domingo, 15 de mayo de 2011

Dejando Huellas

Un hombre que acababa de encontrarse con Jesús Resucitado, iba a toda prisa por el camino de la vida, mirando por todas partes y buscando.  Se acercó a un anciano que estaba sentado al borde del camino y le preguntó:
-    “Por favor, señor, ¿ha visto pasar por aquí a algún cristiano?”
El anciano, encogiéndose de hombros le contestó:
-    “Depende del tipo de cristiano que ande buscando”.
-    “Perdone”, dijo contrariado el hombre, “pero soy nuevo en esto y no conozco los tipos que hay.  Sólo conozco a Jesús”.
Y el anciano añadió:
-    “Pues sí, amigo; hay de muchos tipos y maneras.  Los hay para todos los gustos:  hay cristianos por cumplimiento, cristianos por tradición, cristianos por costumbres, cristianos por superstición, cristianos por obligación, cristianos por conveniencia, cristianos auténticos...”
-    “¡Los auténticos!  ¡Esos son los que yo busco!  ¡Los de verdad!”, exclamó el hombre emocionado.
-    “¡Vaya!”, dijo el anciano con voz grave.  “Esos son los más difíciles de ver.  Hace ya mucho tiempo que pasó uno de esos por aquí, y precisamente me preguntó lo mismo que usted”.
-    “¿Cómo podré reconocerle?”
Y el anciano contestó tranquilamente:
-    “No se preocupe amigo.  No tendrá dificultad en reconocerle.  Un cristiano de verdad, no pasa desapercibido en este mundo de sabios y engreídos.  Lo reconocerá por sus obras.  Allí donde van, siempre dejan huellas.

Autor desconocido

Ayudando

Juan sólo tenía seis años y quería tener un reloj de pulsera. Cuando se lo regalaron por fin, en Navidad, estaba impaciente por enseñarselo a su mejor amigo, José. La madre de Juan le dió permiso, y cuando su hijo salió de casa le hizo esta advertencia:
-Juan, ahora llevas tu reloj nuevo, y sabes leer la hora. De aquí a casa de José llegas andando en dos minutos; así que no tienes excusa para llegar tarde a casa. Vuelve antes de las seis para merendar.
-Sí, mamá -dijo Juan mientras salía corriendo por la puerta.
Dieron las seis, y ni rastro de Juan. A las seis y cuarto no había aparecido todavía, y su madre se irritó. A las seis y media seguía sin aparecer, y se enfadó. A las siete menos diez, el enfado se convirtió en miedo. Cuando se disponía salir a buscar a su hijo, se abrió despacio la puerta de la calle. Juan entró en silencio.
-¡Ay, Juan! -le riñó su madre-. ¿Cómo has podido ser tan desconsiderado?¿No sabías que yo me iba a preocupar?¿Dónde te has metido?
- He estado ayudando a José... -empezó a decir Juan.
-¿Ayudando a José?, ¿a qué? -le gritó su madre.
El pequeño empezó a explicarse otra vez:
-A José le han regalado una bicicleta nueva por Navidad, pero se cayó de la acera y se rompió y...
-¡Ay Juan! -le interrumpió su madre-, ¿qué sabe de arreglar bicicletas un niño de seis años? Por Dios, tú....
Esta vez fue Juan quien interrumpió a su madre.
- No mamá. No quise ayudarle a arreglarla. Me senté a su lado y le ayudé a llorar...


Autor desconocido

lunes, 2 de mayo de 2011

Aprender a comunicarse

Un Sultán soñó que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó llamar a un sabio para que interpretase su sueño. "¡Qué desgracia, Mi Señor! Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad", dijo el sabio. "¡Qué insolencia! ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí! ¡Que le den cien latigazos!", gritó el Sultán enfurecido. Más tarde ordenó que le trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo: "¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes". Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salía del Palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado: "¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer sabio. No entiendo porque al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro. El segundo sabio respondió: "Amigo mío, todo depende de la forma en que se dice. Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a comunicarse. De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura ciertamente será aceptada con agrado."

Autor Desconocido