sábado, 5 de abril de 2008

Advenimiento VI

El mayor de los dones
Samir abrió los ojos, parecía que se había quedado dormido, sentado en el banco de la plaza de Ituzaingó.
Miró el reloj emplazado en la esquina de la plaza, eran casi las dos de la madrugada.
"Que tonto, ahora me tendré que ir caminado a casa" pensó.
Lentamente se puso de pie y empezó a caminar, su mente volvió por un segundo al anciano y a su perro Zimba.
Por un instante cruzó por su cabeza el ir a golpear la puerta de la casa del viejo. "Ya es tarde, estará durmiendo" se dijo para sus adentros.
-¡Maldición...! pero que estúpido soy –dijo con un toque de voz quedo-.
Hacía frío, y si bien las veces anteriores se había quedado dormido en la plaza por las noches, él sabía que había tenido suerte, no tanto por no congelarse, sino porque parecía que ningún ladrón se había percatado de su presencia; o si alguno lo había hecho, habría pensado que le podía robar a ése adolescente mal vestido, con sus bermudas de jean mal cortados y su camisa descolorida.
Sabía que eran veinte cuadras exactas hasta su casa en Barrio Marina, bajó su cabeza un instante. Se imaginó llegando a su casa, dándose una ducha reparadora y luego, recostándose en su cama.
Bostezó, se enjugó un poco los ojos y empezó a caminar lentamente.
Cruzó las vías del ferrocarril Sarmiento a paso rápido, el sólo hecho de imaginar que un tren imaginario lo acechaba, lo alteraba un poco. Estaba por cruzar avenida Rivadavia, cuando un automóvil que iba a excesiva velocidad llamó su atención.
El automóvil aún estaba lejos, había aparecido de la nada y parecía como si el mismísimo demonio viniera corriendo al conductor.
Otro automóvil se asomó por una de las calles laterales, y avanzó.
Samir miró los dos vehículos.
"¡Van a chocar!" pensó.
-¡¡Van a chocar!! –dijo casi a los gritos, e hizo una seña a la conductora del automóvil que avanzaba hacia el paso a nivel donde estaba él-.
Una mujer de unos treinta años de edad miró a Samir abriendo los ojos, como si éste fuera un loco que quería levantar vuelo moviendo los brazos.
Fue en ése momento, que la mujer se percató que el otro automóvil se acercaba rápidamente.
Samir miró a su izquierda, el conductor del auto-loco-veloz, se percató que otro conductor estaba en su camino y pisó el freno haciendo rechinar los neumáticos sobre el pavimento, pero no fue suficiente...
Samir miraba esporádicamente el automóvil frente a él y el que venía por su izquierda, en varios segundos pudo ver la expresión de sorpresa de cada uno de los conductores: Una mujer de treinta años y un adolescente de unos veinte años de edad, casi como él.
El impacto fue inevitable.
Lo dos vehículos parecieron fundirse uno dentro del otro mientras que se deformaban mutuamente. El ruido del golpe fue como una bomba, el sonido de la chapa doblándose, los cristales resquebrajándose, y luego... tumbos y más tumbos, gritos y silencio... sólo un perturbador e incómodo silencio.
Samir no podía creer lo que había presenciado. El Peugeot que venía a toda velocidad, había chocado la puerta del acompañante del Valiant.
El primero había saltado por los aires como si el vehículo hubiera estado fabricado en goma, ya que cayó en el pavimento y rebotó cuatro veces hasta detenerse por completo.
El segundo, había dado un trompo mientras que se deslizaba como si el concreto fuera un gran bloque de hielo; luego había volteado de lado sobre la puerta del conductor, para finalmente caer pesadamente sobre el pavimento.
-¡Por Dios! –dijo Samir.
Estaba petrificado, aún no sabía que hacer. No podía mover sus piernas que temblaban como si no pudieran sostener su propio peso.
En un momento un pequeño hilo de orina hizo su aparición pero se contuvo, el miedo lo estaba dominando.
