lunes, 16 de junio de 2008

Polizonte de almas I

La lluvia era torrencial, un aguacero sin precedentes.

La mujer alzó en sus brazos a su pequeño hijo, lo miró por última vez y lo dejó junto a unas cajas viejas por donde merodeaban ratas y cucarachas en busca de su comida diaria.

El crío lloró abriendo sus ojos, de alguna manera sabía que algo estaba sucediendo. La mujer se alejó con sus ojos envueltos en lágrimas. Su andar cansino y errante hizo que diera de lleno con un pequeño volquete repleto de basura y agua. La luna era enorme, el frío era intenso, y la lluvia casi bíblica, ése fue el primer día... el comienzo.



Las calles de Ituzaingó estaban casi desiertas, no solamente porque el frío calaba los huesos, sino porque la lluvia era incesante.

"¡Como llueve!" exclamaba un anciano tomando a su pequeño nieto en brazos, mientras que se apeaba de una desvencijada camioneta para comprar algunos panes y facturas de una panadería que ya estaba cerrando sus puertas.

Eran casi las ocho de la noche de un invierno gris y oscuro.

Las calles parecían el croquis de un par de ríos rápidos de aguas tumultuosas, hasta parecía que en cualquier momento iban a saltar truchas u otros peces y los habitantes al ver esto, se sentarían en el borde de la acera con sus cañas de pescar.

-¿Abuelo...? ¿Por aquí... siempre llueve así? –preguntó el pequeño con cierta incredulidad.

Su abuelo lo miró con cariño, alzó la vista y vio Avenida Rivadavia y la plaza de Ituzaingó casi bajo el agua

-No... no, casi nunca llueve así –respondió el anciano mientras que abría la puerta rebatible de la panadería, y una pequeña campana sujeta del dintel avisaba que un nuevo cliente había ingresado al local-.

El niño enseguida se sintió atraído por el aroma de una bandeja repleta de masas de chocolate que estaba dejando una empleada sobre el mostrador.

La mujer miró al pequeño y con una gran sonrisa de publicidad de algún dentífrico tomó una masita del montón y la colocó en la pequeña mano del niño, que miró el bocado como si tuviera un lingote de oro puro.

Por una vieja radio colocada sobre un mostrador, el locutor de turno daba cuenta del infernal aguacero que caía sobre la ciudad de Buenos Aires y alrededores.

"Ya a caído más de diez milímetros de agua en toda la ciudad... y para alegrar un poco este tormentoso día, a continuación. .. la mejor selección de tangos..." decía el locutor.
Jesús Alejandro Godoy

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