martes, 25 de abril de 2006

Cuento chino

Chiang Chien, nacido en el distrito de Feng Fu, departamento de Yenchou, vivía en la cabecera del distrito, a un centenar de metros del lugar donde se dedicaba a sus estudios. Cada vez que le venía la idea de presentar sus respetos a su padre, se ponía inmediatamente en camino, sin preocuparle si era muy temprano o muy tarde.
Una vez, en plena noche, ciñóse el carcaj, cargó el arco sobre el hombro, montó a caballo y tomó el camino de su casa paternal, precedido de un chiquillo que le servía de escudero.
Al atravesar un bosque, los dos viajeros llegaron repentinamente a un claro enceguecedoramente iluminado. Aterrorizado, el paje se detuvo. I
— Si son espíritus malignos, nada debemos temer — declaró Chiang Chien para animar a su joven servidor. Después lanzó a su caballo por entre la extraña aparición y entonces vio a una docena de jugadores en cuclillas, disputando una partida de dados. Tendió su arco, disparó una flecha, y toda esa banda se dispersó sin dejar rastro. Sólo se veían esparcidas por el suelo muchas sartas de sapecas. Chiang supuso que debía tratarse de monedas de fantasmas. De un golpe de látigo las redujo a ceniza polvorienta, y se llevó consigo una bandeja de dados, de piedra verde, traslúcida y admirablemente trabajada.
Natalia Denegri.

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