Solo y triste, consciente de la necesidad y consumido por profunda pena, Hércules pasó lentamente entre los pilares del Portal a la luz que brillaba donde estaban los toros sagrados. En el horizonte se levantaba la hermosa isla donde moraba el toro, y donde hombres arrojados podrían entrar en ese vasto laberinto que los atraía hasta el aturdimiento, el laberinto de Minos, Rey de Creta, el guardián del toro.
Cruzando el océano hacia la soleada isla (aunque no se nos dice cómo) Hércules emprendió su tarea de buscar y encontrar al toro, y conducirlo al Lugar Sagrado donde moran los hombres de un solo ojo. De un lugar a otro persiguió al toro, guiado por la fulgurante estrella que brillaba sobre la frente del toro, una brillante lámpara en un sitio oscuro. Esta luz, moviéndose a medida que el toro se movía, lo conducía de un lugar a otro. Solo, buscaba al toro; solo lo perseguía hasta la guarida; solo lo capturó y montó sobre su lomo. A su alrededor permanecían las Siete Hermanas estimulándole en su camino y, en la resplandeciente luz, él conducía al toro a través de la brillante agua hacia la isla de Creta sobre la tierra donde moraban los tres Cíclopes.
Estos tres grandes hijos de Dios esperaban su regreso, vigilando su progreso a través de las olas. Él condujo al toro como si éste fuera un caballo, y con las Hermanas cantando a medida que marchaba, lo acercó a la tierra.
“Viene con fuerza", dijo Brontes, y fue a encontrarlo en la ribera.
"Conduce en la luz", dijo Steropes, “su luz interior será más brillante”, luego se avivó la luz en repentina llama.
"Viene deprisa", dijo Arges, "está conduciendo a través de las olas".
Hércules se acercó, empujando al toro sagrado sobre el camino, arrojando la luz sobre el sendero que conducía de Creta al Templo del Señor, dentro de la ciudad de los hombres de un solo ojo. Sobre la tierra firme, a la orilla del agua, estos tres se pararon y se apoderaron del toro, quitándoselo así a Hércules.
"¿Qué tienes tú aquí?, dijo Brontes, deteniendo a Hércules sobre el camino".
“El toro sagrado, oh, Dios".
“¿Quién eres tú? Dinos ahora tu nombre", dijo Steropes.
“Yo soy el hijo de Hera, un hijo de hombre y sin embargo un hijo de Dios. He realizado mi tarea". "Lleva ahora el toro al Lugar Sagrado y sálvalo de una esperada muerte, Minos deseaba su sacrificio".
“¿Quién te dijo que buscaras y salvaras así al toro?”, dijo Arges, moviéndose hacia el Lugar Sagrado.
"Dentro de mí sentí el impulso y busqué a mi Maestro. Ordenado por el Gran Presidente, Él me envió al Camino, y con larga búsqueda y muchos dolores, encontré al toro. Ayudado por su sagrada luz, lo conduje a través del divino mar a este Lugar Sagrado".
"Ve en paz, hijo mío, tu tarea está hecha".
El Maestro lo vio venir y salió a su encuentro en el Camino. A través de las aguas llegaban las voces de las Siete Hermanas, cantando alrededor del toro, y más cerca aún el cántico de los hombres de un solo ojo dentro del Templo del Señor, en lo alto del Lugar Sagrado.
"Viniste con las manos vacías, oh, Hércules", dijo el Maestro.
"Tengo estas manos vacías, porque he cumplido la tarea a la cual fui asignado. El toro sagrado está a salvo, en lugar seguro con los Tres. ¿Y ahora qué?”
"Dentro de la luz tu verás luz; camina en esa luz y allí ve la luz. Tu luz debe resplandecer más brillante. El toro está en el Lugar Sagrado".
Y Hércules se tendió sobre la hierba y descansó de su trabajo. Luego el Maestro se volvió hacia Hércules y dijo: "El segundo trabajo está cumplido, y la tarea fue fácil. Aprende de esta tarea la lección de la proporción. Fuerza para realizar la ardua tarea; buena voluntad para hacer la tarea que no somete a esfuerzo tus poderes; así son las dos lecciones aprendidas.
Alice A. Bailey
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