Samir miraba los dos automóviles destrozados con la misma expresión que un niño ve la mano del monstruo salir debajo de la cama para tomarlo fuertemente de los tobillos y llevarlo a su guarida para devorarlo por partes.
Un débil quejido lo hizo reaccionar.
-Ahhhhh... ayyyyy... ahhhh –se quejó la mujer entre el montón de hierros retorcidos-.
Samir primero miró hacia todos lados, no podía creer que estuviera solo, no podía creer que no hubiese nadie para ayudarlo con las víctimas de ese terrible accidente.
-Ayyyyyyy... Diiii-oooo-s –gimió nuevamente la voz.
El muchacho miró hacia lo que había sido momentos antes el Valiant, y empezó a caminar como un sonámbulo, sin dejar de mirar en dirección a la cabina del conductor.
En un momento tuvo ganas de huir no quería quedar envuelto en algún asunto desagradable, pero siguió caminado igual en dirección al amasijo de hierros.
Mientras se acercaba, una forma humana se iba recortando bajo las luces de neón.
Vio la silueta de la mujer que estaba sentada aún en la butaca del conductor. Su forma era irregular, era como si hubiera quedado congelada en el momento que bailaba una danza Árabe. Sus brazos estaban torcidos en varias direcciones y su torso no cuadraba con la dirección de su mirada. Tenía los ojos abiertos aún en señal de sorpresa, y por la comisura de sus labios corría un pequeño hilo de sangre que resplandecía bajo la luz artificial.
La luna se reflejaba en el combustible que se derramaba del tanque del automóvil y que ya estaba formando un charco considerable en el pavimento.
Miró un instante hacia el Peugeot que había caído sobre el techo; éste, se había replegado como un papel arrugado bajo el peso del chasis, el capot delantero había salido despedido como un naipe asesino y había colisionado violentamente contra un árbol, una de las luces delanteras iluminaba intermitente una canaleta por donde ingresaba un pequeño hilo de agua junto con distintos desperdicios.
No pudo ver al conductor.
-Di... ios mío… o –dijo nuevamente una voz suplicante.
Samir reaccionó enseguida, y caminó lentamente hacia la cabina dónde se encontraba la mujer. Su propia sombra cubrió por un instante el rostro enjuto de la mujer que estaba inclinada en su asiento como si fuera una señora gorda que no hubiera atinado el aterrizaje de sus enormes nalgas al sentarse en una pequeña banqueta.
La mujer miró al muchacho temblando. Algunos fragmentos del parabrisas delantero le habían hecho algunos cortes pequeños en la frente pero nada más.
Cuando Samir se acercó un poco más, vio que en realidad el corte de donde manaba sangre y que le corría a la mujer por la comisura de los labios, había sido producido por el corte de un pequeño vidrio que aún continuaba clavado en la piel como un resplandeciente aro de diamantes.
Los ojos de la mujer estaban abiertos con mucha expresión, era como si le hubieran dado un fuerte golpe con un bate de béisbol en la nuca: tenía las pupilas altamente dilatadas y su lengua un poco hacia fuera.
Samir tembló en su sitio, no sabía que hacer. Giró y miró la estación de trenes de Ituzaingó totalmente vacía. En un momento pensó en correr hasta la garita de taxis, donde seguramente algún chofer estaría durmiendo o tal vez alguno estaría velado por las tazas de café.
Retrocedió dos pasos.
-¿Samir...? –preguntó una voz suave y hasta cierto punto sensual.
El muchacho miró de reojo la cabina del automóvil.
Silencio...
La mujer estaba en su sitio, su pecho se movía espasmódicamente y su cabello pelirrojo le caía suavemente sobre un hombro de donde salía un brazo que remataba en una mano gravemente torcida.
Samir dio un paso hacia el costado, para dirigirse a la garita de taxis.
-Samir... no vayas por favor –dijo la voz.
El joven dio un salto hacia atrás como un gato sorprendido por un perro malévolo, hasta los vellos de su espalda se había erizado.
