domingo, 30 de marzo de 2008

Advenimiento IV

Oportunidades
Samir se quedó inmóvil en el banco de la plaza, el recuerdo de la niña que lo había saludado desde la ventana del automóvil, era como una caricia para su corazón cansado.
La luna volvió a desaparecer bajo una gran nube negra.
Le dolía inmensamente la rodilla. Miró nuevamente la iglesia San Judas Tadeo, giró su vista hacia el reloj que se encontraba emplazado en la esquina de ésta.
Eran las 03:30 de la madrugada.
Los maullidos de dos gatos apareándose cerca de ahí, le causó la suficiente gracia como para practicar una sonrisa fingida y amarga.
Se tocó la rodilla una vez más.
“Tengo que hacer algo” pensó; ya que ahora, no solamente le dolía la articulación, sino también la pierna hasta la altura de la vejiga.
-Dios mío... no entiendo más nada –murmuró.
Cuando hubo terminado de decir esas palabras, un rayo cayó a lo lejos, y se escuchó un trueno... parecía como si el mismísimo Dios le estuviese respondiendo.
“Pero sé que no es así” pensó.
La plaza de Ituzaingó estaba desierta; hacía mucho frío y Samir con sus ropas mojadas sentía como latigazos en su piel cada vez que ése viento helado lo envolvía; y hasta parecía que las ráfagas solamente lo molestaban a él.
La luna reapareció y un murciélago perdido en la noche pasó volando rápidamente sobre su cabeza, chillando como si estuviera herido de muerte.
Las copas de los árboles se balanceaban al compás del viento; una fina lluvia llegó y mojó todo nuevamente.
Samir bajó su cabeza y empezó a llorar.
-¿Qué es lo que tengo que hacer Señor para que me escuches? –dijo el muchacho mirando la luna que se ocultaba nuevamente detrás de una nube negra-.
En la esquina contraria en donde él se hallaba, un perro solitario se acercó a beber el agua de una canaleta de la plaza.
“Ser libre como ése perro” pensó Samir.
-Tal vez me iría mejor si fuera libre al fin, libre de todo –dijo por lo bajo, sin dejar de mirar al perro-.
Las ideas de suicidio, volvieron a rondar por su mente.
“¿Cuál sería la mejor forma de morir?” se preguntó.
-Tal vez en las vías debajo del tren Sarmiento, quizá de un disparo en la sien, o sino... ahorcado en un árbol, o saltando al vacío desde algún alto edificio –dijo, mirando un viejo árbol cuyas ramas bailaban sobre su cabeza-.
Una gotas de agua mojaron sus ojos y le empañaron la vista por un momento.
Se enjugó sus ojos con su camisa que estaba bastante húmeda, pero sirvió lo suficiente como para que volviera a ver el contorno de las cosas.
Cuando alzó la vista nuevamente, vio al perro que segundos antes estaba bebiendo agua, sentado a escasos diez metros de donde él se encontraba.
El perro, parecía ser de raza Rottweiller, tenía el pelaje veteado con colores negro y marrón muy lustrosos.
“Que extraño... parece ser un perro costoso, tal vez el dueño esté por aquí cerca” se dijo Samir mirando al perro, el cual lo miraba fijamente.
El perro caminó dos pasos hacia Samir y se detuvo, retrocedió los pasos que había caminado y se volvió a sentar.
En un momento, el can se paró en sus dos patas traseras y pareció hacerle una seña a Samir con una de sus patas.
Samir sonrió por lo bajo.
“Parece ser el perro de un circo” pensó.
El perro volvió a mirar a Samir fijamente e hizo el acto nuevamente.
-Realmente me está haciendo señas con una de sus patas –dijo Samir, mientras que miraba estupefacto al simpático animal.
Samir amagó ponerse de pie, pero el dolor de su pierna lo atravesó como una espada filosa y se dejó caer pesadamente en el banco de la plaza.
El perro ladró lastimosamente, e hizo un gorgojeo con sus ladridos como si le estuviese hablando al muchacho.
Samir miró al perro, y se sintió apenado por no poder ponerse de pie e ir en su dirección.
El perro zapateó con sus patas las baldosas de la plaza y ladró nuevamente, caminó dos pasos hacia donde se encontraba Samir y retrocedió nuevamente; a la vez que hacía esto, Samir notó que el perro tiraba tarascones al aire, como si estuviera atrapando pequeñas moscas invisibles con sus fauces.
Enseguida otro trueno se dejó escuchar y la débil llovizna, se transformó en un aguacero infernal en unos instantes.
“Por Dios... otra vez no” pensó Samir.
A diferencia de lo que creía el muchacho, el perro se mantuvo en su posición sin moverse siquiera.
