Donde habita el poder
Habían pasado varios años, desde que el niño tuvo conocimiento del advenimiento.
Su vida, era normal, pero un día todo cambió.
Samir, caminó serenamente hasta los escalones externos de la iglesia.
La gran puerta de madera estaba entreabierta.
La movió un poco para tantear si estaba abierta en realidad, ya que casi era la medianoche, y no sabía si aún, el guardia tendría la puerta interna de la iglesia habilitada.
Pero la puerta hizo un sonido chirriante, y se abrió un poco más, al sólo contacto con la mano del muchacho.
Se introdujo al pasillo como un fugitivo en la noche, y tanteó la puerta principal, ésta, también estaba abierta.
Sus pasos enseguida retumbaron con un pequeño eco, en todo el gran salón que estaba vacío.
Los únicos testigos, eran unos santos de yeso en sus pedestales, y un cristo doliente clavado en una cruz, que estaba suspendido con cables de acero, por arriba del atrio.
Todo estaba limpio.
Un aroma fresco a esencias de limón y lavanda, envolvía el aire, haciéndolo respirable, pero un tanto empalagoso.
El atrio, estaba metódicamente ordenado. La pesada y vieja Biblia, estaba abierta, y un señalador de tela recta y de color rojo, se movía al compás de una pequeña corriente de aire, que entraba por uno de los postigos abiertos de una puerta lateral.
Samir cayó pesadamente. El golpe de su rodilla contra el suelo, retumbó casi en todo el salón. Fue como si le hubiesen colocado una pesada carga en sus hombros.
Alzó la vista un segundo, y miró al Cristo crucificado, y por primera se preguntó, porque los hombres habrían elegido esa imagen del Cristo, para dar a entender que había vencido a la muerte. "Tal vez, para suavizar los corazones, y que tengan algún un tipo de culpa", pensó.
Pero Samir, sabía que su Dios estaba más vivo que nunca, no era, y jamás sería una estatua de yeso o de madera, que se columpiara o estuviera estática dentro de una iglesia.
Samir sabía, que su Dios lo escuchaba, fuese donde fuese, en cualquier lugar, no importaba donde él estuviera, ni en que estado.
Se puso de pie lentamente.
Y habló...
-Señor, he venido aquí, porque no sé que camino tomar, me siento tan solo y perdido, que no sé que hacer, ¿Qué debo hacer...?
-Dios, no tengo nada, y aún con mis posesiones más preciadas, no tengo nada. Por eso he venido aquí, porque estoy desnudo, aunque me vista con las prendas más costosas, o las más humillantes... -Estoy desnudo.
-Mis posesiones, están fuera, en la calle, en el mundo, y son del tiempo, le pertenecen, porque él se encarga de arruinarlas y devolverlas al polvo. Lo único infinito y perdurable que tengo, es mi alma Señor, no tengo más que eso. Y aún, mi cuerpo, le corresponde al tiempo, y se desvanece poco a poco en los días que pasan-.
-No tengo más, sólo mi palabra, lo que hago, lo que digo, y lo que digo que hago, y lo que hago y después digo, no tengo más que eso-.
-¿Y como puedo justificarme delante de ti...? -Si ni siquiera, mis justificaciones son válidas. No sé que hacer Señor, estoy destrozado, no sé que camino tomar-.
Samir iba a hablar nuevamente, pero sus piernas temblaron, y cayó nuevamente de rodillas. El golpe fue más seco que el anterior, y produjo un eco más lejano.
El gesto de dolor fue inmediato. Trató de incorporarse, pero no pudo. Tomó fuerzas nuevamente, y se puso de pie vacilantemente, como si sus dos piernas fuesen dos maderos débiles, que sostenían una gran carga.
Se palpó la rodilla, ésta, había tomado un color rojizo debido al golpe, y una pequeña magulladura se dejaba ver, por donde apenas brotaba un débil hilo de sangre.
-Señor, permíteme descansar. No quiero vivir más. Te confieso que he pensado en acabar con todo. He pensado en quitarme la vida. No quiero vivir más-.
