miércoles, 20 de diciembre de 2006

Una vida sencilla

He aquí un hombre que nació en una aldea insignificante.

Creció en una villa oscura.

Trabajó hasta los 30 años en una carpintería.

Durante tres años fue predicador ambulante.

Nunca escribió un libro.

Nunca tuvo un puesto de importancia.

No formó una familia.

No fue a la universidad.

Nunca puso sus pies en lo que consideraríamos una gran ciudad.

Nunca viajó a más de trescientos kilómetros de su ciudad natal.

No hizo ninguna de las cosas que generalmente acompañan a los "grandes".

No tuvo más credenciales que su propia persona.

La opinión popular se puso en contra suya.

Sus amigos huyeron. Uno de ellos lo traicionó. Fue entregado a sus enemigos.

Tuvo que soportar la farsa de un proceso judicial.

Lo asesinaron clavándolo en una cruz, entre dos ladrones.

Mientras agonizaba, los encargados de su ejecución se disputaron

la única cosa que fue de su propiedad: una túnica.

Lo sepultaron en una tumba prestada por la compasión de un amigo.

Según las "normas sociales", su vida fue un fracaso total.

Han pasado casi veinte siglos y hoy Él es la pieza central en el "ajedrez" de la historia humana.

No es exagerado decir que todos los ejércitos que han marchado, todas las armadas que se han construido, todos los parlamentos que han sesionado y todos los reyes y autoridades que han gobernado, puestos juntos, no han afectado tan poderosamente la existencia del ser humano sobre la Tierra como la vida sencilla de Jesús.

Autor desconocido

lunes, 18 de diciembre de 2006

El verdadero miedo

Un sultán decidió hacer un viaje en barco con algunos de sus mejores cortesanos. Se embarcaron en el puerto de Dubai y zarparon en dirección al mar abierto.

Entretanto, en cuanto el navío se alejó de tierra, uno de los súbditos, que jamás había visto el mar y había pasado la mayor parte de su vida en las montañas, comenzó a tener un ataque de pánico.

Sentado en la bodega de la nave, lloraba, gritaba y se negaba a comer o a dormir. Todos procuraban calmarlo, diciéndole que el viaje no era tan peligroso, pero aunque las palabras llegasen a sus oídos no llegaban a su corazón. El sultán no sabía qué hacer, y el hermoso viaje por aguas tranquilas y cielo azul se transformó en un tormento para los pasajeros y la tripulación.

Pasaron dos días sin que nadie pudiese dormir con los gritos del hombre. El sultán ya estaba a punto de mandar volver al puerto cuando uno de sus ministros, conocido por su sabiduría, se le aproximó:

–Si su alteza me da permiso, yo conseguiré calmarlo.

Sin dudar un instante, el sultán le respondió que no sólo se lo permitía, sino que sería recompensado si conseguía solucionar el problema.

El sabio entonces pidió que tirasen al hombre al mar. En el momento, contentos de que esa pesadilla fuera a terminar, un grupo de tripulantes agarró al hombre que se debatía en la bodega y lo tiraron al agua.

El cortesano comenzó a debatirse, se hundió, tragó agua salada, volvió a la superficie, gritó más fuerte aún, se volvió a hundir y de nuevo consiguió reflotar. En ese momento, el ministro pidió que lo alzasen nuevamente hasta la cubierta del barco.

A partir de aquel episodio, nadie volvió a escuchar jamás cualquier queja del hombre, que pasó el resto del viaje en silencio, llegando incluso a comentar con uno de los pasajeros que nunca había visto nada tan bello como el cielo y el mar unidos en el horizonte. El viaje, que antes era un tormento para todos los que se encontraban en el barco, se transformó en una experiencia de armonía y tranquilidad.

Poco antes de regresar al puerto, el sultán fue a buscar al ministro:

–¿Cómo podías adivinar que arrojando a aquel pobre hombre al mar se calmaría?

