martes, 1 de agosto de 2006

El cangrejito volador

Había una vez un cangrejito nuevo que estaba haciendo un hueco
profundo en la tierra, cuando, sin más ni más, vino una paloma
torcaza a darle conversación.

-¡Bonito que te está quedando el pozo ese! –dijo la paloma-, y el
cangrejo levantando los tarritos de sus ojos, la miró tranquilo y
respondió:

-No se trata de un pozo, estoy haciendo mi casa.

-¡Cómo!- exclamó asombrada la paloma -¿Ese oscuro agujero es tu casa?

-Pues.... sí, mi casa.

-¿Cómo se entiende ese disparate muchacho?

-¡Ah!, ¿qué no?

-¿Pero te parece poco llamarle casa a un agujero en la tierra?
Escucha: si puedes vivir en la rama de un árbol ¿cómo vas a habitar
en el fondo de un pozo oscuro?

-Señora –dijo dignamente el cangrejito-, ¿se olvida usted de que está
hablando con un crustáceo? No soy una paloma, señora.

-¿Pero eso qué importa si eres cangrejo con voluntad?

"Un cangrejo con voluntad", se dijo el cangrejito- levantando
directamente al cielo los tarritos de sus ojos. "¿Sería posible
eso?". Mas, enseguida contuvo su entusiasmo.

-¿Cómo vas a pasarte la vida bajo tierra?

-Pero... es que toda mi familia lo ha hecho siempre así....

-Ya me imagino a toda tu familia; es decir, por uno que empezó una
vez, todos los demás han seguido haciendo lo mismo. ¿Y es que en tu
familia no hay aspiraciones?

-Bueno, hay cangrejos... aspiraciones, que yo sepa, no.

-Bien –dijo la paloma- entonces tú vas a ser el primero de los tuyos
que viva en un árbol.

-¡Cómo! ¿Yo vivir en un árbol?

-Tú, el primero de todos.

-¡Pero mire, señora Paloma, que mi abuelo me mandó esta mañana a que
hiciera mi cueva, diciéndome que ya es hora de fabricarla como hacen
los demás!

-Pero, muchacho, contesta una cosa: ¿qué casa estas fabricando?

-La mía señor, ¿cuál otra?-

-Ninguna, porque... ¿cuándo tú has visto una casa sin puertas ni
ventanas?

-Bueno.... no; verdad que no la he visto.

-¿Entonces dónde vas a hacer allá abajo una ventana y qué fresco y
qué luz van a entrar por ella?

-Tiene razón.

-Y hasta suponiendo que hubiera una ventana sin fresco y sin luz,
¿qué pajarito se pondría a cantar en ella cuando llegue el verano?>

-No, ninguno.

-Entonces está claro; hazte una casa en el aire, muchacho.

-Pero ... ¿en el aire?

-Quiero decir en la rama de un árbol, de un pino, de un júcaro, de un
dagae, en el polo del monte que más te guste.

-¡Un nido!

-Eso, un nido fresco que lo meza el viento. De día cerca del Sol, de
noche cerca de las estrellas.

-¡Ah! ¡qué bueno sería! En el fondo, los cangrejos todos queremos
llegar a las estrellas... Pero enseguida se entristeció:
-¡Pero es que soy solamente un cangrejo!

-¡Déjese de historias! ¡Usted es lo que usted quiera ser! ¡Sea pues,
un crustáceo con voluntad!

Y como si estuviera cansada de hablar, la paloma torcaza batió sus
alas y salió volando por encima del joven cangrejo, quien con los
tarritos de sus ojos la siguió mirando hasta que se perdió en el
viento.

Mas, ya el cangrejito no podía seguir haciendo su cueva en la tierra.
Así que aquella misma tarde, después de que se lavó las tenazas en el
río fue directo a ver a su abuelo.

-Abuelo, quiero fabricar mi casa fuera de la tierra.

-¡Cómo! –exclamó el abuelo, cayéndosele la comida de la boca.

-Sí. Voy a hacerlo si es posible en el copito de un caguairán.

-¡Hijo mío! –dijo entonces mirándolo muy preocupado-, tienes que
tener cuidado con las hierbas que comes. A ver, ¿qué has comido, hijo
mío?

-Palmiche, abuelo, pero hablé con la paloma torcaza...

-¿Con esa loca?

-Me ha dicho que es un disparate vivir bajo tierra como una lombriz.

-Sea, pero ten en cuenta que tú no eres más que un cangrejo, muchacho.

-Un cangrejo que acaso un día pueda vivir cerca de las estrellas.

-Pero, qué diablos de casa es esa?