Samir agachó la cabeza y gimoteó un poco, pero enseguida se repuso y alzó la vista nuevamente.
-¿Porqué tengo que sufrir?, ¿Por qué tengo que padecer todo esto?.
-No quiero saber más nada. Mis días son un tormento, y te confieso, que espero la noche para cerrar mis ojos, y que el sueño se apodere de mi alma. Sólo quiero silencio. Hasta el sol me molesta. Mis días pasan pesadamente, uno tras otro, y ansío cada día, la llegada de la noche. La luna y una estrella son mis compañeras. Estoy solo, y creo que solo terminaré. Miro el cielo, y no veo nada más que me interese-.
-Los hombres y las mujeres, han endurecido su corazón, y hasta parece que no tienen alma. Abren sus ojos a lo terrenal y lo persiguen como si fuese un gran premio, pero no se dan cuenta que al igual que yo, ellos, están desnudos-.
-Señor, no quiero... No quiero vivir con esto en mi corazón, quiero volver a mi casa. Señor... ¿Existe ese lugar de paz, donde yo pueda descansar?. Señor, necesito saber que hacer...
Samir se tambaleó una vez más, y cayó nuevamente. Esta vez, su rodilla golpeó y pareció rebotar en el duro piso de mármol de la iglesia.
Un hilo de sangre, corrió por las lujosas piezas de mármol, y bailó entre las uniones de cemento, hasta que se detuvo en el borde del altar.
Quiso ponerse de pie, pero sus esfuerzos no dieron resultado.
Entonces, alzó la vista nuevamente hacia el Cristo.
-Señor, me quedaré aquí. De rodillas. No quiero levantarme, aunque se destroce mi piel, y mi sangre se riegue por todo el piso. Quiero cerrar mis ojos para siempre. Cerrar mis ojos y soñar que todo está bien, soñar que soy feliz, soñar que soy especial-.
-Señor, no sé por donde empezar, y no sé dónde todo termina. Sé, realmente y sinceramente, soy consciente que nací para ser feliz, pero no lo soy, siento que no encajo en nada, siento que no soy de aquí-.
-Me gustaría convertirme en un pájaro; un ágil y veloz pájaro, y alejarme por los cielos rápidamente y nunca más volver. O tal vez, en un perro, o en una ardilla; pero, no quiero ser yo, no quiero vivir, ni ser de aquí-.
Por un instante, Samir trato de ponerse de pie nuevamente, pero fue inútil. Parecía como si un gran peso invisible lo estuviera manteniendo pegado al piso. Su carga pareció hacerse más pesada aún, pues su pecho empezó a agitarse, y su respiración se entrecortó. Sus párpados empezaron a caer lentamente.
La pierna que estaba libre, empezó a temblar descontroladamente. El dolor en su rodilla se profundizó. Su cintura pareció partirse como un frágil cristal.
Su rostro había quedado casi pegado al mármol frío.
Por sus orificios nasales, inhalaba el aroma pegajoso del perfume con que habían aseado el piso. Una lágrima rodó por su mejilla. Pensaba que sus súplicas habían sido escuchadas, pues estaba seguro que estaba muriendo lentamente.
Un horrible y zigzagueante dolor penetró por su pecho, como si fuese un relámpago que surca el cielo.
Instantáneamente, se colocó en posición fetal. Sus manos temblorosas tantearon el suelo. Trató de reincorporarse, pero fue inútil.
"No quiero morir, no quiero morir así", fue lo primero que vino a su mente.
Pero ya era tarde.
Parecía que el proceso estaba en marcha.
Y él sabía que la muerte era implacable. Sabía que la muerte no escatimaba lugares, momentos, ni personas. Sabía que la muerte se apropiaba de lo que le correspondía, y que era fútil, tratar de hacer algo al respecto.
¿Por qué ahora?, ¿Por qué así?, se preguntó Samir en sus pensamientos.
-Señor, no quiero morir así -dijo casi susurrando.
El dolor pareció menguar. Pero su carga seguía en su lugar, inmóvil, como él.
-Dame una oportunidad Señor- dijo.
Alzó la mirada, y miró al Cristo elevado.