Se quedó en silencio un segundo.
-No vayas... acércate
Samir sonrió automáticamente, tal vez en cualquier momento se auto-declararía abiertamente demente.
"¿La mujer me está hablando?" pensó un instante.
-Acércate Samir... por favor... por favor –volvió a decir la voz.
No cabía duda alguna... "Me estoy volviendo loco" pensó.
-No te estás volviendo loco Samir, ven... acércate no temas –dijo nuevamente la voz.
Los ojos del muchacho se abrieron como los ojos de un gato mirando un desprevenido ratón. Sonrió nuevamente y jugó con sus dedos. Sin querer clavó la uña de su dedo pulgar en la palma de su otra mano hasta hacerla sangrar.
No sentía dolor, el miedo había abarcado el lugar de cualquier otra sensación; no tenía frío, ni sueño, ni hambre... sólo miedo, y miedo del bueno.
El viento sopló haciendo que las copas de los árboles cercanos se doblaran un poco. Una bolsa de polietileno quedó envuelta en un pequeño remolino de aire y quedó enganchada en la reja oxidada de un negocio cercano que se dedicaba a la venta y alquiler de autos usados.
-Samir, no te haré daño... no temas, acércate –dijo la voz nuevamente-.
-¿Co...? ¿Com..? ¿Co... co...co..?
-¿Cómo sé tu nombre...? –respondió la voz, a la fallida pregunta de Samir-.
Silencio total.
-Te veo Samir... veo quien eres, veo tu interior –respondió la voz.
-¿Usss... usted... está...está... muerta? –preguntó Samir son acercarse-.
-No hijo, no estoy muerta, no temas... ven –dijo la voz.
Samir se acercó vacilantemente; por su mente, recorrieron miles de pensamientos extravagantes. Una retahíla de palabras vinieron a su mente: Fantasma, terror, muertos vivientes, Drácula, Frankestein... Dios.
"Dios mío, ayúdame" pensó Samir mientras que caminaba nuevamente hasta el automóvil destruido.
Miró el rostro de la mujer.
Sus ojos aún continuaban sorprendentemente abiertos, y el hilo de sangre seguía corriendo, pero el gesto de la mujer era sereno. Tenía el ceño suavemente arqueado hacia arriba.
Cuando la mujer vio a Samir sonrió e inclinó al cabeza como quien ve lo más perfectamente adorable del mundo, eso que regocija el alma hasta llevarla a límites incomprensibles.
Samir temblaba. Tuvo todas las ganas que de las suelas de sus sandalias salieran cohetes como los de Astro-Boy, y salir volando cortando las nubes a su paso.
Pero no se elevó ni un milímetro del suelo.
-Acércate más Samir... hijo por favor acércate –dijo la mujer moviendo apenas los dedos de una de sus manos.
Samir no se movió.
-Hijo... no temas, mi cuerpo está desecho, y en realidad yo tendría que ir hacia ti pero no puedo, solamente he vuelto para hablar contigo –dijo la mujer-. Es realmente un honor tenerte aquí conmigo –agregó.
-¿Quién... que es usted, es un fantasma? –preguntó.
-No Samir –la mujer sonrió dulcemente. No soy un fantasma hijo, me llamo Susana... Susana Rivero –dijo la mujer.
-¿Quiere que llame un médico? –preguntó Samir.
-No... quiero que te quedes aquí conmigo, tú y yo, nadie más
–dijo la mujer.
-¿Qué es lo que quiere señora?
-Quiero que me salves –dijo la mujer.
-¿Salvarla...? No puedo salvarla señora. ¿Quiere que llame a los bomberos? –preguntó nuevamente Samir.
-Si hijo... tú me puedes salvar –dijo la mujer-, acércate a mí por favor, no te haré daño alguno.
Samir se acercó un poco, lo suficiente como para ver de cerca los ojos de la mujer. Eran de un profundo color miel, uno de sus ojos parecía tener un pequeño derrame pero ambos miraban a Samir fijamente, pero con todo cariño.