–Por causa de mi matrimonio –respondió el ministro–. Yo vivía aterrorizado con la idea de perder a mi mujer, y mis celos eran tan grandes que no paraba de llorar y gritar como este hombre. Un día ella no aguantó más y me abandonó, y yo pude sentir lo terrible que sería la vida sin ella. Sólo regresó después de prometerle que jamás volvería a atormentarla con mis miedos.

De la misma manera, este hombre jamás había probado el agua salada y jamás se había dado cuenta de la agonía de un hombre a punto de ahogarse. Tras conocer eso, entendió perfectamente lo maravilloso que es sentir las tablas del barco bajo sus pies.

–Sabia actitud– comentó el sultán.

Paulo Coelho

domingo, 17 de diciembre de 2006

Como ocurrió

Mi hermano empezó a dictar en su mejor estilo oratorio, ése que hace que las tribus se queden aleladas ante sus palabras.

-En el principio -dijo-, exactamente hace quince mil doscientos millones de años, hubo una gran explosión, y el universo...

Pero yo había dejado de escribir.

-¿Hace quince mil doscientos millones de años? -pregunté, incrédulo.

-Exactamente -dijo-. Estoy inspirado.

-No pongo en duda tu inspiración -aseguré. (Era mejor que no lo hiciera. Él es tres años más joven que yo, pero jamás he intentado poner en duda su inspiración. Nadie más lo hace tampoco, o de otro modo las cosas se ponen feas.)-. Pero, ¿vas a contar la historia de la Creación a lo largo de un periodo de más de quince mil millones de años?

-Tengo que hacerlo. Ése es el tiempo que llevo. Lo tengo todo aquí dentro -dijo, palmeándose la frente-, y procede de la más alta autoridad.

Para entonces yo había dejado el estilo sobre la mesa.

-¿Sabes cuál es el precio del papiro?- dije.

-¿Qué?

Puede que esté inspirado, pero he notado con frecuencia que su inspiración no incluye asuntos tan sórdidos como el precio del papiro.

-Supongamos que describes un millón de años de acontecimientos en cada rollo de papiro. Eso significa que vas a tener que llenar quince mil rollos. Tendrás que hablar mucho para llenarlos, y sabes que empiezas a tartamudear al poco rato. Yo tendré que escribir lo bastante como para llenarlos, y los dedos se me acabaran cayendo. Además, aunque podamos comprar todo ese papiro, y tu tengas la voz y la fuerza suficientes, ¿quién va a copiarlo? Hemos de tener garantizados un centenar de ejemplares antes de poder publicarlo, y en esas condiciones, ¿cómo vamos a obtener derechos de autor?

Mi hermano pensó durante un rato. Luego dijo:

-¿Crees que deberíamos acortarlo un poco?

-Mucho -puntualicé, si esperas llegar al gran público.

-¿Qué te parecen cien años?

-¿Qué te parecen seis días?

-No puedes comprimir la Creación en sólo seis días -dijo, horrorizado.

-Ése es todo el papiro de que dispongo -le aseguré-. Bien, ¿qué dices?

-Oh, está bien -concedió, y empezó a dictar de nuevo-. En el principio...

-¿De veras han de ser solo seis días, Aaron?

- Seis días, Moisés -dije firmemente.

Isaac Asimov

viernes, 15 de diciembre de 2006

Edipo

En la mitología griega, hijo de Layo y Yocasta, reyes de Tebas. Layo fue advertido por un ORÁCULO de que su propio hijo le daría muerte. Para evitar lo, el rey ató los pies de su hijito y lo abandonó en una montaña, donde supu so que encontraría la muerte. El niño sin embargo fue encontrado con vida y rescatado por un pastor que lo entregó al rey de Corinto, Pólibo, quien llamó al niño Edipo, que significaba "pie hinchado". Lo crió como propio. El joven Edipo no sabía que era adoptado y cuando el oráculo le presagió que él mata ría a su padre, abandonó Corinto para evitar ese destino con Pólibo a quien tanto amaba y creyéndose su padre. Con el correr del tiempo, tropezó con La yo (su padre biológico) a quien confundió con el jefe de una banda de ladro nes. Y lo mató. Se había cumplido la primera profecía. Edipo no lo sabía.