-Señor, sé que vine a este mundo para cumplir mi destino, y crear metas. ¡¡¡Pero es tan duro seguir cada día!!!... ¿Porqué no todo es tan fácil?
-Señor, sé que puedo llegar, pero no tengo fuerzas. Sé que puedo soñar, pero mis sueños se desintegran como puñados de arena al viento. Señor, deseo, pero no obtengo nada. Pido, pero jamás me dieron. Busco y jamás encuentro-.
Tomó fuerzas y trató de ponerse de pie.
Se tambaleó como un hombre ebrio. En su rodilla se dejaba ver una profunda herida, por donde la sangre goteaba sin parar.
En un momento, hizo dos pasos hacia atrás, y dos hacia delante. Se quiso asir de algo. Tiró manotazos al aire, pero cayó nuevamente de rodillas.
El dolor fue inmediato. Una sensación le recorrió la pierna, como si mil escorpiones lo hubiesen punzado en sincronía.
Sus manos cayeron pesadamente al lado de su cuerpo. Con sus nudillos golpeó el suelo, y sus manos rebotaron como si fuesen de goma.
-Señor- dijo.
-Señor, quiero empezar una vez más. Quiero intentarlo, yo sé que puedo. ¿Pero como hacerlo?, ¿Cómo hacerlo Señor?. Ya no tengo fuerzas, pero quiero intentarlo una vez más, quiero hacerlo, quiero llegar un día aquí, y decirte que tuve éxito-.
-Sé, que tengo que buscarte individualmente. Sé, que tengo que admitir que todos estamos a prueba, y aún así, lo olvidamos-.
-Tal vez Señor, yo he olvidado mi prueba. Sé que soy dueño de mi destino, y aunque las organizaciones que lucran con tu nombre, quieran más poder, y me digan que soy un pecador perdido, yo sé quien soy, porque fui hecho a tu imagen y semejanza. Porque yo también puedo lograr lo imposible, y quiero seguir mi camino. Trataré de hacerlo Señor-.
-¿Pero... Y esos días, donde pierda mi fuerza?... ¿Qué haré?, ¿Dónde iré?, ¿A quién buscaré?
-Señor, no soy perfecto, pero trataré de alcanzar el éxito. Sé que mi éxito puede estar dado de cualquier forma. Sé, que no es verdad que no iré a tu lado si gano, porque nací para ganar. Sé que no es verdad, que no iré a tu lado, si tengo éxito, porque fui hecho para ser feliz. Y cuando yo gano, cuando todos ellos ganan Tú ríes desde lo alto, y lo sé bien, porque es así-.
-Señor, sé bien, que dicen que para seguir tu camino hay que tener culpa, y sentirse prisionero de las necesidades que crean unos cuantos hombres que desean poder, para tenerme atado a sus convicciones-.
-Pero también sé, que cuando soy como soy, soy libre... y Señor, seré libre hasta el último día, y seré libre en mis acciones y decisiones, donde el verdadero poder está disfrazado-.
-Señor, dame una oportunidad para seguir. Señor, creo en Ti, pero no puedo admitir lo que dicen aquellos, esos... cuando dicen que tengo que ser pobre, estar dolido y ser débil para ir a tu lado. Porque señor, quiero vivir y morir como Tú. Quiero enfrentar todas las palabras necias como Tú lo hiciste. Quiero ser aventurero y seguir mis instintos. Quiero que todos sepan que valgo, quiero morir por mis ideales, quiero morir defendiendo mis convicciones, quiero morir como un rebelde, y aún seguir dando lucha hasta el fin, como Tú lo hiciste-.
-¿Por qué me dicen que tengo que ser débil, obsecuente y frágil, para estar a tu lado?-.
-Señor, quiero ser como Tú. Quiero vivir con mis ideas a flor de piel, no importa que me digan que soy raro, o que estoy deschavetado. No importa que me censuren, ni que traten de obligarme a retractarme, porque yo soy yo, y quiero vivir como Tú, porque fui hecho a tu imagen y semejanza, y en mí, en mí reside el poder, en mi corazón y en mi alma habita el poder que todo lo puede, que todo lo logra-
-¿Pero que haré Señor, cuando ya no pueda más?... ¿Qué haré?