La mujer trató de mover un brazo, pero sólo pudo contornearse bobamente como un pingüino; y finalmente pareció que sus fuerzas se agotaron; quedó jadeando con su cabeza gacha en señal de derrota.
El muchacho al ver esto, se acercó un poco más.
Sus sandalias pisaron restos de vidrios haciéndolos crujir. Una de sus rodillas rozó suavemente una de las ópticas que estaban colgando del chasis como un ahorcado recientemente ejecutado.
La mujer alzó la vista y miró a Samir, volvió a sonreír...
¿Qué necesita señora...que quiere? –preguntó Samir.
-Quiero que hablemos –respondió la mujer.
-¿Quiere que hablemos...? ¿no prefiere que llame a un doctor?
–preguntó extrañado el muchacho.
-No hijo... ya no hay tiempo, y aún así no podrían hacer nada por mí –dijo la mujer.
-Pero señora solamente...
-No Samir... solamente tú me puedes curar y guiar para volver a ser –dijo la mujer interrumpiendo al muchacho-. Solamente tú puedes darme lo que necesito ahora.
-Señora no sé que pueda hacer por usted –respondió Samir.
-Dime... lo que sabes, enséñame a vivir ¿Cómo es vivir? –preguntó la mujer.
Parecía ser una pregunta retórica, pero Samir miró a la mujer y pensó que tal vez la moribunda estuviera delirando, y si pronto iba a morir, trataría de seguirle la corriente.
-¿Vivir...? No lo sé señora
-Llámame Susana por favor
-No lo sé Susana... no sé que es vivir –respondió Samir-. ¿Usted me puede decir que es vivir?
-Samir... estoy a las puertas de mi vida... de mi verdadera vida, dejando todo lo que fui, y volviendo a lo que soy en realidad, a mí verdadera esencia... a mí casa –respondió la mujer.
-¿A su casa...? –preguntó Samir-. "Pobre mujer, está delirando" pensó.
-Y dime... hijo, ¿Qué es vivir para ti? –preguntó nuevamente la mujer.
-¿Vivir...? creo que lo único que puedo decirle es que vivir es solamente disfrutar cada oportunidad que se presenta en la vida... tomar todo y seguir caminando hasta encontrar lo que necesitamos y quedarse ahí por un tiempo –respondió Samir.
-¿Cómo un águila...?
-No entiendo señora... Susana.
-Cómo un águila, que emprende vuelo y toma lo que encuentra a su paso; es rapaz, veloz, no teme a nada y a nadie, es inalcanzable y hasta cierto punto su vida es mágica –dijo la mujer.
-Si... tal vez así, como un águila –asintió Samir.
-¿Tienes alas Samir? –preguntó la mujer.
-No señora.
-¿Tienes garras?
-No señora
¿Eres inalcanzable?
-No señora.
¿Tu vida es mágica?
-No señora.
¿Entonces porque te comparas con algo que no eres y nunca serás? –preguntó la mujer.
-No lo sé... quizá era una manera de explicarle lo que siento a veces –respondió el joven.
-¿Lo que sientes? –preguntó la mujer.
-Si señora... Susana –empezó a decir Samir-. No siento que encaje en éste lugar, en éste mundo. Mi vida dista mucho de ser mágica, no tengo alas ni garras, no soy intrépido ni audaz, no soy aventurero y la mayor parte de mi vida, la he vivido con temor...
-¿Tienes miedo de vivir? –preguntó la mujer.
-Si... muchas veces tengo miedo de vivir –respondió Samir.
Y dime hijo... ¿tienes miedo de morir...? –preguntó la mujer.
-Si también señora.
-¿Y cómo le tienes temor a muerte si no has aceptado los retos que te presenta la vida? –preguntó la mujer.
-¿Pero que tiene eso que ver con mi temor por la muerte? –preguntó Samir.
