Won era un campesino tibetano, viejo y sabio, que vivía en lasmontañas del Himalaya. Quizás más por viejo que por sabio, Won habíaaprendido a reconocer sus propias limitaciones y a no fatigarseenfrentándolas, sino a hallar la felicidad en armonía con ellas.Cierta vez Won salió en busca de unas semillas para su humildesembrado. Tomó por el camino de los desfiladeros y al cabo de un ratoadvirtió que un tigre le seguía los pasos. Sin inquietarse, Woncomenzó a caminar más aprisa, pero pronto descubrió la existencia deotro tigre. Este estaba en el mismo camino, sólo unos cuantos pasosadelante y venía cautelosa y amenazadoramente a su encuentro.Won dirigió entonces su mirada hacia abajo y alcanzó a divisar en elfondo del abismo a un centenar de tigres aguardando su caída. Woncomprendió de inmediato que su fin era inminente. Pero recogiendo sumirada, logró ver que sólo unos cuantos metros más abajo un viejocerezo extendía su tronco y ramas desde la ladera de la montaña.Sin dudar un instante Won se lanzó hábilmente y quedó abrazado altronco del árbol. Su corazón estaba agitado y sus sentidos turbadospero Won se mantenía fuertemente aferrado al viejo cerezo. Advirtióentonces que del extremo de una de las ramas pendía una espléndidacereza. Se desplazó muy cuidadosamente hacia ella hasta que,extendiéndose, la alcanzó. La tomó entre sus dedos. Contempló condeleite su forma y su color. Palpó su estirada piel. Se regocijó consu exquisito aroma. Y se la llevó a la boca. Le hincó sus dientesjusto en el momento en el cual la rama se quebró.Won, asido de la rama, cayó al abismo. Won no opuso resistencia a lacaída puesto que había aprendido a reconocer sus limitaciones y aencontrar su felicidad en armonía con ellas. Naturalmente, Won Murió.Pero murió disfrutando de su última cereza.Relato zen versión de Daniel Mato
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