-Señor, yo sigo mi camino, y vivo donde habita el poder que todo lo vence: en mí mismo, en mi corazón, en mi alma, en mis ojos, y en mis labios, y aunque mi piel y mis huesos sean reclamados por la tierra, lucharé, y triunfaré, trataré de llegar Señor... pero aún así.. tengo miedo.
-Tengo miedo de fracasar.
-Pero... ¿Qué es el fracaso, sino, los escalones necesarios para alcanzar el éxito?.
-Señor, seguiré tu camino. Pero mi camino no será de pobrezas, de fragilidades, remordimientos, culpas, obsecuencias, ni sometimiento-.
-Soy libre, y seguiré mi camino. Seguiré mis ideales, y moriré como un rebelde, en mi cruz. Y ése será mi signo, no será un símbolo que signifique que he vencido a la muerte, más bien, será el símbolo de que me he vencido a mí mismo, y ése será el éxito más grande de todos, porque sabré que me he vencido... -Al igual que Tú, que tuviste que vencer tus miedos, pero sin embargo con tu alma plagada de dudas y preguntas sin respuestas, marchaste al frente, y te enfrentaste a tu destino-.
-Así seré yo.
-Y no me arrepentiré jamás, no daré pasos hacia atrás, no vacilaré, tomaré mis decisiones, porque soy libre, al igual que Tú lo fuiste-.
-Y algún día, me seguirán como yo te sigo, o repetirán mis palabras, como yo repito las tuyas, o tal vez, querrán imitarme, como yo trato de imitarte. Seré un luchador y triunfaré-.
Samir escuchó un leve sonido que venía desde una puerta. En ese momento, vio como un anciano se acercaba, enfundado en un mameluco de color celeste.
El hombre se acercó lentamente al muchacho que estaba arrodillado.
-Hijo, ya cerraré las puertas de la iglesia -dijo el hombre.
Samir, comprendió que era el guardia del lugar, que también a veces oficiaba de maestranza.
-¿Que te ha sucedido hijo?- le preguntó el hombre a Samir-.
-He caído por tercera vez-le dijo el muchacho mirándolo fijamente-.
-Déjame que te ayude -le dijo el anciano, dejando un escobillón apoyado sobre uno de los bancos de madera-.
El anciano se acercó, y lo tomó por debajo de sus axilas, y lo ayudó a reincorporarse.
Samir, hizo un gesto de enorme dolor. Se puso de pie, y se tambaleó nuevamente en su lugar, pero esta vez no cayó.
El anciano tenía una mano en el hombro del muchacho, y lo sostenía
-¿Por qué has caído tres veces? –le preguntó el anciano.
-Porque he llegado aquí, a buscar respuestas –respondió Samir.
-¿Y has encontrado lo que buscabas? –le preguntó el hombre.
-Tal vez sí –le dijo Samir.
-Tal vez, he encontrado la solución más grande para continuar mi camino –dijo nuevamente.
Samir se persignó, dio media vuelta y caminó tambaleante hasta la puerta principal de la iglesia.
Giró su cabeza, y miró nuevamente al Cristo doliente.
Miró al anciano que lo había ayudado, abrió la puerta, y la cerró con un sonido chirriante tras de sí.
El anciano miró el suelo de fino mármol de la iglesia.
Enseguida notó algo extraño.
Una de las enormes baldosas del suelo se había rajado, como si algo pesado hubiera caído sobre ella. Las rajaduras eran pequeñas, pero se evidenciaba, que había sido golpeada con algo duro y pesado.
El anciano levantó sus hombros, haciendo un gesto de desinterés y caminó lentamente a buscar su trapo de piso, para secar una pequeña marca que había llegado hasta el borde del altar, y que parecía brotar de la rajadura.
A último momento, pareció arrepentirse.
Miró su reloj de pulsera, tomó su escobillón.
"Lo limpiaré mañana" pensó.
Caminó hasta la puerta de la sacristía, apagó las luces del gran salón, y todo quedó en silencio.