-Eres parte de un milagro eterno y por ahora estás vivo, y no se te ha dado el don de la vida para que te retuerzas en tus temores hacia la muerte, porque no son más que una misma cosa, así como la alegría y la tristeza, el odio y el amor, la paz y la guerra; la vida y la muerte son inherentes una de otra, y siempre lo serán. Cuando tú caminas por un lado de la vida, también transitas por el otro lado: la muerte. Y aunque no la veas siempre está ahí, como un ladrón esperando por su botín... e indefectiblemente un día vendrá a ti y te pedirá cuentas... Pero sabe Samir, que como la muerte es un ladrón en la noche, no roba al que tiene las manos vacías, sino al que mucho lleva, y no te estoy hablando precisamente de bienes materiales.
Samir estaba confundido... pero a la vez, estaba perplejo por las palabras de la moribunda.
-No entiendo señora... perdón... Susana.
-Samir... la muerte es el ladrón que ha acechado desde siempre el sueño de los que se abrazan a las posesiones materiales y lo superficial de éste mundo; más, la muerte no busca su realización en lo que tu has construido, sino en la fuerza que has tenido para construir, no busca la cantidad de amores que has tenido, sino la pureza de amor que has dado, no busca tu piel, ni tus órganos, sino lo que escondes dentro ellos, no busca tu vida, sino lo que has hecho por ella para que mereciera llamarse de esa manera ¿Entiendes...?
Un poco señora... ¿Usted me está diciendo que la vida no reclama lo que yo veo de mí mismo? –preguntó Samir.
-Justamente reclama lo que no ves, lo que nadie ve, lo oculto, y cuando ella ya ha decidido que eres merecedor de cumplir el destino, te abraza y cierras los ojos para ver lo que siempre fue –dijo la mujer.
-¿Destino...? ¿Qué destino? –preguntó Samir.
-Todos tenemos un destino Samir, que va más allá de lo que ves ahora... Todo lo que es... es, más no será jamás cuando te des cuenta que todos tenemos dones, y tú has sido bendecido con el mayor don de todos...
-¿Un don...? señora Susana, se equivoca, yo no he recibido ningún don, creo que al contrario de lo que usted dice, he sido maldecido por Dios –afirmó Samir.
La mujer sonrió, pareció querer soltar una carcajada, pero solamente pudo toser, tuvo un pequeño acceso de convulsiones pero enseguida se recompuso.
-Samir... Dios no te ha maldecido ni a ti ni a nadie, solamente te ha dado un camino que seguir, y cuando tú te pierdes sientes que no encajas en nada. Samir... busca tu don dentro de ti, éste te llevará directamente a tu destino, cuado encuentres tu don púlelo hasta volverte un eximio profesional en lo tuyo y tendrás una vida; y cuando tengas una vida, la muerte solamente será tu reposo y no tu castigo –dijo la mujer.
El joven se quedó en silencio un segundo.
-¿Usted que don tiene señora? –preguntó Samir.
La mujer lo miró con misericordia infinita.
-Hijo... yo no pude descubrir mi don sino hasta éste mismo momento, todo lo demás que he hecho en mi vida fue trabajar, mantener lo que construí junto a mi esposo, ser una buena amante, esposa y madre, correr tras el dinero, pero eso no es todo Samir... si bien todos formamos parte de una sola alma, los sentimientos más extremos de la vida y la muerte se viven en soledad. Todos podrán ver que estás enamorado, más nadie podrá vivir tu amor, todos saben que sufres, pero nadie podrá sentir tu sufrimiento, tus éxitos, tus fracasos, tus momentos por vivir, inclusive tu muerte, serán huellas indelebles en tu historia, en la tierra y en el cielo, en lo que ves y lo que no y aunque yo misma veo dentro de ti, no puedo saber que sientes. Samir eres único, al igual que yo. Y en tu búsqueda recuerda que todos tenemos un don, ése es el soplo del creador en nuestra alma y cuando lo encuentras, Él sonríe en la tierra porque una nueva vida a comenzado. Recuerda Samir... encuentra tu don, púlelo, vive y cumple tu destino...