Solitario y desamparado, llegó a Tebas donde, al derrotar a la ESFINGE respon diendo a su acertijo y salvar al pueblo de sus terrores, fue declarado rey y le die ron a Yocasta como esposa. Nadie sabía quién había matado a Layo y tampo co que Yocasta era su madre. Por muchos años la pareja vivió sin saber que eran madre e hijo. Cuando una plaga azotó Tebas, el ORÁCULO indica que el crimen de Layo debía ser castigado y Edipo descubre finalmente que había matado a su padre. Yocasta, al comprender que había vivido en incesto, se mata. Edipo se arranca los ojos. Por muchos años, su hija Antígona lo acompañó y guió hasta que Edipo murió, después de que Apolo le hubiese prometido que el lugar de su muerte sería sagrado. Antígona se convirtió en el símbolo del amor filial. La historia de Edipo fue magistralmente dramatizada por el poeta trágico griego Sófocles (496-466 a. de C.).

jueves, 14 de diciembre de 2006

Inteligencia

Un profesor de filosofía entra en clase para hacer el examen final a sus alumnos. Poniendo la silla encima de la mesa dice a la clase: usando cualquier cosa aplicable que hayan aprendido durante este curso, demuéstrenme que esta silla no existe

Todos los alumnos se ponen a la tarea, utilizando sus lápices y gomas de borrar, aventurándose en argumentos para probar que la silla no existe. Pero un alumno, después de escribir rápidamente su respuesta entrega su examen ante el asombro de sus compañeros.

Cuando pasan unos días y entregan las notas finales, ante la estupefacción de todos, el alumno que entregó su examen en 30 segundos obtiene la mejor calificación. Su respuesta fue: ¿Qué silla?

Autor desconocido

martes, 12 de diciembre de 2006

El viajero silencioso

El gobernador y su comitiva estaban en un tren cuando notaron, en el mismo vagón, a un señor mal vestido, con los ojos cerrados. Alguien quiso alejarlo de allí, pero el gobernador lo impidió: aquella criatura serviría para distraerlos durante el viaje.

Provocaron al hombre durante todo el trayecto, con bromas y humillaciones. Cuando llegaron a la estación, sin embargo, vieron que mucha gente había acudido a recibir al extraño; se trataba de uno de los más conocidos rabinos de América, cuyos seguidores habían ayudado a elegir al gobernador.

Inmediatamente, éste se dio cuenta del error cometido. Se arrimó a un rincón y pidió:

-Perdona nuestras bromas y bendícenos, rabino.

-Puedo darte la bendición, pero no puedo perdonarte. En aquel tren yo estaba, sin querer, representando a todos los hombres humildes de este mundo. Para recibir el perdón, recorre la tierra entera y arrodíllate delante de cada uno de ellos.

Paulo Coelho

lunes, 11 de diciembre de 2006

El gato y el ratón joven

Un ratoncillo sin experiencia, que había caído en poder de un gato viejo, imploraba la clemencia de éste entre otras cosas:

- - ¡Perdomadme la vida por esta vez! Yo no puedo hacer daño alguno, puesto que con poca cosa me alimento. Esperad a que engorde, y entonces podré servir de merienda a vuestros hijos.

- - ¡A mí me vienes con esas patrañas! - exclamó Micifuz- ¿No ves que soy ya gato viejo? Por mi parte, yo no te voy a perdonar. Y en cuanto a mis hijos, ya buscarán cuando necesiten.

Y sin más explicaciones, devoró al Ratoncillo.

Esopo