lunes, 30 de junio de 2008

Polizonte de almas IV

-Si... un pequeño bastardo –dijo el anciano dando las últimas pitadas de su cigarrillo-. Su madre lo abandonó porque su pareja que era de buena posición económica, le dijo que no iba a soportar un hijo extramatrimonial, y que si quería quedarse con el crío, que se olvidara para siempre de los lujos y el dinero...

-¿Así que lo abandonó? –preguntó el panadero.

-Si... su madre prefirió la comodidad terrenal a su propio hijo –continuó contando el viejo-. Pero como dicen que todo se paga en vida, su madre murió en un accidente ferroviario tiempo después, en un paso a nivel de por aquí.

-¿Usted conoció a la señora? –preguntó el panadero cruzándose de brazos.

-Si... la conocí. Una extraña mujer, pero parecía vivir atormentada por lo que había hecho, o por lo menos, así lo dejaba entrever entre todas las personas que sospechaban lo que había hecho con su hijo. Una tarde, simplemente se dejó caer en las vías del ferrocarril Sarmiento –dijo el anciano mirando a su nieto, que estaba jugando concentradamente con Don Pericles.

-¿Se suicidó? –preguntó el hombre mirando al anciano-.

-Así parece ser, o por lo menos eso es lo que cuentan –dijo el viejo, observando una pequeña banqueta que estaba a escasos metros de una balanza repleta de harina por doquier-.

-¿Se quiere sentar abuelo? –preguntó el panadero.

-Si hijo, por favor, mis huesos ya no soportan mucho el peso de mi carne... además éste saco que traigo es muy pesado –dijo el anciano sonriendo-.

El hombre le alcanzó la banqueta al anciano, que se mantenía en pie un poco vacilantemente.

El viejo la miró y se sentó sobre ella haciendo crujir la madera con un sonido seco. Sacó un pañuelo de su bolsillo y se secó un poco el sudor de su frente.

-¿Se siente bien abuelo? –preguntó el panadero.

-Si hijo... es que he tenido dolencias... gástricas... digamos, desde hace un tiempo –respondió el anciano-.

El anciano bajó su mirada y miró de reojo a su nieto, que estaba enseñándole algún tipo de truco al gato, porque éste estaba parado en sus patas traseras siguiendo atentamente con la mirada algo que el niño tenía escondido en una mano.

La lluvia seguía cayendo incesantemente, parecía que en cualquier momento iba a aparecer Noé con su arca a llevarse a Don Pericles con alguna compañera de su especie.

-Parece saber mucho de la historia del polizonte –dijo el panadero, tocándose la calva.

-Si hijo, un poco, pero en realidad no te he contado nada aún –dijo el anciano mirando fijamente al hombre.

-¿Pero usted sabe todo esto de primero mano? –interrogó el hombre al anciano casi inquisitivamente- .

-Si hijo, las personas hablan siempre tácitamente de éste asunto y hasta algunas veces inventan lo que no saben –dijo el anciano un poco agotado y hasta parecía que de su pecho se oía un pequeño gorgoteo-. Pero en realidad en una noche muy parecida a ésta, y con un aguacero idéntico al que estamos viendo, yo vi al polizonte...

El panadero se acuclilló al lado del anciano y lo escuchó con toda atención.

-Yo era un adolescente, había ido a dejar a mi novia por ése entonces a un barrio no muy lejos de aquí, Barrio Marina...

-Si, paso por ahí de vez en cuando –dijo el hombre.

-Bueno... cuando los dos nos apeamos de mi viejo Citroen, corrimos hasta la entrada de la casa de mi novia y empezamos a besarnos como una pareja que no se vería nunca más –dijo el anciano, y a continuación tuvo un fuerte acceso de tos. Un pequeño hilo de baba le corrió por la comisura de los labios-.

Enseguida el panadero fue en busca de un vaso de agua que trajo a toda prisa y lo colocó en la temblorosa mano del viejo.

-¿Estas bien abuelo? –preguntó su nieto, con las cejas arqueadas y sus pupilas inmensamente dilatadas-.

-Estoy bien hijo, no te preocupes, es solamente que tu abuelo está un poco cansado, nada más –dijo el anciano, acariciándole el flequillo.

A continuación tomó un sorbo de agua y suspiró un poco. El pequeño se alejó flanqueado por Don Pericles, ambos estaban buscando algo que se había caído bajo una de las estanterías.

Miró al panadero que se había acuclillado nuevamente a su lado y encendió otro cigarrillo.

-Enseguida te cuento el resto de la historia hijo –dijo el anciano.

-No abuelo... no es necesario, solamente le preguntaba por curiosidad –se justificó el hombre.

El anciano pareció hacer arcadas, pero enseguida se compuso. Inhaló como si fuera la primera vez que respiraba y se irguió en la banqueta.

-Esta bien hijo... disculpa, es que a veces me quedo sin aire –dijo el anciano con una semi sonrisa-.

-No hay problema abuelo...

-Te decía que estaba con mi novia de entonces y vimos a una mujer mayor de edad que se acercaba por la acera. La mujer estaba completamente empapada y sus zapatos hacían un sonido parecido a un chasquido de dedos pero más audible... miramos a la mujer casi con desinterés y seguimos besándonos. Pero nos alertamos cuando la mujer cayó pesadamente al suelo, su rostro se había hundido en una zanja que se había formado donde la acera tenía una gruesa rajadura.

Nos asustamos, yo corrí hasta donde estaba la mujer y mi novia fue a llamar a su padre. Traté de levantar el cuerpo de la mujer, pero parecía estar inerte... muerta. Con todas mis fuerzas pude dar vueltas el cuerpo, y noté que la mujer tenía el rostro contraído, y una de sus manos estaba colocada directamente arriba de su pecho

-¿Estaba muerta? –preguntó el hombre.

-Si... estaba muerta –aclaró el anciano-. O eso creía; de repente, la mujer abrió la boca, y los ojos, yo salte hacia atrás como si tuviera resortes en mis zapatos. El agua me estaba empapando por completo. La mujer me miró, estiró su brazo como si quisiera tocarme, y empezó a convulsionarse como si una corriente eléctrica le estuviera recorriendo el cuerpo –agrego el anciano y tomó otro sorbo de agua-.

-Luego, de sus ojos y su boca, empezó a salir agua...

-¿Agua? –preguntó secamente el panadero.
Jesús Alejandro Godoy

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