- Siempre me fascinó la historia de los libros sibilinos - le iba diciendo yo a Mónica, mi amiga y agente literaria, mientras viajábamos en coche hacia Portugal. - Hay que aprovechar las oportunidades, o si no, se pierden para siempre.
"Las Sibilas, hechiceras capaces de predecir el futuro, vivían en la antigua Roma. Un buen día, una de ellas apareció en el palacio del emperador Tiberio con nueve libros; le dijo que allí se encontraba el futuro del Imperio, y le pidió diez talentos de oro por los textos. Tiberio lo encontró carísimo y no los quiso comprar.
La sibila salió, quemó tres libros y volvió con los seis restantes. "Son diez talentos de oro" dijo. Tiberio se rió y le ordenó que se fuera. ¿Cómo podía tener el coraje de vender seis libros por el precio de nueve?
La sibila quemó otros tres libros y regresó ante Tiberio con los únicos tres que quedaban: "cuestan los mismos diez talentos de oro". Intrigado, Tiberio terminó comprando los tres volúmenes, y solo pudo leer una pequeña parte del futuro."
Cuando terminé de contar la historia me di cuenta de que estábamos pasando por Ciudad Rodrigo, en la frontera de España con Portugal. Allí, cuatro años antes, me habían ofrecido un libro, que yo no compré.
- Vamos a parar. Creo que el hecho de haberme acordado de los libros sibilinos ha sido una señal para que corrija un error del pasado.
Durante el primer viaje de divulgación de mis libros en Europa, había decidido almorzar en aquella ciudad. Después fui a visitar la catedral y encontré a un padre. " Vea como el sol del atardecer embellece todo aquí adentro", me dijo. Me gustó el comentario, conversamos un poco, y él me guió por los altares, claustros y jardines interiores del templo. Al final, me ofreció un libro que había escrito sobre la iglesia, pero yo no lo quise comprar. Cuando salí, me sentí culpable; yo era escritor, estaba en Europa tratando de vender mi trabajo: ¿por qué no comprar el libro del padre, por solidaridad? Pero después olvidé el episodio. Hasta aquel momento.
Detuve el coche; Mónica y yo nos encaminamos hacia la plaza que estaba frente a la iglesia, donde una mujer contemplaba el cielo.
- Buenas tardes. Estoy buscando a un padre que escribió un libro sobre esta iglesia.
- Ese padre, que se llamaba Estanislao, se murió el año pasado - me respondió ella.
Sentí una inmensa tristeza. ¿Por qué no habría dado yo al padre Estanislao la misma alegría que sentía yo cuando veía a alguien con uno de mis libros?
- Era uno de los hombres más bondadosos que que he conocido - continuó la mujer. Venía de familia humilde, pero llegó a ser especialista en arqueología. Ayudó a conseguir para mi hijo una beca en el colegio.
Le comenté a ella lo que me había llevado allí.
- No se culpe inútilmente, hijo mío - dijo. Vaya a visitar otra vez la catedral.
Pensé que era una señal, e hice lo que me mandaba.
Solo había un padre en un confesionario, esperando a los fieles que no acudían. Me dirigí hacia él, que me hizo una seña para que me arrodillase, pero yo le interrumpí.
- No quiero confesarme; solo vine a comprar un libro sobre esta iglesia, escrito por un hombre llamado Estanislao.
Los ojos del padre brillaron. Salió del confesionario y volvió minutos después con un ejemplar.
- ¡Qué alegría que haya venido para esto! - me dijo. - Soy hermano del padre Estanislao, y esto me llena de orgullo! ¡Él debe de estar en el cielo, contento al ver que su trabajo es apreciado!
Con tantos padres por allí, yo había encontrado justamente al hermano de Estanislao. Pagué el libro y le agradecí. Él me abrazó. Cuando iba saliendo, escuché su voz.
- Vea como el sol del atardecer embellece todo aquí adentro - me dijo.
