Hace mucho tiempo, en una comunidad Mevlevi (tekke), había cierto murid del
Maestro Jelal cuyo deber era recolectar madera del bosque para el fuego de
la cocina.
Cada mañana entraba en el bosque y regresaba con los brazos llenos de madera
que había recogido – largas, cortas, dobladas, retorcidas, espesas,
delgadas. El tiempo pasó, y cada día él llevaba a cabo su tarea asignada con
dedicación y con las Palabras Santas en sus labios.
Un día, el Sheik de la tekke llamó al murid desde la ventana donde había
visto al estudiante derviche haciendo su trabajo. "¡Mehmet!", gritó el
Sheik, "¿Qué estás llevando?" le preguntó. "Estoy trayendo madera para el
fuego de la cocina", contestó.
El Sheik le pidió entonces que se acercara: "Permíteme ver la madera", dijo,
y el murid le mostró el trabajo de esa mañana. "Estas ramas están torcidas y
deformadas", dijo el Sheik, "¡Nosotros sólo precisamos madera recta y fuerte
para el fuego de nuestra cocina. De hoy en adelante cuando recojas la
madera, debes asegurarte que cada pedazo de madera sea recto y no torcido
como estos!".
"¡Eyvallah!" contestó el murid, y siguió adelante con su trabajo. Desde ese
día, sólo trajo madera recta para ser usada en el fuego de la cocina”.
Un día le preguntaron a un Sheikh: “¿Cuál es el significado de “Eyvallah”?"
"Un Eyvallah es un il'Allah", contestó.
Los años pasaron, y el murid creció en el Camino, siempre llevando a cabo
sus deberes en la tekke con buen corazón. Su barba había empezado a ponerse
gris y su paso era más lento. Un día el Sheik lo llamó a su habitación: "Tu
trabajo aquí ha terminado”, le dijo, "debes irte ahora y encontrar tu camino
en el mundo. Quiera Allah guiar tus pasos". "¡Eyvallah!" contestó el murid,
y besando la mano del Sheik se despidió.
Un día, luego de varios años, el murid regresó a la tekke. Llevaba ropas
viejas, su pelo enredado y su espalda algo encorvada. Llegó a la puerta del
jardín del Sheik, y al encontrarlo abierto, entró en el pequeño patio.
Golpeó la puerta, y la esposa del Sheik salió a saludarlo. "¡Allah! ¡Cómo
has cambiado!", exclamó. "¡Apenas te reconozco!". "Ha sido muy difícil",
dijo él, "pero ahora debo ver a mi Sheik”. "Él ha salido hace un rato, pero
no tardará mucho. Ahora casi no ve y camina con dificultad con un bastón”.
El murid pidió permiso para sentarse en el sol y descansar hasta el regreso
del Sheik, luego se recostó y se durmió.
Un rato después, cojeando y tomándose de su bastón, el Sheik entró en su
patio. Su bastón golpeó al murid que dormía y el Sheik preguntó: "¿Quién es,
quién es?". El murid abrió los ojos y se tiró al suelo besando los pies de
su Sheik, clamando con lágrimas y dolor, "¡O mi Sheikh, mi Maestro, soy yo,
tu murid a quien enviaste lejos hace muchos años!".
El Sheik ayudó al murid a ponerse de pie, besó sus mejillas y dijo, "Ah, mi
hijo, ven, siéntate aquí y cuéntame". El murid estalló en lágrimas y le
dijo: "Estos años han sido infelices, estoy quebrado, no hay para mí ningún
lugar en este mundo. Dios se ha llevado mi voz, no pude ganar para vivir, y
ahora soy viejo y no tengo ningún lugar a donde ir. ¡Por favor, le ruego me
permita regresar de nuevo a la tekke para que pueda quedarme aquí y pasar
mis últimos días en paz!"
"Ah, mi hijo, mi hijo", contestó el Sheik. "Ahora tu trabajo ha terminado, y
tu puedes irte. Allah abrirá tu camino".
Y el murid salió de nuevo, pero ahora su voz regresó. Con el tiempo se
convirtió en una de los grandes predicadores de
vivió en
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