sábado, 21 de octubre de 2006

El barril de vino

"Cierto día se organizó en el pueblo una gran fiesta. Todo estaba preparado para el gran evento. En la plaza del pueblo habían construido un gran barril para el vino. Se habían puesto todos de acuerdo en que cada uno iba a llevar una botella de vino para verterla en el gran barril, y así disponer de abundante bebida para la fiesta. Se acercaba la noche, y Juan, viendo que llegaba la hora de partir hacia la plaza, tomó su botella vacía para llenarla con vino de su barril. Pero de pronto lo asaltó un pensamiento: "Yo soy muy pobre, y para mí es un sacrificio muy grande comprar el poco vino que hay en mi casa. ¿Por qué tengo que llevar igual que todos los demás? Voy a hacer una cosa: llenaré mi botella con agua, y cuando llegue a la plaza la verteré en el barril, así todos verán que hago mi aporte, y no vaciaré mi barril de vino. De todos modos somos muchos, y mi poquitito de agua se mezclará con el vino de los demás y nadie notará la falta". Así lo hizo. Llegada la noche, se acercó ante la vista de todos los vecinos y vació el contenido de su botella en el barril de la plaza. Nadie sospechó nada. Todo el resto del pueblo fue aportando su parte de vino en el gran barril. Comenzó la fiesta, la música, la danza. Y cuando llegó la hora de servir el vino ¡oh sorpresa! Abrieron la canilla del barril y... ¡salió solamente agua cristalina!. ¿Quién iba a pensar que a todos se les iba a ocurrir pensar lo mismo que Juan? Y todos los del pueblo, avergonzados, agacharon la cabeza y se retiraron a sus casas. Y la fiesta se terminó."
Antony de Mello

Lo que resistes, persiste

Una chica esquiaba en el mar, sujetada por una lancha. No sabía nadar, aunque traía puesto el chaleco salvavidas. De repente, la mujer perdió el equilibrio y cayó al mar. Alcanzó a sujetarse de una de las cuerdas que la halaban. Se aferró a ella y fue arrastrada por el mar, al más puro estilo vaquero. Los ayudantes le decían que soltara la cuerda, porque de lo contrario no podrían ayudarla. La chica no lo hacía, porque tenía miedo de que le pasara algo si se soltaba. Pero a medida que pasaba el tiempo, se hacía más daño. Finalmente la chica comprendió que se estaba lastimando. Soltó la cuerda. Y fue entonces cuando la pudieron ayudar.
Autor desconocido

viernes, 20 de octubre de 2006

Sobre el cuento "La mariposa que no podía volar"

El 17 de septiembre del 2006, quizás el día más triste de toda mi vida, aparece en Cuentos de Gaia "La mariposa que no podía volar", con la firma de Marta Fruto.
Hoy acabo de recibir este comentario sobre el mismo:
Tengo entendido que este escrito es de Charruita (Mayte Verena Sobrino, una persona que esta luchando contra el cancer. No se si Marta Fruto es la dueña de este blog o se adjudica la autoria. Por favor solucionen este tema. Es terrible adjudicarse un escrito de otra persona.
Atentamente
Cris Carbone
Al respecto quiero aclarar que los cuentos aquí publicados provienen de varias fuentes. Este cuento llegó a mi con esa firma y debo respetarla mientras no se me presenten las suficientes pruebas que me demuestren lo contrario. Que Marta Fruto no es la responsable de este Blog. Que si existe un problema no creo que esté en mis manos solucionarlo. Y que efectivamente, no es bueno adjudicarse nada que a uno no le pertenece.
Saludos,
Gaiar

La captura del toro de Creta

Solo y triste, consciente de la necesidad y consumido por profunda pena, Hércules pasó lentamente entre los pilares del Portal a la luz que brillaba donde estaban los toros sagrados. En el horizonte se levantaba la hermosa isla donde moraba el toro, y donde hombres arrojados podrían entrar en ese vasto laberinto que los atraía hasta el aturdimiento, el laberinto de Minos, Rey de Creta, el guardián del toro.