Su vida, era normal, pero un día todo cambió.
Samir, caminó serenamente hasta los escalones externos de la iglesia.
La gran puerta de madera estaba entreabierta.
La movió un poco para tantear si estaba abierta en realidad, ya que casi era la medianoche, y no sabía si aún, el guardia tendría la puerta interna de la iglesia habilitada.
Pero la puerta hizo un sonido chirriante, y se abrió un poco más, al sólo contacto con la mano del muchacho.
Se introdujo al pasillo como un fugitivo en la noche, y tanteó la puerta principal, ésta, también estaba abierta.
Sus pasos enseguida retumbaron con un pequeño eco, en todo el gran salón que estaba vacío.
Los únicos testigos, eran unos santos de yeso en sus pedestales, y un cristo doliente clavado en una cruz, que estaba suspendido con cables de acero, por arriba del atrio.
Todo estaba limpio.
Un aroma fresco a esencias de limón y lavanda, envolvía el aire, haciéndolo respirable, pero un tanto empalagoso.
El atrio, estaba metódicamente ordenado. La pesada y vieja Biblia, estaba abierta, y un señalador de tela recta y de color rojo, se movía al compás de una pequeña corriente de aire, que entraba por uno de los postigos abiertos de una puerta lateral.
Samir cayó pesadamente. El golpe de su rodilla contra el suelo, retumbó casi en todo el salón. Fue como si le hubiesen colocado una pesada carga en sus hombros.
Alzó la vista un segundo, y miró al Cristo crucificado, y por primera se preguntó, porque los hombres habrían elegido esa imagen del Cristo, para dar a entender que había vencido a la muerte. "Tal vez, para suavizar los corazones, y que tengan algún un tipo de culpa", pensó.
Pero Samir, sabía que su Dios estaba más vivo que nunca, no era, y jamás sería una estatua de yeso o de madera, que se columpiara o estuviera estática dentro de una iglesia.
Samir sabía, que su Dios lo escuchaba, fuese donde fuese, en cualquier lugar, no importaba donde él estuviera, ni en que estado.
Se puso de pie lentamente.
Y habló...
-Señor, he venido aquí, porque no sé que camino tomar, me siento tan solo y perdido, que no sé que hacer, ¿Qué debo hacer...?
-Dios, no tengo nada, y aún con mis posesiones más preciadas, no tengo nada. Por eso he venido aquí, porque estoy desnudo, aunque me vista con las prendas más costosas, o las más humillantes... -Estoy desnudo.
-Mis posesiones, están fuera, en la calle, en el mundo, y son del tiempo, le pertenecen, porque él se encarga de arruinarlas y devolverlas al polvo. Lo único infinito y perdurable que tengo, es mi alma Señor, no tengo más que eso. Y aún, mi cuerpo, le corresponde al tiempo, y se desvanece poco a poco en los días que pasan-.
-No tengo más, sólo mi palabra, lo que hago, lo que digo, y lo que digo que hago, y lo que hago y después digo, no tengo más que eso-.
-¿Y como puedo justificarme delante de ti...? -Si ni siquiera, mis justificaciones son válidas. No sé que hacer Señor, estoy destrozado, no sé que camino tomar-.
Samir iba a hablar nuevamente, pero sus piernas temblaron, y cayó nuevamente de rodillas. El golpe fue más seco que el anterior, y produjo un eco más lejano.
El gesto de dolor fue inmediato. Trató de incorporarse, pero no pudo. Tomó fuerzas nuevamente, y se puso de pie vacilantemente, como si sus dos piernas fuesen dos maderos débiles, que sostenían una gran carga.
Se palpó la rodilla, ésta, había tomado un color rojizo debido al golpe, y una pequeña magulladura se dejaba ver, por donde apenas brotaba un débil hilo de sangre.
-Señor, permíteme descansar. No quiero vivir más. Te confieso que he pensado en acabar con todo. He pensado en quitarme la vida. No quiero vivir más-.
Samir agachó la cabeza y gimoteó un poco, pero enseguida se repuso y alzó la vista nuevamente.
