sábado, 22 de octubre de 2011

La humildad


Se acercaba mi  cumpleaños y quería ese año pedir un deseo especial al apagar las  velas de mi pastel.

Caminando por el parque, me senté al lado  de un mendigo que estaba sentado en uno de los bancos, el más  retirado, viendo dos palomas revolotear cerca del estanque y me  pareció curioso ver a un hombre de aspecto abandonado, mirar las  avecillas con una sonrisa en la cara que parecía eterna.  Me acerqué a él  con la intención de preguntarle por qué estaba tan feliz.
Quise,  también, sentirme afortunado al conversar con él, para sentirme más  orgulloso de mis bienes, porque yo era  un hombre  al que no le faltaba nada, tenía mi trabajo que me producía mucho  dinero, claro ¿Cómo no iba a producírmelo trabajando tanto?, tenía  mis hijos a los cuales, gracias a mi esfuerzo, tampoco les faltaba  nada y tenían los juguetes que quisiesen tener.
En fin, gracias a  mis interminables horas de trabajo, no les faltaba nada a mi  familia.
Me acerqué entonces al hombre y le pregunté, ¿Caballero  qué pediría usted, como deseo en su cumpleaños?

Pensando yo, que  el hombre, me contestaría que dinero y así de paso, yo darle unos  billetes que tenía y hacer la obra de caridad del año.

No  sabe usted mi asombro, cuando el hombre me contesta lo siguiente,  con la misma sonrisa en su rostro que no se le había borrado y nunca  se le borró:

-Amigo, si pidiese algo más de lo que tengo  sería muy egoísta, yo ya he tenido de todo lo que necesita un hombre  en la vida y más. Vivía con mis padres y mi hermano antes de  perderlos una tarde de Junio, hace mucho, conocí el amor de mi padre  y mi madre, que se desvivían por darme todo el amor que les  era posible, dentro de nuestras limitaciones económicas. Al  perderlos, sufrí muchísimo, pero entendí que hay otros que nunca  conocieron ese amor, yo sí y me sentí mejor.
Cuando joven, conocí  una niña de la cual me enamoré perdidamente, un día la besé y  estalló en mí, el amor hacia aquella joven tan bella que cuando  luego se marchó, mi corazón sufrió tanto... Recuerdo ese  momento y pienso que hay personas que nunca han conocido el amor y  me siento mejor.

Un día en este parque, un niño correteando, cayó al piso y  comenzó a llorar, yo fuí, lo ayudé a levantarse, le sequé las  lágrimas con mis manos y jugué con él por unos instantes más y  aunque no era mi hijo... me sentí padre, y me sentí feliz, porque  pensé que muchos no han conocido ese sentimiento.

Cuando  siento frío y hambre en el invierno, recuerdo la comida de mi madre  y el calor de nuestra pequeña casita y me siento mejor, porque hay  otros que nunca lo han sentido y tal vez, no lo sentirán nunca.  Cuando consigo dos piezas de pan, comparto una con otro mendigo del  camino y siento el placer que dá compartir con quien lo necesita,  y recuerdo que hay unos que jamás sentirán ésto.

Mi querido  amigo, qué más puedo pedir a Dios o a la vida cuando lo he tenido  todo?, y lo más importante es que estoy consciente de  ello.

Puedo ver la vida en su más simple expresión, como esas  dos palomitas jugando, ¿Qué necesitan ellas? lo mismo que yo,  nada... Estamos agradecidos al Cielo de ésto y sé que usted, pronto  lo estará también.

Miré hacia el suelo un segundo, como  perdido en la grandeza de las palabras de aquel sabio, que me había  abierto los ojos en su sencillez, cuando miré, a mi lado, ya no  estaba, sólo las palomitas y un arrepentimiento enorme de la forma  en que había vivido sin haber conocido la vida. Jamás pensé que  aquel mendigo, era tal vez un ángel enviado por el Señor, que me  daría el regalo más precioso que se le puede dar a un ser  humano...

La  Humildad.

Autor desconocido.

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