi hijo es Zimba, ésa nota que viste enmarcada en la sala y nada más –agregó el viejo-.
Bajó su cabeza unos instantes, parecía como si el hombre hubiera caído en un profundo pozo de nostalgia, o como si en cualquier momento por sus ojos saldría un mar de lágrimas.
Pero irguió su cabeza rápidamente y miró a Samir con sus profundos ojos verdes y sonrió.
-Aún recuerdo cuando Alberto llegó a la casa con su perro a cuestas –dijo el viejo. Sonreía como si tuviera en sus brazos un enorme lingote de oro puro. El perro le lamía el rostro una y otra vez sin cesar. Parecían un dúo digno de una historieta, ya que a medida que pasaba el tiempo, parecían entenderse con sólo mirarse; el perro lo seguía a todos lados y él también seguía al perro...
-Cuando le pregunté con que nombre lo iba a bautizar, me miró y me dijo-: No lo sé... Zimba, dijo simplemente; pareció, como si el nombre de su perro ya lo hubiera estado madurando durante un largo tiempo o tal vez se le ocurrió en ése momento, jamás lo sabré. Pero lo cierto es que el cachorro se identificó enseguida con el nombre –dijo el viejo y se puso de pie mirando la lluvia por el ventanal-.
-¿Tienes esperanzas hijo? –preguntó el anciano sin mirar a Samir.
-Si... creo que si –respondió el joven.
-¿Qué clases de esperanzas tienes...?
-De todo tipo señor... –respondió Samir.
-¿Me puedes decir aunque sea sólo una? –preguntó el viejo abriendo el cajón de su escritorio.
-No se... ser feliz
-¿Ser feliz? –preguntó el viejo.
-Si, ser feliz –asintió Samir.
-¿Sabes lo que es ser feliz? –preguntó el viejo encendiendo un cigarrillo.
-Estar en paz con uno mismo –respondió el muchacho mirando como el viejo exhalaba un poco de humo.
-Buena respuesta hijo, pero no estoy seguro que sea sólo eso –dijo el anciano-, creo que la felicidad va con uno siempre... pero háblame de lo que crees que es la esperanza –dijo el anciano.
-Sueños... la esperanza que tengo es alcanzar mis sueños, o aunque sea cumplir una parte de ellos –respondió Samir.
-Yo también he tenido grandes esperanzas y sueños, y el único que quiero cumplir, es algún día encontrar a mi hijo... vivo o no... no lo sé, tal vez encontrarlo solamente, y creo que ese sueño es lo que me mantuvo cuerdo todo éste tiempo –respondió el hombre-. Pero no necesariamente el camino que he transitado estuvo lleno de felicidad –agregó.
-¿Y que sueño vive dentro de tu esperanza? –preguntó el anciano bebiendo un poco de café-.
-Algún día saber para que he venido a éste mundo –respondió Samir.
El anciano lo miró impasible y sonrió.
-¿No eres demasiado joven aún para pensar en esas cosas? –preguntó el viejo-.
-Tal vez señor... pero mi vida no está necesariamente llena de sueños que he cumplido, y mi esperanza me mueve a hacerlos realidad, uno a uno... –respondió el muchacho.
-Hijo... muchas veces en mi vida, y aún cuando era tan joven como tú, me preguntaba para que había venido a éste mundo, y mi respuesta fue variando mediante fue pasando el tiempo –dijo el hombre sentándose nuevamente-. Cuando era pequeño mi mundo era ser el mejor trepador de árboles del barrio; cuando fui un adolescente mi mundo era tratar de conquistar la mayor cantidad de mujeres. Luego, mi mundo pasó a tratar de ser el mejor novio, esposo y padre... pero ya ves, la vida tenía otros planes para mí. Y ahora mi mundo solamente es vivir con esperanza, y el único sueño que habita dentro de ella es encontrar algún día a mi hijo Alberto... eso es lo que me mantuvo con vida hasta ahora, y tal vez... esa esperanza será la que me vea morir.
-Mi mundo es hallar alguna respuesta que me diga que camino tomar de ahora en más –dijo Samir.
-¿Y cual es el camino que piensas que debes tomar? –le preguntó el viejo exhalando humo de su Gold Leaf-.
-Creo que el único camino que me queda por transitar es el de mi conocimiento interior –respondió Samir.
-¿Conocimiento interior...? lo que dices es un poco confuso para mí hijo –dijo el anciano.
-Sé que estoy predestinado para hacer algo, cumplir algo, importante o no, pero no sé de que se trata –dijo Samir.
-Todos estamos predestinados para algo... para vivir hijo –dijo el viejo-, pero lo demás lo pones tú.
-No entiendo señor –dijo Samir.
-Muchas veces, innumerable cantidad de veces, a todos se nos presentan bifurcaciones en nuestro camino, tanto es así, que no sabemos que hacer, ni hacia dónde ir. Algunos toman un camino y lo recorren sin mayores problemas; otros en cambio, transitan el camino, vuelven a empezar, toman un atajo o se pierden en el intento... pero lo que nos une a todos es la línea de partida. Algunos nacerán ricos y luego serán pobres, otros nacerán pobres y luego ricos, algunos nacerán nobles y se volverán necios, otros dejarán de ver y comenzarán a mirar, algunos se volverán ciegos por voluntad propia y otros aceptarán lo que se les dará de primera mano sin escatimar los resultados o sin importar a quien dejen en el camino. Otros vivirán para siempre con sueños, otros en cambio harán realidad hasta sus sueños más osados...
-Sigo sin entender señor –dijo Samir.
