miércoles, 25 de junio de 2008

Polizonte de almas III

-Si... yo vine a la Argentina en el 37' escapando de Franco, y jamás pensé que ahora sucedería lo contrario... por suerte mi hijo no tiene que escapar de nadie, o por lo menos espero que nunca pase algo así

-No creo que pase algo así por aquí... pero nunca se sabe ¿vio? –dijo el panadero tocando su calva sudorosa.

Si... es verdad... nunca se sabe –susurró el anciano, y su mirada se perdió nuevamente en la lluvia-, ¿Así que usted sabe lo que sucedió en el último aguacero...?

La pregunta del anciano quedó flotando en el aire unos segundos.

-Solamente por lo que me contó un conocido de por aquí, del cual ahora no recuerdo su nombre–respondió el panadero.

El anciano siguió mirando la cortina de agua, un par de ómnibus y personas que saltaban las grandes olas que éstos producían.

-Cuentos... si... solamente palabras hijo, pero es diferente cuando lo ves con tus propios ojos –dijo el anciano encorvándose un poco-.

El panadero miró al anciano, primero con cierta desconfianza, pero luego con infinita curiosidad. No parecía un viejo que estuviera hablando estólidamente, ni tampoco parecía un tipo loco.

¿Usted vio... algo? –preguntó el panadero.

-Hijo... todas las leyendas se forman a partir de un hecho real, pero seguramente nosotros las escuchamos de segunda o de tercera mano... es como comprarse un auto usado, nunca sabrás por que lugares lo hizo rodar el dueño, ni tampoco a cuantas personas llevó, ni siquiera... si alguna vez murió alguien en su interior, sólo sabes una parte y lo que no sabes solamente lo sabe el dueño original

-Si algo así... ¿Pero que tiene que ver con todo esto? –preguntó el panadero-.

-Yo también he escuchado muchas leyendas de éste lugar, Ituzaingó, y sobre todo del Barrio Marina: el pequeño al que todos creían un Mesías, la serpiente gigante del túnel, una extraña casa a la que mi hijo cuando era pequeño la llamaba La Casa Infernal y muchas historias más; que tal vez mientras te las estaría contando con lujo de detalles, dejaría de llover, habría sequía, y llovería nuevamente –dijo el anciano sonriendo de lado-.

-He escuchado las historias de Samir, la serpiente y de la casa ésa, pero no creo que sean verídicas... son todas hummmm... son todas habladurías –dijo el panadero.

-Tal vez hijo, pero no creo que lo que se habla del polizonte sean todas historias –dijo el anciano.

-¿El polizonte de almas? –preguntó el panadero.

-Si... exacto –respondió el anciano.

-¿No me diga que cree en el hombre que vaga por las calles de ésta ciudad y nace de la lluvia...? –preguntó el hombre calvo con una sonrisa socarrona.

El anciano miró al hombre que sonreía intermitentemente.

-No... hijo no creería en él, si no lo hubiera visto –respondió el anciano, limpiando un poco el vidrio empañado de la puerta de la panadería.

-¡Vamos... abuelo! –exclamó el hombre-, no es que no le crea, pero... ja, ja, ja –rió nuevamente el hombre seguido por un pequeño acceso de tos.

-Me alegro poder divertirte, hijo –dijo el anciano seriamente.

El hombre lo miró directamente a los ojos, cesó de reírse y frunció un poco el ceño.

-Disculpe abuelo, no fue mi intención...

-No importa hijo, está bien –dijo el anciano-, la mayoría a los que les cuento la historia se ríen de mí.

-No es eso abuelo, pero... es extraño que me diga esto, es la primera vez que alguien me dice que vio al polizonte –dijo el panadero.



Ambos se quedaron en silencio un instante.



Frente a la panadería una pareja de enamorados se sentaba en el banco de una garita a esperar el próximo taxi que los llevara a destino... quizá a algún lugar más tranquilo, debido a los manotazos casi bestiales y desesperados que se propinaban el uno al otro por todas sus partes íntimas.



-Lo vi tan claro, como estoy mirando a ésa pareja de tortolitos desesperados –dijo el anciano.

-Si, también los veo... ¿Pero está seguro de lo que me está diciendo? –preguntó el hombre.

-¿Cómo se llama el gato? –preguntó el niño, mientras que el felino se refregaba una y otra vez en sus pantalones a la altura de sus pantorrillas.

-Don Pericles –respondió el panadero con una sonrisa, mientras que el niño se alejaba con el gato, vociferando su nombre y le daba un pequeño trozo de su masa de chocolate.

El panadero encendió otro Gold Leaf y lo colocó en sus gruesos labios, aspirando inmensamente el humo.

-Hijo... no debes fumar tanto –dijo el anciano mirando el cigarrillo del hombre-.

-Si es verdad abuelo, pero bueno... ya sabe de algo hay que morirse –dijo el hombre sonriendo.

-Si... ¿Temes morir? –preguntó el anciano.

-No, abuelo... pero no creo estar preparado aún para morir –dijo el hombre-. Pero usted lo sabrá mejor que yo, cuando Dios nos llama, ya no podemos hacer nada...

-Seguro que no podemos... –dijo el anciano, sin dejar de mirar a la pareja de enamorados-.

-Pero... ¿Me contará la historia del polizonte? –preguntó el panadero-.

-Eran los años 60'. Se dice que fue un niño que fue abandonado por su madre, no muy lejos de aquí, en uno de los tantos callejones que tiene Ituzaingó –dijo el anciano-. Ése día llovía como nunca. El pequeño era un recién nacido, y su madre lo abandonó porque era producto de una relación extramatrimonial –agregó el anciano-.

-¿Un bastardo? No sabía que era un bastardo –dijo el hombre un poco extrañado-.
Jesús Alejandro Godoy

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