Cruzando el océano hacia la soleada isla (aunque no se nos dice cómo) Hércules emprendió su tarea de buscar y encontrar al toro, y conducirlo al Lugar Sagrado donde moran los hombres de un solo ojo. De un lugar a otro persiguió al toro, guiado por la fulgurante estrella que brillaba sobre la frente del toro, una brillante lámpara en un sitio oscuro. Esta luz, moviéndose a medida que el toro se movía, lo conducía de un lugar a otro. Solo, buscaba al toro; solo lo perseguía hasta la guarida; solo lo capturó y montó sobre su lomo. A su alrededor permanecían las Siete Hermanas estimulándole en su camino y, en la resplandeciente luz, él conducía al toro a través de la brillante agua hacia la isla de Creta sobre la tierra donde moraban los tres Cíclopes.

Estos tres grandes hijos de Dios esperaban su regreso, vigilando su pro­greso a través de las olas. Él condujo al toro como si éste fuera un caballo, y con las Hermanas cantando a medida que marchaba, lo acercó a la tierra.

“Viene con fuerza", dijo Brontes, y fue a encontrarlo en la ribera.

"Conduce en la luz", dijo Steropes, “su luz interior será más brillante”, luego se avivó la luz en repentina llama.

"Viene deprisa", dijo Arges, "está conduciendo a través de las olas".

Hércules se acercó, empujando al toro sagrado sobre el camino, arrojando la luz sobre el sendero que conducía de Creta al Templo del Señor, dentro de la ciudad de los hombres de un solo ojo. Sobre la tierra firme, a la orilla del agua, estos tres se pararon y se apoderaron del toro, quitándoselo así a Hércules.

"¿Qué tienes tú aquí?, dijo Brontes, deteniendo a Hércules sobre el camino".

“El toro sagrado, oh, Dios".

“¿Quién eres tú? Dinos ahora tu nombre", dijo Steropes.

“Yo soy el hijo de Hera, un hijo de hombre y sin embargo un hijo de Dios. He realizado mi tarea". "Lleva ahora el toro al Lugar Sagrado y sálvalo de una esperada muerte, Minos deseaba su sacrificio".

“¿Quién te dijo que buscaras y salvaras así al toro?”, dijo Arges, moviéndose hacia el Lugar Sagrado.

"Dentro de mí sentí el impulso y busqué a mi Maestro. Ordenado por el Gran Presidente, Él me envió al Camino, y con larga búsqueda y muchos dolores, encontré al toro. Ayudado por su sagrada luz, lo conduje a través del divino mar a este Lugar Sagrado".

"Ve en paz, hijo mío, tu tarea está hecha".

El Maestro lo vio venir y salió a su encuentro en el Camino. A través de las aguas llegaban las voces de las Siete Hermanas, cantando alrededor del toro, y más cerca aún el cántico de los hombres de un solo ojo dentro del Templo del Señor, en lo alto del Lugar Sagrado.

"Viniste con las manos vacías, oh, Hércules", dijo el Maestro.

"Tengo estas manos vacías, porque he cumplido la tarea a la cual fui asignado. El toro sagrado está a salvo, en lugar seguro con los Tres. ¿Y ahora qué?”

"Dentro de la luz tu verás luz; camina en esa luz y allí ve la luz. Tu luz debe resplandecer más brillante. El toro está en el Lugar Sagrado".

Y Hércules se tendió sobre la hierba y descansó de su trabajo. Luego el Maestro se volvió hacia Hércules y dijo: "El segundo trabajo está cumplido, y la tarea fue fácil. Aprende de esta tarea la lección de la proporción. Fuerza para realizar la ardua tarea; buena voluntad para hacer la tarea que no somete a esfuerzo tus poderes; así son las dos lecciones aprendidas.