Tanto Samir como el perro estaban empapados, y parecía que ambos también, no podían moverse.
Esa cuestión le causo gracia.
Trató de ponerse de pie nuevamente. Saltó en uno de sus pies como una rana. Cuando miró al perro, éste estaba haciendo lo mismo que él. Samir rió inmediatamente, pero trastabillo, y cayó pesadamente de costado, junto a un árbol.
El perro, imitando los movimientos de Samir se dejó caer y rodó por las baldosas de la plaza, se detuvo y se quedó echado.
Samir, levantó la vista mientras que tocaba su rodilla. El dolor era insoportable, la bola que se le había formado en la articulación, había tomado el tamaño de un pequeño globo, y su color ya había pasado de morado a gris oscuro donde un pequeño relieve en la piel asomaba como una pústula infectada.
Tocó suavemente el pequeño saliente de la rodilla, y nuevamente el un dolor intenso se presentó.
Giró un poco la pierna, y miró el costado de su rodilla...
Parecía que dentro de la piel se movía un líquido blancuzco y espeso a punto de hacer estallar la piel en mil pedazos...
No había dudas... la rodilla le latía fuertemente... estaba infectada.
Miró al perro que se encontraba echado bajo la lluvia igual que él y sonrió.
Al lado de su pie brilló un pequeño vidrio convexo que sobresalía de la tierra, y un poco más allá una botella de vino resquebrajada.
Se imaginó poniéndose de pie y caminando hacia el perro, se imaginó venciendo su temor y castigando las fuerzas del Dios que lo tenían aprisionado en el suelo, se imaginó venciendo.
Su mano temblorosa se acercó a la botella rota, y la asió temblorosamente.
Dentro de ella, había un par de moscas y arañas muertas, “Seguramente se ahogaron con el agua de lluvia” pensó.
Giró la botella y el agua cayó sobre la gran raíz del árbol, arrastrando con ella a todos los insectos muertos.
Miró su pierna temblorosa, miró la luna que se ocultaba de vez en cuando, miró las nubes que pasaban velozmente por el cielo...
Cerró los ojos y pensó en su madre, en su padre que ya había muerto; en su hermana, en sus amigos, en su Dios, en ése Dios que se había olvidado de él y lo había dejado solo y desamparado.
Pensó en su primera novia que lo había dejado para irse a vivir amoríos a Europa, pensó en sus amigos que lo habían traicionado y lo habían dejado solo y ebrio por algunas calles de la capital federal. Recordó las charlas con su padre y los sueños recurrentes que tenía con él, se preguntó que habría más allá del cielo. Recordó cuando era pequeño y su madre aún lo aceptaba y no lo miraba desconsideradamente como lo hacía en la actualidad.
Acercaba lentamente el vidrio hacia su cuerpo...
Recordó nuevamente la primera vez que había tenido sexo con una mujer... rió con ése recuerdo.
Recordó cuando había visto por primera vez un río, un barco, un eclipse de sol, un eclipse de luna, nieve, arena, lodo, rocas, el mar, un arroyo...
Volvió a sentir las caricias de sus antiguos amores y los golpes de su madre, volvió a sentir las palabras de aliento que le daba uno de sus mejores amigos, y las palabras de desaprobación de su madre, volvió a escuchar el sonido de las olas cuando rompen en la playa, volvió a escuchar la caída del granizo, el canto de un pájaro, la caída de agua de una pequeña cascada, una suave melodía, un silbido tenue, el ladrido de un pequeño perro, las voces... el amor... la esperanza... la traición... el olvido... Dios... la nada... oscuridad.
En un movimiento violento, hizo trizas la botella contra el suelo y tomó un trozo de vidrio.
Suspiró y apretó los labios. El mar...
El vértice del puntiagudo vidrio, ya se había perdido dentro de la muñeca de Samir...
La sangre corría espesamente por su camisa, y dejaba una marca sobre sus bermudas, y el agua de lluvia se encargaba de lavarla antes de llegar a tocar el suelo.
El muchacho estaba llorando, antes de que sus ojos se cerraran completamente.
Un perro... la silueta de un perro, eso nada más, lo último que vería, nunca se hubiera imaginado que iba a morir así, pero era lógico... El Buen Dios se había olvidado de él, y Dios no aceptaba fracasados en “Su” cielo, era por eso que debía irse con aquel que lo acogiera como uno más, se tendría que ir con aquel que también había sido olvidado como él, se tendría que ir con aquel que vagaba eternamente en la oscuridad y no había sido aceptado por Dios...
“...Cumple con tu destino Samir...”
“Cumple con tu destino Samir” dijo una voz casi susurrando.
“Cumple con tu destino Samir” dijo una voz cercana.
