Mientras miraba la calle, através de aquel grueso cristal, realmente no veía nada ni a nadie. Andaba perdida por sus pensamientos, con los ojos fijos en su memoria. A veces pensaba que le gustaría tanto volverse a estremecer que casi así lo sentía, pero su piel no lo demostraba, su tez seguía pálida y su corazón ni siquiera se alteraba.
Ya no le galopaba en el pecho. Debe haber pasado mucho tiempo, aún cuando no tenía conciencia de que éste transcurriera. El tiempo era algo ajeno desde...la última vez.
La taza de té humeante que desprendía su aroma, intentándo captar su atención empezaba a enfriarse lentamente, hasta alcanzar su misma temperatura, casi gélida. Así que sus ropas no eran demasiado abrigadas, no sentía demasiado, ni siquiera era consciente de que la temperatura exterior a aquel café que tanto frecuentaba, ese atardecer era bajo cero.
Oyó de lejos como la puerta dejaba paso a alguien, quizás saldrían, no importaba demasiado, el cristal la atraía tanto como si la mantuviera hipnotizada. Pasaba horas allí, una té tras otro, le eran servidos sin pedirlos y empezaba a ser tradición. De cada uno apenas un sorbo. Solo esperaba que su cuerpo volviera a sentir.
El olor fué lo que la advirtió de su presencia. Ese olor le penetró el cerebro y permitió que sus ojos recobraran la visión por un instante. Estuvo a punto de volverse, pero la pereza que anestesiaba su corazón era demasiado antigua.
Aún así el aroma la atraía con fuerza, y giró lentamente la cabeza. Entonces vió que la miraba fijamente y sintió desperezarse su corazón, comenzó un trotecillo lento, armonioso, de alguna forma se estremeció un poco. Y el cristal dejó de atraerla, y esbozó una sonrisa nada forzada, y sin esperarlo, se le acercó tanto que su aliento rozó su propia boca. No hizo nada, bueno, si, se adelantó un poquito, lo justo para que él la alcanzara. Y el galope la agitó de nuevo, como antaño había sucedido. Y solo pudo alzar su mano para aferrarse a aquella nuca cuyo tacto le confesó un triunfo.
Tiempo después, él, entre un lío de sábanas nuevas, le contaba como cada día desde que paseaba aquella calle, el cristal de un bar, y una silueta con los ojos fijos, le atrajo...indefinidamente. Y arriesgó, para ganar.
La piel de ambos tenía la misma suave inclinación, la curva del deseo compartido.
Ya no le galopaba en el pecho. Debe haber pasado mucho tiempo, aún cuando no tenía conciencia de que éste transcurriera. El tiempo era algo ajeno desde...la última vez.
La taza de té humeante que desprendía su aroma, intentándo captar su atención empezaba a enfriarse lentamente, hasta alcanzar su misma temperatura, casi gélida. Así que sus ropas no eran demasiado abrigadas, no sentía demasiado, ni siquiera era consciente de que la temperatura exterior a aquel café que tanto frecuentaba, ese atardecer era bajo cero.
Oyó de lejos como la puerta dejaba paso a alguien, quizás saldrían, no importaba demasiado, el cristal la atraía tanto como si la mantuviera hipnotizada. Pasaba horas allí, una té tras otro, le eran servidos sin pedirlos y empezaba a ser tradición. De cada uno apenas un sorbo. Solo esperaba que su cuerpo volviera a sentir.
El olor fué lo que la advirtió de su presencia. Ese olor le penetró el cerebro y permitió que sus ojos recobraran la visión por un instante. Estuvo a punto de volverse, pero la pereza que anestesiaba su corazón era demasiado antigua.
Aún así el aroma la atraía con fuerza, y giró lentamente la cabeza. Entonces vió que la miraba fijamente y sintió desperezarse su corazón, comenzó un trotecillo lento, armonioso, de alguna forma se estremeció un poco. Y el cristal dejó de atraerla, y esbozó una sonrisa nada forzada, y sin esperarlo, se le acercó tanto que su aliento rozó su propia boca. No hizo nada, bueno, si, se adelantó un poquito, lo justo para que él la alcanzara. Y el galope la agitó de nuevo, como antaño había sucedido. Y solo pudo alzar su mano para aferrarse a aquella nuca cuyo tacto le confesó un triunfo.
Tiempo después, él, entre un lío de sábanas nuevas, le contaba como cada día desde que paseaba aquella calle, el cristal de un bar, y una silueta con los ojos fijos, le atrajo...indefinidamente. Y arriesgó, para ganar.
La piel de ambos tenía la misma suave inclinación, la curva del deseo compartido.
Maria Mar
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