-La diferencia, hijo, es lo que pongas de tu parte para que tu sueño se haga realidad. Hijo... la esperanza y la felicidad son inherentes a la vida, van con ella a todas partes, al igual que el amor y el odio, al igual que la razón y la ignorancia. Pero... lo que tú hagas con éstos sentimientos es lo que te hace diferente a los demás. He visto gente que vive con esperanza eterna, tal vez infinita, y se pierde en ella y empieza a vivir en un mundo ajeno a éste; he visto personas con esperanzas, mientras que hacen algo por cumplir los sueños que habitan dentro de ella –dijo el anciano y se puso de pie nuevamente-.
-Hijo... un hombre que navega por el mar en plena tormenta tiene el sueño de llegar a puerto y la esperanza le dice que no naufragará... pero la esperanza siempre le dice que no naufragará, mientras que sus sueños van cambiando a medida que guía el timón de su barco: llegar a buen puerto, llenar sus redes de peces, volver a ver a su familia, y muchas cosas más, pero la esperanza siempre viajará con él vaya donde vaya. Pero hay personas que pierden su esperanza muy rápidamente, y sus sueños viven en un ambiente débil y lleno de conflictos, y cuando las oportunidades se presentan no las reconocen porque antes de empezar a transitar su camino, ya se imaginan como perdedores, donde todo es imposible y donde no merecen ser felices, y ésa es su vida y su destino.
-Si... es verdad –fue lo único que dijo Samir.
-Mi esperanza está intacta, mi sueño va con ella, y espero algún día encontrar a mi hijo vivo. Mi esposa perdió sus esperanzas demasiado pronto y se dejó arrastrar por la desesperación. Yo jamás dejaré de buscar a mi hijo, pero sé también que no puedo vivir de un sueño, fue por eso que continué con mi vida a pesar de todo.
El anciano miró a Samir y sonrió.
-¿Que cree que tengo que hacer yo? –preguntó Samir.
-Hijo... creo que debes buscar la mejor manera de cumplir tu sueño pero subido a tu barco, como yo estoy subido al mío... y si las tormentas nos azotan ¿Qué importa...? lo verdadero es que estamos arriba y no estamos soñando con irnos a navegar algún día; solamente, estamos piloteando nuestras barcos lo mejor que podemos y llevamos nuestras virtudes y miserias como cargamento.
-¿Me está diciendo que deje de soñar? –preguntó Samir.
-Hijo... te digo que sueñes, pero no olvides que los sentimientos que nacen con nosotros son nuestros barcos, y los sentimientos que generamos a partir de ellos, nuestro cargamento... jamás olvides eso.
-Hijo todo vive en ti: el amor jamás muere, pero sí los amores, el odio no muere, pero sí los desacuerdos. La razón jamás morirá, pero sí la claridad de pensamiento, la ignorancia jamás desaparecerá, pero si la intolerancia que lleva a practicarla... la esperanza jamás morirá pero sí morirán algunos de tus sueños. Trata por todos los medios que tu esperanza no se llene de sueños muertos, porque en ese caso, tu barco se hundirá para siempre y jamás llegarás a buen puerto.
-¿Usted mantiene su sueño vivo? –preguntó Samir.
-Si hijo, mi sueño vive como el primer día porque mi esperanza aún no naufragó, cuando ése día llegue lo sabré, y tú también sabrás cuando habrá llegado la hora de dejar que tu barco naufrague.
-¿El día de mi muerte? –interrogó Samir al viejo un poco preocupado-.
-Tal vez hijo, tal vez no, pero lo sabrás –dijo el anciano.
Escucharon un sonido extraño que venía del lavabo, ambos se pusieron de pie y caminaron a paso rápido hasta el lugar.
Entraron y vieron al perro que se mantenía en pie, dando pasos cortos y cansinos, pero de pie.
El perro miró al anciano y movió el rabo animosamente. Enseguida el viejo sonrió y le acercó una pequeña fuente con agua. Parecía que el perro estaba mejorando, no porque hubiera tomado agua, sino porque su mirada apuntó directamente a una caja de galletas que estaba sobre una mesa.
Samir tomo la caja, sacó una galleta y se la dio al perro; éste, la devoró en un segundo y ladró suavemente pidiendo otra.
El perro terminó con la caja de galletas al momento que dejaba de llover.
-Creo que está mejorando –dijo el anciano.
-Si eso veo –dijo Samir-. Creo que dejó de llover, disculpe pero tengo que regresar –agregó.
-Está bien hijo, no hay problema, te acompaño –dijo el anciano.
-Disculpa... hemos estado hablando y ni siquiera pregunté tu nombre –le dijo el viejo abriendo la puerta principal.
-Samir, señor –respondió el joven.
-Samir, he disfrutado la charla, muchas gracias –dijo el viejo-, y muchas gracias por haber traído a Zimba.
-Gracias a usted por el café y por la charla –respondió Samir.
Se despidieron con un fuerte apretón de manos.
Samir empezó a caminar lentamente hacia la plaza de Ituzaingó. El anciano cerró la puerta, enseguida notó que Zimba estaba caminando lentamente hacia la sala y se sentaba esperando más galletas.
Llegó hasta la sala, acarició el morro del perro suavemente y miró una vez la carta de su hijo.
-Papá: que tu barco jamás naufrague –repitió las palabras que estaban escritas y sonrió.
"Seguramente que no, hijo" pensó el viejo y caminó con Zimba a buscar más galletas.
Samir cruzó la plaza en silencio, miró el cielo que aún estaba encapotado, un trueno se escuchó a lo lejos. Parecía que iba a llover nuevamente.
"Que tu barco jamás naufrague" pensó Samir, se detuvo un instante y miró hacia atrás. Una suave brisa sopló y se sentó en un banco de la plaza. Miró la luna, miró las estrellas y una sonrisa se dibujó en su rostro.
Jesús Alejandro Godoy

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