-Entiendo lo que dice señora, pero no creo poder hacerlo...
-Lo harás Samir... ahora... estoy una vez más llegando, te veré Samir, te buscaré –dijo la mujer jadeando.
Abrió sus enormes ojos color miel y sonrió.
¿Está llegando... adonde me verá? –preguntó el joven.
Silencio.
-¿Señora...? ¿Susana...? –preguntó Samir.
Pero el silencio fue la única respuesta.
Miró a la mujer una vez más. Ésta, estaba recostada en la butaca del automóvil en la misma forma que Samir la había estado mirando durante toda la conversación, pero esta vez tenía los ojos cerrados, muy apretados, como si no hubiera querido ver la inevitable colisión que instantes después tuvo lugar.
Samir se quedó de pie un instante. Pensó en caminar hacia la mujer, pero el miedo lo embargó nuevamente.
Alguien lo cogió fuertemente del brazo, y casi lo arrastró a la acera más alejada.
-¿Muchacho estas bien? –preguntó una voz ronca y gruesa, al momento que se escuchaba un sonoro motor veloz, que pasaba cerca y un par de bocinazos.
Samir volvió a saltar como un gato asustado. Su piel se había crispado nuevamente.
"Son los taxistas" pensó Samir.
-Ssss-si, estoy bien gracias... gracias –respondió Samir-, al ver a un hombre delante de un grupo de unos seis hombres, todos con pullovers color azul y pantalones de corderoy haciendo juego.
Y en efecto, los taxistas que tenían su terminal frente a la estación de Ituzaingó estaban rodeando a Samir.
"Por fin… algo de ayuda" pensó enseguida.
-¿Estás bien hijo? –le preguntó uno de los hombres nuevamente-.
-Si estoy muy bien... gracias –respondió.
-¿Que sucedió? –preguntó el hombre con el rostro enjuto y abriendo sus ojos color café-.
-Si... si vi cómo los dos autos chocaron –respondió Samir estólidamente.
-¿Ehhh..? –exclamó el hombre frunciendo el ceño-.
-Vi... cuando los dos autos chocaron, pero estuve hablando con una señora de nombre Susana... Susana Rivero si mal no recuerdo, ella habló conmigo y luego se desmayó –explicó Samir.
-¿Cómo dices muchacho? –preguntó el hombre pasándose la mano por su cabello rubio.
-Le digo que vi cuando los dos automóviles chocaron y...
El hombre apartó la vista de Samir, miró en dirección donde señalaba la mano del muchacho y movió un poco su cuerpo permitiendo que el muchacho mirara el lugar.
-Vi cuando los dos automóviles chocaron y yo...
Las palabras murieron en sus labios como si hubieran sido ejecutadas.
No había choque, ni cristales rotos, no había muertos, no había Susana Rivero... no había nada, absolutamente nada.
-¿Estás bien muchacho...? –preguntó nuevamente el taxista, al momento que colocaba una de sus manos sobre el hombro de Samir, y los demás hombres lo miraban como si fueran cirujanos contemplando alguna extraña mutación de la naturaleza.
Samir miró una y otra vez a ambos lados. Reflejó sus ojos una vez, dos veces; pero las imágenes no aparecían, sólo vio un pequeño ratón valiente que asomaba su puntiaguda y cómica trompa por una de las rejillas de la avenida.
-Señor... yo estuve aquí... y... y...y vi el choque –dijo Samir vacilando-.
¿Cómo te llamas hijo? –preguntó uno de los taxistas, el más viejo-
-Samir... señor.
-Samir... si mi compañero no te ayudaba a tiempo, el automóvil que pasó por aquí te hubiera revoleado por los aires como un muñeco de trapo –explicó uno de los taxistas.
¿El automóvil...? ¿Qué automóvil? –preguntó Samir con palabras pulsátiles y casi escupiéndolas como si fuera el gato Sylvestre.