-¿Porqué tengo que sufrir?, ¿Por qué tengo que padecer todo esto?.
-No quiero saber más nada. Mis días son un tormento, y te confieso, que espero la noche para cerrar mis ojos, y que el sueño se apodere de mi alma. Sólo quiero silencio. Hasta el sol me molesta. Mis días pasan pesadamente, uno tras otro, y ansío cada día, la llegada de la noche. La luna y una estrella son mis compañeras. Estoy solo, y creo que solo terminaré. Miro el cielo, y no veo nada más que me interese-.
-Los hombres y las mujeres, han endurecido su corazón, y hasta parece que no tienen alma. Abren sus ojos a lo terrenal y lo persiguen como si fuese un gran premio, pero no se dan cuenta que al igual que yo, ellos, están desnudos-.
-Señor, no quiero... No quiero vivir con esto en mi corazón, quiero volver a mi casa. Señor... ¿Existe ese lugar de paz, donde yo pueda descansar?. Señor, necesito saber que hacer...
Samir se tambaleó una vez más, y cayó nuevamente. Esta vez, su rodilla golpeó y pareció rebotar en el duro piso de mármol de la iglesia.
Un hilo de sangre, corrió por las lujosas piezas de mármol, y bailó entre las uniones de cemento, hasta que se detuvo en el borde del altar.
Quiso ponerse de pie, pero sus esfuerzos no dieron resultado.
Entonces, alzó la vista nuevamente hacia el Cristo.
-Señor, me quedaré aquí. De rodillas. No quiero levantarme, aunque se destroce mi piel, y mi sangre se riegue por todo el piso. Quiero cerrar mis ojos para siempre. Cerrar mis ojos y soñar que todo está bien, soñar que soy feliz, soñar que soy especial-.
-Señor, no sé por donde empezar, y no sé dónde todo termina. Sé, realmente y sinceramente, soy consciente que nací para ser feliz, pero no lo soy, siento que no encajo en nada, siento que no soy de aquí-.
-Me gustaría convertirme en un pájaro; un ágil y veloz pájaro, y alejarme por los cielos rápidamente y nunca más volver. O tal vez, en un perro, o en una ardilla; pero, no quiero ser yo, no quiero vivir, ni ser de aquí-.
Por un instante, Samir trato de ponerse de pie nuevamente, pero fue inútil. Parecía como si un gran peso invisible lo estuviera manteniendo pegado al piso. Su carga pareció hacerse más pesada aún, pues su pecho empezó a agitarse, y su respiración se entrecortó. Sus párpados empezaron a caer lentamente.
La pierna que estaba libre, empezó a temblar descontroladamente. El dolor en su rodilla se profundizó. Su cintura pareció partirse como un frágil cristal.
Su rostro había quedado casi pegado al mármol frío.
Por sus orificios nasales, inhalaba el aroma pegajoso del perfume con que habían aseado el piso. Una lágrima rodó por su mejilla. Pensaba que sus súplicas habían sido escuchadas, pues estaba seguro que estaba muriendo lentamente.
Un horrible y zigzagueante dolor penetró por su pecho, como si fuese un relámpago que surca el cielo.
Instantáneamente, se colocó en posición fetal. Sus manos temblorosas tantearon el suelo. Trató de reincorporarse, pero fue inútil.
"No quiero morir, no quiero morir así", fue lo primero que vino a su mente.
Pero ya era tarde.
Parecía que el proceso estaba en marcha.
Y él sabía que la muerte era implacable. Sabía que la muerte no escatimaba lugares, momentos, ni personas. Sabía que la muerte se apropiaba de lo que le correspondía, y que era fútil, tratar de hacer algo al respecto.
¿Por qué ahora?, ¿Por qué así?, se preguntó Samir en sus pensamientos.
-Señor, no quiero morir así -dijo casi susurrando.
El dolor pareció menguar. Pero su carga seguía en su lugar, inmóvil, como él.
-Dame una oportunidad Señor- dijo.
Alzó la mirada, y miró al Cristo elevado.