Eran las mismas palabras que el padre Estanislao me había dicho cuatro años antes. Siempre hay una segunda oportunidad en la vida.
Coelho
"Las Sibilas, hechiceras capaces de predecir el futuro, vivían en la antigua Roma. Un buen día, una de ellas apareció en el palacio del emperador Tiberio con nueve libros; le dijo que allí se encontraba el futuro del Imperio, y le pidió diez talentos de oro por los textos. Tiberio lo encontró carísimo y no los quiso comprar.
La sibila salió, quemó tres libros y volvió con los seis restantes. "Son diez talentos de oro" dijo. Tiberio se rió y le ordenó que se fuera. ¿Cómo podía tener el coraje de vender seis libros por el precio de nueve?
La sibila quemó otros tres libros y regresó ante Tiberio con los únicos tres que quedaban: "cuestan los mismos diez talentos de oro". Intrigado, Tiberio terminó comprando los tres volúmenes, y solo pudo leer una pequeña parte del futuro."
Cuando terminé de contar la historia me di cuenta de que estábamos pasando por Ciudad Rodrigo, en la frontera de España con Portugal. Allí, cuatro años antes, me habían ofrecido un libro, que yo no compré.
- Vamos a parar. Creo que el hecho de haberme acordado de los libros sibilinos ha sido una señal para que corrija un error del pasado.
Durante el primer viaje de divulgación de mis libros en Europa, había decidido almorzar en aquella ciudad. Después fui a visitar la catedral y encontré a un padre. " Vea como el sol del atardecer embellece todo aquí adentro", me dijo. Me gustó el comentario, conversamos un poco, y él me guió por los altares, claustros y jardines interiores del templo. Al final, me ofreció un libro que había escrito sobre la iglesia, pero yo no lo quise comprar. Cuando salí, me sentí culpable; yo era escritor, estaba en Europa tratando de vender mi trabajo: ¿por qué no comprar el libro del padre, por solidaridad? Pero después olvidé el episodio. Hasta aquel momento.
Detuve el coche; Mónica y yo nos encaminamos hacia la plaza que estaba frente a la iglesia, donde una mujer contemplaba el cielo.
- Buenas tardes. Estoy buscando a un padre que escribió un libro sobre esta iglesia.
- Ese padre, que se llamaba Estanislao, se murió el año pasado - me respondió ella.
Sentí una inmensa tristeza. ¿Por qué no habría dado yo al padre Estanislao la misma alegría que sentía yo cuando veía a alguien con uno de mis libros?
- Era uno de los hombres más bondadosos que que he conocido - continuó la mujer. Venía de familia humilde, pero llegó a ser especialista en arqueología. Ayudó a conseguir para mi hijo una beca en el colegio.
Le comenté a ella lo que me había llevado allí.
- No se culpe inútilmente, hijo mío - dijo. Vaya a visitar otra vez la catedral.
Pensé que era una señal, e hice lo que me mandaba.
Solo había un padre en un confesionario, esperando a los fieles que no acudían. Me dirigí hacia él, que me hizo una seña para que me arrodillase, pero yo le interrumpí.
- No quiero confesarme; solo vine a comprar un libro sobre esta iglesia, escrito por un hombre llamado Estanislao.
Los ojos del padre brillaron. Salió del confesionario y volvió minutos después con un ejemplar.
- ¡Qué alegría que haya venido para esto! - me dijo. - Soy hermano del padre Estanislao, y esto me llena de orgullo! ¡Él debe de estar en el cielo, contento al ver que su trabajo es apreciado!
Con tantos padres por allí, yo había encontrado justamente al hermano de Estanislao. Pagué el libro y le agradecí. Él me abrazó. Cuando iba saliendo, escuché su voz.
- Vea como el sol del atardecer embellece todo aquí adentro - me dijo.
Eran las mismas palabras que el padre Estanislao me había dicho cuatro años antes. Siempre hay una segunda oportunidad en la vida.
Coelho
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