-Un nido, abuelo, un nido.

-¿Nido? ¿Y dónde están tus alas, muchacho?

-Pues, quién sabe con el tiempo si...

-Más, esta vez el abuelo no lo dejó terminar.

-¡Muchacho! –tronó, mientras tú seas cangrejo no hay ala que te salga
ni pluma que te cuelgue. Cangrejo naciste y cangrejo terminas.

-Pero el nieto estaba dispuesto a trabajar de todas maneras. Así que
se fue solo al monte y escogió el caguairán que le pareció más alto y
frondoso de todos.

-Era un trabajo difícil el que se había propuesto. Tendría que subir
y bajar el árbol cuantas veces fuera necesario para construir allá
arriba su nido. Mas, empezó sin miedo, echándose a las espaldas los
palitos secos y las bolsas de resina y todo lo que necesitaba para su
trabajo.

-Subía y bajaba clavando sus patas espinadas en el tronco, y lo hizo
tantas veces que formó un trillito de puntos en la corteza del
caguairán. Y no sólo era el trabajo que pasaba y el peligro que
corría sino las cosas que le decían los otros animalitos del suelo,
los que no vuelan.

-¡Loco, loco de a viaje está! –decía la jicotera encaramada en su
piedra del río-, ¡Y se revienta un día de estos! ¡vivir para ver!

Pero él ni siquiera contestaba. Subía y bajaba lento, incansable,
llevando su carga. A veces sucedía también que a mitad de camino, ya
no podía más y rodaba la carga. Entonces, firme, sin ceder, bajaba
hasta el suelo, cargaba de nuevo y tornaba a subir con los ojos fijos
allá arriba, donde estaba creciendo su nido en la punta de la rama
más alta.

Por su parte, el viejo abuelo estaba muy triste y acabó diciendo que
tenía un nieto chiflado, el primero en la familia.

Pero al fin, una mañana se corrió la voz por toda la isla.

De todas las provincias vinieron pájaros a visitarlo. De oriente
llegó un lindo senseremicó, con su cuello amarillo como una corbata
nueva. De Camagüey, un pájaro carpintero de pecho rojo y camisa de
guinga. De Santa Clara un zenzontle cantador que le decían el
Jilguero del Escambray. De Matanzas, la más dulce paloma de todas. De
La Habana, un zunzún azul que se paraba en el aire volando. Y por
fin, de Pinar del Río, un ruiseñor de Viñales al que le decían la
Flauta de Aragón.

Vinieron todos y alabaron el nido del cangrejito, que era como un
hermoso balcón al viento y la luz. Él dio las gracias a todos y les
ofreció guayabas maduras y pomarrosas del río.

Y en ese mismo día, al atardecer, fue que sintió sueño y se extrañó.
¿Acaso estaría enfermo? Jamás había sentido sueño al atardecer. Todo
lo contrario, porque esa es la hora en que los cangrejos salen a
pasear, la misma en que los pájaros se posan a dormir.

Pero en fin, se quedó dormido. Y cayó la tarde y pasó la noche con
sus estrellas y sus sputniks, mientras él dormía sosegadamente sin
darse cuenta de nada.

Más al otro día, cuando el sol tibio de la mañana lo hizo despertar,
sintió como si no cupiera en el nido. Levantó primero el tarrito de
un ojo y después el tarrito del otro. Miró a la derecha y quedó mudo
de asombro; miró a la izquierda y quedó mudo del mismo asombro; ¡Dos
Alas! ¡Dos alas encendidas como las plumas del tocororo le salían de
los costados! Le habían crecido durante la noche y eran más largas
que sus tenazas.

Entonces el cangrejito, no sabiendo si llorar o reír de alegría,
levantó sus hermosas alas, las batió ruidosamente haciendo caer
algunas hojas maduras del caguairán y se lanzó de frente al viento a
volar para siempre.

Desde aquella mañana todo el mundo vivía asombrado, con las caras
vueltas hacia arriba para ver el cangrejito volador atravesar el
aire, y hasta el viejo abuelo solía decir orgulloso ahora:

¡Tengo un nieto plumoso, lindo como un tocororo y vuela como el
viento!

Onelio Jorge Cardoso

3 comentarios:

Loren dijo...

Si es verdad mucha gente sigue el camino de otros y sienten y piensan como lo que a otros le parece correcto y terminan viviendo la vida de sus familias amigos o desconocidos..... LMRN ojala pudieras leer esto.

Gaiar dijo...

Lamentablemente he tenido que suprimir el comentario anterior. Solo decir que para tonterias con las mias basta.

nothingbutme dijo...

Qué ponía pues ¿?