-Señor, sé que vine a este mundo para cumplir mi destino, y crear metas. ¡¡¡Pero es tan duro seguir cada día!!!... ¿Porqué no todo es tan fácil?
-Señor, sé que puedo llegar, pero no tengo fuerzas. Sé que puedo soñar, pero mis sueños se desintegran como puñados de arena al viento. Señor, deseo, pero no obtengo nada. Pido, pero jamás me dieron. Busco y jamás encuentro-.
Tomó fuerzas y trató de ponerse de pie.
Se tambaleó como un hombre ebrio. En su rodilla se dejaba ver una profunda herida, por donde la sangre goteaba sin parar.
En un momento, hizo dos pasos hacia atrás, y dos hacia delante. Se quiso asir de algo. Tiró manotazos al aire, pero cayó nuevamente de rodillas.
El dolor fue inmediato. Una sensación le recorrió la pierna, como si mil escorpiones lo hubiesen punzado en sincronía.
Sus manos cayeron pesadamente al lado de su cuerpo. Con sus nudillos golpeó el suelo, y sus manos rebotaron como si fuesen de goma.
-Señor- dijo.
-Señor, quiero empezar una vez más. Quiero intentarlo, yo sé que puedo. ¿Pero como hacerlo?, ¿Cómo hacerlo Señor?. Ya no tengo fuerzas, pero quiero intentarlo una vez más, quiero hacerlo, quiero llegar un día aquí, y decirte que tuve éxito-.
-Sé, que tengo que buscarte individualmente. Sé, que tengo que admitir que todos estamos a prueba, y aún así, lo olvidamos-.
-Tal vez Señor, yo he olvidado mi prueba. Sé que soy dueño de mi destino, y aunque las organizaciones que lucran con tu nombre, quieran más poder, y me digan que soy un pecador perdido, yo sé quien soy, porque fui hecho a tu imagen y semejanza. Porque yo también puedo lograr lo imposible, y quiero seguir mi camino. Trataré de hacerlo Señor-.
-¿Pero... Y esos días, donde pierda mi fuerza?... ¿Qué haré?, ¿Dónde iré?, ¿A quién buscaré?
-Señor, no soy perfecto, pero trataré de alcanzar el éxito. Sé que mi éxito puede estar dado de cualquier forma. Sé, que no es verdad que no iré a tu lado si gano, porque nací para ganar. Sé que no es verdad, que no iré a tu lado, si tengo éxito, porque fui hecho para ser feliz. Y cuando yo gano, cuando todos ellos ganan Tú ríes desde lo alto, y lo sé bien, porque es así-.
-Señor, sé bien, que dicen que para seguir tu camino hay que tener culpa, y sentirse prisionero de las necesidades que crean unos cuantos hombres que desean poder, para tenerme atado a sus convicciones-.
-Pero también sé, que cuando soy como soy, soy libre... y Señor, seré libre hasta el último día, y seré libre en mis acciones y decisiones, donde el verdadero poder está disfrazado-.
-Señor, dame una oportunidad para seguir. Señor, creo en Ti, pero no puedo admitir lo que dicen aquellos, esos... cuando dicen que tengo que ser pobre, estar dolido y ser débil para ir a tu lado. Porque señor, quiero vivir y morir como Tú. Quiero enfrentar todas las palabras necias como Tú lo hiciste. Quiero ser aventurero y seguir mis instintos. Quiero que todos sepan que valgo, quiero morir por mis ideales, quiero morir defendiendo mis convicciones, quiero morir como un rebelde, y aún seguir dando lucha hasta el fin, como Tú lo hiciste-.
-¿Por qué me dicen que tengo que ser débil, obsecuente y frágil, para estar a tu lado?-.
-Señor, quiero ser como Tú. Quiero vivir con mis ideas a flor de piel, no importa que me digan que soy raro, o que estoy deschavetado. No importa que me censuren, ni que traten de obligarme a retractarme, porque yo soy yo, y quiero vivir como Tú, porque fui hecho a tu imagen y semejanza, y en mí, en mí reside el poder, en mi corazón y en mi alma habita el poder que todo lo puede, que todo lo logra-
-¿Pero que haré Señor, cuando ya no pueda más?... ¿Qué haré?
-Señor, yo sigo mi camino, y vivo donde habita el poder que todo lo vence: en mí mismo, en mi corazón, en mi alma, en mis ojos, y en mis labios, y aunque mi piel y mis huesos sean reclamados por la tierra, lucharé, y triunfaré, trataré de llegar Señor... pero aún así.. tengo miedo.
-Tengo miedo de fracasar.
-Pero... ¿Qué es el fracaso, sino, los escalones necesarios para alcanzar el éxito?.
-Señor, seguiré tu camino. Pero mi camino no será de pobrezas, de fragilidades, remordimientos, culpas, obsecuencias, ni sometimiento-.
-Soy libre, y seguiré mi camino. Seguiré mis ideales, y moriré como un rebelde, en mi cruz. Y ése será mi signo, no será un símbolo que signifique que he vencido a la muerte, más bien, será el símbolo de que me he vencido a mí mismo, y ése será el éxito más grande de todos, porque sabré que me he vencido... -Al igual que Tú, que tuviste que vencer tus miedos, pero sin embargo con tu alma plagada de dudas y preguntas sin respuestas, marchaste al frente, y te enfrentaste a tu destino-.
-Así seré yo.
-Y no me arrepentiré jamás, no daré pasos hacia atrás, no vacilaré, tomaré mis decisiones, porque soy libre, al igual que Tú lo fuiste-.
-Y algún día, me seguirán como yo te sigo, o repetirán mis palabras, como yo repito las tuyas, o tal vez, querrán imitarme, como yo trato de imitarte. Seré un luchador y triunfaré-.
Samir escuchó un leve sonido que venía desde una puerta. En ese momento, vio como un anciano se acercaba, enfundado en un mameluco de color celeste.
El hombre se acercó lentamente al muchacho que estaba arrodillado.
-Hijo, ya cerraré las puertas de la iglesia -dijo el hombre.
Samir, comprendió que era el guardia del lugar, que también a veces oficiaba de maestranza.
-¿Que te ha sucedido hijo?- le preguntó el hombre a Samir-.
-He caído por tercera vez-le dijo el muchacho mirándolo fijamente-.
-Déjame que te ayude -le dijo el anciano, dejando un escobillón apoyado sobre uno de los bancos de madera-.
El anciano se acercó, y lo tomó por debajo de sus axilas, y lo ayudó a reincorporarse.
Samir, hizo un gesto de enorme dolor. Se puso de pie, y se tambaleó nuevamente en su lugar, pero esta vez no cayó.
El anciano tenía una mano en el hombro del muchacho, y lo sostenía
-¿Por qué has caído tres veces? –le preguntó el anciano.
-Porque he llegado aquí, a buscar respuestas –respondió Samir.
-¿Y has encontrado lo que buscabas? –le preguntó el hombre.
-Tal vez sí –le dijo Samir.
-Tal vez, he encontrado la solución más grande para continuar mi camino –dijo nuevamente.
Samir se persignó, dio media vuelta y caminó tambaleante hasta la puerta principal de la iglesia.
Giró su cabeza, y miró nuevamente al Cristo doliente.
Miró al anciano que lo había ayudado, abrió la puerta, y la cerró con un sonido chirriante tras de sí.
El anciano miró el suelo de fino mármol de la iglesia.
Enseguida notó algo extraño.
Una de las enormes baldosas del suelo se había rajado, como si algo pesado hubiera caído sobre ella. Las rajaduras eran pequeñas, pero se evidenciaba, que había sido golpeada con algo duro y pesado.
El anciano levantó sus hombros, haciendo un gesto de desinterés y caminó lentamente a buscar su trapo de piso, para secar una pequeña marca que había llegado hasta el borde del altar, y que parecía brotar de la rajadura.
A último momento, pareció arrepentirse.
Miró su reloj de pulsera, tomó su escobillón.
"Lo limpiaré mañana" pensó.
Caminó hasta la puerta de la sacristía, apagó las luces del gran salón, y todo quedó en silencio.
Jesús Alejandro Godoy
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