“¡Cumple con tu destino Samir!” dijo una voz enorme y recta.
-¿Señor... señor...? –preguntó un anciano tocando el hombro del muchacho que estaba durmiendo en el banco de la plaza.
Samir se sobresaltó y casi salió disparado de su asiento.
Estaba perdido...
-¿Señor...? ¿Se encuentra usted bien...? –preguntó nuevamente el anciano que se había alejado varios pasos de muchacho debido a su reacción.
Samir no hablaba
Se miró la muñeca, y la rodilla, miró el cielo, miró a su alrededor.
Todo era distinto...
“¿Estuve soñando?” se preguntó.
El cielo estaba semidespejado, era de mañana, su rodilla estaba un poco inflamada pero el dolor había desaparecido por completo, su muñeca estaba ilesa... pero las sensaciones seguían ahí
-¿Qué hora es señor...? –le preguntó Samir al anciano cruzándose de brazos y tratando de cubrirse un poco del intenso frío.
-Son exactamente las... –el hombre miró su reloj de pulsera- las seis y media de la mañana joven-.
Samir miró el cielo nuevamente, un tímido sol de invierno se asomaba.
-Gracias señor –dijo Samir, tanteando ponerse de pie-.
-De nada joven –dijo el anciano mientras que seguía su camino.
Cuando Samir se puso de pie lentamente, dio sus primeros pasos sin dolor alguno, y se atrevió a caminar normalmente. Se detuvo un instante, e hizo presión con el peso de todo su cuerpo en la pierna lastimada.
“Muy biennn” se felicitó mentalmente con una sonrisa, y dio un paso.
Un perro apareció caminando gravemente, como si hubiera sido víctima de un accidente o algo parecido.
-Vamos Zimba... vamos Zimba un paso más -dijo el anciano con gesto doloroso-.
Samir se volteó para mirar al viejo que había vuelto tras sus pasos para esperar a su perro.
Samir miró al perro que venía caminando con un andar cansino y gravemente afectado por una evidente dolencia... pero... era el mismo perro que había visto por la madrugada...
“Estoy más que seguro que es el mismo” pensó.
El perro pasó al lado de Samir, regalándole una mirada desprovista de vida, como si sus ojos estuviesen perdidos dentro de tanto dolor.
El perro trastabilló y cayó pesadamente al suelo golpeándose el morro contra una piedra.
El anciano se acercó a paso lento hacia el perro y trató de levantarlo pero por el gesto que hizo en su intento, se evidenció que no tenía las suficientes fuerzas para realizar la tarea.
-Deje que lo ayude buen hombre –dijo Samir, mientras que se ponía de cuclillas delante del perro-.
-Gracias joven, se lo voy a agradecer –dijo el viejo con una tristeza evidente.
-¿Qué le pasó a su perro? –preguntó Samir.
-Sinceramente no lo sé joven... ayer Zimba estaba muy bien y gozaba de plena salud, pero hoy a la madrugada, amaneció con una de sus patas delanteras cortada con algo filoso y con una de sus patas traseras hinchada –dijo el anciano-, mire –volvió a decir mientras que le señalaba las vendas que le había colocado al perro, y que Samir había obviado a simple vista-.
El muchacho se quedó perplejo y recordó su sueño...
Tomó el cuerpo del animal entre sus manos y lo alzó; el animal, jadeó ligeramente como si se quejara por el movimiento pero se mantuvo casi inerte.
El can volvió a mirar a Samir con sus ojos apagados, y lamió su mano suavemente, como agradeciendo el gesto del muchacho.
-No sé que le pueda pasar a Zimba... es el único recuerdo que tengo de mi hijo muerto –dijo el anciano, mientras que unas brillantes lágrimas le asomaban por sus ojos claros y emocionados-.
Samir bajó la vista y pensó en su destino... deseaba haber sido un perro, si que lo deseaba... pero no quería causar ése mal... a ése pobre viejo, tal vez solitario.
Se sintió abrumado y asqueado de sí mismo, pero no dijo palabra alguna.
El anciano camino lentamente hacia su perro y le acarició las orejas, el perro esta vez gimió levemente.
-Tranquilo Zimba... tranquilo... ya tendrás oportunidades para correr como antes –le dijo el anciano en la oreja al can.
El hombre alzó la vista.
-Vamos joven... pronto lloverá –dijo el anciano mirando el cielo que se estaba encapotando-.
-Si como no señor... yo lo sigo –dijo Samir dando los primeros pasos y pensando en las oportunidades que tenía por delante.
Los dos hombres caminaron lentamente, bajaron a la acera y cruzaron la calle.
Jesús Alejandro Godoy

No hay comentarios: