En un escondido y remoto paraje de esos que miran al sur con cariño, frente a la isla de las gaviotas y oteando pescadores y enmarcado el paisaje por la despejada y relajante rambla, están refugiados como desde hace un siglo, demoliendo la calma y zambulléndose en el placer de un café, Marcos y Daniela, quien revolvía fatalmente su posillo En un acto espontáneo, rutinario e incomprensible, con la intención de escanciar en el garguero el trago final.
- Es aburrido.
- ¿Por?
- No cambia.
El olor del agua llega hasta sus papilas olfatorias traspasando impertinentemente los vidrios, saturando la atmósfera, tornándola en un ambiente genuinamente sureño, costero y ciertamente encantador; un planeta aparte y con clima cálido propio. Afuera hay un aire de temporal de resaca de primavera en ciernes que tiñe todo de gris. Está ventoso. Hay una lenta y débil bruma que se mueve sobre todo, románticamente fría y húmeda a la vez. Las gaviotas escrutan las olas espumosas, que rompen luego en las rocas y también cerca de la orilla de la playa Malvín, allá abajo, por donde bajan las chalanas, por el camino que va bordeando los ranchos de los pescadores, escondidos entre la espesura de los ligustres. Algunas se dejan mecer suavemente sobre la superficie. Se sumergen a menudo en picada para sacar unos pejerreyes de tamaño respetable. Parece que es su día. Les pasa como a algunos seres para los cuales el entorno más apropiado es un temporal de viento y lluvia helada antes que un cielo azul con sol a pleno. Las tempestades internas humanas dejan daños más graves que las climatológicas, pero los diarios no las publican. Y así pasan inadvertidas como diamantes en un pedregal al igual que Daniela y Marcos, perdidos allí, en un incógnito punto de la galaxia en un asteroide virgen de telescopios indiscretos de impíos astrónomos que no respetan la intimidad del más mínimo rincón del alma universal.
Y así, sin anestesia, Daniela le emplazaba a Marcos, pregunta tras pregunta en ese tosco tangram al cual se le llama cohabitar armónicamente hasta en la más simple de las conversaciones.
-¿No cambia?
- No.
- Ah. ¿Qué cosa no cambia?
- El agua no cambia.
- Ah. ¿No cambia?
- No.
- Ah.
- Es aburrido, aburrido como cangrejo de la Playa del Buceo.
-¿Cangrejo de la Playa del Buceo? ¿Y por qué?
- Por eso. Porque no cambia.
- ¿Y?
- Se aburre por eso. El tedio lo entumece y lo pudre. Es como uno. Cuando no cambia nada. Se estanca, se tulle, posteriormente se va enmoheciendo, descomponiendo y muriendo. Es como una maldición.
- ¿Y por qué no cambia?
Marcos, impasible, observa una chalana bermeja, solitaria y amarrada que flota suavemente dejándose mecer por la marejadilla. Parece una cuna. Una cuna de ensueño. Sueño de siesta de pescador.
- Porque el río fluye siempre en el mismo sentido, no cambia, aunque es ancho como mar, es agua dulce, asquerosa y barrosa.
- Ah.
- Bueno… de vez en cuando sí.
Marcos se adormece siguiendo con la vista el suave vaivén de la"cuna - chalana". Remedio infalible contra el insomnio sería poseer unos brazos así, ondulantes y sedantes en los momentos en que nuestros huesos necesitan reposar de su diario tráfico incesante.
- ¿Sí?
- Cambia.
- ¿cambia?
- Sí, cambia.
- ¿Pero no dijiste que no cambiaba?
- Si, pero me equivoqué, dijo impávido, reclinándose hacia atrás observando el vacío en cuyos invisibles y virtuales hilos sobre los cuales se colgaban gráciles y cenicientos anillos de humo que bocanada tras bocanada, exhalaba sin cesar a la vez que continuaba cavilando en filosóficas apreciaciones tan imbéciles como la vida del cangrejo de agua dulce de la Playa Buceo.
-¿Y entonces? - preguntó Daniela, imaginando que arroja un aparejo con un anzuelo en la punta procurando así reenganchar a Marcos en el diálogo y rescatarlo así de las profundidades del universo mental en que se halla inmerso.
Marcos es un joven morocho, veinteañero, de frente despejada, pelo lacio cayendo sobre los hombros, aire más bien latino, flaco, con sombra de barba, ojos oscuros y pequeños, cejas bien marcadas, rostro anguloso y mirada profunda con aire intelectual. Pisa los setenta, pero mantiene la onda de fines de la década anterior. Deplora los cuellos de las camisas y sus opresivas corbatas. Usa siempre el mismo canguro de algodón azul marino jeans gastados, un suéter con cuello rompeviento marrón y alpargatas bigotudas con el yute bien apelmazado.
Permanece abstraído durante todo el coloquio y aún más en el instante que precede a cada discurso.
- Es un desastre, cuando sopla el viento del sur y del éste, entra agua salada y fría del océano Atlántico. Pero, por sobre todas las cosas, sube la marea. Ellos, además de ser crustáceos de agua dulce, y templada, respiran afuera del agua.
Daniela es una joven de su misma edad, morocha, de pelo largo y lacio, de complexión delgada y más bien alta, ojos oscuros y la mirada muy tierna. Son mutuamente sus mejores amigos. Inseparables como carne y uña, confundidos uno en el otro como cielo y mar en un pleno, profundo e interminable horizonte.
II
Caminan descalzos bordeando la parte de abajo de los ranchos, contra el caño que termina ahí en el extremo oeste de la playa Malvín. Y tomaron por el sendero que lleva a la playa Buceo, por entre el roquedal, con la hierba que crece a la que te criaste a un lado y otro y con cuidado de no clavarse ningún vidrio, porque hay mucho ebrio desprolijo en la vuelta. Después pegas el salto porque al final hay una bajada algo empinada. Luego se fueron a mojar los pies en el agua que se cuela serena por entre las piedras y forman charquitos, que cuando hay bajante, permanecen por varios días.
Allí, bajo los guijarros pardos y grises se esconden los crustáceos, grandes y pequeños, con agudas pinzas. Los minúsculos animalitos no se dejan atrapar fácilmente. Uno de los caminantes, al pasar a través de uno de éstos espejos acuosos y pedregosos, se detuvo un poco a observar el paisaje costero que quedaba atrás, hacia el éste. Todo era rambla, arena, rocas, palmeras y aves marinas.
De pronto, un dolor agudo le atravesó el primer dedo del pie izquierdo.
- ¡Maldito cangrejo!
- No lo maldigas.
- ¡Mirá como me dejó el dedo!
III
En el rancho situado al lado del caño, semioculto por el transparente, apodo incomprensible para el ligustre, un arbusto típico de la zona, los pescadores juegan al truco y comparten pucheros y asados. El padre de Marcos, de vez en cuando se daba una vuelta por ahí. Y ellos, más de una vez, en complicidad con la oscuridad y el sereno, que se mandaba mudar ante una guiñada de Daniela, se zambullían en aquella guarida para amasijarse un rato a gusto y sin apuro.
Bigotes, anfitrión vitalicio, por ser el dueño del rancho, tenía la manía de condimentar hasta la exasperación sus guisos.
Se asaban religiosamente lechones, corderos, y corvinas. Cuentan que en una ocasión, se pescó y asó en ese lugar, un ejemplar de corvina negra de casi cuarenta quilogramos de peso.
Pero, como bien dice el dicho rioplatense:"todo bicho que camina va a parar al asador".
Cuenta don Pepe, socio de la banda, que todas las mañanas, un gato enorme los visitaba, atraído seguramente por el olor a pescado que allí abunda. Se convirtió en un parroquiano más del templo. No tenían ni idea de dónde provenía.
Un buen día, bigotes anunció:
-¿Quieren comer conejo?
-¿y quién lo hace? - preguntó uno.
-Yo, quien va a ser, yo me encargo, dijo Bigotes.
-El conejo lo traigo yo, dijo el sereno del rancho, guiñándole un ojo a bigotes.
-Mañana comemos conejo entonces.
-Y así fue que muy bien adobado, Bigotes guisó y sirvió generosamente. Fue saboreado ejemplarmente.
Al terminar, alguno hasta le pasó el pancito. Se chuparon los dedos.
Después sacaron la baraja y comenzaron a jugar, como siempre. Uno, tranquilo, se armaba un cigarro. Los demás se convidaban unos a otros cigarrillos sin filtro.
Pasó un rato y cuando estaban tomando el café, Bigotes pasó en medio de ellos diciéndoles, acá está el conejo, todos lo miraron y no menor fue la sorpresa que la repugnancia que les causó ver la cabeza del gato exhibida en un balde.
Ese mismo día, llovió torrencialmente toda la tarde, ocasión que aprovecharon los gallegos, Pepe y Manolo, que eran hermanos, para hacer tortas fritas, costumbre muy habitual acá en el sur.
Al cabo de unos días, pasado el insuceso apareció un señor, vecino de la zona, que al parecer vivía frente a la rambla. Se apersonó allí, preguntando que si no habíamos visto un gato así y asá, que responde al nombre de "fulano". Todos se miraron levantando las cejas y agrandando los ojos al acordarse del guiso de "conejo".
-¿Qué gato? - Preguntó el sereno, haciéndose el ignorante - Ah, ¿su gato?, ¿uno así y así?, no, la verdad que hace tiempo que no viene por acá. ¿Qué raro, no? Si lo llegamos a ver le avisamos. Vaya tranquilo don.
IV
Daniela y Marcos están parados, al otro día, sobre una enorme roca, mirando la superficie del río, a contraluz. Las olas rompen a sus espaldas metros más allá.
-¡Mirá! - le dijo ella
-¿Qué? Ah… a ver… ese está… muerto.
-¿Cómo sabes?
- Por el color, está muy pálido, y porque flota y Mirá como se deja llevar por la corriente.
-Ah.
-Mira, ahí hay otro dado vuelta.
-¿Qué habrá pasado?
-Te dije, se aburren, se pudren y se mueren.
-Pero si ayer nomás pasamos y estaban lo más bien.
-¿Y eso que tiene que ver? El agua pudo haber cambiado en la noche, Mirá, el mar subió, y sopla del sur. - dijo al tiempo que mirando hacia el horizonte, su cabellera flameaba al viento como una bandera.
- Ayer, uno de ellos te mordió un pie, ¿te acordás?
- Claro, todavía me duele, ¿de qué te reís?
-¡Andá exagerado! ¿Sabés qué?
-¿Qué?
-Ya sé porque se murieron los cangrejos.
-No se murieron todos.
-¿Ah, no? Mirá: ahí, ahí, allá hay otro - parlotea Daniela, mientras salta de roca en roca con gran agilidad, seguida apostólicamente por Marcos, quien hincado en el roquedal, flanqueado por una pareja de veteranas gaviotas que disfrutan un baño de salada brisa sureña, con la mano apoyada en la barbilla, estudia el fenómeno con atención.
- Es por eso - dijo Daniela, mirando al vacío.
-¿Eso qué? - inquirió Marcos
- La maldición.
-¿Qué?
-Tu maldición.
-¿Cómo?
Cuando le dijiste al bicho: "maldito cangrejo" ¿Te acordás?
-No puede ser, dice mirando desolado el mar, las rocas, los cangrejos yacientes, y el sol de media tarde que en medio de una carroza de nubes tiñe todo de un clima de monotonía gris y blanca. Allá, a lo lejos, en el extremo de la rambla, la torre del Museo Oceanográfico, parece que lo está vigilando.