Alice A. Bailey

Hijo

Querido Hijo:

Lentamente se aproxima el tiempo en que debo emprender el camino que no tiene regreso. No puedo llevarte conmigo, y te dejo en un mundo en el que los buenos consejos no salen sobrando. Nadie es sabio de nacimiento, aquí el tiempo y la experiencia enseñan, y limpian la conciencia. Yo he observado el mundo más tiempo que tú.

Querido hijo, no todo lo que brilla es oro. He visto caer algunas estrellas del cielo, y quebrarse muchos bastones en los cuales uno confiaba, para poderse sostener. Por eso quiero darte algunos consejos, y decirte lo que yo encontré, y lo que el tiempo me ha enseñado.

Nada es grande si no es bueno, y nada es verídico, si no perdura. No te dejes engañar por la idea de que puedes aconsejarte solo, y que conoces el camino por ti mismo. Este mundo material es para el hombre demasiado poco y el mundo invisible no lo percibe, no lo conoce. Ahórrate pues esfuerzos vanos, no te aflijas, y ten conciencia de ti mismo. Considérate demasiado bueno para obrar mal, no entregues tu corazón a cosas perecederas.

La verdad querido hijo, no es gobernada por nosotros, sino que nosotros debemos ajustarnos a ella. Ve lo que puedas ver, y para ello usa tus propios ojos, y con respecto a lo invisible y eterno, atente a la palabra de Dios. Mantente fiel, a la religión de tus padres. No desconfíes de nadie tanto como de ti mismo, dentro de nosotros vive el juez que no engaña, y cuya voz es más importante para nosotros que el aplauso de todo el mundo. Hazte el propósito hijo, de no actuar contra su voz, y si algo piensas ó intentas hacer, póntelo primero en la mente, y pídele consejo a tu juez interno. Al principio, él hablará únicamente en forma muy suave, balbuceando como una criatura inocente, sin embargo si honras su inocencia, soltará su lengua, y te hablará en forma más perceptible.

Aprende con gusto de los demás, y escucha con atención donde se hable de sabiduría, dicha humana, luz, libertad, virtud, pero no confíes inmediatamente en todo, porque no todas las nubes llevan agua, y existen diversos caminos para seguir. Hay quienes creen que dominan una materia, porque hablan de ella, pero no es así hijo mío, no se tienen las cosas por poder hablar de ellas, las palabras sólo son palabras, así que ten cuidado cuando fluyan en forma demasiado hábil y ligera, pues los caballos cuyos carros están cargados de mercadería, avanzan con pasos más lentos.

Nada esperes del trajín y de los trajinantes, y pásate de largo donde haya escándalo callejero. Si alguien quiere enseñarte sabiduría mírale a la cara, si lo ves enorgullecido déjalo, no hagas caso de sus enseñanzas, por más famoso que sea. Lo que uno no tiene no lo puede dar. No es libre aquel que puede hacer lo que quiere, sino que es libre aquel que puede hacer lo que debe hacer. Y no es sabio el que cree que sabe, sino aquel que se percató de su ignorancia, y logró sobreponerse a la vanidad.

Piensa con frecuencia en cosas sagradas, y ten la seguridad de que ello te traerá ventajas, y así serás como la levadura que fermenta la masa del pan. No desprecies religión alguna, puesto que están consagradas al espíritu, y tú no sabes lo que pudiera estar oculto bajo apariencias insignificantes. Desdeñar algo es fácil hijo, pero es mucho mejor comprenderlo. No instruyas a otros, hasta que tú seas instruido. Acógete a la verdad, si puedes, y gustosamente permite que te odien a causa de ella.

Si tus cosas no son cosas de verdad, cuida de no confundirlas, puesto que de ser así, vendrán sobre ti las consecuencias. Simplemente haz el bien, y no te preguntes por lo que de ello resulte, quiere sólo una cosa, y esa quiérela de corazón. Cuida de tu cuerpo pero no de tal manera como si fuera tu alma. Obedece a la autoridad, y deja que otros la discutan. Sé recto con todo el mundo, pero no te confíes fácilmente. Sé correcto con cualquier persona, pero confíate difícilmente.

