sábado, 4 de noviembre de 2006

¿Adónde querés ir pibe?

¿ADONDE querés ir, pibe? ¿No ves que hay golpe de Estado?, me dijo el colectivero cuando lo paré aquella mañana de marzo, bien temprano, bien adolescente, recién levantado y algo desorientado por ver soldados con armas en las veredas y camiones militares por todas partes en las calles.

¿Adónde quería ir?

Quería ir a la escuela, supongo, a que me enseñaran las cosas que se enseñan en la escuela, cosas simples.

Que el Estado no puede secuestrar, torturar y matar a una persona, que el Estado no puede apropiarse del bebe de una persona.

Esas cosas tan lógicas que se enseñan en la escuela, aun cuando son tan básicas, tan indiscutibles que uno ya las sabe, las supone, antes de que se lo diga la maestra.

¿Adónde quería ir después?

Quería volver a mi casa después de la escuela, supongo.

Que el Estado no me dijera qué podía leer y qué no, qué película mirar y cuál no, qué peinado usar, si el pelo largo o corto, qué música escuchar o no escuchar, qué obra de teatro ver o no ver.

Que no me dijera que adonde quisiera ir fuera derecho, firme, en marcha, izquierda, derecha, izquierda, sin hablar, sin discutir, sin opinar, sin pensar, sin libertad, sin ley, sin razón, sin votar, sin mirar, sin preguntar, sin derechos, firme, en marcha, izquierda, derecha, izquierda.

Pero sobre todo quería ir a visitar a algún amigo, a la tarde. Un amigo adolescente como yo. Y poder encontrarlo en su casa, con sus ideas, diferentes o iguales a las mías, con sus gustos, parecidos o contrarios a los míos.

Encontrarlo, que no estuviera desaparecido por sus ideas, diferentes o iguales de las mías, o que no lo estuviera su padre, o su madre, o su hermano, o un pariente.

Que nadie, conocido o desconocido, cercano o lejano, estuviera desaparecido por sus ideas diferentes o parecidas.

¿Adónde habían ido?

Sin derechos, en marcha, un auto sin patente, izquierda, derecha, izquierda, hasta llegar a una dirección sin dirección, con responsables sin nombre y apellido, y, finalmente, a tumbas NN.

Sin derechos, por izquierda, a oscuras, como se hacen las cosas cuando no se tiene razón.

¿Adónde quería ir yo esa mañana de marzo, bien temprano, bien adolescente, recién levantado y algo desorientado por ver soldados con armas en las veredas y camiones militares por todas partes en las calles?

¿Adónde íbamos todos, derechos, firmes, en marcha, izquierda y derecha, a los golpes, golpeados, golpeando, golpeadores?

¿Adónde, sin libertad, sin ley, sin razón, sin votar, sin hablar, sin opinar, sin pensar, sin mirar, sin preguntar, sin derechos?

¿Adónde?

–Volvé a tu casa, andá a dormir, fue lo último que me dijo el colectivero antes de arrancar.

Y así lo hice.

Y no lo volvería a hacer: nunca más cerrar los ojos, nunca más no estar despierto cuando una pesadilla va a quitarnos el sueño para siempre.

Nunca más, señor colectivero.

Germán Berdiales

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