- La playa está desierta, una gaviota parda gigante planea sobre sus cabezas y lanza un escalofriante y potente graznido.
-Parece que ella también se dio cuenta.
-¿De qué?
- De que algo extraño está sucediendo.
V
-Ah.En eso, como de la nada, un elemento típico de aquel paisaje atraviesa su campo visual. - ¡Helado! ¡Palito, casata, bombón, helado!
Con su heladera al hombro, ambo blanco y gorrito, pasaba pregonando su himno. Los únicos habitantes de aquel solitario páramo eran ellos Marcos y Daniela que lo miraban aterrados como si estuvieran viendo a un fantasma.
- ¿Qué es eso?- preguntó ella.
- El heladero, nena, qué va a hacer.
- No digo por eso ¿En ésta época, el heladero? Será más bien su alma en pena. ¿No te parece algo extraño?
- Sí, tenés razón.
- Fijate, el cangrejo te mordió, vos lo maldeciste, al otro día aparecen todos los cangrejos muertos, el ave que chilla y el heladero que pasa misterioso.
- ¿A dónde irá?
- Vamos a ver - propuso Marcos.
Y lo siguieron con la mirada. Cuando vieron que la distancia era óptima, salieron tras él, quien en un momento hizo un ademán de mirar hacia atrás. Fue así que se hicieron los distraídos. Marcos aprovechó la ocasión para recostar a Daniela sobre la ladera de una enorme roca y robarle un beso apasionadamente. Cuando volvieron a mirar, el extraño personaje había desaparecido.
- ¡Por tu culpa lo perdimos! - replicó en voz baja Daniela.
Prosiguieron la marcha. Al llegar al borde del desagüe, advirtieron para su asombro, que había dejado como al descuido, la heladerita.
-Que extraño - dijo ella.
- ¿Qué habrá dentro? - preguntó él mirando a los ojos de Daniela advirtiendo a su vez su absorta mirada.
Echaron un vistazo alrededor y nada, se había esfumado.
Daniela se acercó con cautela.
- Voy a abrir - le dijo Marcos - y haceme campana por si alguien viene. En ese caso salimos rajando. A la cuenta de tres, Marcos levantó la tapa. Daniela estaba expectante. contenía la respiración.
- ¡Dale! - apuráte le susurra.
Marcos, mirando hacia adentro y a Daniela alternativamente, no se decidía a proferir palabra alguna.
- ¿Qué hay? - preguntó Daniela, impaciente.
- No vas a creer lo que hay.
- ¿qué hay? ¿Veneno para cangrejos?
- No.
- Ah, menos mal ¿Y qué hay entonces?
-¿Qué querés? ¿Barrita, sándwich o bombón? - preguntó infantilmente Marcos.
De pronto, por entre los ligustres, emergió el impresentable rostro del heladero, encolerizado.
- ¿Qué hacen? - gritó enfurecido.
Marcos sólo atinó como un resorte a manotear un par de bombones helados.
-¡Rajá! - le dijo a Daniela corriendo como bólidos y no pararon hasta desaparecer, allá por la curva, fuente al cementerio.
Cansados, sin aliento, se sentaron allá entre unas rocas que están bajando la rambla entre pastizales, totoras y pajas bravas, un poco más allá, a la altura de la "Curva de la Muerte", frente al cementerio. Ya fuera del alcance del misterioso heladero, saborearon el dulce botín.
Marcos, se sacó el gorro de lana que se abuela le había tejido. Se acomodó el pelo y se lo volvió a poner.
Daniela, se reía sola, agitada.
- Maldito cangrejo - dijo, mientras mordía el último pedacito de chocolate pegado al palito.
El sol cae sobre el horizonte. Marcos y Daniela contemplan el ocaso infernal, en aquel escenario inigualable, infinitamente hermoso e irrepetible.
F I N
(dedicado a mi padre,a los ranchos del Buceoy a todas las parejas como Daniela y Marcos)
Abal García