-¿No has visto el Peugeot rojo que un poco más te atropella? –preguntó el hombre encendiendo un cigarrillo.
-¿Peugeot...? ¿Que casi me atropella? –preguntó Samir incrédulamente-.
-Samir... estabas de pie en el medio de Avenida Rivadavia moviendo los brazos, como si estuviera hablando con alguien... Primero te vimos pero pensamos que estabas borracho, y nos olvidamos del caso, pero después vimos que te quedabas ahí de pie, solo –explicó el hombre que lo había salvado-.
-¿Cómo... que... que dice señor? –preguntó el muchacho sonriendo como si todos estuvieran chiflados, inclusive él.
-Si hijo... te vimos ahí de pie, hablando solo –dijo uno de los hombres, señalando el lugar donde había estado Samir.
-¿Solo...? Pero... pero si había una señora, que estaba en un automóvil, conduciendo un Valiant azul... El Peugeot la chocó en la puerta del acompañante y... y...
-¿Y luego que hijo...? –preguntó inquisitivamente uno de los hombres-.
-Y luego hablamos, e-e-lla me habló, me dijo que se llamaba Susana... Rivero –dijo finalmente Samir.
Los hombres se miraban entre sí sin entender nada. Parecía que el joven estaba borracho o drogado nomás; tal vez se había fumado un cigarro de marihuana y eso, lo había dejado un poco "fuera de orbita".
-Samir... aquí no ha pasado nada, solamente estuviste a punto de morir atropellado –dijo uno de los hombres, mientras que los demás ya se alejaban en silencio, y murmurando entre sí-.
-Ten más cuidado la próxima vez hijo –le dijo el taxista más viejo y se alejó con un andar un poco cansino-.
Samir miraba como los hombres se alejaban pacientemente. Algunos reían a carcajadas.
"Soy un estúpido" pensó.
Y cruzó nuevamente Rivadavia; miró hacia ambos lados, y se detuvo donde antes había estado de pie... Era verdad, no había nada, nadie, sólo él y su locura.
Sonrió un poco y rascó un poco su frente arqueando las cejas.
"Es mejor que camine rápido" se dijo a sí mismo, alzó la vista, vio la luna nueva.
En ése momento empezó a lloviznar finamente.
Samir volvió a mirar avenida Rivadavia, caminó con su cabeza gacha y empezó a alejarse lentamente.
Luego de un minuto, empezó a llover copiosamente.
En el cordón de la acera, el agua empezó a correr sobre un pequeño mármol embutido y gastado, oculto bajo una mata de arbustos desprolijos. En él había una simple inscripción: "En memoria de nuestra hija Susana E. Rivero. Desde que partiste a las manos de Dios desde ésta calle, nosotros te rec...
No se leía más.
Esa misma noche, una mujer gritaba de dolor, su esposo la tomaba de las manos mientras la besaba en los labios.
Segundos después, daba a luz a una hermosa niña de ojos color miel en una sala del Hospital de Haedo, donde se podían escuchar los truenos a lo lejos.
“¡Susana!” dijo la mujer enjugándose las lágrimas y arropando a su hija. Tanto su esposo como ella lloraban de alegría.
Samir miró el cielo negro. Secó un poco el agua que le caía pesadamente en los cabellos. Un relámpago serpenteó en el cielo. Llegó a un cruce de caminos y detuvo un instante su andar...
"Cumple tu destino Samir", las palabras aún resonaban en sus oídos. Caminó hacia las cuatro esquinas, se sentó pesadamente en la acera como si fuera un anciano y se acurrucó protegiéndose de la lluvia y el viento.
Jesús Alejandro Godoy

1 comentario:

CARINA dijo...

hola acabo de leer este cuento y la verdad me encanto.pero tambien me gusta la forma en la que esta escrito y los lugares a los que hace referencia ,es buenos aires. Me podes decir donde lees a este autor, puedo buscarlo en internet , pero ya que entre te hago trabajar un poquito,te parece?? gracias por el cuento .
un besito