No te mezcles en asuntos ajenos, y los tuyos arréglalos con diligencia. No adules a persona alguna, y no te dejes adular. Honra a cada quien según su rango, y deja que se avergüence si no lo merece. No quedes debiéndole a persona alguna, pero sé afable, como si todos fueran tus acreedores. No quieras siempre ser generoso, pero procura ser siempre justo. A nadie debes sacar canas, sin embargo cuando obres con justicia, no te preocupes por ellas. Desconfía de la gesticulación, y procura que tus modales sean sencillos y correctos.

Si tienes algo, ayuda, y da con gusto, y no por ello te creas superior, y si nada tienes, ten a mano un trago de agua fresca, y no por ello te creas menos. No lastimes a mujer alguna, piensa que tu madre también lo es. No digas todo lo que sabes, pero siempre debes saber lo que dices. No te apoyes en algún grande, no te sientes donde se sientan los burlones, porque ellos son los más miserables de todas las criaturas. Respeta y sigue a los hombres piadosos, mas no a los santurrones. El hombre que tiene en su corazón verdadero temor a Dios, es como el sol que brilla y calienta, aunque no hable.

Haz lo que merezca recompensa, pero no pretendas obtenerla. Si tienes necesidades, quéjate ante ti mismo, y ante nadie más. Ten siempre algo bueno en tu mente, y cuando yo muera, ciérrame los ojos, y no me llores. Ayuda y honra a tu madre mientras viva, y entiérrala junto a mí.

Autor Desconocido

jueves, 19 de octubre de 2006

La liebre y el tigre

Que gran decepción tenía el joven de esta historia... Su amargura absoluta era por la forma tan inhumana en que se comportaban todas las personas. Al parecer, ya a nadie le importaba nadie.
Un día, dando un paseo por el monte, vio sorprendido que una pequeña liebre le llevaba comida a un enorme tigre malherido, el cual no podía valerse por sí mismo. Le impresionó tanto al ver este hecho, que regresó al siguiente día para ver si el comportamiento de la liebre era casual o habitual.Con enorme sorpresa pudo comprobar que la escena se repetía: la liebre dejaba un buen trozo de carne cerca del tigre. Pasaron los días y la escena se repitió de un modo idéntico, hasta que el tigre recuperó las fuerzas y pudo buscar la comida por su propia cuenta.
Admirado por la solidaridad y cooperación entre los animales, se dijo: "No todo está perdido... Si los animales, que son inferiores a nosotros, son capaces de ayudarse de este modo, mucho más lo haremos las personas".Y decidió hacer la experiencia: Se tiró al suelo, simulando que estaba herido, y se puso a esperar que pasara alguien y le ayudara.
Pasaron las horas, llegó la noche y nadie se acercó en su ayuda. Estuvo así durante todo el otro día, mucho más decepcionado que cuando comenzamos a leer esta historia, con la convicción de que la humanidad no tenía el menor remedio, sintió dentro de sí todo el desespero del hambriento, la soledad del enfermo, la tristeza del abandono... Su corazón estaba devastado, ya casi no sentía deseo de levantarse, entonces allí, en ese instante, lo oyó...
¡Con qué claridad, qué hermoso!, una hermosa voz, muy dentro de él, le dijo: "Si quieres encontrar a tus semejantes, si quieres sentir que todo ha valido la pena, si quieres seguir creyendo en la humanidad, para encontrar a tus semejantes como hermanos, deja de hacer de tigre y simplemente sé la liebre".
Autor desconocido

El vecino y el martillo

Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así, pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo.Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se le habrá metido en la cabeza.Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo.Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir «buenos días», nuestro hombre le grita furioso:«¡Quédese usted con su martillo, estúpido!».